EL OTRO NOMBRE
Para Ella, Dóxa, mi amor inolvidable .
La espiritualidad y la religión se han utilizado siempre
por gentes ilustradas para llenar los huecos que las
mentes infelices y analfabetas no acertaban
a comprender.
Lucas Zara
1 – El encuentro
La aldea se encontraba cerca del río. Fue la última recomendación dada por el Más Anciano de la tribu antes de iniciarse la construcción de las cabañas en el nuevo asentamiento. De esa forma las mujeres no tendrán que desplazarse mucho para surtirla de agua —dijo con voz trémula— Seis días después moriría y como posteriormente señaló quien ocupó su posición en la tribu, murió de cansancio. El viaje ha sido muy largo y pesado y los dioses no han tenido misericordia de él, tal vez se han vengado por tratar de ocultar y no cumplir los deseos que solicitaron.
Kenie mira a su alrededor y ve con pena, como su padre también se encamina hacia el descanso eterno. Lejos, alejado de la maldad humana y divina. Adelanta ambas manos, luego las lleva hasta su cara y la cubre en su totalidad para murmurar unas palabras lenta y cadenciosamente. No necesita que las oigan. Su dolor es intenso, constante. Pese a ello, sabe que ese sentimiento es algo inherente a su cercana juventud.
En pocos segundos su mente rememora tiempos pasados.
Fue un niño con suerte, pudo pasar por todas las etapas hasta convertirse en un hombre. No le ocurrió como a otros, desaparecidos o muertos antes de cruzar el umbral de la puerta de acceso a la juventud. Antes, poco antes, perdió a su madre. Ella no pudo asistir a la fiesta que la tribu organizaba cada año en el mes de Maa, tal y como estaba previsto, es decir, veintiocho días antes de que las hojas de los árboles cambiaran el profundo verdor por el ofrecido en el otoño, allá por los meses de Kal, For y Bre y parte de Aná, cuando las nieves se adueñaban del valle y las montañas vigilantes se convertían en una fría estampa invernal carente de alegría.
Su padre enviudó tres días antes de la fiesta anual del Donere, los funerales tuvieron que retrasarse. Los dioses así lo disponían. Con la pena rodeando su cuerpo y mente, pidió a los dioses ser uno de los elegidos, no sabía que ellos ya habían decidido, razón por la que su madre murió. También vio como algunos de sus compañeros y amigos de juegos, no volverían a hacerlo, pues aquella misma noche salieron en compañía del Más Anciano camino del destino fijado por los crueles dioses.
A medida que su joven cuerpo se convertía en el de un hombre, asistió cada año a la Donere y al despedir a los Calos; jóvenes designados por los dioses para hacer el gran viaje; preguntó a su padre.
—¿Por qué deben marcharse?
—Los dioses así lo disponen.
—¿Cómo los eligen?
—No tengo respuesta para darte, se escapa a mis conocimientos, no soy el Más Anciano
—¿Siempre ha sido así?
—Siempre, Kenie. Ellos son quienes dirigen nuestras vidas. A quienes debemos decir como os llamamos y así poder fijaros una señal en la espalda.
—Padre ¿Dónde van los Calos?
—Nadie lo sabe hijo, está prohibido acompañarlos más allá de la marca. Solo el Más Anciano acompaña a los elegidos hasta el lugar designado. Camina a su lado hablándoles, preparándolos para fortalecer sus mentes, y cuando el sol rompe el horizonte ese día los abandona y regresa a la aldea.
—Algún día seré un Más Anciano y acompañaré a los Calos hasta su destino, hacia el final del gran viaje.
—Eso no será posible hijo, de lo contrario la tribu sufriría las consecuencias. Además, aun eres muy joven y no siempre se hacen realidad los deseos.
—¿A qué te refieres padre?
—Solo uno es elegido Más Anciano y no depende de nosotros.
—¿De quién entonces?
—De los dioses. Debemos esperar a que decidan si vivimos o no, si conseguimos la ancianidad a veces imposible, quizás podamos ser nombrados por ellos.
—No importa, lograré serlo e intentaré hablar con los dioses, les diré que no deben continuar con esa costumbre tan cruel. Dejan a nuestra aldea sin jóvenes, sin futuro, pero sobre todo sin el apoyo que necesitan nuestros mayores.
—No te preocupes por eso ahora, solo agradece no haber sido llamado por ellos antes y conseguir hacerte un hombre.
—Lo haré padre, de momento, pero no lo olvidaré.
Kenie mantuvo su cara cubierta, miró el cuerpo de su padre, respiró profundamente y repitió en un susurro las mismas palabras, Padre te prometo cambiar todo esto, posiblemente no llegue a ser un Más Anciano, pero se acabarán los Calos para siempre.
Otro Más Anciano fue nombrado por los dioses sustituyendo al último. Él cumplió los veinte años para a ser llamado Marok, dada la costumbre al morir su padre, de añadir una letra k a su nombre Maro. Sin embargo, siempre quiso utilizar su segundo nombre, Kenie, como apelativo, como apodo. Se mezcló con los otros Mosere; jóvenes con edad superior a los veinte años. Cada día practicaba las artes de la lucha, caza y estrategia, a fin de conseguir despuntar y lograr ser nombrado responsable de la defensa de la aldea. De algún modo su ser le pedía acercarse a las más altas metas, pero, sobre todo, obtener la confianza para ser nombrado Más Anciano algún día.
Una mañana del mes Ubo, en plena primavera, antes de que Nie diera comienzo, regresa de cazar con un grupo de Mosere a su cargo. Sostiene, junto a otro en sus hombros, una gran rama a la que han atado el cuerpo de un pesado jabalí macho. Con los colmillos tiene intención de hacer dos colgantes, uno para obsequiárselo a su futura esposa, si los dioses se lo permitían y acertaba con la elección de la mujer. El otro, para colgarlo en su propio cuello. En esos pensamientos se encuentra cuando al bajar una ladera, antes de cruzar el último arroyo y descubrir la aldea, un ruido le hace detenerse. Pide al grupo guardar silencio mientras el permanece quieto sobre el camino.
Requiere a sus Mosere dejar las piezas de caza y a dos de ellos, acompañarle sin hacer ruido. De nuevo un crujir de ramas y plantas, tal vez un animal herido trata de ocultarse —piensa mientras prepara su venablo—. Saca la espada corta de su cintura y con ella sujeta en la mano derecha con el venablo en la izquierda, avanza cautelosamente. Deja a sus dos compañeros cubriendo los flancos. Una especie de gemido o gruñido le avisa de estar cerca del animal. Camina y espera a sus dos compañeros hasta presentarse frente a la entrada de una pequeña cueva tapada por arbustos.
—Esperar aquí —señala imperativamente— entraré arrastrándome, la entrada es reducida.
—Ten cuidado Kenie, no sabes si encontrarás una alimaña.
—Lo pondré, al menor aviso entrar, no antes.
—De acuerdo —responden.
Pone el venablo por delante mientras se adentra en la cueva. El calor aumenta a medida que se desliza con precaución hacia el interior. De repente siente como algo se opone a que continúe avanzando. Imprime más fuerza y se contiene momentáneamente, no quiere pedir ayuda. Poco rato después cesa la oposición y él deja de empujar. Él y el posible animal herido, se mantienen quietos, en silencio y expectantes. Al cabo de un buen rato y mientras sus compañeros comienzan a impacientarse, oye un gemido. Ahora se diferencia claramente de un gruñido. Tantea sobre su cabeza antes de seguir avanzando y de nuevo pone el venablo por delante. En el otro extremo, algo desvía su esfuerzo hacia un lateral. No da muestras de ser un animal. Retira la corta lanza y la sustituye por la afilada espada. Se impulsa y avanza por el estrecho túnel hasta desembocar en una cavidad más amplia. Los gemidos continúan. Intenta situarlos mentalmente, dada la oscuridad absoluta que le impide ver. Espera para levantar su cuerpo, hasta ahora semi agachado, gira a su derecha y luego a la izquierda. Mueve la mano que sustenta la espada, aunque no tropieza con roca o animal alguno. Tras unos segundos, los suficientes para mantener precaución y cierto temor a lo desconocido, aunque dominado, se dispone a hablar.
—¿Quién anda ahí? —señala con voz profunda.
Silencio es cuanto oye. Sin embargo, comienza a escuchar un gemido seguido de otro, que traduce como lamentos.
—No debes temer nada. Quien quiera que sea, no te haré nada —vuelve a decir— Puedo ayudarte. Verás, dejaré mis armas en el suelo, sin es lo que te producen temor. Responde por favor.
Nada, no hay respuesta. De nuevo un gemido, en esta ocasión acompañado de un ruido semejante al leve arrastre de unos pies desnudos sobre el suelo.
—Haremos una cosa, quédate donde estés. Yo intentaré hacer fuego, así podremos vernos ¿Te parece bien?
El gemido en esta ocasión lo interpreta como un asentimiento, por lo que extrae un trozo de estopa. Lo coloca junto a sus pies, luego con dos piedras de pedernal comienza a golpearlas con ritmo. Las chispas tratan de unirse a la mecha de estopa. Al cabo del enésimo intento, una pequeña llama se inicia en el suelo de la cueva. Deposita cuatro ramas secas y cortas sobre ella e inicia una hoguera.
Kenie respira humo y tose, luego se retira dando dos pasos atrás. Se aleja de la hoguera y recorre con su mirada el perímetro de la cueva ahora iluminado. Al acabar y frente a una roca, aparece el cuerpo de una mujer en cuclillas. Con su mano derecha sujeta con determinación una gruesa rama acabada en punta. Sus largos cabellos descansan enmarañados sobre sus hombros desnudos, como su torso y resto del cuerpo, solo un corto taparrabos cubre mínimamente la cintura y parte de los muslos. La mira y espera pacientemente.
—Ven, acércate, no te haré ningún daño. Me llamo Kenie. Soy jefe de quince Mosere y regresamos a nuestra aldea después de una jornada de caza ¿Cómo te llamas?
La mujer se incorpora tímidamente, aunque con temor. Abandona la rama depositándola en el suelo y con esfuerzo se levanta sobre sus pies. Intenta caminar hasta Kenie, pero inicia una caída hacia el fuego. Sin pensarlo dos veces, la sujeta evitando el encuentro con el suelo. Al sostenerla palpa algo húmedo y pegajoso. Es sangre y no deja de manar del costado izquierdo. La recuesta cerca de la lumbre y sale de la cueva en busca de ramas para mantener y aumentar el fuego y calor. Después se quita la camisa de piel que lleva y cubre el torso y hombros de la mujer. Luego llama a uno de sus hombres.
—Mirca ¿puedes traerme una medida de agua? No temas, no hay peligro.
—Claro, ahora mismo —responde a través de la entrada de la cueva.
—Trae también mi manta de piel de oso.
—Bien.
Mirca aparece minutos después portando lo solicitado por Kenie.
—Ahora escucha, regresar a la aldea y pedir al Más Anciano autorización para llevar a esta mujer allí, yo me quedaré hasta vuestro regreso con la respuesta.
—Como digas, te dejaremos un par de mantas más y algo de comida.
—Gracias, no sé cómo será de fría la noche. Antes de irte, por favor preparar unas cuantas antorchas, así podré restañar una herida sangrante. No tardéis mucho.
—Tranquilo, te avisaremos con el cuerno al acercarnos cuando volvamos.
—Entonces ve a por las mantas, la comida y el agua y no os retraséis mucho, la noche se echa encima.
—Claro Kenie.
Sitúa estratégicamente las tres antorchas, pone leña en la hoguera y busca un rincón resguardado para dormir. Cuando coloca a la mujer sobre una de las mantas, despierta del desmayo y abre los ojos. Gime y mira asustada e interrogativa a Kenie.
—Tranquila no temas —repite en dos ocasiones— si me dejas trataré de curar esa herida. Antes la limpiaré con agua, y una vez aliviada , comeremos algo, luego descansarás. Mañana vendrán a recogernos mis hombres e iremos a mi aldea.
—Gracias —murmura entrecortadamente.
—¿Cómo te llamas? ¿Qué te ha ocurrido?
—Mi nombre es Nima.
—¿De qué tribu eres? ¿Dónde está tu aldea?
—Pertenezco a la tribu Socoa y mi aldea está a una luna de aquí.
—He oído hablar de vosotros, aunque tú eres la primera de esa tribu a quien veo. Ni siquiera sé si somos enemigos.
—No lo creo, nuestra tribu no es belicosa, se conforma con vivir, si los dioses nos dejan.
—¿Cómo dices?
—Cada año nuestro Chamán se pone en contacto con los emisarios de los dioses y tras elegir a un número de jóvenes, los acompaña hasta un lugar marcado por ellos. Nos abandona allí hasta que vienen a recogernos.
—¿Has estado con los dioses?
—No llegué a verlos, me escapé hace una semana, desde entonces no he parado de huir.
—¿Y esa herida?
—Me dispararon con algo desconocido al ver como escapaba.
—¿Quiénes, los dioses?
—No, sus guardianes —dice mientras se queda y lleva su mano al costado herido.
—Ahora guarda silencio, curaré esa herida y más tarde me cuentas.
Durante la siguiente hora Kenie limpia con cuidado la herida con agua que extrae de uno de los pellejos, luego la cauteriza con el cuchillo incandescente y la cubre como puede. Nima vuelve a desmayarse, cuando vuelve en sí, sonríe agradecida, toma su mano y la lleva hasta su pecho izquierdo desnudo, luego vuelve a cerrarlos. Kenie, abre la bolsa que contiene los utensilios para cocinar y comienza a preparar algo para comer, a la luz y calor del fuego de la hoguera. Ella suspira y mira con atención cada movimiento de Kenie.
La noche ha caído y el frío de las montañas se desliza por la entrada de la cueva acariciando las llamas, balanceándolas y haciéndolas danzar a un ritmo absurdo y desacompasado. La herida ya no sangra y el color de su frente y pómulos por la fiebre, se desvanece a medida que las horas pasan. Se tumba cerca de Nima y la observa detenidamente antes de que cierre sus ojos para descansar. Minutos después él cae dormido profundamente.
Nada más despertar se arrastra al exterior de la cueva para cortar ramas y mantener el fuego de la hoguera a punto de apagarse. Al entrar, la mujer está en pie tratando de colocarse la camisa de Kenie y así cubrir su cuerpo desnudo. Al verlo entrar le mira con ternura.
—Gracias por atenderme y cuidarme, mi gente te lo agradecerá siempre.
—¿Qué tratas de decirme?
—Que puedo volver a mi aldea, me siento mucho mejor.
