¡Alcánzame la copa de vino que está sobre la mesa! Le oí repetir una y otra vez en aquel salón ante la inmovil presencia de su segunda esposa. No le escuché con atención, aunque repetía la frase como si se tratara de un búcle.
— ¿Es que no me oyes? —Preguntó con insistencia.
Yo miré desde la puerta. La tensión oprimía los pulmones y aceleraba mi ritmo cardiaco. Por fin me atreví
—¿Para qué quieres la copa? —pregunté temeroso.
—Debo brindar—respondió.
—¿Brindar?
— Sí.
—¿Con esas manos llenas de sangre? —repliqué.
— ¿Quieres ser el próximo? —dijo levantando la voz.
— ¡No! Ahora suelta el cuchillo, debo llevarte a la comisaria papá.
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