Me falta tu copa para brindar
por el resto de los amigos.
Para mi estimada amiga Clotilde.
La hipótesis de una sospecha es un juego
peligroso en manos de un amateur.
Alonso Núñez
La amistad no es más que amor disfrazado.
Lucas Arias
Primero
Descubrir un cuerpo sin vida es muy desagradable, pero si es el de la mujer con quien has tomado una copa horas antes, es algo imposible de creer. Eso es precisamente lo que me ocurrió aquel fin de semana, después de haber pasado la noche bebiendo más güisqui que los catadores de las destilerías de Escocia e Irlanda juntos. Mis amigos no me permitieron coger el coche, raptaron mis llaves, no solo las del vehiculo, también las de mi casa, por lo que al llegar descubrí que no podía entrar. Después de caminar durante mas de dos horas bajo la lluvia y el frío de aquel sábado, decidí esperar a que amaneciera tomando un par de cafés para eliminar la resaca, confiado en que Luis o Alfredo regresaran también a sus respectivos domicilios, para ir a su casa algo mas despejado que cuando nos despedimos horas antes.
Intenté recordar con cierta dificultad, quien de ellos se quedó con las llaves, y haciendo un pavoroso esfuerzo, logré identificar en mi mente a Alfredo jugando con la bellota de plata que, como llavero, soportaba el conjunto de las que tanto necesitaba ahora, fundamentalmente por la imperiosa necesidad de entrar en casa, darme una ducha, y sobre todo por cepillarme la boca y dormir durante las horas restantes del domingo. Sin embargo, no pude, no tuve mas remedio que despedirme del camarero, que me miró extrañado por la confianza demostrada al despedirme, ¡adiós, Paco! —le dije— posiblemente al no recordar su nombre y ser ese el primer nombre que vino a mi cabeza.
Salí de aquella cafetería cercana a mi casa y volví sobre los pasos dados horas antes. Debo reconocer que me costó bastante encontrar el camino hasta el domicilio de Alfredo. Por cierto, la Casa Publica ó Pub donde trasegamos la mitad de la destilación de güisqui de ese año, estaba situada en los bajos del edificio donde vivía Foro, otro del grupo, que esa noche se ausentó acompañado por una maravillosa rubia de 25 años.
Al doblar la esquina y ver el cartel anunciador del Seven Stars Pub, sentí la sensación de volver a beber aquella Agua de Dioses de nuevo. Paré un instante para tomar resuello; ya que sin darme cuenta había caminado con cierta rapidez. Miré con nostalgia la puerta cerrada. También la oportunidad perdida de cerrar la noche con una sesión de SCE, como solíamos denominar al momento de retirarnos con una mujer desconocida, es decir, indicios de disfrutar Sexo Con Extraña. Cosa que supongo consiguió Foro. Respiré profundamente y al intentar caminar en dirección a casa de Alfredo, quinientos metros más arriba, pasé cerca de los contenedores de basura y allí estaba, tendida sobre unas cajas de cartón anunciando la marca de güisqui que habíamos bebido aquella noche. Uno de sus pies descalzo, el otro con el zapato negro y detalles brillantes alrededor del borde. Inicialmente me asusté, luego me agaché para comprobar si respiraba. Su posición sobre las cajas parecía decírmelo. Su bolso, pequeño con la cadena dorada, aún lo sujetaba con la mano cerrada, su escote generoso mostraba un indescriptible juego de rojos, originado por la mezcla de su sangre con su vestido y ropa interior. Levanté su mano insensible y sentí frío, no el normal de la mañana, sino el de la muerte que aquella mujer representada.
Me levanté, retiré el teléfono del bolsillo de mi cazadora y en un impulso que anulé de inmediato, pensé tapar su rostro y torso con ella. Marqué el numero de la policía, di mi nombre y la dirección donde estaba, y tras escuchar que no tocara nada y les esperara, me sentí extrañamente despejado, aunque inquieto y preocupado. Diez minutos después dos coches aparcaban ruidosamente y sus agentes completaban un hipotético cordón alrededor del cuerpo sin vida, los contenedores de basura y las cajas vacías de güisqui conmigo dentro de él.
—Me llamo Juan Luis Arrobas, soy inspector de seguros marítimos —respondí a la primera pregunta del inspector.
—Bien, continué por favor.
—Solo tomé su brazo derecho para comprobar si tenía pulso —respondí de nuevo al policía.
—Entonces no tendrá más remedio que acompañarnos a la comisaría. Le tomaremos declaración, huellas y ADN, para descartarle como presunto asesino.
—¿La han asesinado?
—Desde luego, nadie en su sano juicio se hace un agujero en el corazón y luego esconde el arma. ¿verdad?
—Tiene razón.
Al inspector le conté todo lo que recordaba hasta hacer la llamada, oculté sin embargo que varias horas antes había tomado algunas copas con aquella hermosa mujer, que casi estuvo a punto de convertirse en un maravilloso ejercicio de SCE. Tomaron mis huellas y una muestra de mi saliva, posiblemente con los restos del doble malta irlandés y de los dos recientes cafés colombianos solos y sin azúcar, como últimos líquidos ingeridos.
No supe la razón exacta para ocultar al policía que exactamente a las nueve y media de la noche, había conocido a Lucía.
Era una mujer morena con una figura sensacional y una cara de preocupación o de tener algún problema emocional. Yo esperaba a mis amigos, como siempre hacíamos cuando salíamos de ver un partido de fútbol de nuestro equipo. Ellos se empecinaban en llevar el coche hasta el estadio, yo sin embargo siempre iba en metro, evitando la locura de encontrarlo encerrado entre otros y tener que esperar, a veces, hasta horas, para poder encender el motor y regresar a casa o al Siete Estrellas. Aquel sábado el equipo de nuestros amores jugó su partido a las seis de la tarde y como siempre, cuando ganaba, lo celebrábamos allí con unos guisquis, hasta la hora de cenar o acostarnos.
Cuando llegué y como siempre, Foro, Luis y Alfredo aún no lo habían hecho, por lo que pedí mi primera copa y un plato de anacardos. Me senté frente a una de las dos mesas del rincón derecho, junto a la ventana. Miré el reloj después de ver repetidas las jugadas en el reportaje televisivo y comprobé que hora y media después de acabado el partido mis amigos no habían aparecido. Entonces entró ella. Se sentó en uno de los sillones de la mesa contigua y pidió una tónica con ginebra. No la llevaron un plato con almendras o similar y después de unos minutos observándola detenidamente, tomé el mío con anacardos y me acerqué para ofrecérselos en un intento de entablar conversación.
—Suelen despistarse de cuando en cuando —dije avanzando el plato con los anacardos.
—¿Se refiere al acompañamiento de la copa?
—No exactamente.
—¿A qué entonces?
—Normalmente cuando en el Siete Estrellas entra una mujer tan guapa como usted, tienen la obligación de presentarme.
—¿Y eso?
—Porque soy un soltero empedernido y tienen la creencia de que nunca voy a encontrar a la mujer de mi vida. Hasta ahora no la había encontrado.
—Claro — dijo sonriendo— no le había entendido. Es usted el ligon oficial del Pub ¿A que sí?
—Disculpe si la he molestado ¿Me llevo mis anacardos o recojo la copa de mi mesa? ¿Qué hago?
—Deje los anacardos, me resignaré a su intento de ligar conmigo.
—Eso está mejor.
Me presenté, me dijo su nombre, más tarde su ocupación y el motivo de estar allí. A las diez y media aparecieron mis amigos, pasaron un instante a saludar y se retiraron en silencio, sin comentario alguno. Nosotros seguimos hablando.
—La verdad, cuando me fijé en ti, vi un rostro de preocupación.
—Es cierto, estoy bastante preocupada.
—¿Puedo saber la razón?
—Tal vez, pero antes pídeme otro gintonic, quiero estar animada antes de que venga la persona a quien espero.
—¿Un hombre?
—Naturalmente.
—Entonces me dirás cuando debo retirarme ¿verdad?
—No tiene importancia, solo es un contacto de negocio. No es preciso que te vayas muy lejos, a no ser que te reclamen tus amigos.
—No hay problema, nos vemos con frecuencia, estoy seguro que comprenderán que no vaya con ellos estando tú a mi lado.
—Como quieras.