—No debes, aún no te has curado totalmente de la herida. Además, volver sola y caminar por estos valles posiblemente sería tanto como encontrar la muerte.
—No me importa, ya estuve cerca de ella en el encuentro con los guardianes de los dioses.
—Lo supongo, pero si como dijiste, esos guardianes te persiguieron, es posible que todavía sigan buscándote, tal vez lo primero que harán será ir a tu aldea y aguardar allí tu aparición.
—Es posible, tal vez tengas razón, pero debo hablar con mi padre.
—Será mejor ir a mi aldea y cuando te hayas recuperado completamente, yo mismo te acompañaré a la tuya. Entonces es posible que se hayan olvidado y puedas continuar viviendo en paz.
—Eso no ocurrirá nunca. ¿Quieres ayudarme a ponerme tu camisa?
—Claro. ¿Qué paso con tu ropa?
—Nos la quitan nada más entrar en la gran gruta de los dioses y nos dan otra a cambio. Cuando escapé me la quité y conseguí el taparrabos de un hombre a quien golpeé.
—Esperaremos a mis hombres, ellos traerán ropa, mientras deberías contarme como son en tu aldea, a que se dedican.
—De acuerdo, esperaré, pero en cuanto me recupere volveré a mi aldea.
—Bien.
Mientras Kenie calienta en un recipiente de metal leche de oveja extraída de uno de los odres, Nima se cubre con la manta de piel y se recuesta sobre una de las rocas. Le ofrece el recipiente y dos tortas de maíz, las únicas que hay. Las come con ansia, como hiciera con las que tomó por la noche. Al acabar advierte que Kenie no ha comido nada.
—¿Tu no comes?
—Lo haré cuando lleguemos a la aldea
—¿No queda comida?
—Apenas nos quedaba, estábamos a punto de llegar a la aldea y la agotamos.
—Lamento haber acabado con lo que tenías, llevaba días alimentándome de raíces únicamente. Gracias. Esto lo conocerán en mi aldea y te compensarán.
—No es preciso.
—Si lo es. Has sido generoso conmigo. Me has respetado, además de salvarme la vida.
—Todos en mi tribu se comportan así, más si se trata de mujeres solas y heridas.
—Gracias de nuevo.
Al cabo de tres horas oyen en la lejanía el ulular de un cuerno, tal y como solicitara Kenie a sus hombres.
—No tardarán mucho en llegar, si te parece, recojamos todo esto y salgamos de la cueva.
—Claro.
El tiempo pasa con rapidez. Junto a cuatro Mosere se acercan a las colinas que rodean la aldea. El Más Anciano rodeado por el resto de la tribu, camina al encuentro de la desconocida que acompaña a Kenie tan Maro, Kenie hijo de Maro. La Luz del sol ilumina el rostro de Nima, sus largos cabellos negros, aun enmarañados y sucios, dejan ver, sin embargo, unos ojos negros brillantes y vivarachos. Su cuerpo no parece tener más de dieciocho muntus (años) y sus pies descalzos, aún permiten ver las heridas producidas por las sogas con que los ataron.
Torke, el Más Anciano se dirige con la mano derecha alzada sobre su pecho para darles la bienvenida.
—Acércate mujer desconocida —dice parsimoniosamente— déjame verte.
Nima se acerca tímida hasta el anciano y se deja observar. Luego a un ademán de Torke, cuatro mujeres avanzan hasta ella y la invitan a acompañarlas hasta una de las cabañas.
—No temas —señala— te ayudarán a asearte, proporcionarte ropas nuevas para vestirte debidamente. Al acabar te acompañarán hasta nuestra cabaña principal, allí te esperaremos todos, queremos escuchar tu historia.
—Gracias anciano.
Kenie relata al grupo cuanto ocurrió hasta encontrar a Nima. Tiene tiempo para comer algo y recoger otra camisa de piel para cubrir su torso lleno de señales y cicatrices. Cuando Nima aparece ante sus ojos, aseada y con las ropas apropiadas, el corazón de Kenie se altera sin darse cuenta. Aquella mujer resulta muy hermosa, y ahora la veía con otra mirada, tal vez podría ser la mujer para elegir. Si dispone de tiempo incluso puede pedirla en matrimonio, si el Más Anciano se lo permite. Cuando ella acaba de contar su historia, él queda encargado de mostrarle la aldea y mencionar las costumbres que debe guardar. Después la acomoda en su cabaña y él se retira a uno de sus compañeros célibes.
Cada mañana la visita a fin de conocer cómo evolucionan sus heridas, y cada día, al mirarla, le parece aún más bella, de modo que nada más verla siente un desasosiego imprudente que le hace retroceder hasta la puerta de la cabaña, desde donde le habla distante. Al décimo día ella advierte cuanto sucede y le espera en la puerta de la cabaña.
—Buen día Kenie.
—Buen día Nima.
—Hoy no quiero que me hables desde la puerta, conozco cuanto te sucede y me siento halagada. Eres un buen hombre y tú también me gustas a mí. No me importaría vivir contigo, pero alguien me espera en mi aldea.
—Lo siento. Siendo haber dejado ver cuánto me sucede estos días, sobre todo mis sentimientos. No sabía que te esperaba alguien. De verdad lo siento.
—No es lo que imaginas, allí me espera mi padre y solo él puede darme el consentimiento para casarme con alguien de otra tribu, esa es nuestra Daka (costumbre) No debes preocuparte.
Los días del mes Nie se acaban, se inicia el mes de Cao (equivalente al mes de mayo). Nima ya recuperada, está dispuesta a volver a su aldea y él a ser su acompañante, como había prometido. Ahora más que nunca, no consentiría que pudiera ocurrirle algo. Antes de acabar la tarde, cuando el sol se acerca al pico de las colinas para esconderse, ambos se encaminan cogidos de la mano hasta la cabaña del Más Anciano.
—Nima está completamente repuesta y desea regresar a su aldea —señala Kenie a Torke, el Más Anciano.
—Lo sé, ese fue su compromiso y el nuestro. Podéis salir cuando queráis, estáis autorizados, si bien me gustaría oír de tus labios Kenie, que estarás aquí para celebrar nuestra fiesta del Donere.
—Desde luego, regresaré antes del mes de Maa (equivalente al mes de agosto) si no surge algo que lo impida.
—Espero que no. Que los dioses sean benignos con ambos.
—Gracias Más Anciano —señala Nima— pero antes de despedirme de toda la tribu, me gustaría conocer algo. Deseo formular una pregunta.
—Claro, si puedo responderte lo haré con sumo placer.
—En mi aldea nuestro Chamán es el único que recibe la visita de los enviados de los dioses, él es quien señala quienes deben acompañarlos a presencia de ellos ¿Ocurre aquí algo similar?
—Más o menos, ellos, me refiero a los dioses, nos indican el periodo en que deben concebirse los hijos y de acuerdo con el mes de nacimiento, yo debo marcar el nombre de cada nacido y entregarles una lista en la primera visita. Luego cada año celebramos en el mes de Maa una fiesta donde se nombra a los elegidos por los dioses, de acuerdo con la señal impuesta. Más tarde debo llevarlos hasta la Marca, donde sus enviados y guardianes recogen a nuestros jóvenes varones y mujeres de 12 muntus, así como adultos, si lo pidieran. Con ello cumplimos nuestras obligaciones y no nos piden más durante el resto del año. ¿Ocurre igual en vuestra aldea?
—No, Más Anciano, nuestro Chamán recibe una petición de los enviados, reúne a la tribu y decide quien debe presentarse, pero no a edad temprana. Solo van aquellos que han superado la edad de 18 muntus, como decís vosotros. Gracias por la respuesta y por atenderme durante estos días, mi tribu conocerá vuestra hospitalidad.
—Nos ha complacido cuidarte.
Salen de la cabaña principal y recorren el espacio que les separa de la de Kenie. Ella entra para recoger los obsequios hechos por las mujeres de la tribu, luego se acerca a Kenie y le abraza llorando. Cuando se calma, la acompaña a despedirse de todos. Más tarde vuelven a su cabaña. Es el momento de poner alrededor de su cuello uno de los colmillos del jabalí cazado el día en que se conocieron. El otro colmillo lo llevará colgado de su cuello, bajo la camisa, así ambos formarán la unidad soñada. Sabe que solo ella es la elegida para ser su esposa. Pedirá al Más Anciano autorización a su regreso. Salen antes del amanecer.
2 – Nima regresa a su aldea
La distancia hasta la aldea de Nima es grande, más o menos a una luna. Son muchos días y en mitad del camino posiblemente encuentren la marca señalada por los dioses para la entrega de los jóvenes de ambas tribus.
Kenie mira con entusiasmo a Nima, la invita a seguirle para atravesar el primer arroyo. Conoce bien los pasos y lugares más adecuados para no mojarse los pies, ahora cubiertos con gruesas pieles de castor. Ella lanza su mano al encuentro de Kenie, pero ya no la suelta hasta que el sol se eleva hasta su vertical. Al cabo de tantas horas de caminar, el hambre inicia una llamada a través de ambos estómagos vacíos. No encienden fuego, ni beben leche, solo lo hacen por la noche, a resguardo de alguna gruta. Carnes secas dispuestas en pequeñas tiras es el único alimento a fin de evitar hacer un fuego y puedan descubrirlos. Se sientan a la sombra de unos frondosos árboles y comen durante el momento que han aprovechado para descansar. Pese a no tener prisa, tampoco deben demorarse mucho, él debe volver, lo ha prometido.
Durante la primera semana comentan las costumbres, muy similares, de sus respectivas tribus. Por las noches estiran una de las mantas sobre el suelo para resguardarse del rocío de la mañana. Se tapan con otra. Kenie acepta esa situación después del cuarto día y ante la insistencia de Nima. Sin embargo, cada noche espera a que ella se duerma antes de dejar su cuerpo yacer al lado de ella. Más o menos espera una hora, según el desplazamiento de la estrella en el cielo, por la que se guía. El calor de la manta, unido al suave tacto de la piel de Nima, aumenta sus sujetos deseos de acariciarla. Sin embargo, no se permite un solo momento de debilidad. Es la razón por la que entretiene el tiempo que precede a dormir, colocando en el terreno circundante, algunas trampas para evitar que se acerquen o ronden animales una vez se hayan dormido. Al cabo de quince días Nima pregunta.
—¿Por qué no te echas a dormir cuando lo hago yo?
—Debo prevenir la aparición de algún animal, pongo algunas trampas con ramas, así el ruido que pueden provocar me despertará.
—¿Estás seguro?
—Claro.
—¿Incluso cuando dormimos en alguna cueva?
—Desde luego.
—Me mientes, lo sé.
—No. No lo hago, puedes ver las trampas.
—No dudo que las pongas, pero tardas mucho en colocarlas cada noche.
—Así es mejor, además, prefiero aguantar el fuego echando leña.
—Lo suponía, aunque no me convences. Han transcurrido quince días desde que salimos y estos lugares comienzan a ser conocidos. Por cierto ¿puedo saber a qué obedece la señal que llevas en tu espalda?
—Es la que nos ponen obedeciendo las leyes de los dioses ¿Cómo es?
—¿No la conoces?
—No.
—Espera, a nosotros también nos hacen marcas en el cuerpo, mira la mía, la tengo en el mismo lugar que tú.
—Pero Nima, nos está prohibido mirarlas. Nuestro Más Anciano así lo dice y debemos respetarlo, han de ir siempre ocultas para los demás.
—Lo sé, también a nosotros nos imponen esa norma, pero ¿no crees que al ser de otra tribu podemos verlas?
—Tal vez.
Nima se deshace de la camisa y deja su torso desnudo. Espera un instante, da la espalda a Kenie y dice.
—Fíjate, está ahí, verás —dice tomando su mano para llevarla sobre la señal.
—Ya veo
—Mírala bien, luego quiero que la dibujes en el suelo. Yo haré lo mismo con la tuya.
—De acuerdo.
Hace ademán de retirar la mano, sin embargo, ella la retiene. Se da vuelta y enfrenta su cuerpo al de Kenie. Sus senos desnudos están separados por el cordón que sujeta el colmillo de jabalí con que la obsequió sin decir la verdadera razón. Sin tiempo para mencionar palabra alguna, retiene la mano de Kenie hacia el colgante arrastrándola por el desnudo pecho. El nota de inmediato un sofoco que le invita a intentar soltarse, pero ella vuelve a impedírselo y acerca sus labios a los de él. Antes de besarle pregunta.
—¿Que significa este colgante? Me lo pregunto desde el día en que me lo pusiste.
—Solo un obsequio, ya te lo dije.
—¿Solo eso?
—Sí, y por favor, cúbrete. No debemos permanecer así, necesitamos continuar el viaje.
—Antes quisiera… —no termina la frase.
—Antes, nada, Nima.
—Está bien, como quieras, pero debes dibujar la señal y yo mirar la tuya.
—De acuerdo, pero luego nos iremos, hoy cambiaremos de camino, no quiero tropezar con guardianes de los dioses.
—¿Y si tropezamos con ellos que harás?
—Luchar.
—Entonces veamos las señales, luego haremos cuanto dices.
Nima se vuelve de espaldas y él fija su mirada con atención. Dos figuras semejantes a soles con nueve puntas cada una, aparecen separadas por un signo parecido a dos colinas gemelas y unidas. Memoriza las marcas y suspira al notar que Nima se vuelve de nuevo. En esta ocasión para abrazarle con fuerza llevando sus labios otra vez junto a los de él.
—No, no debemos. Por favor Nima.
—¿No vas a desposarme?
—Esa es mi intención y deseo, pero primero necesitamos la autorización de nuestros mayores.
—Lo sé Kenie.
—Por favor, no me hagas más difícil esta travesía.
—Debes prometerme que te meterás en la manta sin esperar. Ahora déjame ver tu marca para dibujarla junto a las mía.
Kenie da la vuelta y se quita la camisa. Nima besa una y otra vez la espalda hasta llegar a la marca. Él tiene tres soles idénticos, aunque separados por dos líneas rectas. Después de dibujarlos, se pone la camisa e insta a Nima a vestirse.
—¿Te has fijado, los soles son idénticos?
—Es cierto. ¿Qué pueden significar?
—No tenemos donde confrontar para comprobarlos.
—No importa, ya tendremos tiempo cuando lleguemos a tu aldea.
—¿Piensas desobedecer la norma?
—Definitivamente sí. Hace tiempo prometí a mi padre que intentaría ser un Más Anciano y así poder hablar con los dioses.
—¿Para qué?
