Tengo miedo. Sí, bastante miedo y no precisamente por la situación que tiene al mundo en vilo, incluido mi país, España, por el temible Covid 19. Lo confirmo, soy español y orgulloso de serlo sin alardes, ni proclamas, sin tirantes, correas, pulseras, ni banderas al viento en ventanas o vehículos. Mi patriotismo lo expreso tal y como me enseñaron y educaron mis padres, sin exageraciones ni enfrentamientos con quienes no piensan como yo. No milito en partido político alguno, pero soy un demócrata convencido, mantengo la filosofía que implícitamente conlleva serlo. Acepto, como no podría ser de otra manera, las normas y leyes emanadas del poder ejecutivo y legislativo, aunque en ocasiones no esté conforme, incluso puedo criticarlas con amigos que también son demócratas. Asumir y aceptar que una mayoría parlamentaria gobierne para todos, incluso las minorías representadas legalmente, es sin duda alguna la quinta esencia de la democracia.
No soy más que nadie, tampoco menos. Basándome en estos y otros principios, así como mi escala de valores, que no voy a enumerar aquí, ya que poco o nada puede importar a quien me lea; mis amigos si las conocen; ante las evidencias mostradas por conciudadanos desde las últimas elecciones generales, hoy es la primera vez que siento miedo.
He rememorado lo relatado por mi Madre que vivió el Golpe de Estado y su posterior guerra fratricida. Hoy alegre por la jornada vivida ayer, me disponía a seguir escribiendo una novela que inicié allá por los primeros días del obligado confinamiento, sin embargo, las manifestaciones, mensajes, posts, twists, artículos periodísticos y comentarios, me han provocado una angustia indescriptible. No he tenido más remedio que extraer de mi biblioteca algunos títulos y leerlos con avidez para refrescar los hechos que llevaron al Golpe de Estado en Julio de 1936, la guerra civil y la implantación de la dictadura hasta el advenimiento de la democracia en 1978.
No entraré en disquisiciones, reconozco mis limitaciones conceptuales, no obstante, hoy transpiro miedo, me lo produce algo tan esencial y necesario en la sociedad en que vivo, la convivencia. Bajo mi personal punto de vista, está deteriorada, terriblemente deteriorada, tal vez ha iniciado un proceso de desaparición. Me produce escalofríos comprobar en primer lugar que algunos conocidos y otros muchos conciudadanos, profesan y manifiestan odio e intransigencia y lo demuestran con frases denostando a quienes discrepan o no participan de su ideología.
La democracia no se acepta si los actos que origina benefician hoy a un grupo de ciudadanos, y mañana si no los complace o no facilita los beneficios esperados, la abandonan para ocupar y desarrollar otros métodos en su contra. En esta España, mía también, disponemos de una fórmula magnífica: el voto para utilizarlo en elecciones generales. Ese poder inalienable permite un mandato de cuatro años al grupo político que logra mayoría parlamentaria, dirigir el país democráticamente durante cuatro años. Que muchos ciudadanos manifiesten su disconformidad no quebranta ni limita sus derechos, ahora bien, lo que no es dable ni admisible es la apropiación indebida de la enseña representativa de España que también representa a muchos ciudadanos entre ellos yo, en un ejercicio lejos de la convivencia, despreciando al resto, alardeando de un españolismo insólito, alimentando odio y enfrentamientos repletos de reminiscencias de un pasado lejano.
Hoy siento miedo, miedo al recordar la frase atribuida a Napoleón: «aquel que no conoce su historia, está condenado a repetirla». Hoy vivimos un cuadro de tensión agudizada por la situación de alarma proclamada, alimentada por ese microcosmos representativo de las más diversas tendencias políticas muy similar al vivido en 1936. En las elecciones generales de la República celebradas el 16 de Febrero de 1936, la coalición de izquierdas obtuvo mayoría absoluta de escaños. Mientras el frente nacional contrarrevolucionario agrupó a partidos de la derecha y se constituyó en oposición.
A partir de ese momento se inició una escalada de manifestaciones, huelgas y actos reivindicativos de toda índole, que permitió la entrada de grupos paramilitares de uno y otro bando antagonista. Ello dio pie a una violencia política que obligó a intervenir a las fuerzas de orden público. Los muertos por aquellos enfrentamientos prefiero no enumeralos. Sí debo señalar que estos acontecimientos fueron utilizados por los grupos opositores como justificación al Golpe de Estado, junto a la peregrina idea de una posible revolución bolchevique, dio paso al inicio de la guerra civil.
Tras ser derrotada la derecha, el jefe de la oposición, antiguo ministro de Guerra desató el primer golpe de fuerza, intentando frenar la entrega del poder a los vencedores. Comenzó a pulsar opiniones entre los generales del ejército situados en puestos clave en la cadena de mando. Después de otros intentos de fuerza para evitar que los parlamentarios elegidos tomaran posesión de sus cargos, el general del Estado Mayor, aplicando una Ley de Orden Público decretó el estado de guerra, lo que suponía que el poder pasaba a manos de las autoridades militares. Se fraguó el Golpe de Estado.
Odios, resentimientos, envidias, crueldades y, sobre todo, no aceptar el resultado de las urnas, dio origen a una contienda entre familiares, vecinos y amigos. La confrontación dejó un rastro de muertos en los campos de batalla, incursiones aéreas, enfermedades y desnutrición, represalias de ambos bandos contendientes y muertos posteriores por ejecución o enfermedades con un resultado fiable de más 550.000 muertos, otros señalan 800.000.
Tengo miedo, miedo a vivir algo igual vistos los acontecimientos que hoy me tocan vivir y se me antojan similares a lo sucedido entonces. Me producen escalofríos. Sin duda alguna no es igual, pero se acerca bastante. Actualmente gobierna una coalición de izquierdas, con una oposición frontal y descalificadora de la oposición que lamentablemente incrementa y alimenta la tensión y en ocasiones odio. Si se añade lo señalado en el párrafo sexto de este artículo nos encontraremos, de no remediarlo, ante una nueva división de España, bastante resquebrajada.
Que los dioses lo impidan y las gentes de bien se esfuercen en evitarlo.
Tengo fuerzas para enfrentarme al Covid 19, pongo los suficientes medios a mi alcance, pero no puedo luchar solo contra ese miedo que comienza a dominarme: el enfrentamiento social que lo eleve a un nivel superior.
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