Las doce de la noche y continuábamos hablando. Conseguí que sonriera más de una ocasión, también que se sentaran Luis y Alfredo con nosotros, ya que Foro tuvo un encuentro fortuito. Supe que trabajaba en una firma europea representado a multitud de jugadores de fútbol, que había quedado citada allí con alguien. Al cabo de una hora Lucia se levantó del sillón al ver aparecer a un hombre en la puerta del Pub, me besó en la mejilla para despedirse, metió algo en el bolsillo izquierdo de mi cazadora, creo que una tarjeta o algo similar por la forma y aproveché para entregarle una mía, que introdujo inmediatamente en su bolso, para alejarse hasta la puerta donde saludó al hombre trajeado con corbata naranja que esperaba. Los vi hablar un momento, después como la tomaba del brazo acompañándola hasta un enorme coche negro con otro hombre al volante que arrancó nada mas cerrar la puerta trasera por la que subió Lucia.
A partir de ese momento, soporté los sarcasmos de mis amigos y tras comentar algunos aspectos del partido, y sobre todo la mala suerte que tuvo uno de nuestros delanteros, cuando un contrario le entró con las botas por delante hasta chocar con su rodilla y caer en el césped echándose mano a ella gritando de dolor. Después nos acercamos al camino de los dioses, bebimos hasta las cinco de la mañana. A esa hora Sergio, amigo y propietario del Pub, nos echó amenazándonos con no volver a dejarnos entrar, como casi siempre hacía.
Cuando salí de la Comisaría me encontré aturdido, cansado y con la resaca aún sin haberla diluido con aspirinas, café, una buena ducha y algunas horas de sueño. Llamé a Alfredo. Le desperté, el también estaba resacoso, pero al recordarle que se había quedado con mis llaves, me habló de no se quién, de no sé dónde, que le sucedió algo similar. Fui a su casa obligándole a que me esperara despierto, junto a la puerta con las llaves en la mano. Nos despedimos y sin ganas para seguir caminando, recogí el coche y conduje hasta mi domicilio. Hice cuanto debía haber realizado cuatro horas antes y por fin me metí en la cama tras poner los dos teléfonos en el salón bajo una montaña de cojines. Me desperté a las cinco de la tarde con un hambre canina.
El resto del domingo pasó sin pena ni gloria, sin embargo, tan pronto llegué a la oficina recibí una llamada telefónica del inspector de policía. Me hizo recordar el momento en que encontré el cuerpo sin vida de Lucia, me preguntó si recordaba haber visto algún reloj en alguna de sus muñecas. Le respondí que no, después me pidió le llamara si regresaba a mi mente algún detalle, colgué. Estuve pensativo toda la mañana, aunque mi ayudante me interrumpió de inmediato ofreciéndome dos nuevos expedientes para analizar, con vencimiento el jueves. Debía salir inmediatamente hacia el puerto de Valencia para inspeccionar y cerrar las operaciones.
Regresé el miércoles por la noche, cené una pizza con cerveza pedida por teléfono mientras me cambiaba de ropa. Por la mañana entregué a mi ayudante el resultado de los expedientes, firmé las recomendaciones y las pasó al despacho del director general, que en ese momento se reunía con uno de los reclamantes. Al regresar me pasó las notas y llamadas recibidas en mi ausencia. Entre ellas la de un hombre extranjero, Milos Dada. Había dejado un número de teléfono para ponerme en contacto con él, al parecer con cierta urgencia. Le llamé inmediatamente.
—¿Sr. Dada?
—El mismo —respondió con un profundo acento eslavo.
—Soy Juan Luis Arrobas, mi ayudante me dijo que necesitaba verme con urgencia.
—En efecto. ¿Podemos vernos en algún sitio ahora mismo?
—Lo siento, pero en estos momentos no puedo ausentarme de mi oficina.
—Entonces no le importará que vaya a su despacho.
—En absoluto si es inmediatamente, más tarde debo acudir a una reunión.
—Entonces saldré ahora mismo.
—Le espero.
Diez minutos más tarde mi ayudante le acompañaba golpeando con los nudillos la puerta de mi despacho avisándome.
—Pase y siéntese por favor.
—Gracias señor Arrobas.
—¿A qué se debe esa urgencia por verme? ¿Algún asunto sobre a un seguro marítimo?
—Nada de eso. Es de otra índole. La noche del sábado, si no estoy mal informado, estuvo con Lucia Bernardo tomando una copa.
—Bueno, en realidad coincidimos en el Pub.
—¿No la conoce entonces?
—Si, pero solo nos vimos aquella noche. Nos entregamos nuestras respectivas tarjetas para vernos en otra ocasión. Un simple cruce de deseos e intenciones. Me dijo eso si, que esperaba a alguien y en un determinado momento, al parecer el hombre con quien se había citado apareció y se fueron juntos en un coche negro.
—¿Dice que le entregó una tarjeta?
—Así fue. Con su número de teléfono. Yo le entregué una mía.
—Supongo.
—¿Qué tiene usted que ver con Lucia?
—Trabajamos juntos y llevo varios días sin verla. ¿La llamó?
—No señor, aún no, el trabajo me retiene toda la semana, a veces, la mayoría de los días los paso viajando, solo dispongo de sábados y domingos, y no todos.
—Si consigue hablar con ella, haga el favor de llamarme. Tenga —dijo ofreciéndome una tarjeta de visita.
—O si me llama ella —respondí al recogérsela.
—También. Gracias, señor Arrobas, debo marcharme.
—Le acompaño a la salida.
Regresé confundido, preguntándome si aquel hombre conocía que Lucia estaba muerta. No supe responderme, ni como había conseguido el número de teléfono de mi oficina. Al cabo de un rato advertí la razón y llamé inmediatamente al inspector.
—Disculpe inspector.
—¿Ha recordado algo?
—No, solo para preguntarle si encontraron en su bolso alguna nota o tarjeta.
—¿A qué viene esa pregunta?
—Como sabe, soy inspector de seguros y a veces investigo accidentes. En ocasiones la gente suele tener notas o indicaciones escritas en los bolsillos. Y como esa mujer llevaba un vestido, pensé que a lo mejor llevaba algo en el bolso.
—Sr. Arrobas, pese a que fue quien la encontró, eso no le permite hacer preguntas sobre la investigación de un crimen.
—Disculpe.
—De todas formas, pese a que no acostumbro a responder esas cuestiones, puedo asegurarle que solo encontramos lo normal que una mujer suele llevar en su bolso.
—Comprendo Inspector. Gracias y discúlpeme, no volveré a molestarle. Aunque me gustaría saber quien pudo matarla y porqué.
—Está bien, como tengo su teléfono, al acabar la investigación podré decirle algo.
—Gracias.
—De nada señor Arrobas.
Si cuanto acababa de decirme el inspector era cierto, la tarjeta que entregué a Lucia pasó a manos de Milos Dada. Entré en la base de datos empresarial y busqué el nombre de la empresa en la que supuestamente ambos trabajaban. Al cabo de unos minutos rescaté la información sobre papel y leí todo su contenido. Tal y como comentó verbalmente Lucia, la empresa, autorizada por la Organización Europea de Fútbol, tenia la razón social en Belgrado y su objeto la representación a nivel europeo de jugadores de fútbol. Había una relación de nombres y apellidos, y junto a ellos, los distintos equipos en los que habían militado hasta ese momento, resaltando al que pertenecían en la actualidad. Me fijé con detalle en algo que llamó mi atención, no eran jugadores deslumbrantes, como decirlo, no eran de primer orden sino de segundo o tercer nivel. No reconocí a muchos, pues pertenecían a las ligas de Alemania, Suiza, Italia o Francia fundamentalmente, que no seguía con regularidad. Sin embargo, si reconocí algunos en equipos españoles. Me llamó la atención precisamente el jugador que había roto la rodilla al de mi equipo el sábado, el mismo día en que conocí a Lucia.
Abrí el periódico deportivo digital que contiene una base de datos de los jugadores y equipos a los que pertenecen y comencé a buscar los nombres de aquella relación. Antes, comprobé como las heridas y rotura sufrida por nuestro jugador, le obligarían a permanecer inactivo al menos seis meses, tiempo suficiente para no terminar la liga y rebajar las pretensiones de nuestro equipo. Al jugador que provocó la lesión, el árbitro le mostró tarjeta roja con la inapelable sanción de cuatro partidos sin jugar a la espera del informe que en ese momento tramitaba la Federación. Algunos comentaristas apoyaban la tesis recientemente introducida de hacer cuanto fuera necesario para evitar todo tipo de violencia en los campos de fútbol, e insistían que aquellos jugadores que provocaran lesiones con una duración por encima de los seis meses deberían suspenderlos la ficha profesional a perpetuidad, no volver a practicar el fútbol profesional.