—No es justo dejar una aldea sin jóvenes, siendo como somos el sustento de nuestros mayores. Yo tuve suerte y no me llevaron, pero otros se van para no volver. Pero dejemos esta conversación, me pone de mal humor, salgamos y comencemos a caminar.
—Como quieras, futuro esposo mío.
—Por favor Nima, todavía no tengo la promesa ni autorización.
—La conseguirás, mi padre no te la negará, estoy segura.
—¿Y qué dirá cuando sepa que no estás con los dioses?
—Se pondrá contento, ya es mayor, y como tú, tampoco está de acuerdo con ellos.
Nima toma con fuerza la mano de Kenie y le mira con cariño, sin decir palabra alguna. Luego apagan la hoguera y echan tierra sobre ella, también sobre los dibujos de sus marcas en el suelo. Más tarde comienzan a caminar hacia el oeste, deben dar un rodeo para evitar la Marca de los dioses.
Dos días antes de divisar la zona donde está enclavada la aldea de los Socoa donde esperan encontrar al padre de Nima, ambos sienten el cansancio acumulado y aprovechan un momento para sentarse. Ella le advierte que a jornada y media llegarán a la aldea, por lo que el resto del día pueden tomárselo de absoluto descanso. Se acercan a un arroyo para asearse, luego descansan hasta la mañana siguiente cuando reinician el camino. Buscan una cueva donde acomodarse.
—Haremos cuanto dices Nima, pero debemos tener cuidado, desconocemos si aún hay gente buscándote.
—Creo que se habrán olvidado de mí.
—No podemos estar seguros. Busquemos una cueva, luego saldré a comprobar los alrededores. Mientras tanto no te muevas, ni hagas fuego.
—Como digas futuro esposo —dice sonriendo.
Deja a su futura esposa en una cueva cercana a una garganta por donde discurre un arroyo, comprueba sus armas y sale en busca de algún animal para asar. Recorre el perímetro de un gran círculo imaginario cuyo centro lo fija en la cueva. Ella le dice.
—Ten cuidado por favor, tengo miedo —dice antes de que salga Kenie.
—No te preocupes, no tardaré mucho, me entretendré el necesario para cazar, como he previsto.
—Tal vez sea mejor.
—De acuerdo, te prometo regresar pronto, así podrás bañarte cuando el sol esté más fuerte y pueda vigilarte.
—Gracias —dice abrazándole con fuerza.
—Tranquila, el colmillo te cuidará por mí. Apriétalo con fuerza si ocurriera algo y acudiré al sentir tu llamada en el mío. Nuestros corazones están unidos.
—Lo haré, pero por favor, no tardes.
—Te lo prometo.
Regresa con dos conejos colgados de su cintura. Se fija en el sol, la sombra le indica ha cubierto todo el espacio previsto y cuando camina en dirección a la cueva, debe ocultarse. Las voces de dos hombres le indican que se acercan en su dirección. Hablan sin cuidado alguno, alzando sus palabras con fuerza. Se echa al suelo y su cuerpo queda cubierto tanto por la esperanza de no ser sorprendido, como por la espesura de líquenes y gruesos troncos de pinos y robles. Al verlos acercarse a su altura, se fija en la indumentaria. No la conoce. Sus piernas no van desnudas como las suyas, están cubiertas con unas telas en forma de tubo que las cubren desde la cintura, a la que rodea un cinturón, hasta los pies. Desde la cintura hasta el cuello, van cubiertos por una camisa del mismo color, que tapa sus brazos y deja desnudas las manos. Sobre la cabeza, una especie de casco de idéntico color tapa sus orejas. Va sujeto con una cinta por debajo de la barbilla. Si no los hubiera visto tan cerca podría haberlos confundido con matorrales. Entre sus brazos sujetan algo similar a un venablo oscuro que se ensancha por uno de los extremos.
Guarda silencio y espera a que desaparezcan, sin embargo, cuando se dispone a salir del escondite, advierte que otros dos hombres con idénticas vestiduras, se acercan sin hablar. Llevan en uno de sus brazos el extraño venablo y con el otro sujetan a Nima. Ella camina a trompicones. El colgante ha desaparecido, no lo lleva colgado de su cuello, también la ropa que cubría su cuerpo, camina desnuda. La boca va cubierta con algo que la impide gritar. Espera a que sobrepasen su posición, mientras, calcula el tiempo que ha transcurrido desde que los otros dos hombres desaparecieron. Cuando tiene sus espaldas a la vista, baja hasta el camino sin hacer ruido, pone una flecha en el arco y dispara. Con idéntica destreza y velocidad lanza una segunda. Instantes después y sin hacer ruido, corre hasta donde ha quedado Nima. No puede gritar y mira asustada los cuerpos inertes de aquellos dos hombres.
Kenie la toma en sus brazos, retira la tela que cubre su boca y sin hablar, le pide guarde silencio. Toma los dos tubos negros y la mano de Nima y corren hasta desaparecer en la espesura del bosque. Solo cuando calcula que han caminado suficiente, se esconden cerca de la cueva y en voz baja pregunta.
—¿Qué ha ocurrido, Nima?
—Bajé al arroyo a bañarme y cuatro guardianes me encontraron. No me dio tiempo a gritar, solo dijeron, esta es la que se nos escapó, la culpable de la masacre ¿Qué significa masacre?
—No lo sé Nima. Ahora vamos a la cueva, rescatemos los utensilios y encaminémonos a tu aldea, sin parar, sin baños, ni hogueras.
—Claro, lo que tú digas. He pasado mucho miedo.
—Te has portado como una cría desobediente.
—Lo sé, perdóname.
—Vamos.
—Espera, debo recoger tu colgante y mi ropa.
—Hazlo, pero rápido.
Bajan hasta donde Nima escondió su ropa, se la pone y cuelga de nuevo el amuleto. Luego caminan hasta la cueva, recogen mantas, odres de agua y leche y salen en dirección contraria a la que llevaban los guardianes de los dioses. El resto del día mantienen silencio. Solo lo rompe él para preguntar por su estado. La obediencia no parece ser una de sus mejores virtudes, de eso ha dado muestras, posiblemente las mismas que la hicieron rebelarse y huir de aquellos guardianes —piensa Kenie— sin embargo, está satisfecho de su carácter rebelde, de no ser por él, no la habría conocido. No obstante, debe hablar con ella muy seriamente. Está claro que no calcula debidamente el riesgo, la vida de una persona no puede depender de la suerte, como en las ocasiones vividas, sin contar las que probablemente pudo tener con anterioridad.
De vez en cuando se paran, beben y reponen fuerzas. La última noche duermen sobre las ramas de un gran roble, abrazados y atados a tras más gruesa para evitar caerse. Al despertar sus músculos están entumecidos por la postura mantenida durante toda la noche. Le cuesta soltarse de Nima, quien al abrir los ojos le mira con cariño.
—No volveré a desobedecer tus recomendaciones. Te lo prometo Kenie
—No quiero que lo prometas, solo que pienses un momento cuanto haces y el riesgo que corres poniendo tu vida en peligro y también la mía. No puedes esperar a que la suerte vaya siempre de cara, alguna vez te dará la espalda y entonces yo no sabría qué hacer si faltaras.
—Es cierto y lo siento mucho. Te pido perdón.
—Lo tienes. Ahora pon cuidado al bajar.
Antes que los rayos del sol caigan perpendiculares, Nima advierte lo cerca que se encuentran de su aldea. No obstante, siente una extraña sensación en su corazón. El acostumbrado humo de las hogueras y el jolgorio de los niños con sus juegos, no se oyen. Lo comenta con Kenie y él la atrae hacia él con fuerza y determinación.
—Ha debido ocurrir algo, deberíamos esperar a que anochezca para entrar en la aldea. Por favor Nima, haz cuanto te pida.
—Lo haré, no te preocupes esta vez.
—Ahora busquemos un lugar donde poder ocultarnos.
—Ven, conozco algunos cercanos.
Se alejan de la aldea, Nima avanza en primer lugar hasta encontrar la cueva donde jugaba de niña. La entrada está oculta tras una roca, si bien una pequeña rendija permite el paso de un solo cuerpo para desembocar en una amplia gruta.
—Aquí jugaba con mis amigas de la aldea cuando era niña. Mira, aun lo hacen otros niños. Ves, ahí hay muñecos, ropa y ¡espera! —señala asustada.
Kenie avanza hasta donde le señala. Ve acurrucado el cuerpo famélico de una niña, temblorosa y asustada, con los ojos hundidos.
—Déjame Kenie, si te ve se asustará más, es posible que me reconozca.
—Tienes razón.
Nima habla en voz alta y sosegada.
—Soy Nima, no temas.
La niña no se inmuta, solo levanta la mirada e intenta sonreír, aunque no puede. Se acerca y la rodea con sus brazos. La acaricia mientras tiembla y comienza a llorar. Mira a Nima y la abraza con fuerza extendiendo sus brazos alrededor del cuello. Kenie le ayuda a sentarse y cubre de inmediato a ambas con una de las mantas. No pueden hacer fuego, por lo que pasa uno de los odres con agua y se lo ofrece a la niña, Kina. Bebe con ansia. Más tarde saca una torta, se la ofrece y la niña la come con avidez. Al acabar se queda dormida. Nima no puede sacar una de sus manos, la niña se mantiene aferrada a ella con fuerza. Solo al cabo de un buen rato puede levantarse e ir al encuentro de Kenie que espera en pie junto a la salida de la cueva.
—¿Te ha dicho que ha sucedido?
—No. Parece tener mucho miedo.
—Entonces saldré en cuanto caiga el sol, trataré de llegar a la aldea y averiguar lo sucedido. Tal vez se ha perdido y están buscándola. Por favor no te muevas de aquí.
—Tranquilo, no saldré.
—Tampoco hagas fuego.
—De acuerdo.
Nima se acerca a la niña y la mira con ternura. Su pequeño cuerpo se mece acompasado con la respiración, sin embargo, al meterse entre las mantas, ve en la espalda de la criatura una marca similar a la que llevan ella y Kenie. Es un sol con nueve rayos y doble colina redonda.
—¿Qué edad puede tener Kina?
—Ocho muntus más o menos.
—Es extraño, solo tiene una marca como la tuya —señala Kenie.
—Claro, todos tenemos la marca, pero antes de llegar a los 18 muntus, los visitadores de los dioses hacen una visita, nos miran desnudas y al marcharse, el Chaman nos aplica con un objeto extraño una segunda marca.
—¿Cómo sabe el Chaman a quien debe poner esa segunda señal?
—El objeto habla, dice nuestro nombre.
—Ya.
Nima se recuesta sobre la manta e inmediatamente la niña la abraza con fuerza. Las cubre y se dispone a salir hacia la aldea. Abandona los tubos oscuros cobrados a los guardianes, toma su arco, flechas y venablo quedando al amparo de la noche. Antes se acerca a los labios de Nima y creyéndola dormida, la besa, ella le abraza.
—Escucha Kenie, mi padre se llama Numak, debes preguntar por el o que te lleven a su presencia.
—Gracias.
—Ten mucho cuidado y no te enfrentes a los guardianes.
—Si puedo lo evitaré.
No hay mucha luz para caminar por aquellos lugares desconocidos, no puede descuidarse. A lo lejos oye los gruñidos propios de un lobo. Durante el camino va pensando, analizando la similitud de las marcas pese a ser miembros de aldeas diferentes y separadas por la distancia. También analiza los motivos o razones de los dioses para provocar el alejamiento de los jóvenes de su tribu y de la que ahora va a conocer.
Tras subir una fuerte pendiente, descansa un momento para tomar resuello. Al sentarse sobre un tronco caído, ve junto al río, un grupo de cabañas similares a las de su aldea. Observa que no hay fuego nocturno, tampoco Mosere alguno haciendo guardia, ni perro que ladre advirtiendo su presencia. Aguarda unos instantes y escudriña el perímetro que le rodea. Solo encuentra silencio y oscuridad. Por fin se decide a bajar, lo hace con cuidado. Avanza aferrado a su espada con la mano derecha junto a la hilera de cabañas. Evita provocar sombra con la poca luz que la luna ofrece de vez en cuando.
De repente alguien corre la cortina de una de las chozas. Se refugia en uno de los laterales y espera confiando en que la figura del hombre que ve no sea la de un guardián de los dioses. Oye el sonido de unos pasos avanzar que se dirigen indefectiblemente hasta donde se encuentra. Toma la espada con más fuerza y espera el momento de enfrentarse al desconocido. Pero no ocurre lo previsto. El hombre camina con la mirada fija en el suelo, sin arma alguna entre sus manos. En dos ocasiones ve levantar su cara y mirar al cielo exclamando con voz quebrada unas palabras que no llega a descifrar, posiblemente por la distancia que les separa. No obstante, cuando el hombre llega a su altura, escucha.
—¡Oh dioses de mi aldea! ¿Por qué solo a mí? Os llevasteis a mi hija Nima, después a mi esposa Natal y ahora a mis amigos y sus familias. Solo soy un anciano, por favor llevarme con todos ellos, dejar que yo Numak, me reúna con ellos.
Al oír mencionar aquel nombre, Kenie sale de entre las sombras con la espada en la mano. Se pone frente al anciano, quien deja de caminar nada más verle.
—Por fin los dioses me han escuchado y te han enviado para quitarme la vida. Mejor, aquí tienes mi pecho, inserta en él esa espada cuanto antes y dejaré de sufrir.
—No anciano Numak, no vengo a quitarte la vida ni soy enviado de los dioses.
—Entonces ¿Quién eres?
—Soy Kenie de la tribu Partal, a una luna de esta aldea y vengo desde allí con tu hija Nima.
—¿Está viva? ¿Dónde está?
—Escondida en un lugar seguro junto a una niña llamada Kira de esta aldea.
—Gracias Kenie y bienvenido seas. Ven, pasemos a mi cabaña y me cuentas. Haremos fuego para calentarnos.
—Claro anciano, también yo deseo conocer algunas cosas.
—¿Eres guerrero?
—Algo parecido.
—Entonces ¿fuiste tú quien mató a los dos guardianes de los dioses?
—Supongo que sí. Se llevaban de nuevo a tu hija. Yo la amo y no tuve más remedio que hacerlo.
—Bien hecho Kenie, son asesinos.
—Por favor, cuéntame lo ocurrido anciano Numak.
—Si no te importa, antes me gustaría conocer como encontraste a Nima.
