Relato basado en hechos reales
2 – RECOPILACIÓN DE DATOS
Al día siguiente por la mañana, empezamos a leer de nuevo todas las cartas. Lidia fue haciéndome preguntas de cuando en cuando y entre los dos, intentamos introducir en un programa, cada frase sospechosa de poder contener una pista o prueba. Así nos mantuvimos durante una semana. Algunas mañanas nos acercábamos al pueblo para tomar el aperitivo, incluso hubo tardes que las pasamos en uno de los cines del complejo comercial y de ocio recientemente inaugurado en una población cercana. Una tarde Lidia comentó.
—Tal vez deberías hablar con tus tíos, quizás ellos sepan algo.
—Creo que tienes razón. Claro que solo viven cinco, los otros seis murieron antes que mi padre.
—Ya, pero a lo mejor sus hijos pueden tener cartas o notas de tu abuelo.
—Hice bien en invitarte, eres de gran ayuda. Los llamaré y pese a que viven fuera de Madrid y no se nada de ellos hace tiempo, los visitaremos. – Claro que ya lo había pensado, me dije.
—¿Visitaremos?
—Claro.
—¿Quiere decir que me llevarás contigo?
—Si tú quieres, claro que si.
—Estupendo.
Durante los siguientes días nos mantuvimos leyendo y anotando cuantos datos creímos necesarios. Yo anoté los teléfonos y direcciones de mis tíos, así como de mis primos hermanos, hijos de los fallecidos, no quería dejar escapar la posibilidad de encontrar algún detalle, por escondido que estuviera respecto a la petición cursada. Con todo ello incluido en una base de datos de mi portátil, no tuve más remedio que iniciar la primera etapa de la investigación.
Cuando tuve la conformidad de mis tíos y primos, hablé con Lidia. Decidimos permanecer el fin de semana descansando y preparando las maletas para iniciar las respectivas visitas a familiares. Salimos el lunes por la mañana. Incapaces de hacerlo muy temprano, pues no teníamos prisa ni ganas de madrugar, salimos cerca de las once de la mañana. Nos acercamos con el coche hasta la autopista del norte, para desviarnos a medio camino en dirección oeste. Creo recordar ya les dije que todos los hermanos de mi padre se dispersaron por toda la geografía del país, por lo que no tuve mas remedio que empezar por Galicia a fin de recorrer el resto de las demarcaciones emulando a las manillas de un reloj en funcionamiento.
Casi al final de la jornada llegamos a la primera etapa, claro que no conseguí que mis tres primos, con sus respectivas esposas, se reunieran y me evitaran dar a cada uno de ellos la explicación que motivaba mi visita, pese a avanzársela previamente por teléfono. Aquello nos obligó a realizar tres etapas más antes de dirigirnos a Cantabria, donde supuse, debíamos hacer las oportunas y diferenciadas visitas. Como así fue.
Dos meses después, cansados y aturdidos con tanta charla idéntica, con el coche repleto de obsequios, unos comestibles y otros no, regresamos a mi casa de la sierra. Claro que para mí lo más interesante fueron las anotaciones, cartas y documentación que aportaron a mi investigación. Lo único censurable tal vez fue la intensa actividad sentimental a la que me vi abocado por la compañía de Lidia. Tuvimos tiempo de activar los sentimientos dormidos desde nuestra antigua relación en la universidad, sobre todo el de ella, que ya venia pregonando desde hacia tiempo. Fue obligado, puesto que acepté su compañía y la presenté como alguien especial. El resto se añadió sin nuestro consentimiento, aunque con sonrisas burlonas.
Menos mal que transcurridos dos días, Lidia no tuvo más remedio que regresar a Madrid a fin de ver a sus dos hijos y pasar con ellos unos días a petición de su padre, al parecer falto de libertad, pensé dado el injustificado motivo alegado.
—Lamento marcharme ahora que iniciábamos el paso de leer toda la documentación.
—No importa. Ve con tus hijos, tenemos mucho tiempo. Además, no creo que encuentre la solución en un par de semanas.
—Me sienta mal no poder ayudarte en esta etapa.
—No te preocupes, ya iré contándote cuando hablemos por teléfono. Si puedo, claro.
—¿Qué esperas encontrar?