Seguí buscando en la base de datos y poco a poco me encontré lleno de hojas con las incidencias de todos los jugadores representados por la empresa de Milos y Lucia. Tuve que dejarlo al requerirme el director general de mi empresa. Me prometí seguir comprobando datos cuando llegara a mi casa. Mi interés fue aumentando a medida que descubría ciertas coincidencias, por lo que me lo tomé más en serio de lo que inicialmente pensaba.
Conformé una relación de todos los jugadores representados por la empresa y añadí una columna para dejar constancia de mis descubrimientos. Así cada día al regresar a mi casa o durante mis viajes a Valencia, Barcelona, Bilbao y Vigo podría seguir investigando, aumentar las circunstancias descubiertas. Siempre que dejara un hueco en mi trabajo como inspector de seguros marítimos.
SEGUNDO.
Mis amigos lamentaron aquel segundo fin de semana, el anterior no los vi, y solo cuando quedamos para asistir al partido y regresar al Siete Estrellas para celebrar el empate de nuestro equipo, les comenté la incidencia de hacia quince días, no solo por encontrar el cuerpo sin vida de Lucia, sino también la llamada de su hipotético compañero de trabajo y la consiguiente investigación privada que venia realizando.
—Lo sentimos —dijo Alfredo por los tres— después de no conseguir se tradujera en SCE, la encuentras muerta. Ya es mala suerte. ¿Leíste la tarjeta por si te puso alguna nota?
—No, no caí, además hoy ya ves, no llevo la misma cazadora, cuando regrese a casa la miraré.
—Entonces el primer güisqui será en memoria de…
—Lucia, Lucia Bernardo, era su nombre.
—Pues eso, en memoria de Lucia, que nos espere muchos años donde se encuentre.
Apuramos los vasos y después de pedir el segundo y tomarlo, no tuve ganas de seguir las mismas pautas de todos los sábados. Me disculpé y pese a tener dos copas en el cuerpo, en esta ocasión si tomé mi coche aparcado cerca del Pub. Al llegar a casa lo primero que hice fue acercarme al armario en busca de la cazadora, recordé ponerla en la terraza de mi alcoba para eliminar el olor de tabaco incrustado en las fibras. Sin descolgarla metí la mano en el bolsillo donde dejó Lucia su tarjeta, rebusqué y la extraje, aunque no era de cartulina como esperaba, sino de plástico, de esas que llevan un chip incorporado con algunos datos personales a titulo de presentación, yo tengo una similar. La llevé hasta el estudio. En el frontal aparecía el logotipo de la empresa, su nombre y apellidos, una dirección de Belgrado y otra más, posiblemente la privada de Lucia en Madrid, un teléfono móvil con el prefijo internacional de nuestro país, junto a otros con prefijos supuestamente de Serbia. Di vuelta a la tarjeta y apareció otro chip, sujeto, no incrustado en la tarjeta. Resolví retirarlo e introducir la tarjeta en el lector de mi teclado. Apareció un mensaje anunciando los datos de la Empresa, otros señalando que la portadora Lucia Bernardo, era su representante oficial en España, el resto de los datos debían ser extraídos mediante clave para ser vistos, posiblemente datos económicos. Pase varios minutos pensando que hacer para leer el contenido de aquel chip pegado e incorporado a la tarjeta. Como pude extraje el autentico y tras mucho esfuerzo, conseguí superponer en el hueco que dejó, el segundo sujeto con cinta transparente e introducirlo en el lector del ordenador.
En el primer intento la lectura resultó fallida, no debí sujetarlo debidamente. Apliqué un pegamento y esperé a que se secara para intentarlo de nuevo. Impaciente, surgió en la pantalla una relación parecida a una cuenta contable, con diversas cifras, nombres en serbio, lo supuse, pues no entendía nada de cuanto señalaba. Solo pude descifrar nombres en castellano, así como los de algunos e importantes equipos de la primera división de nuestra liga de fútbol. Copié su contenido en un disco y luego a la carpeta recientemente abierta con toda mi investigación, mas tarde volví a insertar el antiguo chip y ocultar el que contenía la relación, en realidad deseaba dejar la tarjeta tal y como me la dio, pero sin el segundo chip pegado en el dorso.
El domingo lo pasé comprobando datos, sobre todo de aquellos jugadores relacionados y representados por la empresa. Al acabar la tarde y con cierto dolor de cabeza decidí abandonar aquello y salir a la calle para despejarme del embotamiento producido por tantas horas frente a la pantalla del ordenador. Había sacado una vaga idea de todo aquello, pero no tenia intención de continuar. Cerré el ordenador, guardé la copia del disco en una caja, junto a los que debía llevarme el lunes a la oficina para devolver a mi ayudante. Metí la tarjeta en la cartera, junto al resto de las de crédito y acceso de mi empresa, el monedero en el bolsillo y me dispuse a caminar un par de horas, debía pensar en el trabajo de la semana entrante.
Llevaría veinte minutos caminando cuando paré en un escaparate para comprobar los precios de unas camisas de manga corta. Al separarme vi a mi espalda la figura de un hombre al que creí conocer. Rápidamente me vinieron a la memoria las mismas facciones del hombre que esperaba a Lucia a la puerta del Pub aquel nefasto sábado. Me volví y apenas me dio tiempo a formular una sola frase, unos brazos fuertes estiraron los míos hacia atrás forzando mis hombros produciéndome un intenso dolor. Mientras el desconocido, avanzó extendiendo su brazo derecho y me aplicó con fuerza un derechazo al estomago que me hizo doblar las rodillas y caer al suelo. Quien me sujetaba por la espalda tiró con fuerza izándome para enfrentarme de nuevo al boxeador mientras decía: Responda las preguntas que le van a hacer. Preso del dolor producido por el primer golpe, asentí con la cabeza. Apenas tenia fuerzas para soltar palabra alguna.
—Tiene algo que me pertenece señor Arrobas.
—Pues haga el favor de decirme que es—dije entrecortando las sílabas.
—La tarjeta que le entregó Lucia en el Pub.
—Está bien, precisamente hoy mismo la he sacado de donde la metí aquel sábado, pensaba llamarla esta noche.
—¿Entonces no habló con ella todavía?
—No señor.
—Haga el favor de dármela yo la llamaré en su nombre. Como ella tiene la suya le diré que le llame.
—De acuerdo, espere un momento, la llevo en la cartera, diga a su amigo que me suelte y podré sacarla.
—No hace falta, lo haré yo.
Extrajo mi cartera y comenzó a sacar una a una las tarjetas hasta que dio con la de Lucia.
—¿Es ésta la que le dio?
—Ya le he dicho que si.
—¿Ha leído el contenido?
—He leído lo que pone, que trabaja en una empresa con sede social en Belgrado y cuando he visto su número de teléfono de España, pues lo he pasado a mi teléfono móvil para llamarla, nada más, la llevo para saber donde vive.
—¿Está seguro de ello?
—Pues claro que sí.
—¿Ha intentado leer el chip?
—Lo lamento, pero no tengo lector en mi casa, además, solo suelen llevar datos personales, y esos prefiero que me los de Lucia en persona.
—De acuerdo, le creo. Suéltale —dijo al energúmeno que me sujetaba.
—¿Ya está?
—Si.
—Pues se podía haber ahorrado el puñetazo, con solo pedírmelo les habría dado la tarjeta.
—Lo lamento señor Arrobas, discúlpenos, tratamos con gentuza y a veces debemos ponernos duros. La próxima vez se lo pediremos, aunque espero no volver a verle.
—Yo también, este encuentro no ha sido agradable.
—Espero que tenga necesitar de verlo, de todas formas, sabemos dónde trabaja.
—No creo que sea necesario, ya tiene lo que buscaba.
—Desde luego.
Aguanté unos minutos para recuperarme, saqué el teléfono para llamar a Alfredo, necesitaba hablar con alguien, un amigo, tomarme algo fuerte y escuchar su opinión.
—De acuerdo, nos vemos en el Siete Estrellas dentro de media hora.
—Yo estoy a punto de llegar.
—Me apresuraré entonces.
—Gracias.