—Salí de mi aldea a cazar con un grupo de Mosere y al regresar oí un ruido, averigüe de dónde venía, era tu hija herida por los guardianes de los dioses. Se había escapado y la hirieron en su huida. La cuidé, curé y llevé a mi aldea para recuperarse. Luego quiso regresar para verte y pedirte autorización para casarnos. Iniciamos el camino de vuelta y a medio camino desobedeció mis advertencias mientras yo salí a cazar, se fue a un arroyo a bañarse. Allí la capturaron de nuevo y la encontré retenida por dos guardianes. Dijeron algo que ninguno comprendimos, algo relativo a una masacre, pero desconocemos esa palabra.
—Te estoy muy agradecido por lo que hiciste. Te habrá contado que cada año el Chamán de la aldea, elige a un grupo de jóvenes, niños y adultos. Los reúne y lleva hasta la marca de los dioses. Este año Nima junto a otros de su misma edad, fue elegida. Al cabo de diez días supe por los guardianes que se había escapado junto a otros dos jóvenes más, a quienes mataron. Vinieron a buscarla a la aldea y nos reunieron a todos diciendo que teníamos un día para entregarla o sufriríamos consecuencias. No sabíamos dónde buscarla, ni donde estaba, así se lo dijimos, pero no nos creyeron. Al día siguiente cogieron a un grupo de Cobol (Adultos de más de 40 muntus -años-) los agruparon frente a ellos y con los tubos negros que llevan, lanzaron unos ruidos poderosos provocándoles unas heridas mortales. Entre ellos estaba mi esposa Natal. Después de volver y amenazarnos, se retiraron hasta ayer en que volvieron a la aldea, gritando que alguien de nosotros había matados a dos guardianes e iban a vengarse. Fueron cabaña por cabaña y a cuantos jóvenes o adultos encontraron, los apuntaban con los tubos negros provocando esos ruidos para luego caer al suelo sangrando por las heridas causadas hasta morir.
—Entonces ¿solo tú quedaste vivo?
—No, cuando se marcharon los guardianes en la primera ocasión, me reuní con el Chamán y a pesar de señalarle mis sospechas, no quiso creerme, dijo que merecíamos el castigo por no obedecer a los dioses. Discutí con él y mientras él se refugió en su cabaña para orar, junto a dos mujeres jóvenes, comenzamos a preparar la huida hacia las montañas. Cuando llegaron los guardianes la segunda y definitiva vez, solo encontraron a algunos ancianos que como yo ya no tienen fuerzas para subir las escarpadas cumbres. También quedaron algunos niños que se encontraban enfermos. Los mataron a todos. Yo fui dándoles sepultura como pude, incluso al mismo Chamán que también mataron.
—Entonces si ya no queda nadie, saldremos a buscar a Nima y Kira, la niña que encontramos, luego decidiremos qué hacer.
—Gracias Kenie, pareces un buen hombre, mi hija tendrá suerte si la has elegido para ser tu esposa.
—Yo también, si nos autoriza a desposarnos.
—Hablaremos de eso más tarde, ahora por favor no vayas muy deprisa, apenas he comido en estos días y mis piernas flaquean.
—Apóyese en mí, le ayudaré, pero antes de salir necesito que me acompañe a la cabaña del Chamán, debo encontrar algo.
—Vamos, te guiaré, está a las afueras de la aldea.
Al entrar en la cabaña ve sobre una mesa una serie de objetos extraños y desconocidos. Se acerca, pregunta al padre de Nima si alguno de ellos es el que aplicaba el Chamán sobre la espalda de los niños y jóvenes. El anciano asiente y le señala uno de ellos. Kenie lo toma entre sus manos, lo mira e introduce en una bolsa de piel. Poco después retira el resto. Más tarde se acerca a una alacena cercana a un hogar negro, donde debía cocinar el chamán, la abre. Escondido descansa un tubo similar a los capturados a los guardianes. También numerosas cajas del mismo color negro. Minutos después, salen de la cabaña.
3 – Los Partal y los Socoa
La noche aún no ha decidido cambiarse por el día, aunque los primeros resplandores del amanecer trataban de arañar los picos de las montañas. Kenie y el anciano padre de Nima aceleran el paso y abandonan la aldea para incorporarse al bosque en dirección a la cueva, donde espera impaciente Nima. Es más costoso de lo que inicialmente piensa Kenie. El anciano le retrasa, debe ayudarle a subir y aún peor, a bajar las laderas. Durante el trayecto no oyen ruido alguno, ni tropiezan con guardianes de los dioses. Antes de llegar a la cueva, paran para descansar unos minutos. Más tarde el anciano Numak es el primero en entrar por la rendija, le sigue Kenie, quien nada más entrar suelta la pesada carga que lleva sobre el suelo. Observa el encuentro de padre e hija.
Un profundo y continuado abrazo sin palabras, les mantiene unidos durante largo tiempo. Solo lo interrumpen las lágrimas de ambos y las miradas tanto de él como de Kira, que permanece tumbada sobre la manta en el suelo. Durante unas horas el relato del anciano colma las expectativas de Nima, para luego escuchar las palabras de ella relata su aventura al escapar de los dioses y posterior encuentro con Kenie. El anciano se acerca a Kira cuando termina de escuchar y se fija para corroborar es uno de los niños enviados con los jóvenes cazadores fuera de la aldea, en dirección a las montañas.
—Antes me dijo que se perdió cuando iban camino de las montañas —dice Nima dirigiéndose a Kenie.
—Ahora eso no importa, regresaremos a mi aldea. Luego con un grupo de hombres iré a buscar a sus jóvenes a las montañas.
—¿Cuándo salimos? —pregunta Numak.
—Mañana. Hoy descansaremos todos, el camino es largo y pesado.
—Te lo agradezco, lo necesito.
—Todos estamos cansados —dice Nima apartándose de Kira y acercándose a Kenie.
—Será peligroso viajar, posiblemente los guardianes estén buscando supervivientes.
—No importa, también ellos pueden morir. Solo son hombres como nosotros. Además, tenemos sus objetos y esos tubos.
—¿Sabes utilizarlos?
—De momento no, pero aprenderé, supongo que no será muy difícil. Ahora saldré a buscar agua y algunas hierbas para calmar el cansancio, regresaré pronto.
No pueden permitirse hacer hogueras, el humo puede delatar su presencia, por lo que solo pueden comer carne seca y algunas tortas durante tres días. Ahora son dos bocas más que alimentar. Kenie piensa en cómo aumentar los alimentos.
Salen de la cueva con los primeros rayos de sol. El camino que deben tomar será distinto al que trajeron, solo deben rodear los parajes que los llevaron hasta allí. A medida que cierran etapas y pese al cansancio reflejado en el rostro de la niña y del anciano, el camino de regreso es agradable. Kenie unas veces se adelanta y otras se retrasa. Nada le da a entender que haya guardianes buscándolos.
La leche de oveja se acabó en la primera semana, por lo que Kira no tiene más remedio que alimentarse como un adulto. Al décimo día deciden buscar una cueva. Encuentran una cercana a un arroyo con dos salidas. Así podrán aventurarse a encender fuego. Mientras tanto, Kenie sale a cazar algún conejo con que saciar el hambre o secarlo para comer más adelante. Nima hace guardia temerosa de que suceda lo mismo que días atrás. Espera el regreso de Kenie para sustituirla en la guardia, junto al arroyo y así ella y Kina pueden bañarse. Al regresar.
—Estuve pensando sobre cuanto mencionaste estos días —señala el anciano a Kenie—supongo tienes razón.
—Yo sin embargo estoy convencido. Tanto a los Más Ancianos nuestros como a los Chamanes de su tribu, los dioses a través de sus guardianes han debido prometerles algo importante, prueba de ello son los objetos que encontramos en la choza.
—No solo eso, sino la aplicación de ese objeto extraño sobre las señales fijando las mismas características y coincidentemente siempre que el niño, joven o adulto estaba a punto de cumplir un periodo de nueve muntus.
—Entonces está claro que en su tribu los eligen cada ciclo de nueve muntus, sin embargo, en la mía lo es cada catorce.
—Déjame ver tu señal —después de verla prosigue— Perdona, pero la tuya es también de nueve muntus. ¿Cuántos tienes ahora?
—Veinticinco haré en el mes de Kal. ¿Qué me dice de los dioses?
—No creo que lo sean, su comportamiento no es de seres divinos. Antiguamente antes de que ellos aparecieran, nuestras leyendas relataban que nuestros dioses eran amables, no nos castigaban con tanta frecuencia, solo nos enviaban tormentas, grandes nevadas, frío o fuego, con eso se conformaban. A veces, según el Chamán, exigían el sacrificio de algún animal, o entregar como Daka, las mejores piezas de carne al Chamán en honor de ellos, las menos, poner al guerrero más fuerte un segundo nombre para que los dioses lo pudieran reconocer. En esos casos se hacía una ceremonia y a partir de ese momento no era llamado por su antiguo nombre. Nuestro Chamán era sencillo, su liturgia era sin oropeles. Tampoco exigía que nuestras jóvenes le sirvieran o pasaran alguna noche en su catre. Solo se le permitía algo especial en el décimo tercer mes lunar, Gor, y era tomarse un descanso con alguna viuda de la tribu, dado que como Chamán no se podía casar ni trabajar para ganarse el sustento, solo interpretar cuanto solicitaban los dioses.
—¿Y cuando dicen vuestras leyendas que aparecieron los nuevos dioses?
—Hace aproximadamente 5 Jares (Un Jar equivale a 5 muntus -años-) Sin embargo a los jóvenes se les decía que los dioses llevaban más de quince jares, tal vez más.
—El mismo tiempo aproximado en que se nos aparecieron a nosotros.
—¿Cuándo entraron en contacto con vuestra tribu? —insiste el anciano.
—No lo sé, no me preocupé mucho, pero me gustaría saber algo más.
—Ahora tengo más de sesenta muntus, siempre fui cazador, por lo que estaba alejado de la aldea la mayoría de mi tiempo. Un día al regresar encontré a unos hombres marcando a cada miembro de la tribu, todos los adultos incluido yo, fuimos amenazados, de manera que no obedecerles significaba la muerte. Al más débil físicamente, le nombraron su representante en la aldea y consecuentemente a partir de ese momento se autoproclamó Chamán cuando consideró que tenía el poder de los dioses a su favor. En nuestro primer encuentro te dije que al Chamán lo mataron los guardianes, pero no fue así, murió bajo una de mis flechas cuando los guardianes regresaron para realizar la masacre, palabra que significa asesinatos en masa, sin compasión, sin defensa de las víctimas. Fue entonces cuando pregunte al Chamán la razón y respondió que los dioses nos castigaban por desobedecer y no cumplir sus normas, las que él había aumentado y comunicado hasta ese momento. Entonces fui a mi choza y sin dudar un solo momento lo llamé desde la puerta y cuando se volvió dije, la tribu te castiga a ti por cobarde a través de mi mano. El resto ya lo sabes.
—Siento lo ocurrido. Le dejaré mi arco y flechas, yo intentaré entender los tubos de los guardianes.
—Pon cuidado, ellos lo agarraban así —señala tomando uno de ellos— lo sustentaban de esta forma, la mano izquierda sujetando por esta parte el tubo y la derecha por la parte más ancha, luego introducían uno de sus dedos, así, en el arco de la parte inferior. Luego con el tubo en esta posición señalaban a un miembro de la tribu y tras apretar con el dedo el arco, salía algo por la boca con un ruido seco, y el joven o adulto caía al suelo sin vida.
—Pondré cuidado Numak. Ahora espera aquí, voy a recoger a Nima y Kira al arroyo.
A medida que el periodo del viaje transcurre, lento como consecuencia del pausado caminar del anciano y la niña, Kenie hace pruebas con el tubo de los guardianes. Pronto sabe diferenciar entre el tubo largo capturado a los guardianes, y el corto, retirado de la cabaña del Chaman junto a unas cajas, cuyo contenido era similar al que soportaba la parte más ancha de aquellas armas, sin filos ni cortes y a modo de carga. Va probando con ellas hasta dominar su empleo y utilización. Pronto aprende a suprimir el fuerte ruido que omiten cuando con el dedo hace salir por la boca del tubo, una luminosa línea roja.
Con ambas armas comienza a cazar conejos. Primero con la corta, luego con la larga. Cuando estuvieron cerca de su aldea ya las controla eficazmente. Antes de entrar busca una cueva, esconde las armas largas, cajas y resto de objetos extraños, excepto el que aplican los enviados de los dioses sobre las señales en el cuerpo. Al acabar se dirige a sus acompañantes.
—Esperarme aquí, entraré en la aldea solo y de noche, no quiero ninguna sorpresa. Tenéis agua y comida seca para un par de días, no hagáis fuego ni salgáis de la cueva.
—Yo las vigilaré, no te preocupes —señala Numak.
Nima hace ademán de acercarse a Kenie para besarle, pero se retira de inmediato. Al verla, su anciano padre se vuelve para dar su espalda.
—Ahora no veré a mi hija como se despide de su futuro esposo.
Al oírlo, Nima abraza y besa con fuerza, rapidez y deseo contenido, a Kenie.
—Cuídate, debes regresar para desposarnos.
—Lo sé —señala mientras la abraza con igual fuerza.
Sale de la cueva cuando en ese momento la niña Kira sale corriendo y se agarra a las piernas de Kenie. Se para y la escucha decir.
—Yo también te quiero Kenie.
—Entonces tendré que darte un enorme beso —dice mientras la sube con sus brazos a la altura de su cara y posa sus labios sobre la frente de la niña.
Se vuelve para lanzar su mano al aire en ademán de saludo.
El resplandor a lo lejos de las hogueras de su aldea anuncia que la noche se acerca. La cabaña del Más Anciano aparece como siempre separada y solitaria, al final de las hileras conformadas por el resto de las cabañas a ambos lados de la calle principal. Todas permanecen en silencio. Kenie avanza sin que nadie salga a recibirle o adviertan su presencia. Parecen estar recluidos, tal vez descansando del trajín diario. Avanza hasta la del Mas Anciano, se acerca, toma aliento y traspasa el umbral de la puerta.
—Más Anciano Torke, soy Kenie tan Maro, acabo de regresar de la aldea de los Socoa.
—Pasa, se bienvenido. Siéntate y cuéntame. ¿Te apetece un cuenco de leche caliente?
—Te lo agradezco, hace mucho que no la pruebo.
Durante horas habla, pregunta y escucha respuestas del anciano Torke que no le gusta oír, sin embargo y pese a sentir sentimientos de hostilidad y resentimientos, mantiene la calma.
—¿Que te ofrecieron los guardianes de los dioses, anciano Torke?
—Solo vivir.
—¿Mientras los demás desaparecían o morían, como los Socoa?
