Aparcó el coche y comenzó a caminar en dirección a la peluquería. A escasos veinte metros lo vio entrar en el establecimiento. No cabía duda alguna, era él. Aquel hombre mantenía una mirada cruel, la misma que tenía quince años atras, al entrar en la sala donde le torturó intentado que denunciara a sus compañeros de partido.
Esperó a que saliera para entrar en la peluquería. Saludó a Rafael.
—¿Nuevo cliente?
—Sí. Otro más. Tal y como están las cosas, no está nada mal. Esta semana he sumado cuatro.
—Este canoso —dijo tras fijarse en los restos del corte esparcidos por el suelo.
—Ahora los recojo. Voy a fumar un pitillo al almacén, ¿te importa?
—Claro que no, espero.
Él recogió unos cuantos cabellos blancos sujetándolos con un pañuelo de papel y los guardó en otro. Los introdujo en un bolsillo.
Diez días después, aquel hombre canoso fue detenido en su domicilio acusado del asesinato de una mujer joven vecina del primer piso en el edificio donde ambos vivían. La policía dijo tener pruebas y el ADN del criminal.
Rafael, recibió un paquete conteniendo una botella de vino y una nota, que comenzaba con, Mi estimado peluquero…
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