No sabia si el primer trago lo iba a soportar, no tuve ningún motivo para quejarme, sin embargo, no quise masticar anacardo alguno. Me puse a mirar el rincón donde estuve aquel sábado con Lucia y sentí un profundo pesar en mi corazón junto a una extraña desazón. ¿Qué significaba aquella relación en idioma serbio? ¿Y aquellas cifras? ¿Los nombres de los equipos y jugadores? Menos mal que para continuar analizando aquello lo copie en un disco y cargado en el ordenador. El vaso estaba por la mitad cuando Alfredo apareció frente a mí. Respondí a cada pregunta que me hizo, y tras contarle los datos averiguados, siguió formulando más y elucubrando sobre las posibilidades de parecerse a un espionaje industrial o deportivo, que a otra cosa.
—Haremos una cosa, envíame por correo cuanto has descubierto hasta este momento y yo buscaré a un alumno de mi equipo que pueda traducirnos cuanto pone en esa relación.
—No Alfredo, me temo que cuanto menos sepas mejor, además, no sabemos que significan las cifras. Dejarlo en manos de alguien desconocido podría implicarlo en un asunto desconocido.
—Tal vez tengas razón. ¿Qué haremos entonces?
—Tú nada, yo seguiré analizando esto y si encuentro algo, supongo que lo haré llegar al inspector que investiga la muerte de Lucia. Todo empezó por ella y tal vez el contenido de la tarjeta, bueno del chip, tenga algo que ver.
—¿Crees que puede ser peligroso?
—Yo que se Alfredo, a mi lo único que me interesa es saber quien y porque la mataron.
—Deberías poner cuidado.
—Lo pongo, pero desconozco quienes están implicados en este asunto.
—Deberías darme el teléfono de ese iInspector, como medida precautoria.
Desviamos la conversación, tomamos una segunda copa y luego me invitó a cenar en una cafetería cercana, incluso me acompañó a mi casa. El lunes por la mañana tanto Luis como Foro me llamaron preocupados a la oficina, Alfredo les había contado lo ocurrido. Se conjuraron para acompañarme siempre, no dejarme solo, en Madrid claro, no durante mis viajes. Esa semana estuve en Barcelona y Cádiz. El viernes lo pasé en mi oficina y a media mañana llamó Milos Dada.
—Señor Arrobas, creo que es usted una persona honrada y suele decir la verdad.
—Así me considero señor Dada.
—Me alegro.
—Yo también. ¿Quería algo de mi?
—Nada después de cuanto he dicho, solo que me alegro haberle conocido.
—Yo también — iba a continuar, pero oí como se cortaba la línea.
Desconocía la razón de aquella conversación tan corta, pero me confirmó que Dada de alguna manera formaba parte del grupo que me atacó y entregué la tarjeta de Lucia. Cuando acabé mi jornada regresé a casa y después de almorzar, me puse a recapitular cuanto había descubierto hasta ese momento. Comprobé en la relación extraída del chip, que algunas frases en aquel idioma desconocido para mí se repetían con frecuencia y siempre precedían a una fecha. A continuación, en las siguientes columnas, aparecía alguna cifra más o menos importante. Decidí copiar cada frase diferente, trasladarla a un papel y buscar a alguien que pudiera traducirlas sin conocer los nombres en castellano ni cifra alguna.
Busqué en Internet un programa de esos que traducen frases en cualquier idioma e intenté jugar durante unos minutos, pero el resultado no fue el esperado, por lo que decidí encontrar algún traductor oficial del idioma serbio. Localicé a dos, uno relativamente cerca de mi empresa, anoté la dirección y teléfono. Pensé visitarlo el mismo sábado por la mañana, suponiendo que trabajara. Dejé todo recogido, preparé una ensalada para cenar y me senté frente al televisor para adocenarme durante unas horas.
No quería perder tiempo, por lo que ni siquiera desayuné en casa, lo hice camino de la dirección del traductor. En el bolsillo interior llevaba una serie de hojas con las frases en serbio que pretendía pasar al castellano. Estuve a punto de cometer un lamentable fallo, antes de cruzar en busca del número 7 de la calle, vi la figura de un hombre, me pareció reconocer al energúmeno que me sujetó los brazos a la espalda, hecho que me puso en alerta. Paré mi marcha y me refugié en una cafetería observándole desde la distancia. Entró en el portal y el tiempo que tardé en tomarme un café salió acompañado por otro hombre a quien no conocía. Pagué la consumición y opté por marcharme de aquella zona, no tenía ninguna intención de meter la pata. Pensé que tal vez no me creyeron cuando les dije que desconocía el contenido del chip y les puso en alerta. A lo mejor se interesaron por cuantos traductores de serbio hubiera en la ciudad, para saber si traducían a alguien. Decidí sujetar con fuerza las hojas con mis frases en serbio y deshacer el camino andado hasta mi casa. Abandoné las hojas, memoricé la dirección de Lucia y me dispuse, sin saber porqué, ir hasta allí. Busqué la calle en un plano y conduje hasta encontrarla. Subí unas escaleras hasta la garita de un vigilante.
—Voy al domicilio de Lucia Bernardo, al numero 22-3º-E —dije sin convencimiento.
—Pase, y no olvide cerrar el portal para evitar que los chicos jueguen dentro.
—Lo haré.
Pulsó un interruptor y abrió una puerta metálica para darme acceso. Miré a mi alrededor observando todo. Una pista de tenis, una piscina para adultos y otra infantil. Unos soportales bajo los cuales se encontraban fijadas unas planchas metálicas señalando los números de los edificios. En un rincón a la derecha, el de Lucia. Empujé la puerta de cristal y esperé a que se cerrara haciendo caso al vigilante. Entré en el ascensor y pulsé el tercer piso. Segundos después me encontraba, imbecil de mi, frente a la puerta del domicilio de una mujer a quien había encontrado muerta que no podría abrirme. Lo hice instintivamente. Esperé unos segundos absurdos en la seguridad de marcharme poco después. Tampoco tenia la convicción de porqué había ido allí, tal vez tenía el absurdo e inútil deseo de verla, o quizás la oculta intención de haber continuado nuestras vidas frente a otra copa en el Siete Estrellas, sin embargo, volví a pulsar el timbre.
—¿Quién es? —preguntó una voz femenina desde el interior.
—Juan Luis – dije sorprendido –
—¿Le conozco?
—Supongo que no. Soy amigo de Lucia —añadí mintiendo.
—Espere un segundo, le abro enseguida.
—Espero.
La puerta se abrió y me dejó ver a una mujer tan parecida a Lucia, que me pareció estar viéndola viva. Sus ojos, aunque de distinto color, estos marrones, estaban oscurecidos, con profundas marcas de haber llorado durante horas. Una bata cubría su cuerpo aparentemente sin otra ropa debajo. Sus cabellos alborotados y sus pies dentro de unas zapatillas verde oscuro. Lanzó su mano frente a mí en espera de que la estrechara en señal de saludo.
—Soy Elvira, hermana gemela de Lucia.
—Yo Juan Luís Arrobas.
—Pase, pero Lucia no está, hace más de dos semanas que no viene por casa. ¿Quiere tomar algo?
—No gracias.
—Supongo que viene porque usted tampoco sabe de ella ¿verdad?
—La verdad es que si.
—¿Entonces?
—Sabes tanto como yo ¿verdad? —dije tuteándola.
—Desconozco cuanto sabes tú.
—Todo. ¿Te han comunicado lo ocurrido a tu hermana?
—Si, ayer me visitó un inspector de policía y me lo dijo. Creí que estaba en Belgrado, salía mucho de viaje, y no me extrañaban sus ausencias, pero siempre me llamaba, en esta ocasión no lo hizo y comencé a preocuparme. No sabía que tenía amigos.
—En realidad nos conocimos la noche en que ocurrió el accidente. Nos canjeamos tarjetas. Me dijo que esperaba a un hombre, cuando llegó se marchó con el, horas después la encontré muerta.
—¿Fuiste tu quien la encontró?
—Por desgracia mía sí. Lo siento, siento mucho que tu hermana muriera, era muy simpática y guapa. Nos caímos bien.
—Disculpa, pero llevo dos días sin salir, después del inspector de policía, eres la única persona a quien he abierto.
—¿Ha venido alguien más?
—Si, pero no los abrí.
—¿Cuándo?
—Hace unos días. Eran dos hombres, uno con cara de animal, muy feo, vestido con ropa deportiva, el otro con traje y corbata.