—Más o menos.
—Mereces morir como el Chaman Socoa, como un perro, pero no te mataré pese a merecerlo.
—Si me perdonas la vida ¿Qué quieres que haga?
—En primer lugar, enseñarme a manejar este objeto extraño, lo aplicaré a todos los de nuestra tribu. Por la mañana los reunirás y pedirás que un grupo de Mosere salgan a cazar hasta las grandes montañas y no regresen hasta el mes de Gor.
—De acuerdo, escucha con atención —toma el objeto extraño entre sus manos— te explicaré como funciona.
Desliza una cubierta de metal y deja a la vista una lámina ancha parecida a los espejos que utilizaban las mujeres de la tribu. Sobre ella, aparecen numerosos signos, debajo un cilindro negro. Comprueba la aparición de signos iguales a los que llevan Nima y Kira en sus cuerpos, dos colinas redondas y unidas. También otro similar al que Nima dibujó en el suelo cuando vio su espalda desnuda.
El Mas Anciano Torke prosigue sus explicaciones.
—Aquí, en este punto, debes apretar para averiguar el nombre después de pasarlo por las señales de cada individuo, luego este otro para aplicar sobre su piel, tantos signos como sean precisos. El aparato primero borra los signos anteriores y después fija el que señales con estos puntos y así poder leerlos más tarde. Este último signo, solo se aplica sobre el Más Anciano o sobre quien yo elija para sustituirme.
—Entonces ¿borra tanto los nombres como las señales?
—En efecto.
—Lo comprobaré en ti.
—Como quieras.
Kenie retira la camisa del anciano Torke y aplica el objeto como acaba de enseñarle. La placa se ilumina. Aparece escrito Torke tan Tarok y el signo de un sol sin rayos. Kenie se sorprende y pregunta.
—¿Qué significa este signo?
—Que nadie, ni siquiera los guardianes, pueden tocarme ni obligarme a abandonar la aldea. Es el signo de los dioses, y yo, su representante en la tribu.
—Voy a retirártelo, supongo que podré hacerlo ¿no es así?
—Sí. Marca lo que quieras y cuantos soles te apetezca poner.
Lo hace. Aplica el lector, lo pulsa y el signo de los dioses desaparece. Después se levanta de la silla y señala imperativamente.
—Esta noche no dormiremos, harás una lista con los nombres de la tribu y mañana aplicaré un segundo nombre que sustituya los antiguos por otros nuevos.
—Pero, se darán cuenta cuando vengan los guardianes a la fiesta en Maa.
—Ya veremos. De momento explícame que significan estos signos —solicita señalando otros.
—Las dos colinas significa mujer, la línea recta hombre y cada sol, en virtud de los rayos, 9 muntus cada uno, señala que debe partir antes de cumplir los marcados. De acuerdo con las señales que llevas, deberías ir con los dioses cuando cumplas veintisiete muntus, dentro de uno a contar desde el mes de Kal, mas como la fiesta Donere, se celebra en Maa, pues…
—Debería abandonar la aldea antes de ese aniversario. Bien, pues no será así, mañana te ayudaré a cambiar todos los nombres, incluido el tuyo.
—Pero has expresado el deseo de que no te vea el resto de la tribu.
—Ya sé lo que he dicho —replica Kenie— pero he cambiado de opinión. Ahora prepara los nuevos nombres. Yo iré a descansar un rato, volveré pronto.
Se aleja con el lector en la mano y regresa junto a Nima, la niña y Numak. Al verlo entrar en la cueva, Nima le ve tan alterado que se lanza a sus brazos y pregunta.
—¿Qué ocurre?
—Tanto vuestro Chaman Socoa como el equivalente en nuestra aldea, han sido comprados por los dioses a través de sus guardianes. Parecen ser los únicos que viven suficiente tiempo. Son intocables mientras los demás podemos morir o desaparecer, para ello se dedican a engañarnos con historias y leyendas mediante la creación del suficiente temor, inventando costumbres y obligaciones con los dioses a quienes ni siquiera conocen personalmente.
—Cálmate, Kenie —dice Numak—pondremos remedio, te ayudaré. ¿Qué piensas hacer?
—De momento poneros un segundo nombre y al resto de gente de mi aldea, de manera que los guardianes no puedan retener o enviar ante los dioses a ninguno. He aprendido a manejar el objeto que lee las marcas.
—¿Qué logramos con eso?
—Los guardianes tienen una historia de los nombres de cada uno de nosotros. De esta forma no podrán llevarse a quienes sus máquinas no encuentren.
—¿Has dicho que nos aplicarás un segundo nombre?
—Eso es. Así cuando vengan no podrán hacer nada.
—Pero es posible que regresen tras comprobar el error.
—Tal vez, pero para entonces habremos pensado como defendernos de ellos. Iré a buscar a los jóvenes que enviamos a cazar a las montañas. El resto quedará en la aldea y esperarán nuestro regreso. Ahora bajemos a mi cabaña, que será la vuestra.
Con los primeros rayos del día Kenie presenta a Kira y Numak al Más Anciano, a quien exige.
—Cuida de mi nueva familia, mi futura esposa, su padre y mi hija Kira. Jura que lo harás por nuestros antiguos dioses.
—Juro por nuestros antiguos dioses que cuidaré de ellos con mi vida.
Nima se sorprende, mientras Kira sonríe y se abraza con fuerzas a las piernas de Kenie. Más tarde comienza la maniobra de eliminar sus antiguos nombres y fijar los nuevos a todos los habitantes de la aldea. Al acabar se aleja con Mirak, el único amigo vivo desde la infancia. Le enseña el manejo del tubo corto y le da instrucciones y recomendaciones.
—Sobre todo no dejes nunca solo al Más Anciano con los guardianes, por eso te he puesto el signo de los dioses, no podrán tocarte. Se supone que tú eres su descendiente y sustituto.
—Lo haré Kenie, no debes preocuparte.
—Ahora reúne a cuantos Mosere encuentres, debemos partir inmediatamente, tendrás que apañarte solo con unos pocos para que te ayuden.
—Cumpliré lo que ordenas, no te preocupes.
—Algo más, escucha y atiende las recomendaciones que pueda hacerte Numak.
—Desde luego. Así haré.
Antes de que el sol entre en el proceso de apagarse, Kenie y cincuenta jóvenes guerreros salen en dirección a las montañas. Al pasar por la cueva que ocupara a su llegada, recoge las armas capturadas a los guardianes y resto de extraños objetos. Luego divide a todos los Mosere en dos grupos y estos a su vez, en otros dos. Se encuentran a menos de una quincena de días de las altas montañas, si no se retrasan mucho.
No tienen encuentro alguno con guardianes hasta un día antes de alcanzar el valle en el que deben encontrar a quienes quedan de la tribu Socoa. Seis guardianes les preceden. Uno de sus Mosere regresa fatigado desde la avanzadilla para informar.
—Llevan tubos similares a ese tuyo y hablan a un objeto que ponen frente a su cara que desprende una luz.
—Despleguémonos, los aniquilaremos cuando paren a descansar.
Dos horas más tarde y alrededor del fuego de una hoguera, ven sentados o tumbados a seis guardianes. Cuando están dispuestos a atacarlos llegan diez más y se unen al grupo. Esperan para comprobar si van a descansar. En efecto, se tumban sin dejar guardián alguno vigilando el campamento.
—Que prepotencia tienen. Están tan confiados en que nadie puede atacarlos, que ni ponen centinelas. Mejor así —señala Kenie, mientras distribuye a sus guerreros y los jefes de grupo preparan las armas largas que portan—. El resto, que carece de ellas, elige cada cual a un guardián de los dioses para ensartarle con sus flechas.
Dejan transcurrir una hora y cuando consideran que están profundamente dormidos, da orden de atacar. En pocos minutos todos los guardianes son aniquilados.
—Ahora recuperemos sus armas cortas y largas y todos los objetos que encontréis. Ocultaremos los cuerpos inmediatamente, no podemos dejar rastro alguno. No toquéis los objetos por los que hablan.
Descansan tras el esfuerzo de acarrear los cuerpos sin vida hasta una sima, luego prosiguen la búsqueda de los Socoa. Kenie saca las anotaciones proporcionadas por Numak, donde aparecen los nombres a quienes debe encontrar y la frase especial que debe decir a modo de santo y seña para confirmar que no son secuaces del Chamán o guardianes de los dioses.
A punto de amanecer y aprovechando los bancos de niebla que se han levantado, avanzan hasta ver un par de columnas de humo, separadas a ambos lados del valle. Envía a uno de los grupos de sus Mosere hasta la primera de las hogueras y él junto al resto, se dirigen a la segunda. Enseguida les dan el alto. Los Socoa si son conscientes del peligro que les acecha. Avanza hasta el centinela.
—Paz Socoa. Soy Kenie, enviado de Numak, os traigo noticias.
—Espera ahí con tus manos en alto sin armas.
Poco después un joven guerrero con un venablo en sus manos y una espada en la cintura se acerca hasta Kenie.
—Numak me ha enviado en vuestra busca y ayuda, me dijo, los Dioses verdaderos son nuestros antepasados.
—Claro, y ellos nos salvaran de los falsos —responde de inmediato Pasak líder de los Socoa—. Ser bienvenidos.
Todos los hombres entran en la cueva a descansar. Kenie envía a dos de los suyos a reunirse con el segundo grupo y regresar. Comen y beben juntos. Más tarde muestran a los Socoa las armas y lector capturados a los guardianes. Pasak recibe toda la información precisa y la razón por la que están allí.
Momentos después Kenie impone a todos los guerreros Socoa, su segundo nombre y prepara un grupo para regresar a la aldea. Para ello preparan a diez guerreros que acompañen a las mujeres y niños hasta la aldea Partal, prevista como refugio y concentración. El resto de los hombres Partal y Socoa, preparan el asalto a la Marca de los dioses.
Salen al cabo de tres días. El grupo con las mujeres y niños tardarán no menos de veinte en llegar a la aldea Partal. Algunos guerreros portan armas largas, mientras los dirigentes solo llevan cortas y escondidas. Al llegar deberán presentarse a Mirak, quien los llevará ante Numak con las precauciones debidas. El grupo, bajo la dirección de Kenie y Pasak, tardarán solo siete días en llegar a la Marca de los dioses.
Ambos traban amistad enseguida. Pasak aprende el manejo de todas las armas, a silenciarlas para ser más eficientes y evitar ser descubiertos. Recuerda con horror la masacre en su aldea con el ensordecedor ruido de aquellas armas y el odio nacido hacia los dioses. La tristeza se refleja en sus ojos. Recuerda a sus seres queridos y sobre todo a la mujer que eligió para ser su esposa. Kenie pone su brazo izquierdo sobre el hombro derecho de Pasak en ademán de amistad y afecto.
—Comprendo y lamento tu situación Pasak, pero debemos sobreponernos. Piensa que cuanto hacemos nos encadena a la vida y vincula a cuanto esperamos hacer en ella.
—Lo admito, pero hay momentos en los que debo ser débil, sentirme un ser humano.
—Lo sé. Debes entender que cuanto aflige tu alma, más tarde que temprano, afectará a tu cuerpo y debes tenerlo preparado para la prueba que nos espera.
—Estaré suficientemente preparado para ese momento.
—Eso espero. Debemos ser fuertes pues alguno de nosotros no sobrevivirá.
—Lo sé. Acabaremos con esas gentes que juegan a ser dioses.
La Marca está cerca, Kenie manda esconder las armas capturadas y pide dejen solo a la vista las propias, venablos, espadas y arcos con sus flechas. Él y Pasak dejan a sus hombres y se encaminan solos hasta la planicie de la Marca. Aparece frente a ellos limpia de árboles, solo un manto verde rodea un círculo en cuyo centro hay un sol con numerosos rayos, muy parecido al que ellos llevan en sus espaldas. Los rayos parecen señalar caminos hacia diferentes direcciones. Dos de ellas están claras, señalan las aldeas Socoa y Partal.
4 – El encuentro con los dioses
En la Marca de los Dioses no hay nadie. Es imposible deducir o averiguar la dirección que deben tomar para encontrarlos. Durante un tiempo mantienen constante observación, luego regresan junto al grupo y deciden esperar. Lo hacen durante tres días, tras los cuales toman la decisión de enviar emisarios en todas las direcciones, excepto las ya conocidas. Tal vez así den con la exacta o encuentren otras tribus o aldeas sometidas por los dioses, a quien puedan ayudar.
A punto de rendirse y abandonar la Marca, la suerte los acompaña. Desde el lugar donde se encuentran ocultos, observan que, por uno de los caminos señalados por el signo solar, aparece un numeroso grupo de jóvenes, mujeres y hombres con edades comprendidas entre los 16 y 18 muntus, bajo la atenta mirada de diez guardianes armados. Los hacen parar sobre el circulo mientras el Chamán o Más Anciano que los guía, les dirige unas palabras que no llegan a escuchar con claridad. Más tarde le ven abandonar la Marca y alejarse solo por el mismo camino que apareció el grupo.
Uno de los guardianes, tan pronto desaparece el Chamán, se agacha sobre el signo, pulsa un saliente y el circulo comienza a elevarse. En ese momento los jóvenes, se asustan y comienzan a gritar. Los guardias, con ademanes, sin hablar, los obligan a guardar silencio. Termina de elevarse el círculo y deja ver algo sorprendente a los ojos de Kenie. No sabe que es. Una especie de caja de gran tamaño se desplaza suspendida sobre el suelo fuera del círculo, nada más introducirse en ella uno de los guardianes. Poco después los jóvenes son obligados a subir a la caja. Minutos después inicia un desplazamiento sin provocar ruido alguno.
Uno de los guardianes baja de la caja, aplica su mano sobre algo que hay en el círculo y éste comienza a bajar hasta cerrar aquella cavidad bajo el terreno. La caja se eleva unos metros sobre el suelo desplazándose con rapidez en dirección sur, sin línea o camino marcado. Kenie sospecha debe dirigirse hacia el lugar donde los Más Ancianos decían se encontraba la zona prohibida, el lugar donde viven los dioses.
Esperan a que desaparezca para bajar de donde se ocultan hasta el círculo. Busca el punto donde el guardián pulsó y hacen lo mismo. Al aplicarlo se realiza idéntica operación, deja a la vista otra caja vacía. Kenie sube a ella y después de muchos intentos consigue moverla. Llama a todos los hombres, suben y realiza una serie de maniobras para dominar aquel artefacto que se sustenta a unos metros del suelo y se desplaza. Uno de sus hombres, a su petición, pulsa el punto del círculo y lo cierra.