—Datos, datos sueltos únicamente pero sin duda importantes. Bien, ahora te ayudaré con la maleta si quieres.
—No hace falta, además pensaba dejar aquí algunas cosas, si me lo permites.
—Claro.
Pedí a Ernesto sacar el coche de Lidia del garaje y a Charo poner en unas bolsas algunos de los regalos de mi familia, para los hijos de Lidia. Después de almorzar nos despedimos y yo pasé el resto de la tarde en mi estudio, alejado del teléfono. Solo por la mañana comuniqué con Encarna, mi ayudante, para conocer algunos detalles de mi sustituto en la Corporación.
—Coge un taxi, te espero en mi casa para almorzar juntos, así podrás contármelo personalmente. Supongo que me entiendes.
—Claro Jacinto.
—Gracias por tu ayuda.
—De nada.
A mitad de la tarde Ernesto pidió un taxi para Encarna. Yo me despedí de ella en la puerta de la finca, fui paseando hasta la casa analizando cuanto me comentó durante el almuerzo, sobre todo, el contenido de una frase llena de intranquilidad que mencionó al final. Pese a ella, no quise considerarla demasiado preocupante.
A la mañana siguiente comencé a leer cartas, anotaciones, tarjetas y mis propias interrogantes tras escuchar a mis primos y tíos, sobre todo las volcadas por mi tío Hernando, el que precedía en edad a mi padre.
—Estuve a punto de aceptar, pero ya sabes, en aquellas fechas mi familia directa era lo más importante para mí. Además, apenas podía contar con dinero.
—Pero ¿Cuál era la petición?
—Tu abuelo no la dejó clara. Era muy precavido.
—¿A qué te refieres?
—Muy sencillo sobrino, debía aceptar, previamente y sin condiciones si estaba dispuesto a cumplirla para después continuar con el segundo paso, decirme donde encontrar una serie de anotaciones manuscritas y una especie de plano o que se yo, claro que esto último lo averigüé por tu padre. No llegué a aceptar la petición.
—¿Solo os la hizo a vosotros dos?
—Ni mucho menos, antes comenzó por nuestro hermano mayor, así fue bajando el orden, hasta llegar a nosotros.
—¿Qué ocurrió con vuestros hermanos?
—Supongo que lo mismo. No aceptaron o creyeron se trataba de una de tantas locuras de nuestro padre, después de pasar tanto tiempo en las prisiones trabajando para el dictador.
—Entonces, no llegaste a conocer el contenido de la petición.
—No, sobrino. Ni mis hermanos ni yo, a no ser que tu padre llegara a aceptarla y nos lo ocultara.
—¿Sabes si mi padre o el abuelo escondieron alguna nota?
—Qué se yo, solo comenté con tu padre algo cuatro meses antes de que muriera, pero de sus palabras no pude deducir estuviera cumpliendo la petición.
—Que dijo ¿puedes recordar sus palabras?
—Entre otras cosas, «me habría gustado ver como Jacinto aplicaba la antorcha, lastima que no sea de los nuestros».
—¿A qué se refería?
—No lo sé, ya sabes cómo era tu padre.
—¿Se refería a la petición?
—No lo sé sobrino, de verdad, no lo sé.
—¿Qué significa lástima que no sea de los nuestros?
—A eso sí puedo responderte. Tu padre siempre te consideró un capitalista, que lo eres, y consideraba que tu pensamiento e ideología política se encontraba muy cerca de la derecha recalcitrante. Nosotros, los nuestros, nuestra familia, nunca fuimos precisamente seguidores de ese pensamiento.
—Pero tío, yo no milito en ningún partido de derechas ni comparto su ideología. Tampoco de izquierdas, pero nunca, en todo mi recorrido hasta alcanzar la posición en que me encuentro, he actuado en contra de las ideas socialdemócratas. Jamás he pisado cabeza alguna. No comprendo ese concepto que tenéis sobre mí.
—Pues deberías haber hablado mucho más con tu padre, él al menos eso pensaba de ti.
—Lo lamento y más ahora que no puedo convencerle de lo contrario.
—Yo también, pero la vida es así. Siempre echamos de menos o censuramos algo o a alguien cuando ya es imposible cambiarlo. Que conste que yo también pensaba como tu padre.
—Pues a ti si puedo intentar convencerte ahora.
—No hace falta.