—Debes tener cuidado.
—¿Por qué?
—No lo sé Elvira. Según has descrito creo que son los mismos hombres que me abordaron el otro día, me golpearon y se quedaron con la tarjeta que me entregó tu hermana.
—¿La tarjeta de visita de mi hermana?
—Si, al parecer tenía algo en el chip que les interesaba, incluso me preguntaron si yo lo había leído.
—¿Qué les dijiste?
—Que no.
—¿Si sabias que estaba muerta porque vienes aquí?
—La verdad no lo sé, me cuesta creer que esté muerta, además, necesito saber quien lo hizo y porqué.
—Pero según dices, puede ser peligroso, además ¿No está investigando la policía?
—Desde luego, aunque supongo que en todo caso te lo dirán a ti, yo no soy nadie para ellos. Espero que esos hombres intentarán saber si tu hermana ocultaba algo aquí.
—¿Tú crees?
—Seguro. Tarde o temprano regresarán.
—¿Qué puedo hacer?
—Salir de aquí, es peligroso quedarse. Antes deberíamos ver si dejó algo importante.
—Tiene una caja en su cuarto. Respecto a salir de aquí no se donde puedo ir, no tengo dinero ni casa. Ella me dejó vivir aquí hasta que encontrara trabajo.
—¿Eres de aquí?
—No. Vine de Cáceres hace seis meses.
—Puedo ofrecerte mi casa.
—No sé si debo.
—Decídete, pero rápido, no creo que tarden mucho en venir para recoger cuanto crean suyo, y te juro que no se andan con chiquitas, primero sacuden y luego preguntan.
—De acuerdo. Me ducho y me visto, luego haré una maleta y cogeremos la caja de mi hermana. El lunes debo hacerme cargo de su cuerpo y llevármelo a Cáceres. Mis padres no quieren venir a Madrid.
—Elvira, no hay tiempo. Será mejor que te vistas, tengo el coche abajo, coge lo que necesites, la caja de Lucia y marchémonos a mi casa, allí podrás usar el tiempo como quieras.
—Haré lo que dices, estoy algo nerviosa, lo siento.
—Lo entiendo, pero debes darte prisa.
Veinte minutos más tarde pasábamos cargados frente a la garita del vigilante camino de mi coche. Nada mas entrar en él, vi a los dos hombres que me habían golpeado cruzando la calle en dirección opuesta a la nuestra. Se lo indiqué a Elvira que me lo agradeció agarrándome la mano derecha con fuerza. No la soltó hasta que la necesité para cambiar la marcha del coche, ni habló hasta que abrí la puerta de mi casa.
—¿De verdad no te importa que me quede en tu casa?
—No Elvira, no me importa, de otra forma no te la habría ofrecido.
—Gracias, pero me parece tan extraño.
—No te preocupes, a mi me pasa como a tu hermana, hay semanas que las paso viajando, no estoy Madrid, así que apenas estaremos juntos.
—¿En qué trabajas?
—Soy inspector de seguros marítimos, visito los puertos de Barcelona, Valencia y. casi todas las ciudades con puerto.
—¿Por qué el deseo de saber quien mató a mi hermana y la razón?
—Me atrajo, deseaba volver a verla, pero no como la encontré. Me produjo una catarata de sentimientos y deseos de coger entre mis manos a quien lo hizo, que comencé a investigar. Por cierto, no sabrás o entenderás serbio ¿verdad?
—Si, lo hablo, leo y escribo como el castellano. Pasé allí toda mi infancia hasta que estalló la guerra y tuvimos que regresar a Cáceres. ¿Necesitas que te traduzca algo?
—Si, pero no ahora, ven, te llevaré a tu cuarto. Deja la maleta, coloca tu ropa y luego cuando termines de arreglarte, seguiremos hablando. ¿Tienes hambre?
—Algo, llevo dos días que apenas he comido.
—Saldré un momento a comprar, mientras ocúpate de todo eso —dije señalando la maleta.
—De acuerdo.
—Juan Luis.
—Eso, Juan Luis.
—No abras a nadie, ni respondas al teléfono.
—Claro.
—Pues hasta dentro de un rato, no tardaré.
Elvira se acercó para tomarme la mano, apretarla y llevársela a los labios para besarla. La solté con rapidez, luego, como un acto reflejo, la llevé a su mejilla y le di dos cachetes suaves que al parecer abrieron las compuertas de los lagrimales. Comenzó a gipar y no tuve más remedio que acercar su cabeza sobre mi hombre para calmarla. Acaricié sus cabellos con una mano en ademán de sujetar sus gemidos y con la otra su cintura. Cuando pareció calmada, me separé de ella y salí al supermercado.
Cuando subí encontré a una Elvira distinta, tan guapa y sonriente como su hermana Lucia, sentada frente a la caja abierta.
—Son recuerdos, recuerdos de nuestra estancia en Belgrado. Algunas cartas de mis padres y dos o tres discos, parecen de música.
—Dejaremos todo eso por ahora, es preciso que preparemos algo para almorzar, luego si te parece, te presentaré a unos amigos míos, necesito que los conozcas y ellos a ti, no quiero que estés sola hasta que se resuelva lo de tu hermana, además la semana que viene debo salir de viaje.
—Se cuidarme sola. Eso si, necesitaré salir a la calle, no quiero estar encerrada como las últimas semanas.
—Ya. Pero mis amigos pueden cuidar de ti, ya veras, los conocerás esta tarde, después iremos a tomar una copa los cinco juntos.
—Eres una persona muy atenta y especial Juan Luis. Mi hermana se habría enamorado de ti.
—Yo también de ella, me gustó mucho nada mas verla.
—Haremos lo que tienes previsto.
—No, de momento como digo, después te ayudaremos a encontrar algún trabajo para que seas independiente y puedas hacer cuanto gustes. ¿La casa de tu hermana era de su propiedad?
—No, la tenía en alquiler. Cuanto ganó lo utilizó para comprar una casa a mis padres en Cáceres. El resto ni siquiera se donde puede tenerlo, supongo que ganó mucho dinero. Era representante de jugadores y esos negocios dan mucho dinero.
—Entiendo. Busca algo para cubrir ese conjunto tan bonito y ayúdame en la cocina, es posible que de no ser así no comamos hoy.
—Te ayudaré.
Terminamos de comer y pese a su dolor y mi desazón por encontrar al culpable, reímos como dos amigos que hace tiempo no se ven. Recordamos momentos de ambos, por separado claro, y mientras ella fue a la cocina a preparar un café, yo llamé a mis amigos para invitarles a tomar una copa en casa y presentarles a Elvira. Una hora más tarde aparecieron los tres. Les presenté y coincidieron en indicar mi suerte por tener de nuevo a otra Lucia, aunque esta parecía más guapa. Les conté lo ocurrido, el puñetazo en el estomago y la desaparición de la tarjeta, luego la visita a casa de Lucia, el encuentro con su hermana Elvira y el temor de que los mismos hombres fueran a buscar algo que al parecer no habían encontrado. Les pedí no dejar sola a Elvira, que la acompañaran en sus horas libres hasta que regresara el jueves por la noche. Luego recordé que el lunes ella debía recoger el cuerpo de su hermana y llevarlo a Cáceres, por lo que inmediatamente llamé a mi ayudante para comunicarle no iría hasta el martes a la oficina. Me trasladó que esa semana no hacía falta viajar a Valencia, pues a última hora del viernes llamó el director general suspendiendo la inspección prevista, lo cual me alegró sobremanera.
Sobre las once de la noche salimos los cinco al pub Siete Estrellas. La llevé a la misma mesa donde conocí a su hermana y allí mismo volvimos a brindar por ella. Foro, Luis y Alfredo nos dejaron solos yéndose a intentar encontrar sus correspondientes SCE, si tenían suerte. Elvira y yo, nos acabamos la segunda copa y nos fuimos a casa. Ambos estábamos cansados. La ofrecí una aspirina en la cocina y después de desearnos buena noche, ella entró en su cuarto y yo me quedé viendo un par de horas la televisión.
TERCERO
Como cada domingo; costumbre arraigada desde que era un niño; me levanté temprano y me acerqué hasta la Churreria de Concha, una mujer bajita de ojos vivarachos y negros, con el pelo ensortijado y un mandil blanco inmaculado, dispuesta como cada domingo a prepararme unos buenos churros para desayunar. A mi regreso compré el periódico y un ramillete de flores. Al llegar golpeé la puerta del cuarto de Elvira para invitarla a desayunar, no respondió, aunque salió a los pocos minutos, recién pasada por la ducha y envuelta en un albornoz amarillo canario.