Se dirigen temerosos en la misma dirección que los guardianes. La velocidad, aunque lenta, es sin duda superior a la que puede desarrollar un hombre corriendo, tal vez mayor, por lo que en muy poco tiempo se alejan de la Marca. La altura sobre el suelo es constante y solo al cabo de media hora, al abandonar el valle, ven unas construcciones semejantes a sus cabañas, resplandecientes y ordenadas, alrededor de otra más grande y diferente.
Optan por parar la caja voladora y pisar tierra. La esconden y tapan con ramas antes de acercarse hasta la aldea, supuestamente de los dioses. La distancia es de dos o tres Pers (Un pers equivale aproximadamente a un kilómetro) Descansan, comen y esperan a que el sol se oculte. Buscan sitios donde poder refugiarse.
Han dispuesto que algunos hombres queden en la retaguardia, aguardando al grupo. El resto con Kenie al frente inicia el camino hacia la aldea de los dioses. Forman dos grupos de veinte hombres al mando de Kenie y Pasak, el resto queda a la espera de un aviso para viajar hasta la aldea Partal, caso de ocurrir lo peor.
Caminan en silencio al amparo de la oscuridad de la noche. No encuentran guardián alguno. No los esperan y menos a ellos, con pocos medios y supuestamente inferiores. Posiblemente los subestiman, consideran que jamás se atreverán a pisar la tierra prohibida para llegar hasta la aldea de los dioses. Los hombres de ambas tribus están convencidos que son hombres como ellos, que también pueden morir.
—¡Mira! —dice Pasak a Kenie— tienen hogueras en la aldea.
—Deben ser muy grandes veo que iluminan las cabañas, también grandes.
—Es cierto, veo entrar y salir gente por una especie de rampa de la cabaña central.
—Nos acercaremos más. Fijaros si hay gente de nuestras aldeas.
—Deberíamos esperar a que el sol ilumine, será más fácil observar.
—Tienes razón, busquemos un lugar donde dormir algo, a primera hora decidiremos como entrar —termina diciendo Kenie.
Dejan centinelas apostados y duermen hasta el amanecer. Despiertan cuando la aldea comienza a tener movimiento de gente. De las rampas comienzan a salir cajas que sobrevuelan a poca distancia del suelo. Van cargadas con guardianes y hombres sin uniforme de diferentes tribus. Todas ellas llevan la misma dirección. Se fijan en la composición de la aldea de los dioses. Está formada por una gran cabaña en el centro y al menos diez de tamaño más pequeño a su alrededor, a modo de coraza o defensa respecto a la principal. Kenie no tiene duda, en esa principal deben estar los dioses.
—Deberíamos averiguar dónde van esas cajas, han parado a un pers aproximadamente.
—Llegaremos allí dando un rodeo, saldremos por encima de donde se encuentran ahora.
Al llegar ven veinte cajas paradas sobre el suelo, en una explanada. Dos guardias con tubos vigilan despreocupadamente.
—Voy a bajar —dice Kenie dirigiéndose a Pasak.
—Déjame a mí —responde.
—No puedo, tu llevas el signo de los dioses, yo no.
—De acuerdo.
—No tengas cuidado, saldré pronto, esperarme sin hacer nada hasta mi regreso.
—De acuerdo.
Kenie baja por la ladera para evitar ser descubierto por los guardianes. Logra entrar por la boca de una gigantesca gruta. A ambos lados, un camino horadado en la roca le invita a deslizarse por una de las aberturas y tras arrastrarse llega a una galería. Se para un instante y mira asombrado. Hombres de diferentes tribus trabajan acarreando con sus manos cestos con piedras que descarga en una gran olla de metal brillante, de donde sale un vapor grisáceo. Los hombres caminan lentos, parecen cansados. Regresan al punto donde cargan de nuevo los cestos. Los guardianes a diferencia de los trabajadores cubren sus cabezas con una especie de bola transparente mientras gritan y mueven las armas largas de manera amenazante sobre los hombres.
Se arrastra por uno de los laterales. Encuentra otro grupo similar, en esta ocasión de Calos y Mosere, incluso Cobos (Hombres adultos de 40 años o más) todos ellos sacan piedras de la galería. Entre ellos cree ver a un Mosere de su tribu. Se despoja de la camisa, la esconde junto a sus armas. Mantiene únicamente el calzón, tal y como viste el grupo de hombres. Agarra uno de los instrumentos que encuentra en el suelo y se acerca a un joven. Sin hablar, comienza a imitarle. Golpea en la pared de la galería y desprende trozos de ella. Al poco tiempo.
—Soy Kenie de la tribu Partal ¿Tú quieres eres?
—No podemos hablar —dice el joven mirándole con extrañeza y sorpresa— pero lo haré. Me alegra oír a alguien de mi tribu. Me llamo Jomaj Tan Pel.
—¿Qué haces aquí?
—Sacamos piedras para llevarlas a una trituradora. Luego el resultado lo llevan a la gran cabaña de los dioses. El polvo no debe ser bueno, respirarlo nos condena a enfermar y morir.
—Cuéntame más por favor.
—Claro. Cada dos o tres meses traen gente que recogen de las tribus. Desconocía la existencia de tantas, he llegado a contar más de diez.
—¿Qué son esas luces, hogueras?
—No. No puede hacerse fuego aquí dentro, estallaría toda la galería y la montaña. ¿Cómo está nuestra aldea?
—Bien, tu hermano ya no es Mosere, es fuerte se ha convertido en guerrero, aguarda frente a la Marca, junto a otros como él.
—¿A qué has venido?
—A matar a los dioses.
—No son dioses, son hombres. Hablan una lengua que no entendemos y se comunican a través de unas cajas pequeñas cuando están alejados unos de otros. Solo nos quieren como esclavos y cuando enfermamos nos alejan de este lugar y nos abandonan o dan muerte.
—¿Qué hacen con los jóvenes y las mujeres?
—Abusan de ellos y si alguna mujer queda preñada suelen meterla en una nave inmediatamente.
—¿Cómo puedo entrar en la cabaña o nave de los dioses sin que me vean?
—Únicamente por la parte superior, tiene una abertura para que penetre aire ¿Qué piensas hacer?
—Aún no lo sé, ahora debo salir de aquí y comentar cuanto me has dicho con el jefe de la tribu Socoa.
—Si quieres puedo ayudaros desde dentro. Todos odiamos a los dioses y no nos importa morir antes de tiempo.
—Espera, volveré en cuanto hayamos preparado un plan, mientras tanto ocúpate de reclutar a quienes puedan ayudar, todos somos necesarios. Deberás hacer grupos y poner al frente a los más idóneos para dirigirlos. ¿Podrás hacerlo?
—Desde luego. ¿Cuándo volverás?
—Si no hay problemas, mañana. Ahora ayúdame a salir, y algo más, debéis coger los tubos cortos y largos de los guardianes, sabemos cómo se usan.
—De acuerdo. Gracias por venir a rescatarnos.
Dos hombres de la galería se dejan caer al suelo a recomendación de Jomaj para llamar la atención del guardián, momento que aprovecha Kenie para salir de la galería en busca de la salida. Poco después sube la ladera al encuentro de sus hombres y Pasak. Le cuenta lo averiguado y comienzan a urdir un plan. Aquella noche duermen poco, nervios e inquietud no lo permiten. Se mantienen trazando un plan de ataque.
—Creo que podríamos hacerlo así —dice Kenie a Pasak— Ocúpate del exterior y yo del interior, provocaremos algo que obligue a los guardianes a salir. Veremos si el fuego les hace salir a todos, cuando lo hagan los mataremos, tomaremos sus ropas y nos llevaremos las cajas voladoras con nuestros hombres y algunos de los jóvenes retenidos que todavía estén fuertes. El resto viajará hasta la Marca y regresarán con las cajas. Las utilizaremos para rescatar al resto de nuestras gentes.
—Escucha Kenie, me parece bien, pero ¿Cómo vamos a rescatar a los niños y las mujeres?
—Provocaremos el derrumbe de las galerías sobre la explanada, y sobre dos cajas volaremos hasta la cabaña de los dioses.
—Moriremos muchos.
—Es posible, pero creo que todos estamos dispuestos a morir por liberarnos de esos dioses. Ahora debo prepararme para entrar en la cueva y contactar con quien hablé, debo comunicarle que haremos. Necesitaré estopa y varios grupos de pedernales para entregárselos.
—Lo prepararé yo mismo.
A punto están de descubrirle cuando entra en la galería. No puede dar explicación alguna a los guardianes cuando le encuentran fuera, no habla la lengua de ellos. Solo escucha unas posibles imprecaciones seguidas de amenazas con el arma larga. Lleva ocultos la estopa y los pedernales. Cuando se une al resto de trabajadores esclavos, estos le miraron como si ya estuvieran salvados. Sin hablar ante la presencia de los guardianes, toma un capacho y comienza a cargarlo con las piedras que esperan en el suelo.
En pocos minutos una vez desparecidos los guardianes, pone en antecedentes del plan a Jomaj. Todo está coordinado en el interior según responde, por lo que cuando conoce deben provocar fuego para que aquella cueva se hunda, algunos Cobos se presentan voluntarios. No les importa, sabe que hacerlo provocará su muerte. Kenie les pide paciencia, pero sobre todo precaución y coordinación en las explosiones. Deben rigurosos con el plan establecido. Al acabar, regresa de nuevo junto a Pasak y descansar el resto del día.
Al día siguiente nada más romper el sol, las cajas voladoras comienzan a llegar. Bajan los guardianes con los esclavos y entran en la mina. El grupo de Pasak con él a la cabeza se desliza hacia la explanada. A las dos horas, un grupo de esclavos recorre las galerías con medidas de agua para disponerlas en sitios estratégicos. Es el momento elegido.
Nada más iniciarse el turno de trabajo, un humo denso se apodera de ambas galerías. Los guardianes se comunican a través de los aparatos con forma de espejo y comienzan a salir atropelladamente al exterior. Tan pronto salen los primeros guardianes, los guerreros de Pasak se ocupan de eliminarlos. Detrás, corriendo igualmente, una columna humana formada por hombres de diferentes tribus avanza ligera hasta ocupar las cajas voladoras según les recomiendan en voz alta.
Los guerreros de Pasak ayudan a dirigir y colocar sobre las cajas voladoras, a todos los hombres fuertes. Mientras, los jóvenes desaparecen arriba de la ladera al encuentro con Kenie. Cuando las cajas están repletas, se ocultan entre los árboles y esperan el hundimiento de la mina. El ruido producido por las explosiones es ensordecedor. Después le sigue un portentoso arrastre de tierra y rocas que formaban la colina. Los árboles que antes cubrían el espacio ocupado por las cajas voladoras también desaparecen. Los hombres observan como poco después, una caja voladora, diferente y cerrada, sobrevuela durante unos instantes el área. Luego la abandona y se dirige a la cabaña principal de los dioses.
Quince de las cajas capturadas, se aprovechan para salir repletas de jóvenes y hombres menos fuertes. Regresan poco después con guerreros jóvenes. Mientras tanto, tres unidades con Kenie y más de cincuenta guerreros vestidos con los uniformes retirados a los guardianes, vuelan hasta la parte superior de la cabaña principal. Una vez allí se deslizan por el techo y se introducen en la gran cabaña.
Comprueban, como ya intuían, que aquella edificación no es una cabaña al uso, sino una construcción metálica y brillante como las espadas. Se desplazan hasta unos pasadizos donde encuentran escaleras. Bajan por ellas y llegan a una sala donde hay cuatro hombres sin armas y con un objeto extraño en sus manos. No se inmutan cuando los ven. Aquellos hombres se introducen en una plataforma transparente y desparecen por el suelo. Kenie los imita y con diez de sus hombres, suben a una de las plataformas. Al llegar a una gran sala se quedan paralizados por el estupor que les produce la visión. Ante sus ojos aparece una gigantesca galería con camastros metálicos en número incontable. Permanecen iluminados con una tenue luz azulada. Sobre ellos, cuerpos desnudos de mujeres, adultos, jóvenes y adolescentes, sujetos por brazaletes tanto a los pies como a las manos. Sobre sus cabezas, una especie de casco del que brotan infinidad de cables y tubos desconocidos para Kenie. En silencio, comienza a recorrer la sala. Mira alucinado los rostros de cuantos están tumbados. No se mueven, solo adivina su respiración mediante un leve movimiento del pecho. Retrocede hasta donde esperan sus hombres y advierte asustado como sujetan a una joven.
—¿Quién eres? —pregunta inmediatamente Kenie.
—¿Cómo hablas mi lengua? —responde la joven.
—Responde por favor. ¿De qué tribu eres?
—Soy Celer y pertenecía a la tribu Salar, a una luna y media de aquí.
—¿Qué hacen aquí todas esas gentes? —dice señalando la galería.
—Esperan acabar un proceso de asimilación. Cuando lo completan son enviados a otra zona de esta construcción, ellos lo llaman nave, para hacer el gran viaje.
—No comprendo tus palabras. ¿Qué es una nave? y ¿Asimilación?
—Los dioses nos enseñan su idioma y al mismo tiempo algún concepto desconocido durante dos lunas, luego vamos aprendiendo a manejar sus objetos. Cuando completamos el ciclo, algunos como yo nos quedamos para ayudarlos, otros si no lo pasan, vuelven a esta sala de asimilación.
—¿Sabes de donde son los dioses y como están en nuestras tierras?
—Al parecer vinieron de un planeta lejano. Ellos lo llaman su planeta. Allí según dicen, carecen de alimentos y energía, por eso vinieron al nuestro.
—Escucha Celer, vamos a liberar a todos y regresar a nuestras aldeas. Soy Kenie, de la tribu Partal, conmigo vienen muchos guerreros de diferentes tribus para ayudarme.
—¿Entonces me llevarás contigo? No quiero hacer el gran viaje volando en estas grandes naves.
—¿Cómo podemos destruirlas, lo sabes?
—No, pero puedo preguntar a uno de los SD como yo.
—¿Qué significa SD?
—Similar a los Dioses, casi un dios.
—Escucha, debo recoger al resto de mis hombres, están en la parte superior de esta nave.
—Sube en esos elevadores y pulsa el signo ∆ para subir y otro igual, pero al contrario para bajar de nuevo.
—Otra cosa ¿Cómo podemos liberar a toda esa gente?
—Hay que tener cuidado, lo haré yo, si lo hacéis vosotros y os confundís al desconectarlos, pueden morir. Ve a por tus guerreros y esperarme aquí, mientras buscaré a Zark, él os llevará donde necesitéis, será vuestro guía, conoce toda la nave.