—Como quieras. Entonces, ¿mi padre no te dejó nada para mí?
—Acabo de decirte que él no te consideraba uno de los nuestros, eras su hijo, su único hijo, te quería, pero eso no significaba confiarte sus secretos, o mejor, los secretos ideológicos de su padre y sus hermanos.
—Al parecer no tengo más remedio que seguir investigando. Quiero que sepas algo, haré cuanto pueda por entender y saber cuál es la petición, de eso puedes estar seguro tío.
—Por mi estupendo. ¿Me tendrás al corriente?
—Si puedo, desde luego.
Me alegró recordar que durante aquella conversación Lidia no estuviera presente. El nudo del secreto se presentaba cada vez más difícil de aflojar. Mantuve el deseo de poner cada nota y aportación verbal en el programa de mi ordenador. Al acabar, tracé un cuadro sinóptico con los enlaces y me dispuse a averiguar hasta el mínimo detalle la vida de mi abuelo. Aquella sería mi primera función.
Retuve las ansias inmediatas surgidas y me concentré en diseñar los pasos a dar. Necesitaba conocer detalladamente lo ocurrido a mi abuelo desde que fue hecho prisionero hasta que murió. Claro que no podía hacerlo directamente, tampoco por nadie cercano a mi. Debía tratarlo confidencialmente. Por dos cuestiones fundamentales, la primera por mi posición en la Corporación, según Encarna, los comentarios escuchados sobre mi ausencia no eran buenos. La segunda, por la mal entendida filosofía o ideología política que mantenían sobre mí. De cualquier forma, si ambas se encontraban no solo hundiría el recuerdo del abuelo Jacinto, sino el de mi padre y tal vez el devenir de mi propio futuro. Por otro lado, estaba Lidia, a quien había tomado demasiado cariño durante los días en que viajamos juntos. En fin, todo parecía un gigantesco puzzle que, desde luego, tardaría mucho en colocar.
Tracé varios planes. No los deseché, aunque tampoco los acepté de inicio. Así me mantuve durante tres días, al cabo de los cuales los mezclé como si de cartas de una baraja se tratara y extraje parte de cada uno de ellos como la mejor versión de cuanto debía hacer. El primer paso fue acercarme a Madrid, entrevistarme con un antiguo compañero de mi primer trabajo, Julio Estremera. Localicé su teléfono y una vez en Madrid, le llamé.
—Me gustaría invitarte a comer. Tengo algo que encargarte.
—Hace tiempo que no nos vemos. Me alegra escucharte Jacinto.
—¿Dónde te apetece comer?
—Tú eliges.
—Entonces saldremos de Madrid, hoy es laborable y habrá poca gente en un asador de San Agustín de Guadalix.
—Como quieras. ¿Me recoges? Estoy libre.
—Ahora mismo, así podremos tomarnos un café e ir poniéndote en antecedentes.
—Estupendo. Estoy en esta dirección.
—Perfecto.
Después de almorzar, nos sentamos cómodamente en un salón y seguimos conversando.
—Resumiendo Jacinto, quieres que escriba una novela por ti sobre la vida y milagros de tu abuelo y sus hijos.
—Eso es, trato de reivindicar su esfuerzo, lucha y filosofía. Para ello necesito reunir datos del exterior. Los datos familiares los tengo, bueno más o menos. Cuando consigas los que están ocultos sobre mi abuelo, nos reuniremos y marcarás las pautas para el inicio de la biografía.
—¿Estás dispuesto a pagar mi exclusividad?
—Desde luego.
—Por mí de acuerdo, pero noto algo de misterio en todo esto, sobre todo después de tu petición de vernos a escondidas y que tu nombre no figure para nada, por el momento.
—He decidido darme un año sabático y no necesito decirte que mis empresas deben seguir funcionando a pesar de mi ausencia, cualquier inconveniente que surja debería salvarlo, de lo contrario no me serviría de nada. Si conocieran que me estoy dedicando a averiguar mi pasado familiar, por otro lado, de izquierdas en mundo de derechas como el empresarial, posiblemente sus reacciones, no coincidirían con las mías.
—Vale, vale, lo que tú digas. ¿Necesitas que firmemos algún documento o te fías de mí?
—Por el momento me conformaré con tu palabra y un apretón de manos, supongo que será suficiente.