—¡Qué bien huele a café y churros! —dijo mientras se acercaba a la mesa del comedor —Buenos días. ¿Dormiste bien?
—Estupendamente, hice bien en tomarme la aspirina, me relajó. ¿Y esas flores?
—Son para ti.
—Eres un encanto de hombre.
—Las vi al pasar después de comprar los churros y el periódico, pensé que te gustarían.
—Muchas gracias —dijo mientras se acercó a mi mejilla izquierda para besarla.
—No hace falta que me agradezcas nada.
—Lo supongo, pero no estoy acostumbrada a estas cosas, y menos de un hombre que nada más conocerme me cede su casa y me ayuda a … — comenzó a llorar.
—Elvira por favor, cálmate, ya verás, entre todos te ayudaremos a superar lo de Lucia.
—Estoy segura, discúlpame, pero aun no me hago la idea. Y luego estas tú, estoy segura, mi hermana habría sido feliz a tu lado de haber seguido viviendo.
—Yo también, pero ahora debemos ocuparnos de ti, estás viva. ¡Anda! desayunemos, luego tienes que ayudarme.
—¿Sí?
—Claro, me traducirás lo que tengo anotado en unas hojas.
—De acuerdo — dijo calmada acercándose de nuevo para besarme en la mejilla.
Terminamos el desayuno y mientras fue a vestirse de calle, yo me entretuve en sacar las hojas manuscritas y leer los titulares del periódico. Cuando regresó al salón lo hizo vestida con una falda roja y una blusa con dibujos lineales haciendo juego y resaltando sus hermosos ojos marrones, limpios de lágrimas y señales de cansancio. Se paró frente a mí.
—¿Te gusto así?
—Claro que si. Estas muy guapa —señalé sin medir mis palabras.
—Me alegro. Dame lo que tengo que traducir.
—Espera, iremos al despacho, allí tengo bolígrafos y papel blanco, aunque será mejor pasarlo directamente al ordenador.
—Como quieras.
Solo tardó quince minutos en pasar las frases y a continuación su traducción al castellano. Al acabar me miró y preguntó.
—¿Qué significa todo esto?
—No pienso responderte, lo lamento.
—¿Por qué?
—No quiero inmiscuirte en la investigación.
—Pero se trata de mi hermana.
—Lo sé, pero cuanto menos sepas mejor para ti.
—Deberías decírmelo.
—Lo siento Elvira, pero es mejor que lo desconozcas.
—Está bien, pareces mi ángel de la guarda.
—No, solo intento averiguar algo y que nadie salga perjudicado.
—Está bien, no insistiré.
—Te lo agradezco. Ahora hablemos de cómo tienes pensado recoger a tu hermana para llevarla junto a tus padres.
Cerré el ordenador y preparamos la salida hasta Cáceres. La convencí para acompañarla, después llamó a su padre y pidió la dirección del tanatorio donde debían llevar el cuerpo de Lucia. Lloró durante un rato y tras consolarla decidimos salir a comer fuera de casa. Paseamos hasta bien entrada la tarde en que regresamos cansados. A la mañana siguiente golpeé la puerta, abrió y salio vestida. Desayunamos en silencio, salimos hacia el garaje y después hasta la dirección que el inspector anotó en una tarjeta. Al entrar se sorprendió al verme acompañándola, aunque no quiso mencionar nada relativo a Lucia, solo la saludó, me apretó la mano y pidió que le llamara el martes o miércoles a la comisaría. Respondí afirmativamente con la cabeza. Después salimos a una sala hasta ver como el féretro era introducido en el coche funerario. Elvira se mantuvo agarrada a mi brazo sin soltar una sola lágrima. Nos despedimos del inspector y subimos al coche tomando dirección Cáceres.
Poco después de las siete de la tarde y tras dar sepultura a Lucia, nos despedíamos de sus padres y regresábamos a Madrid. Aquella noche Elvira me dijo que no quería dormir sola y por supuesto no la dejé, pero me levanté al día siguiente con mi hombro derecho completamente destrozado por soportar el peso de su cabeza toda la noche.
Me despertó el timbre de la puerta y un incesante golpeo de puños. Nadie en su sano juicio hace tanto ruido a las siete y media de la mañana. Aún peor, el teléfono comenzó a sonar añadiéndose al concierto, no lo descolgué y con sumo cuidado me asomé a la mirilla de la puerta. Me asusté y regresé junto a Elvira que me miró interrogante. Puse el dedo índice derecho sobre mis labios y la tomé la mano con fuerza.
—Son los matones del otro día, han debido encontrar esta dirección.
—¿Qué puede ocurrir?
—No te preocupes, guardaremos silencio y llamaré al inspector.
Al cabo de un buen rato, cuando aquellos dos hombres desaparecieron y comprobé que quien llamaba era el inspector, abrí la puerta.
—¿Qué les ocurre?
—Dos individuos estuvieron aporreando la puerta.
—Me dijo que eran los mismos que le golpearon el otro día después de quitarle la tarjeta de Lucia.
—En efecto.
—¿Sabe que contiene esa tarjeta?
—No Inspector, pero intuyo que buscan algo que pudo ocultar ella. Cuando Elvira y yo salimos de su casa el sábado, nos cruzamos con esos mismos hombres.
—¿Es posible que le reconocieran?
—No lo sé inspector.
—Ahora cuénteme porque ha traído a su casa a la hermana de Lucia.
—Temí que pudieran hacerle algo.
—Bien señorita, deme las llaves e iré personalmente a su casa si me lo permite. Sucede algo extraño y usted Juan Luis, me lo están ocultando.
—Le he comentado cuanto se inspector, pensaba decirle que me visitó un tal Milos Dada, alegando que era compañero de Lucia, bueno en realidad que trabajaba para él, en la misma empresa.
—¿Milos Dada? —pregunta Elvira.
—Así es —respondí de inmediato.
—Ese hombre no es compañero de mi hermana, es un mafioso de Belgrado. Creo que le buscan por asesinato. ¿Has estado con ese hombre?
—Sí, estuvo en mi despacho.
—Elvira, haga el favor de escribirme el nombre y apellidos de ese hombre y miraré sus antecedentes cuando regrese a la comisaría.
—¿Sabe algún otro nombre más que pueda estar relacionado con ese tal Dada?
—Si, le anotaré otros dos o tres, mi hermana me comentó que en alguna ocasión pidieron verla en Madrid.
—Comprendo. Bueno creo que ha hecho bien trayéndola aquí señor Arrobas. Pero ahora por favor, no salgan ninguno de los dos de aquí y esperen a que les llame.
—No saldremos.
Llamé a Alfredo y pedí que nos subiera algunas cosas del mercado, que lo hiciera utilizando la llave que tenia de mi casa, le recomendé poner cuidado. También subir hasta la planta octava y luego bajar hasta la quinta por la escalera, como recordé de las películas de suspense. Se rió, pero dijo que lo haría. Mientras tanto no tuve más remedio que exponer a Elvira, con todo lujo de detalles lo que hasta ese momento había encontrado. Ahora estábamos juntos y tal vez me ayudaría a descifrar aquel misterio.
—¿Lo ves? Tenía razón, estabas investigando algo peligroso.
—Eso lo supe desde el momento que encontré a tu hermana muerta, y lo siento. Ella debió sentir miedo y aquella noche antes de marcharse con aquel hombre, me abrazó, y aprovechó el momento para poner la tarjeta en mi bolsillo.
—Pues descubramos quien mató a mi hermana y el porqué.
Durante toda la mañana y parte de la tarde, confrontamos los nombres de los jugadores representados por la empresa de Lucia, con los que figuraban en la relación extraída del chip con nombres de equipos y un largo etcétera de datos desconocidos. Recordé la base de datos del periódico deportivo digital y los confronté. Coincidentemente ninguno de los jugadores estaba en activo, la mayoría habían sido separados del equipo, traspasados a otros de inferior categoría o estaban perdidos en otros de categoría regional. Me llamó la atención las declaraciones del que lesionó por siete meses a uno de los mejores delanteros de mi equipo. Decía sentir mucho haberle lesionado y por ello, además de la sanción impuesta, decidió pedir la baja del equipo. Después seguían algunas preguntas del periodista, sobre todo resalté una referente a como iba a seguir viviendo. Respondía señalando que tenia una póliza de seguro en activo para esos imprevistos y con ella viviría, no tan bien, pero no le faltaría para comer hasta su jubilación.