—Gracias, nuestros pueblos te lo agradecerán sin duda alguna.
—Tener mucho cuidado no os dejéis ver.
Kenie sube en un elevador y va enviando a sus hombres hasta la sala de asimilación. Allí esperan hasta que Zark hace aparición en compañía de Celer.
—¿Dónde quieres ir Kenie? —pregunta Zark.
—Primero donde se encuentren los dioses, debo matarlos, luego a liberar a todos los de esta sala y resto de gente de nuestros pueblos. Si hay en otros sitios también, después destruir estas naves o como se llamen, con todos los guardianes y dioses dentro.
—Los dioses no son como todos creíamos, son únicamente hombres, dirigentes de toda esta tribu o habitantes de las naves. Montaron la historia de ser dioses al considerarnos seres inferiores y temerosos de nuestros antiguos dioses. Se aprovecharon de nuestros mayores, supeditados a las leyendas y religiosidad, sirviéndose del miedo y la duda para proporcionarse adeptos y ser utilizados posteriormente.
—Pues lo pagarán con sus vidas.
—¿Has dicho que quieres matarlos?
—Desde luego.
—Yo no lo haría. Si me permites, he llegado a comprender cuáles son sus necesidades y supongo que será mejor demostrarles que pese a que no disponemos de sus avances ni tecnología; disculpa, pero he aprendido los conceptos de los dioses; nuestros pueblos son inteligentes y podemos luchar haciéndoles ver que deben marcharse para no volver a regresar jamás.
—¿Cómo?
—Ellos disponen de naves estelares, viajaron desde su planeta al nuestro que al parecer se encuentra a una distancia incontable para nosotros, podrán hacerlo de regreso a otros, pero para ello necesitan el material que extraen de la mina que has destruido. Ese material es imprescindible para convertirlo en energía. Sin embargo, hay muchas más minas, yo conozco donde están situadas. Si les amenazas con destruir todas, con eliminar la materia prima que necesitan, se irán y nos dejarán en paz.
—No lo creo, intentarán destruirnos, son crueles, lo han demostrado, solo tienes que ver como se llevan a nuestras gentes, desconocemos la razón.
—Yo sí, quieren repoblar territorios en su planeta con nuestros jóvenes.
—¿Anulando sus vidas y haciéndoles vivir faltos de sus familiares y amigos? ¿Crees que está bien?
—No. Es cruel, tienes razón. Te ayudaré ¿Qué te propones hacer?
—Dame la situación de las minas y enviaré a un grupo de hombres a destruirlas. Después me llevarás ante los dioses
—De acuerdo. Necesitarás estos objetos para comunicarte con tus hombres a distancia. Os enseñaré su manejo.
—Gracias.
Media hora después envía un hombre al encuentro de Pasak con uno de los comunicadores a distancia. A través de él le cuenta el plan preparado. Poco después Pasak reúne a un grupo de guerreros para volar en una caja a cada una de las minas. Lo convenido es destruirlas cuando Kenie de la orden.
Celer mientras tanto comienza a desconectar a los retenidos en la sala de asimilación. Zark acompaña a Kenie. Aprovechan el revuelo ocasionado con la destrucción de la mina. Irán a la sala donde se encuentran los dioses. Tres SD serán los encargados de retirar a los dioses, los objetos que portan para evitar comunicación alguna. Deben esperar órdenes de Kenie para recoger a las gentes de las tribus y refugiarse fuera de la gran nave de los dioses.
—¿Cómo vamos a entendernos? —pregunta a Pasak.
—No te preocupes, yo hablo su idioma, te traduciré cuanto digan.
—Entonces, adelante.
Kenie se deshace de la ropa que lleva puesta de los guardianes y deja a la vista, las habituales de su tribu. El resto de sus hombres le imitan y caminan tras él en una doble fila. Zark pulsa la caja de comunicación y espera a que la puerta se abra. Entra con un arma larga apretando su espalda. Un hombre con vestidura diferente, en la que se ven cuatro estrellas sobre sus hombros, se dirige a Zark.
—¿Que ocurre SD? ¿Qué significa esto?
—General Adams, el jefe de nuestros pueblos desea hablar contigo.
—¿Y qué quiere?
—Desea pedirle que libere a las gentes de nuestros pueblos y que todas sus naves salgan de nuestro planeta.
—¿Nada más?
—Bueno si, que no vuelvan jamás.
—¿Qué harán si no obedecemos?
—Los matarán, destruirán sus naves y el material energético que necesitan para volar. Ya han destruido la mina Alfa.
—Bien, dile que hablaremos de nuestras condiciones.
El trámite de traducir la conversación la hace larga y confusa, pero cuando escucha la última frase traducida del General, Kenie da orden a sus guerreros de capturar a todos los hombres que se encuentran en la sala y formar con ellos un grupo en el centro. Zark obedece la orden de Kenie, cierra la puerta y deja entrar a otro SD provisto de intercomunicador. En ese instante un guardián agazapado tras un mostrador saca su arma corta con intención de usarla contra Kenie, pero no tiene opción, tres guerreros aprietan el gatillo de las suyas en posición sin ruido, y tanto el hombre como los aparatos que lo rodeaban quedan destruidos. El General se mueve en ademán de empuñar la suya, pero Pasak le dice inmediatamente.
—Si la toca caerá muerto antes de usarla y entonces no podrá dialogar con Kenie.
—De acuerdo. Dígales que no disparen.
—Y ustedes dejen sus armas en el suelo, un SD las recogerá.
—Bien.
—Nuestras condiciones son irrenunciables —dice después de hablar con Kenie— Obedezcan o serán destruidos.
—No lo creo, además, esto no es una negociación.
—Desde luego que no lo es, están siendo tratados como invasores y asesinos. Y estoy repitiendo las palabras de mi jefe. O se marchan de nuestro planeta o no volverán a ver el sol.
—Señor —dice uno de los hombres del General— las nuevas minas están siendo destruidas y solo nos queda el material acumulado en cada una de nuestras naves, insuficiente para nuestros propósitos.
—¿Cómo es posible?
—No lo sé General, pero mire el monitor.
—Vale. Tengo que dar órdenes a mis hombres ¿puedo? —dice dirigiéndose a Zark.
—Desde luego, pero con mucho cuidado.
Zark acompaña al General, que camina con dos guerreros a cada lado. Deja que se acople en una silla, frente a un monitor y tras aplicar varios signos señala.
—Soy el General Adams, orden de prioridad máxima, cancelen todas las recuperaciones, devuelvan a los indígenas a sus aldeas y regresen con las naves de carga a la nave nodriza. Elévense y apliquen la Orden D-25-A
—¿Qué ha dicho? —pregunta Kenie mientras Zark retira al General del mostrador pidiendo a dos hombres que le sujeten por los brazos.
—Ha dado una orden a sus naves de desplazamiento para devolver a nuestra gente a sus aldeas.
—Me parece bien.
—Lo estaría si no hubiera incluido en esa orden la eliminación de todas las aldeas.
—Dile que no le matamos ahora mismo porque no deseamos matar a sangre fría como ellos, pero déjales claro que a partir de ahora no tendremos piedad si intentan otra jugarreta como esta. Atarlos y cubrir sus bocas para que no puedan volver a hablar.
—De acuerdo Kenie.
—Algo más, pediré a Pasak escoja a un par de hombres de cada aldea y viaje para comprobar si han matado a alguien. Mientras tanto no te separes de mí, quiero que… ven, acércate y escucha atentamente —señala en voz baja al oído.
5 – Lo asombroso
Kenie da una serie de instrucciones y Zark las traslada a un grupo de SD, que comienzan a retirar las armas cortas y largas de cuantos armarios encuentra. Las entregan a jóvenes liberados, mientras les explican el funcionamiento. A medida que bajan hacia la puerta de la nave principal y nodriza, hacen prisioneros a cuantos guardianes o soldados y sus dirigentes y oficiales encuentran. Posteriormente los recluyen en salas sin objetos de comunicación.
Al final de la jornada el cansancio se adueña de la mayoría de los guerreros. No han descansado, tampoco han tomado alimento alguno. Todo el conjunto o aldea de los dioses, está bajo el control de Kenie y sus hombres. A los hombres distinguidos como oficiales los ataron y metieron en una nave de desplazamiento hasta que Pasak regresara. Cuando la noche cae, se reúnen a la entrada de la nave principal. Comprueba fehacientemente que no queda ningún componente de las tribus en las naves ni alrededores. Todos los guardianes o soldados están retenidos. Ellos solo han sufrido tres bajas y una decena de heridos.
—Ahora Pasak, quiero que hagas un favor a todos nuestros pueblos, mañana a primera hora, con la luz del sol, visita todas las aldeas, llévate otra nave con hombres armados. Viaja en la que van retenidos los oficiales. Reúne a todos los Chamanes de nuestras aldeas y preséntalos. Muéstralos como hombres y no dioses. Luego ve a cada aldea con ellos y haz lo mismo con todos sus miembros reunidos. Deben comprobar que estos hombres retenidos no son más que hombres crueles, así debes decírselo, que nosotros hemos conseguido dominarlos. Diles también que nunca volverán a secuestrar ni matar a nadie. Elimina cualquier privilegio de los Chamanes y déjalos retenidos en una cabaña hasta que decidamos que hacer con ellos. No olvides poner vigilantes con armas. Cuando acabes regresa, y si ocurriera algo extraño, contacta conmigo a través del comunicador.
—Haré cuanto pides.
Las naves invasoras quedan bajo control de Kenie y el SD que lo acompaña. Durante días realizan cortos desplazándose para devolver a cada aldea a sus nativos, hombres mayores, ancianos, niños y mujeres. Cumplen con las instrucciones dadas por Kenie. Una vez situados y distribuidos los retenidos por las tropas invasoras, pasa a organizarse mediante el establecimiento de una estructura de mando, a la que incorpora gentes en representación de todas las aldeas. Algunos regresan a sus puntos de origen a la espera de la reunión prevista donde decidirán las medidas a tomar respecto a los dioses, sus guardianes soldados y las naves.
Kenie junto a Pasak y Zark, su traductor, están junto al General Adams y tres oficiales de alto rango en una sala de la nave nodriza.
—General Adams —comienza diciendo Zark— nuestro dirigente desea conocer con amplitud de datos, la razón que les trajo a nuestro planeta, como ustedes lo denominan. Sea sincero y convincente. De ello dependen sus vidas y la decisión a tomar, bien dejarles marchar en sus naves bajo promesa de no regresar jamás, o quedarse aquí para siempre compartiendo nuestro planeta y sirviendo de alimento a lobos y buitres.
—De acuerdo, les daré cuantos datos necesitan saber, pero será necesario manejar uno de esos aparatos del pupitre, así entenderán mejor mis explicaciones.
Zark traduce a Kenie, quien responde.
—Aceptamos, pero tenga en cuenta que cualquier sospecha, duda o mal comportamiento que observemos, daré orden de disparar y morirán todos.
—Completamente de acuerdo —responde el general.
—Entonces, adelante.
—Hace aproximadamente 25 años de nuestro calendario salimos de nuestro planeta. La flota estaba compuesta por diez naves nodriza, como ésta, con otras veinte de menor volumen en su interior y un sinnúmero de otras para desplazamientos cortos. La misión encargada por nuestros dirigentes era localizar uno o varios planetas similares al nuestro que pudiera facilitarnos alimentos y fuentes de energía. En nuestro planeta hacía años se había agotado, lo que conllevó a numerosos conflictos entre sus habitantes que desembocaron en muerte y desolación, consecuentemente en hambruna. No quedaban apenas lugares donde vivir. Durante mucho tiempo viajamos tanto por nuestro sistema solar como por otros hasta tener la suerte de aterrizar en este, muy parecido a como era el nuestro hace muchos, muchos años. Comprobamos que estaba limpio, exento de contaminación, con agua y una estructura geográfica similar. Su apariencia nos encantó, les pondré unas imágenes comparativas de nuestro planeta con este para que lo comprueben. Verán que tanto éste como el nuestro, giran alrededor de una estrella, nosotros la llamamos Sol. Formamos parte de un sistema con doce planetas y sus satélites, éste, el suyo posee uno parecido al nuestro, aunque más cercano y habitable. El nuestro carece de atmósfera y cada vez se aleja más.
Durante mucho tiempo el general comentó las peculiaridades de su planeta y comparaciones de ambos. Al acabar Kenie pregunta.
—Ahora díganos la razón por la que han estado llevándose a nuestra gente.
—Las gentes de nuestro planeta se mueren, están contaminadas. Ustedes son fuertes, sin enfermedades y necesitamos colonizarlo de nuevo. Por eso escogimos a sus jóvenes, sobre todo los mejores. Su aportación genética ayudará sin duda a recuperar nuestra raza.
—¿Capturaban a nuestros jóvenes para eso? ¿Separándolos de sus familias, de su entorno y costumbres, solo para intentar recuperar su raza? ¿Se aprovecharon de nuestra falta de evolución técnica y conocimientos? Son unos canallas, salvajes y depravados. ¿Han enviado a nuestra gente a su planeta?
—Sí. Solo enviamos a los más fuertes, después de prepararlos para un largo viaje cercano a los cinco años.
—¿Han llegado ya a su planeta?
—No lo sabemos. Después de los dos primeros años, perdimos la comunicación. Desde entonces desconocemos si han conseguido llegar.
—Entonces ¿Por qué siguen enviando más naves con nuestra gente, si no saben si mueren en el camino o consiguen llegar?
—¿Qué otra cosa podemos hacer? No podemos salir de aquí mientras tanto. Necesitamos respuestas.
—¿Cómo saben que el camino de regreso a su planeta es el correcto?
—Tenemos grabado el viaje desde que salimos. Eliminamos los posibles errores cometidos hasta que conseguimos dar con éste. Después modificamos la ruta en cada una de las naves enviadas.
—Para mí es difícil entender eso —señala Kenie a Zark— aunque supongo que serás capaz de explicármelo más adelante. De cualquier forma, los mantendremos custodiados hasta que decidamos que hacer con todos. Recuerden que tienen orden de matarlos a la menor sospecha, intento de huida o uso de cualquier instrumentación de la nave.
—Le prometo que no daremos motivos para ello.
—Bien —dice dirigiéndose a Pasak— durante tres días mantendremos vigilados a estos hombres y resto de soldados, pero alejados de las naves. Manda construir chozas para ellos. Atarlos de tres en tres formando un triángulo con sus espaldas. Sus manos deben estar atadas de manera que les impida manejarlas debidamente, mejor las de uno con las de otro. Si alguno trata de escapar da orden de disparar a matar.