—Por mí sí.
—Mañana mismo te haré una provisión de fondos para los gastos, la recibirás desde un banco de Alemania a tu nombre por una importante cantidad. Toma, estos son los datos personales de mi abuelo —dije ofreciéndole una carpeta— y éste el aparato por el que nos pondremos en contacto, única y exclusivamente para nosotros, nadie mas. ¿Entendido?
—Completamente.
—Cualquier otra cosa que necesites, me llamas y hablamos. Nos veremos cuando te llame y donde te diga. Por supuesto no lo haremos en Madrid.
—Seguiré tus indicaciones.
—Gracias Julio, no te arrepentirás. Te lo agradeceré con una importante cifra.
—Eso espero.
Regresamos a Madrid y tras apretarnos las manos en señal de despedida, volví a mi casa de la sierra. En el trayecto me convencí que la decisión tomada, permitiría a Lidia continuar a mi lado mientras Julio investigaba por mi cuenta, así solo conocería las averiguaciones resultantes de la información familiar únicamente.
Durante cerca de una semana y ausente Lidia, recuperé e introduje en la base de datos todas las notas de mi familia. Después recompuse las notas manuscritas de mi abuelo. A veces tenia la impresión de estar leyendo un diario, pues pese a estar en hojas de papel de diferentes tamaños, colores y formas. Algunas escritas con viejos lápices, otras sin embargo aparecían con tintas descoloridas. Intenté ponerme delante del teclado e introducir todas ellas.
Así durante unos días pude comenzar a desentrañar cuanto contenía el seudo diario biografía del abuelo, me salté sin embargo algunos de los comentarios.
… Algunos no solo pasamos hambre y calamidades de todo tipo, también sufrimos los abusos de nuestros guardianes, parecen exentos de todo tipo de piedad, eso que están en el bando de los ganadores y tal vez deberían comportarse de otro modo, tener misericordia, tal y como pregonan los curas que nos visitan con tanta frecuencia en un pobre intento de convencernos. Malditos sean todos, por lo que representan y por lo que no dicen. Cuanta hipocresía y falacia lleva encima toda esta gente…
… Me gustaría veros a todos antes de que me ocurra como a mis compañeros, algunos han muerto ya, otros como yo, esperamos a que nos llegue el día, la noche o la madrugada, nunca se sabe cuándo nos tocará morir…
… Es curioso e hipócrita, algunos de nuestros cancerberos nos dicen que estamos en capilla, sinónimo de esperar para ser ejecutados. Aún hay más, para aquellos a quienes van a matar, les exigen una ultima condición para poder escribir a su familia, deben comulgar antes, sin comunión católica no les permiten escribir. Cuanta maldad y crueldad, parece mentira que se autoproclamen cristianos y católicos…
… Algunos de mis compañeros se niegan y consecuentemente no pueden despedirse. Son crueles y mala gente, para nosotros no hay peor definición que ser MALA GENTE, a veces pienso que no se como hemos podido vivir con todos ellos antes de la guerra fratricida…
… Muchos condenados tienen la suerte de contar con compañeros de celda, que como yo, escriben cada día una despedida, por si fueran mis ultimas palabras y nunca dejo de pensar en vosotros, ni en vuestra madre, cuidar de ella por mi, y tu Felipe, por ser el mayor, si llegara ese momento, pide a tus hermanos que no la abandonen nunca…
…Yo de momento estoy teniendo suerte, no como otros que se las apañan para esconder sus cartas doblándolas y ocultándolas en las rendijas de los muros de la prisión confiando que otros presos las recuperen cosiéndolas a los forros de las ropas que las visitas, se llevan para lavar. La mayoría solo pueden poner frases cortas y despedidas como «Adiós para siempre, que tengáis suerte todos, adiós» …
Abandoné la lectura y abrí otras páginas. Comenzaba a hervirme la sangre, sentía el olor a muerte, el dolor de todos los condenados, pero sobre todo una inmensa tristeza producida por la crueldad infinita aplicada por los vencedores sobre los vencidos.