Puse suspendido o inactivo en cada uno de los jugadores aparecidos en la relación serbia y continuamos investigando, aunque sin encontrar nada relativo a las otras grandes cifras señaladas en el haber de otra relación, aquella donde se citaban equipos de fútbol de las grandes divisiones europeas. Hice comparaciones de unas con otras, incluso ordené por fechas todas las anotaciones sin molestarme en separar las relaciones, es mas, incluí las fechas en que los jugadores produjeron lesiones a otros y las posteriores en que cursaron baja de los equipos. Al final de la tarde cuando abrió la puerta Alfredo, Elvira y yo teníamos un cansancio reflejado en nuestras caras que desconocíamos hasta que nos lo dijo. Estuvo un rato con nosotros y se marchó diciéndonos que iría llamándonos o visitándonos de vez en cuando hasta que el inspector resolviera el asunto. Se lo agradecimos. Cenamos y quisimos ver una película en el televisor. Sobre las doce de la noche nos despedimos en el pasillo. Sin embargo, diez minutos después Elvira llamó a la puerta para pedirme de nuevo dormir a mi lado. No supe negarme.
Por la mañana, quizás motivado por el duermevela, me levanté con la intención de sentarme en el ordenador y comprobar algo que había rondado en mi cerebro toda la noche. Sin desayunar me acerqué y lo comprobé. Al ver el resultado me asusté de tal manera que comencé a preparar y enviar correos a mis tres amigos y a mi ayudante en la oficina, adjuntándoles también el teléfono y nombre del inspector. Cuando recibí respuesta sabiendo que los archivos anexados fueron recibidos, borré cuanta tenia en la carpeta «Asunto Lucia» del ordenador portátil y me dirigí al dormitorio para despertar a Elvira.
—Levanta por favor, debemos ir a la comisaría para ver al inspector, he descubierto quienes han matado a tu hermana y porqué.
—¿Has estado toda la noche trabajando y me has dejado sola?
—Nada de eso, pero mi mente no ha dejado de trabajar, incluso dormido.
—Entiendo.
—¡Anda levántate! tenemos que desayunar, esconder la caja de Lucia, e irnos a la Comisaría.
—Pero, si solo tiene recuerdos de mis padres, fotos hechas en Belgrado.
—Tal vez sea eso lo que buscan.
—O quizás los discos de música, es posible que oculten datos, no lo hemos comprobado.
—Es posible. De todas formas, la esconderemos. Tengo un sitio donde no la encontrará nadie. Dámela, la llevaré yo, no debes saber donde la oculto.
—De acuerdo.
Desayunamos, nos duchamos y salimos al descansillo esperando al ascensor que en esos momentos subía. Se abrió la puerta y sin reaccionar a tiempo, nos vimos atrapados por los brazos de tres energúmenos que se sorprendieron al vernos. Nos obligaron a abrir la puerta de nuevo y sentarnos en los sillones del salón. Uno de ellos llevaba una pistola pequeña en su mano derecha.
—Bien, ahora tendrán que decirnos donde tienen las cosas de Lucia que posiblemente sacaron de su casa.
—No hay nada de eso aquí. Elvira solo sacó la ropa en una maleta. Allí quedó todo lo que era de Lucia.
—No podemos creerle. Así que sigan sentados y no se muevan para nada. Nosotros dos buscaremos hasta que venga nuestro jefe. Les advierto que, si no encontramos lo que buscamos, él puede enfadarse mucho y no sería bueno para ninguno de los dos.
—Le repito que no encontraran nada porque nada trajimos.
—No se preocupe, sabremos encontrarlo.
Creo que nunca había visto mi casa como la dejaron, ni siquiera la primera vez que di una fiesta estaba como ahora. Hasta los colchones fueron desgarrados dejando a la vista trozos de goma espuma, lana y yo que se cuántas cosas más. La ropa esparcida por el suelo y todos los cajones volcados con todo su contenido emulando un mercadillo. Los discos CD del salón los abrieron uno a uno, incluso llegaron a ponerlos, lo que me dio una pista. Aquello era una autentica desolación. Nos cruzaron los brazos a la espalda y con unas bridas de plástico los unieron por las muñecas, luego nos mantuvimos en silencio hasta que sonó el timbre de la puerta. Milos Dada hizo entrada en el salón.
—Buenos días, Elvira. Buenos días, señor Arrobas. No pensé volver a ver a ninguno de los dos, pero claro a veces las cosas no suceden como esperamos. Bien, yo diría que uno de los dos tiene algo que me pertenece y lo necesito, de lo contrario bien uno, o los dos, no verá amanecer mañana. No pienso decírselo otra vez, por lo que harán el favor de señalar inmediatamente donde están los datos que Lucia guardaba bien en un chip, en un pendrive o en al menos tres discos digitales. ¿Han entendido?
—Señor Dada, siento decirle que ni ella ni yo tenemos nada de lo que dice.
—¿Y por qué están juntos?
—Muy sencillo, fui casa de Lucia al comprobar que no contestaba su teléfono, como el día que nos conocimos quedamos en llamarnos y he tenido tanto trabajo no pude hacerlo. Allí me encontré con Elvira. La pregunté por su hermana y me dijo que hacia dos días que un inspector de policía fue a verla para decir que su hermana había sido encontrada muerta. Aquello me dejó sin palabras y nos consolamos mutuamente. Después la invite a mi casa para ayudarla a pasar el momento y ayer mismo fuimos a Cáceres a enterrarla. Nada más. Yo no se nada más de Lucia, y Elvira solo cogió parte de su ropa y se vino aquí. Si Lucia tenia algo estará en su casa. Pueden ir allí y buscarlo, pero aquí no encontraran nada. Puedo prometérselo.
—Un día le dije que confiaba en usted, pensé que era un hombre honesto, pero hoy no puedo decir lo mismo. ¿Tendré que hacer algo a Elvira para abrir su conciencia señor Arrobas?
—Si antes le dije la verdad, ahora puedo añadir que, de esa forma, si tuviese algo, que no tengo, tampoco lo conseguiría. Tendrá que matarnos a los dos.
—Sepa que no me importará —dijo sacando un estilete fino y afilado para ponerlo frente al rostro de Elvira.
—Lo siento, no tenemos nada ni antes ni ahora. Pregunte a sus hombres, han tenido tiempo de revolver mi casa con el resultado que ya sabe.
—Está bien, lo siento por usted va a perder en menos de un mes a las dos hermanas.
—Por favor, no haga nada de lo que pueda arrepentirse.
—Yo no me arrepiento de cuanto hago, y si tengo que hacer como con Lucia, lo haré no lo dude un instante. Si encuentro o no lo que busco da igual, los dos morirán esta mañana no lo dude.
Guardamos silencio y nos aproximamos como pudimos en un intento de calmarnos, nuestros corazones parecían caballos desbocados. No supimos lo ocurrido, pero por suerte Foro quiso aquella mañana sorprendernos con unos churros, y al ver a dos hombres extraños en el descansillo cuando abrió el ascensor en la planta quinta, dijo haberse equivocado y volvió a meterse para subir hasta el decimoprimer piso y desde allí llamar al inspector Jurado, de la comisaría. Después bajó de nuevo en el ascensor y le esperó al otro lado de la calle. Tres vehículos y doce hombres se apresuraron a subir por el ascensor y las escaleras hasta la planta quinta. Foro se bajó con el paquete de churros en la mano y al intentar pulsar el timbre, ambos hombres le interceptaron dando la espalda a las escaleras, momento que aprovecharon los policías para encañonarlos, esposarlos y bajarlos por las escaleras al piso inferior. Mientras tanto Elvira y yo pensábamos que había llegado nuestra hora. Pedí a Dada que nos eliminaran las bridas y poder abrazarnos, se lo pidió a uno de sus hombres. Luego siguieron buscando y buscando hasta que cansados de no localizar algo, volvieron junto a su jefe para comunicar el resultado.