—Eso no es justo —dice el General como respuesta a la traducción.
—No nos hable de justicia, no tiene ningún derecho después de lo que han hecho a nuestra gente durante tantos años.
Pasak y Kenie vuelan hasta la aldea Partal, donde esperan Nima y Numak, su padre. Al aterrizar se reúnen con a ellos. Nima se abalanza sobre Kenie abrazándole y besándole con ansias.
—¡Que alegría! Esperaba tu regreso desde hace días.
—No pude venir antes.
—Sabíamos que estabas ocupado, que habéis vencido a los dioses.
—Tenemos poco tiempo, debemos reunir a todas las tribus ¿Numak?
—Dime Kenie, hijo mío —señala con voz cansada.
—Te llevarán a tu aldea, es preciso que aumentes las explicaciones de lo ocurrido hasta ahora, muchos ya han vuelto.
—Estoy muy cansado, no puedo más, nombra a otro en mi lugar, le acompañaré, apenas tengo fuerzas.
—Lo haré yo —señala Nima.
—De acuerdo, Pasak te acompañará. Elegir a un representante para asistir a la reunión de todas las tribus en la nave nodriza.
—Escúchame Kenie —señala Numak— quiero autorizar a mi hija para desposarse contigo, por si me ocurriera lo peor.
—Gracias padre —señala Nima.
—Gracias anciano Numak —responde Kenie— cuando todo esto acabe prepararemos la ceremonia. Seré el hombre más feliz de todas las aldeas.
Se abrazan. Luego suben a una de las naves y recorren el espacio que les separa de la aldea Socoa. Al llegar encuentran a muchos jóvenes preguntando por sus padres, hermanos y amigos. Las respuestas se las ofrece Nima. Kenie mientras tanto regresa a la aldea de los dioses, como seguían llamando a la zona donde permanecen las naves.
Durante días reciben a los representantes de tribus y aldeas. Establecen aprovechar parte de los objetos de los dioses y sus técnicas para permanecer en contacto. Respecto a las armas optan por no usarlas, quedarán reservadas para casos de extrema necesidad. Las naves se usarán para desplazarse de una aldea a otra y solo para casos urgentes, salvo que el Consejo de Tribus establecido adopte otro acuerdo en un futuro.
Cuando acaban de tomar decisiones sobre las nuevas estructuras, sistemas de defensa y representaciones, llega el momento crucial de la reunión. ¿Qué hacer con los invasores? Alguien menciona deben ser eliminados. Otros, sin embargo, optan por distribuirlos en cada aldea para asimilarlos a los aldeanos, aunque en constante vigilancia y control. La presidencia del Consejo de Tribus decide.
—Se admite la última opción, sin embargo, como hemos aprobado antes, ninguna de las armas de los invasores quedará a la vista. Se mantendrán las nuestras, de esa manera nadie deseará hacerse con ellas para utilizarlas indebidamente.
—Entonces pasemos a la votación.
—Antes deberíamos pensar otras opciones.
—Bien, mientras tanto y si el Consejo me permite —señala Kenie— Pasak y yo daremos cuenta de las opciones al General Adams. Zark nos acompañará.
—El Consejo no tiene nada que objetar a los comisionados. Adelante.
El general Adams y sus oficiales, recluidos en una choza a poca distancia, hacen acto de presencia en la sala acompañados por Zark y varios guerreros custodiándolos. La voz de Numak menciona las opciones planteadas y aprobadas. Tras escuchar, el general señala.
—Estamos en vuestras manos y supongo que la opción de abandonar este planeta no está contemplada.
—No y fundamentalmente porque desconocemos si tenéis otras armas poderosas ocultas en vuestras naves.
—Lo suponía. Entonces cualquier otra decisión no tenemos más remedio que aceptarla.
Guardan silencio y cuando Kenie da instrucciones para devolver a los invasores a sus chozas, uno de los SD se acerca corriendo y le interrumpe.
—¿Qué ocurre? —pregunta Zark.
—No lo sé, pero los monitores de la sala de mando han empezado a emitir luces y voces.
—Espera iremos con estos hombres y por favor, por cuidado con lo que digan, si no entiendes algo hazlos silenciar inmediatamente. Que lo sepa el General Adams.
—De acuerdo.
Caminan hasta la sala de mando. Al llegar, el general pide a uno de sus oficiales ponerse frente al mostrador repleto de monitores. Una voz surge diciendo.
—Aquí el comandante en jefe de la flotilla Nuevo Mundo. Respondan por favor.
La frase se repite insistentemente.
—¿Puedo responder? —pregunta el General dirigiéndose a Zark, quien mira pidiendo respuesta a Kenie.
—Adelante, pero insisto, mida bien sus palabras.
—Aquí base. Responda, Nuevo Mundo.
—¡Por fin! ¿Con quién hablamos?
—Con el comandante de la base, General Adams. Señale su posición por favor.
—Estamos a una hora y solicitamos autorización para aterrizar.
—Aquí base. Están autorizados, procedan en cuanto cubran la perpendicular. ¿Cuántas naves forman la flotilla?
—Quince, comandante.
—Bien, adelante, sigan las siguientes instrucciones a través de la boya láser.
—De acuerdo comandante. En una hora aterrizaremos, el viaje ha sido largo y estamos deseando pisar tierra.
—Perfecto. Buen aterrizaje.
—¿Qué ocurre Zark? —pregunta Kenie.
—Quince naves se acercan a este punto.
—Bien. Despejemos la zona. Pongamos a nuestros guerreros custodiándola. Al menor indicio de peligro daré orden de disparar.
—De acuerdo, pasaré las órdenes.
—Ahora salgamos con el general a esperarlos.
La tensión va en aumento. Tanto los miembros del Consejo como los oficiales y el General Adams se mantienen expectantes observándose mutuamente. Pronto una serie de puntos brillantes van agrandándose hasta hacerse cada vez más visibles. Una composición en forma de flecha se acerca sobre ellos hasta posarse en la zona prevista. Unos minutos después las puertas de las naves se abren y un grupo de oficiales avanza hasta presentarse ante el grupo que espera. El general avanza con sus oficiales mientras los guerreros con sus armas guardan ambos flancos en prevención. Entre ellos, Zark, Pasak y Kenie.
El primer oficial recién llegado, comandante de la flotilla, se acerca ceremoniosamente, saluda militarmente y dice.
—Mi general, me alegra saludarle y estar en casa.
—¿Cómo? —responde.
—Si mi general, que ya estamos de regreso.
—No entiendo. ¿Cuándo tiempo han estado viajando?
—Veinte años mi General.
—¿Tuvieron algún problema en el viaje?
—Los normales.
—¿Siguieron al pie de la letra las instrucciones entregadas por mi predecesor?
—Sí señor. Durante el viaje me hice cargo de la flota cuando el anterior comandante murió. Apliqué las órdenes sin modificación alguna.
—Entonces ¿entraron en la Espiral Dúrbal?
—Sí señor.
—Perfecto mi enhorabuena, puede dar orden de desembarcar a todos los viajeros. Por favor, las armas deben dejarlas en las naves. Los soldados permanecerán a la derecha y los viajeros a la izquierda.
—A sus órdenes General.
Media hora más tarde todas las naves quedan vacías. Los tripulantes, soldados y viajeros se sitúan del modo sugerido por el General. De inmediato son rodeados por los guerreros de Kenie. Más tarde comienzan a inspeccionar visualmente a los viajeros. Todos miran sorprendidos al comprobar que tanto los guerreros como sus dirigentes, llevan ropajes desconocidos. Entre ellos comienzan a murmuran inquietos. Kenie avanza hacia el primer grupo.
—Soy Kenie, comisionado junto a Pasak por el Consejo de Tribus. Acabáis de llegar a nuestro planeta, ser bienvenidos. Mientras tanto aguardar hasta que el Consejo decida donde debemos acoplaros.
Un silencio tenso se adueña del grupo de viajeros mientras un destacamento de guerreros se dispone junto a ellos separándolos de los tripulantes. Se avisa al Consejo. Mientras tanto el General Adams no soporta más la tensión, dirige unas palabras a sus oficiales y de inmediato todos se sientan en el suelo cubriendo con sus manos sus rostros atribulados. Kenie sorprendido, pregunta a Zark.
—¿Que sucede?
—Lo peor que podría haber ocurrido —transmite de labios del General.
—Explíquese por favor.
—Lo haré, pero dentro de la nave principal de la flotilla y en compañía del comandante que acaba de llegar. Ellos, ustedes y nosotros debemos escuchar la explicación que nos dará.
—De acuerdo. Nuestro Consejo también estará presente.
—Como deseen.
—Comandante—pide el General nada más entrar en la nave— extraiga el cuaderno de bitácora y preséntese de nuevo.
—Sí señor.
A su regreso y siempre acompañado por guerreros, se presenta en la sala de control de la nave, frente al General. El resto de los oficiales, guerreros y miembros del Consejo de Tribus, permanecen expectantes. Unos minutos de silencio y Kenie da la orden de inicio al general.
—Antes de nada, debo prevenirles de la dificultad para entender cuanto voy a decir.
—No importa, Zark tratará de traducir de la mejor manera posible. Adelante.
El general visiona durante unos minutos el cuaderno de bitácora entregado por el comandante. Espera unos segundos, suspira y comienza a decir.
—Mantuvimos una teoría, modificada posteriormente, mediante la cual existe una relación espacio-tiempo, pero nunca hasta ahora pudo demostrarse. Solo era una fórmula matemática. Sin embargo, al presentarla no tuvieron en cuenta una circunstancia, y es precisamente la que ahora se ha dado. Me explicaré lo mejor que pueda. Hace días comenté al dirigente Kenie, que nuestro planeta se encontraba materialmente destruido. Sin entrar en otro tipo de disquisiciones, solo comenté que carecíamos de alimentos y energía. Éramos un planeta con hambruna y paralizado. Bien, nuestros dirigentes decidieron en el año 2080 que debíamos salir en busca de ambos y lo hicimos. Viajamos por el espacio durante mucho tiempo hasta encontrarnos con la Espiral Dúrbal. Cuando salimos de ella dimos con este planeta, similar en características al nuestro de hace cientos de años. Aterrizamos y el resto hasta hoy ya lo conocen. Hace tiempo se dio orden de regresar a nuestro planeta una flotilla con viajeros de este mundo, jóvenes de sus tribus, alimentos y material suficiente para surtir de energía a nuestro planeta. Se facilitó nuestra posición espacial a fin de que, al atravesar la Espiral Dúrbal pudieran llegar a nuestro planeta con posibilidad de regresar a éste y reiniciar el traslado o realizar cualquier otra acción decidida por parte de nuestras autoridades. Sin embargo, la flotilla ha sufrido un trastorno. Mientras en nuestro viaje inicial nosotros cubrimos en cinco años la distancia hasta la Espiral, ellos lo han hecho en un año. No obstante, y esto es lo especialmente extraño, han permanecido dentro de dicha Espiral veinte años viajando y han encontrado la misma paradoja. Como una bola, han rebotado y regresado de nuevo al punto de partida, es decir a este planeta.
—¿Y eso que significa?
—Significa que nosotros al aterrizar, lo hicimos en un planeta similar al nuestro, y en efecto así fue, a no ser que…
En ese preciso instante al general se le desencaja el rostro, palidece y comienza a transpirar hasta desmayarse. Dos de sus hombres se acercan con rapidez evitando caiga al suelo. Lo tumban sobre un amplio sillón y le ofrecen agua. Una vez repuesto se levanta lentamente y avanza hasta ponerse frente a Kenie. Le abraza tembloroso. Al verlo, Zark echa mano a su arma corta. Kenie se lo impide con un ademán negativo. Tras dos minutos de silencio, se separa y señala.
—Perdónenme todos. Hemos cometido un gran error.
—Explíquese por favor.
—Al aterrizar inicialmente, lo hicimos por la sencilla razón de analizar la similitud de las características con nuestro planeta. Idéntico sistema solar, parecida atmósfera, en fin, todo lo que necesitábamos para sobrevivir, aunque no advertimos que lo hacíamos, —comienza a transpirar de nuevo y sentir el advenimiento de otro desmayo— no es nada, se me pasará.
—¿Que insinúa general? —pregunta el comandante de la flota.
—Escuche con atención y compruebe su cuaderno de bitácora comparándolo con el de nuestro viaje y dígame si encuentra alguna diferencia.
Al cabo de unos minutos.
—Ninguna general.
—Claro que ninguna comandante, porque en ambos viajes hemos sufrido idéntica paradoja. Hemos viajado dentro de la Espiral Dúrbal y nos ha llevado a regresar siempre al mismo punto, pero en una época anterior, miles de años diría yo. Este planeta es para nosotros desconocido, aunque muy parecido al nuestro, solo le faltan cuatro planetas para ser semejante a nuestro sistema solar y así conformar el conjunto que nosotros conocimos. Esta gente, los habitantes de este planeta parecer ser sencillamente nuestros, nuestros… —no tiene valor ni fuerzas para seguir hablando.
—Pero general su insinuación no es posible, no está demostrada la teoría de la Espiral Dúrbal.
—Lo sé comandante. Faltan aún miles y miles de años para que el resto de los planetas formen el sistema solar que conocimos. El satélite de este planeta tiene atmósfera. Mucho me temo que hay planetas esperando para formar parte del sistema como el nuestro. Mire con atención el firmamento y verá como aun no aparecen. Ni siquiera las constelaciones son reconocibles.
—No entiendo —dice Kenie a la traducción de Zark.
—Comprendo su incapacidad de ahora, pero no tema, tenemos toda una vida para explicarle cuanto acabo de decir y pueda comprenderlo.
—¿Entonces?
—Supongo, Kenie —dice dirigiéndose también al resto de presentes— que ya no hará falta la decisión del Consejo respecto a qué hacer con nosotros. No podremos volver al planeta de donde salimos, estamos condenados a vivir aquí, todos juntos.
—¿Eso significa que deberemos esforzarnos en entendernos y tratar de convivir?
—Todos nosotros deberemos poner toda nuestra voluntad y esfuerzo para entender lo ocurrido. Por cierto, me gustaría conocer el nombre de su planeta ¿Cómo lo llaman?
Kenie, a través de la traducción de Zark, responde.
—Siempre oímos decir a nuestros mayores, que los suyos, lo llamaron Gaiak, aunque nosotros lo conocimos por el otro nombre.
—¿Cuál es ese nombre?
—Nosotros lo llamamos Tierra.
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