… Es paradójico como en ocasiones, algunos familiares dan respuesta a sus seres queridos, sin saber que algunos jamás podrán leer aquellas cartas, ya han sido fusilados…
… Muchos incluso reciben dinero de los familiares y según comprobamos los que todavía quedamos vivos, se lo apropian los guardianes de la prisión, diciendo, «A este ya no le hará falta en la fosa» …
… Hace daño escuchar las miles y decepcionantes historias, sin embargo, me siento satisfecho por cuanto he hecho por mis conciudadanos. Soy feliz pensando en mi amplia familia y espero que alguno de vosotros, sepa convertir mis ideas en soluciones para todos ellos. Siempre oí decir que las palabras son mas fuertes que las armas y aunque no soy valiente, confío en encontrar esa paz que dicen existe después de la muerte, tengo la conciencia tranquila. No he matado, ni tampoco perjudicado a nadie. Adiós, hijos, hoy me trasladan a otro lugar y dudo pueda salir vivo, si así no fuera, intentaré escribiros. Adiós…
Me siento mal, he cerrado el programa donde incorporo las cartas y anotaciones sueltas porque no puedo seguir leyendo. He subido al salón y sin más, me he tomado un par de vasos de güisqui. Confío en poder hacerlo mas tarde. Tanto Ernesto como su mujer, Charo, han preguntado que me ocurre, es posible que mi cara les haya advertido algo. No estoy dispuesto a confiarles nada.
… Ya llevo trece años trabajando para una de las muchas empresas contratadas para hacer el monumento a los caídos por Dios y por España. Ya habíamos oído comentar a algunos de los que nos salvamos de morir, que el Generalísimo al año siguiente de acabar la contienda bélica entre hermanos presidió el primer desfile de la victoria, como aniversario de su triunfo en la guerra de liberación nacional, con la bendición de la santa madre iglesia, católica, apostólica y romana. No puedo confirmarlo, pero según comentan, después del almuerzo celebrado en el Palacio de Oriente, antigua sede de los regios gobernantes antes de la Republica, el Caudillo invitó a un selecto grupo de próceres de la patria a una finca en la Sierra de Guadarrama, en el término de El Escorial, conocida por el nombre de Cuelgamuros. Según me ha dicho un compañero, al parecer entre los invitados estaban los embajadores de la Alemania nazi y la Italia fascista, así como numerosos generales y falangistas de pro. Creo que fue allí donde nuestro Caudillo les explicó el proyecto de construir un monumento o un templo para que los siglos venideros contemplen a los muertos producidos por el grandioso alzamiento nacional que él provocó junto a otros.
Como decía, llevo trece años aquí y no creo que pueda ver el final de este colosal mausoleo a titulo de autocomplacencia del faraón dictador. Mal llevo mis huesos de un lado para otro. No se si llegará esta carta a tus manos Felipe, espero que si. De todas formas, confío en uno de mis compañeros. Se ha granjeado la confianza de unos de los capataces que nos dirigen. Al parecer somos obreros de una gran empresa, no podría asegurar de cual, no se su nombre, pues al parecer durante años pertenecimos a Banus, luego a San Román, después a Agroman y ahora creo que a Huarte. He encargado al compañero se ponga en contacto con vosotros cuando le dejen en libertad, os llevará el supuesto sueldo que nos pagan, poca cosa es, pero tal vez sea lo ultimo que pueda dejaros. Me siento muy débil, fatigado y cansado de seguir viviendo que solo me mantiene vivo una sola idea, que no puedo mencionar.
Como preso político a quien estuvieron a punto de fusilar en tres ocasiones, mi corazón ya no podrá soportar muchos mas esfuerzos. Tal vez por eso no podré extenderme mucho. Mi compañero, como yo, es uno de los muchos rojos que sin haber matado a nadie nos vemos en esta situación. El quizás tendrá mas suerte pues al parecer dentro de una semana quedará en libertad. Eso si, para morir entre los suyos, no en una cuneta o en la tapia de un cementerio como muchos compañeros nuestros.
El ha sabido ser un converso, que como los antiguos judíos de Granada evitaron ser expulsados al transigir y convertirse al cristianismo. Emilio Andujar ha conseguido engañar a un par de monjes benedictinos que han intercedido por él ante las autoridades. Se ha convertido en nuestro fiel correo del Zar, pues como yo, muchos hemos preparado nuestras cartas después de tantos años. Al menos sabréis que estamos vivos y seguimos luchando por nuestra causa. El tiene muchas, muchas cartas mías y un pequeño diario de campo. Confío en que llegue a vuestras manos. De todas formas, estoy pensando en hacerme converso, pero todavía no he terminado mi labor aquí, pienso esperar algún tiempo. Ya queda poco para acabar con este dichoso mausoleo. Espero podamos reunirnos pronto, aunque mucho me temo que por poco tiempo. Si así no fuera, decir a vuestra madre que la sigo queriendo como el primer día, a vosotros también os quiero. Vuestro padre, Jacinto Peñas Iriarte.
