Mi particular concepto de belleza femenina nunca he podido definirla. Quizás porque no se ajusta a los cánones comunes. Simplemente es la expresión de un conjunto de sensibilidades que, por alguna circunstancia, me producen un elevado síntoma de atracción concentrado en algo representado por la mirada de unos bellos ojos, unida a una sonrisa sincera, a veces pícara y en ocasiones inocente. Ante eso y mi facilidad para enamorarme, me provocan no pocos quebraderos de cabeza susceptibles de sufrir lógicos quebrantamientos sentimentales, que no voy a explicarme ahora, pues no estoy dispuesto a convertirla en algo parecido a una confesión.
Siempre comenté a preguntas de mis amigos, a veces convertidos en casamenteros que no alcahuetes, que solo me atrae una mujer si me entra por los ojos. Frase que resumía el concepto reflejado en el párrafo precedente.
Puedo asegurar ante la diosa Deva, que dos mujeres me cautivaron de la forma expuesta. Podría decir sus nombres, sin embargo por respeto a ellas, la primera aún vive, la segunda falleció, los omitiré.
Hoy, pese a los años transcurridos, mantengo ese mismo criterio, ahora aumentado, y creo entender la razón, pues la he buscado y creo haberla encontrado. Veréis, cuando tengo la oportunidad de encontrarme con alguna de las dos mujeres que actualmente conozco a las que veo de cuando en cuando, se supone que por separado, ambas me provocan extrañas sensaciones. Tras analizar que me causan un elevado ritmo cardíaco, vértigo, cierta confusión, temblores, incluso palpitaciones que al alejarme de ellas, por acabarse el momento de esa conversación frente a un café, me aparecen síntomas depresivos. He llegado a la conclusión que al verlas, al pasar un instante a su lado, sufro el denominado síndrome de Stendhal, cuya definición es «una enfermedad psicosomática que causa un elevado ritmo cardíaco, vértigo, confusión, temblor, palpitaciones, depresiones e incluso alucinaciones cuando el individuo es expuesto a obras de arte, especialmente cuando estas son particularmente bellas. Más allá de su incidencia clínica como enfermedad psicosomática, el síndrome de Stendhal se ha convertido en un referente de la reacción romántica ante la acumulación de belleza».
A veces corroboro que la vida de un narrador como yo, es algo frustrante a la par que solitaria. En fin, que no puedo hacer nada.
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