UNA HISTORIA HIPÓCRITA DE AMOR
por Anxo do Rego
Érase una vez un hombre que acostumbraba a utilizar monedas y billetes en sus compras cotidianas. Periódico, el café de media mañana, ropa, calzado etcétera, etcétera, etcétera. Cobraba de la empresa el sueldo mensual que ganaba con SU esfuerzo. Paga los impuestos como buen ciudadano, asumiendo las aportaciones mensuales a la Seguridad Social. Cumplió la edad de jubilación e inició los trámites para cobrar la pensión que le correspondía. Razonablemente justa después de trabajar desde que cumplió catorce años. Cada mes se acercaba hasta una sucursal de una Caja de Ahorros, la señalada por la institución oficial, para retirar el efectivo metálico que posteriormente guardaba en casa.
Un buen día, recibió una comunicación conminándole a que abriera una cuenta bancaria para transferirle la pensión. ¿Por qué debo abrir una cuenta? -preguntó- es mejor para todos, escuchó de labios del funcionario. La abrió muy a SU pesar, consideró que la sociedad avanzaba y debía acomodarse a ella.
Cada semana se acercaba a la ventanilla del banco, sacaba una cantidad para sus obligaciones económicas, podía hacerlo en el transcurso de la mañana. En los primeros días del mes se acercaba a la ventanilla de Caja, pagaba los correspondientes recibos de agua, energía eléctrica, teléfono, etc. y algún impuesto municipal. Al cabo de un tiempo, el banco avisó con carteles en la sucursal, que la Caja solo estaría abierta de 9 de la mañana a las 11. El hombre se adaptó al horario, como más tarde al señalado para pagar los recibos mensuales, solo los martes de 9 a 10 de la mañana. Le invitaron a domiciliarlos en SU cuenta. Posteriormente le entregaron, por invitación, una tarjeta para utilizar en los cajeros automáticos y así obtener SU dinero en cualquier punto de la ciudad. Así, le dijeron, podrá pagar en cualquier establecimiento y evitará robos. El hombre acepto, no de muy buen grado, la opción.
Transcurrió el tiempo. Un día comprobó que el banco le había cobrado una cifra, por mantener SU dinero en SU cuenta. Alegaron se trataba de una pequeña comisión por el tratamiento de SU cuenta, de SU dinero. Al año recibió una carta del banco indicándole que, a partir de esa fecha la tarjeta para sacar SU dinero de un cajero automático, le costaría una cifra trimestral. Se acercó al banco para devolverla, pero le comunicaron que si quería mantener la tarjeta ese era el precio. Las cosas son como son, todo tiene un precio -le dijeron sin sonreír-. No tuvo otro remedio que consentir.
Recientemente ha recibido una comunicación del banco indicando que, a partir de esa fecha, deberá domiciliar más de tres recibos en SU cuenta, utilizar la tarjeta de crédito al menos cinco veces al mes, y mantener un saldo constante de una cifra, además de concertar con ellos algún seguro. De lo contrario se verán en la obligación de cobrarle una serie de comisiones. Si se ajusta al formulario 120€ al año, de no hacerlo 240€ anuales, sin olvidar los gastos de mantenimiento de la tarjeta. Habló con el banco y escuchó: Las cosas son como son, todo tiene un precio.
Nuestro hombre no tuvo otro remedio que claudicar, someterse al designio bancario, al bruto examen del capitalismo exacerbado, al gravamen unilateral, a convivir alimentando con el esfuerzo de los numerosos años de trabajo y ahorro, las comisiones del banco, las imposiciones de la sociedad, que si bien avanzaba también dejaba que abusaran de él sin pudor alguno. En realidad, como siempre ha sido, es y será.
Un buen día escribió una carta al banco acompañando una factura por él emitida. En ella conminaba al banco a pagarle una suculenta cifra, en concepto de: Comisión resultante de entregar mi dinero mensualmente en esa sucursal durante quince años, en la seguridad de que allí no me robarían y lo mantendrían a buen recaudo. Comentó en otro párrafo, que, durante el periodo señalado, SU saldo positivo de salarios y pensión durante años se vio mermado al advertir el incremento paulatino y constante, de gastos, y comisiones de mantenimiento bancarios por mantener SU dinero. Acabó advirtiéndoles que deberían cumplir las condiciones que les imponía unilateralmente, tal y como hicieron ellos, de lo contrario se vería en la obligación de tomar las medidas coercitivas necesarias. Por último, señalaba que el Ministro de Trabajo, Seguridad Social, Economía, Hacienda, Sanidad y Presidencia de Gobierno recibirían copias de carta y factura. Días más tarde recibió una carta indicando el abono de la cifra en SU cuenta bancaria.
Aquella noche nuestro hombre se sintió satisfecho, durmió plácidamente. Al despertar recordó el extraño sueño que había tenido. Abrió el buzón del correo cuando se disponía a salir para tomar el café de media mañana. Rasgó los dos sobres del banco y comprobó su contenido. Su saldo había disminuido en 68€ por comisiones, mantenimiento y otros conceptos no definidos. Los guardó y se dijo: Antes trabajaba para la empresa, ahora jubilado trabajo para el banco.
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