Esta última carta me dejó peor sabor de boca de cuanto leí con anterioridad. Estaba fechada en abril de 1957, dos años antes de la inauguración oficial de la basílica y el resto del amplio complejo del Valle de Los Caídos. Siento una inmensa lástima al pensar en la hipocresía de los representantes de la iglesia católica y en como aplican su filosofía, sobre todo el perdón y la piedad con que llenan sus bocas preconizantes y falsas, aunque claro, ya se sabe como son ese tipo de intolerables gentes. Después de veinte años todavía siguieron mortificando a quienes no piensa como ellos. ¡Que mala gente! ¡Cuanta maldad y podredumbre encierran sus corazones!
Anoté el nombre del compañero de mi abuelo en la agenda y cerré el estudio, no quería seguir leyendo. Subí a mi dormitorio, me cambié de ropa y salí a caminar hasta el pueblo en un intento de olvidar cuanto mi predecesor había pasado. Me crucé con algunos ancianos y sin hablarles, anduve preguntando, si ellos, como el abuelo Jacinto, también sucumbieron a las garras del cruel destino de los vencidos, o tal vez formaron parte de los vencedores. No logré escuchar sus mentes, como tampoco convertir la comunicación en algo tan singular como una conversación verbal, fuera del tenor que fuera, pero con un fin, conocer más opiniones, más mentiras o más verdades, solo dependía del bando al que pertenecieron.
Me habría gustado conocer si pensaban, como muchos miles de ciudadanos, que Franco fue tan generoso con las victimas del bando que le acompañaron en el golpe de estado cruento, como cruel fuera con las del bando contrario, respaldado por la constitución republicana a la que traicionó. Conocer si eran conscientes que Franco concedía medallas al sufrimiento por la patria y pensiones vitalicias, mientras vaciaba por completo las casas de los vencidos, llevándose a sus moradores por ser republicanos a cárceles o fosas comunes y arrebatando a los supervivientes sus bienes y profesiones. Preguntarles si sabían de donde salía el dinero desde aquel nefasto año de 1936. Si eran conscientes de la existencia de la ley implantada estableciendo el procedimiento para la incautación de bienes pertenecientes a entidades de carácter político, partidos, sindicatos e instituciones democráticas. Si estaban al tanto que también lo hizo con familias completas, requisando todos sus bienes, si eran conocedoras de los atropellos cometidos, como juzgar a personas ya muertas a fin de hacerse con sus propiedades para pagar la factura de la guerra, para cumplir con la concesión de ayudas y pensiones solo para sus correligionarios. Los vencidos merecían pasar hambre y calamidades. Eso si era ser buen español y sobre todo cristiano.
¿Cómo aún hoy hay personas que siguen señalando que lo mejor para los ciudadanos actuales es pasar página y olvidar? Esas gentes mantienen la creencia que el hecho de perdonar debe ser sinónimo de olvido, si ellos, como parte interesada han podido hacerlo ¿Cómo es posible que algunos individuos o familiares de los vencidos, mantengan aún parte de odio escondido? ¿Qué les ocurre? Tienen la mente olvidadiza, no recuerdan la existencia de Comisiones Depuradoras, de las incautaciones en masa, de las requisitorias convocando a cientos de personas ante el Juzgado más cercano, a fin de conseguir una condena que permitiera obtener mas partidas dinerarias a fin de mantener los abarrotados campos de concentración, donde muchos ciudadanos murieron por el mero hecho de mantener inamovible su oposición ideológica al golpista y mal patriota, que no sabiendo ganar en las urnas tradujo sus votos en armas para apoyar un alzamiento militar, por el mero hecho de no acatar el dictado democrático de las urnas.
¡Que lastima! Cuanto influjo y pérdida de identidad cultural nos regaló con los años que duró su dictadura.
Continúa con LA PETICION – 3
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