Dada nos miró con desprecio y se dispuso a matarnos. Elvira lo miró con desden y lanzó un sonoro grito, ¡asesino! Tapé su boca con mi mano y advertí como iba acercándose a nosotros con el estilete en la mano. Fuera, el Inspector y cuatro hombres provistos de armas, esperaron a que Foro se retirara para entrar tirando la puerta. Aquello fue como en las películas. Los policías gritaron ¡alto policía! ¡Suelten las armas inmediatamente! Dada trató de coger por el cuello a Elvira a titulo de escudo, pero yo tiré de ella con fuerza y rodamos juntos a la espalda del sofá. Dada, sorprendido no supo reaccionar a tiempo y trató de sacar una pistola que ocultaba en el lado izquierdo de su chaqueta. No hizo caso del grito del inspector y pronto se vio con una rosa roja sanguinolenta en el pecho mientras caía hacia atrás arrastrando con él una de las sillas del comedor. Los otros dos hombres soltaron las armas y fueron rápidamente esposados. Nosotros, mientras tanto, doloridos por el golpe nos mantuvimos callados, esperando a que alguien nos dijera que todo había pasado.—Arrobas, levántese, ya acabó todo esto.
—Gracias inspector —dije mientras agarraba a Elvira y la levantaba junto a mi.
—Déselas a su amigo Foro, él fue quien nos avisó.
—Se las daré.
—Puedes estar seguro —dijo mientras cruzaba el umbral de la puerta junto a otro policía.
—Pues ven aquí que te doy un abrazo.
—Yo también —dijo Elvira.
—Creo que deberían acompañarme a la comisaría, tienen mucho que explicarnos, y usted aún más Juan Luis.
—Sí. Todo ha terminado, ya se porqué mataron a Lucia y quien lo hizo, acaba de matarle en defensa propia inspector.
—Fue él.
—Si. Con el estilete que tiene a sus pies.
—¿Y la razón?
—Eso tendrá que esperar a que pueda entregarle la documentación. Mi amigo Foro. tiene copia de algunos documentos que lo prueban todo. El resto está escondido.
—De acuerdo. Dejaré a dos agentes hasta que mis compañeros vengan y ustedes dos acompáñenme a la comisaría. Usted Foro, haga el favor de sacar la documentación de su ordenador y llévemela también a la comisaría.
—De acuerdo comisario.
—Inspector, inspector Jurado solamente.
—Como diga.
Elvira no consiguió quitarse el temblor de su cuerpo hasta que salimos de la comisaría dos horas más tarde. Foro llegó a la media hora de entrar nosotros con el inspector Jurado. Luego con todo detalle les expliqué con el comisario presente cuanto averigüé.
—Entonces señor Arrobas por lo que veo, el tal Dada controlaba todo.
—En efecto.
—De cualquier forma, tan pronto nos dio su nombre, lo localizamos en nuestras bases de información y supimos que era un hombre buscado en toda Europa por diversos delitos, entre ellos el de asesinato.
—Menos mal. Bien, sabrán que para mi fue un golpe muy duro encontrar a Lucia aquella mañana, y no se porqué decidí investigar por mi cuenta para saber la causa de su muerte.
—Hizo mal señor Arrobas —comentó el comisario.
—Ahora puedo corroborar que si, han estado a punto de matarnos.
—Prosiga por favor, después pasaremos a censurar sus actuaciones y ocultaciones hechas a la policía.
—Si señor y tendré merecida alguna regañina.
—Posiblemente algo más señor Arrobas —añadió el comisario.
—Recuperé la tarjeta de mi cazadora y la introduje en el lector, al hacerlo descubrí el otro chip y lo leí, extraje la información y volví a poner el primitivo sobre la tarjeta, el otro lo escondí junto a otra documentación en un altillo disfrazado en mi casa. No tenía traducción de lo que significaba, pero Elvira conocedora del idioma, me tradujo algunas frases. Supe por simple deducción que Dada se introdujo en la empresa en Belgrado después de eliminar al director y comenzó a viajar a los diferentes países donde tenían representados a jugadores de segundo nivel. Comenzó entonces una acción, por lo deducido, frente a los directivos de grandes equipos de fútbol, ofreciéndoles sus servicios, o chantajeándolos. Supongo que eliminar mediante lesiones a jugadores de alto nivel para retirarlos de la competición e incidir de manera negativa en sus posibilidades de obtener triunfos, tanto en las ligas nacionales como en las competiciones europeas. Se ponía en contacto con los equipos y después con los jugadores por ellos representados, les ofrecían un importante salario anual caso de ser expulsados de la competición. Que naturalmente pagaban los equipos interesados en que los contrarios no obtuvieran triunfos. El chip en la tarjeta de Lucia contiene suficientes datos para proceder a una investigación exhaustiva de jugadores, directivos y equipos. Existen cifras pagadas a jugadores y otras cobradas a directivos de numerosos equipos. Llegué a esa conclusión por una coincidencia, aquel mismo sábado alguien lesionó a nuestro delantero, quien estará fuera de combate hasta dentro de siete meses, y miren por donde, a quien se lo provocó le han sancionado con el mismo tiempo sin jugar. Pero según señala en una entrevista, dijo tener una póliza de seguro que cubría el incidente, por lo que él seguiría viviendo con tranquilidad.
—Ahora debe darnos ese chip y cuanta documentación tengan de Milos Dada, así como del resto de sus hombres.
—Iremos a mi casa y les traeremos algunas fotos, notas y tres discos.
—Es lo que necesitamos para identificarlos con las enviadas por la Europol. Y usted señor Arrobas, no vuelva a meterse en terreno de la policía, la próxima vez no tendremos mas remedio que ponerle en manos del Juez.
—Les prometo que no volveré a hacerlo.
—Vayan y traigan esa documentación. Por esta vez lo pasaremos por alto.
—Gracias.
Elvira, Foro y yo nos marchamos a casa, condujo Foro, yo seguí calmando los nervios de ella. Recogimos la caja con las fotos y los tres cds y regresamos a la comisaría. Pedimos al inspector nos devolviera las fotos y recuerdos, nada tenían que ver con el caso, y al salir Foro se despidió de nosotros. Elvira se lo agradeció besándole en la cara, yo le abracé con fuerza y al intentar decirle algo me tapó la boca.
—Mañana a lo mejor necesitare de ti y no podrás negarte porque somos amigos.
—Tienes razón, no te lo agradeceré.
—Ahora marcharos y calma a Elvira que aun no se le han pasado los nervios.
A mi personalmente me habría gustado conquistar a Lucia, pero me tuve que conformar con Elvira, aún más guapa, claro que intuía que pronto se me acabarían los escarceos buscando SCE. Pasó una semana en mi casa, y puedo prometer que fue muy dura. Supongo que sabrán leer entre líneas. Esos días fuimos a su casa, la ordenamos, prometiéndola encontrar un trabajo en mi empresa como traductora. Supe entonces que dominaba no solo el serbio, sino el italiano, francés, alemán y ruso. Algo necesario tanto para mi empresa como para mi, en los viajes.
Durante los días siguientes, no solo los periódicos deportivos, sino los generalistas, se hicieron eco de la redada que la policía había iniciado tiempo atrás, apuntándose la solución del caso al que llamaron Expediente Balón. El Secretario de Estado para el Deporte se reunió con la Judicatura, el Presidente de la Federación de Fútbol y la totalidad de los presidentes de los clubes de fútbol. Posteriormente celebraron una reunión informando a los diferentes estamentos deportivos europeos, conviniendo una serie de reuniones conducentes a resolver aquel entramado. Supongo que aún siguen discutiendo, creo que las implicaciones era tales que gente como mis amigos y yo no sabría que hacer los sábados o domingos por la tarde, si no tuvieran equipo de fútbol al que ir a ver al estadio cada quince días, para después tomar unas copas y celebrar los triunfos. Definitivamente creo que este año ser campeones, va a ser un poco mas difícil, nos falta la estrella fulgurante, su lesión se lo impide y él al resto de compañeros, convirtiendo sus golpes en goles y triunfos. Esperaremos a la temporada que viene.
Ni que decir tiene, que Elvira y yo seguimos viéndonos por razón de trabajo y por alguna más. También es posible que algún día de estos, si tengo ganas, les cuente algún otro detalle, pero hoy por hoy prefiero callar caballerosamente.
Una mañana de hace tres meses, Elvira se acercó insinuante.
—Verás cariño, debo decirte algo importante, no quiero construir nuestra relacion sobre una mentira.
— ¿Qué es?
—Siento muchísimo que mi hermana Elvira muriera en mi lugar.
—¿Cómo?
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