Retomo nuevos artículos, basados en hechos y recopilaciones de un hombre amante de lo que hoy dice en llamarse vintage, pese a no ser palabra aceptada por la R.A.E.
A veces el intelecto necesita ciertos momentos de calma y sosiego ante la ingente y constante actividad, además de la información recibida cada día, más de la que cabría esperar, sobre todo analizar y dosificar. Pese a no interferir en los avances tecnológicos, ni que merme el conocimiento adquirido, suele ofrecer momentos de un reposo necesario para la salud intelectual, dado que retrotraen a un pasado, en ocasiones desconocido, recubierto de ese carácter indefinible que con el tiempo adquieren las noticias.
En ocasiones pondré comentarios en las bocas de mis personajes recien creados: PACO y PEPE, dado que ambos han sobrepasado la actual barrera de jubilación, apartados del ocio, sumidos en razon de mantener activos sus cerebros y abastecer el tiempo que ahora deben rellenar.
Proximamente Navidad.
Pepe se ha retrasado hoy al encuentro con su amigo Paco. Cuando abre la puerta de Casa Antonio, recibe el saludo mañanero del siempre atento camarero y propietario.
—Disculpa Paco, me entretuve leyendo un artículo.
—No hay problema, pero hoy invitarás tú. ¿Qué leías?
—Un curioso artículo de una antigua revista de actividad literaria, de diciembre de 1928.
—Han pasado unos cuantos años.
—Lo sé, te la pasaré. Te divertirás, texto y anuncios curiosísimos.
—Cuenta, cuéntame.
—Esta mañana se levantó Maria Jesús habladora, pero sobre todo organizadora. Ya esta montando las fiestas navideñas, y fíjate estamos a primeros de Octubre.
—¿Y qué?
—Ya sabes que no me gusta preparar cuestiones con tanta antelación. Le dije que sí a cuanto hiciera y me fui al desván a organizarlo. La verdad, como siempre hago para evadirme de este tipo de cuestiones. Y allí fue donde encontré lo que me ha hecho llegar tarde a nuestra cita.
—No importa. Pero, dime ¿de qué trata el artículo?
—Precisamente de Navidad. Te lo pasaré, pero ponle cuidado, las páginas apenas soportarán mucho trajín, son tan antiguas que …
—No temas, lo pondré. Hazme un resumen.
—Naturalmente. Se titula El clásico manjar de Nochebuena. El redactor refleja entre otras cosas:
He venido a buscar en vísperas de Nochebuena, el alimenticio y clamoroso pavo en su punto de origen donde se cría en mayor número y se disponen para acabar sus días, trágicamente en los hornos de las cocinas madrileñas y otros lares.
El reportero se pone en cuclillas e inicia una conversación con los pavos, que traduce e interpreta gentilmente la bella doncella que lo acompaña. Inicia la entrevista con la familia formada por Pavipondio y su esposa Paviselda.
—Quisiera saber, en primer lugar, y partiendo ‘ab ovo’ o séase desde el huevo, como se produce, se cría y desarrolla la noble raza que tan digno representante sois vos don Pavipondio.
—‘Ab ovo’, que a mí no me sorprenden si se me atragantan latines.
—¡Que han de atragantársele latines, si se traga enteras bellotas como huevos de gallina! —interrumpe la intérprete de la lengua pavohumana.
Don Pavipondio hace como que no se entra de la descortés alusión a sus descomunales tragaderas, y prosigue de esta guisa:
—En cuanto a lo de ‘ab ovo’, ahí, a dos pasos, tiene vuesamerced a mi señora doña Paviselda, en sus funciones. Pese al lustre nuestra prosapia no hay diferencia alguna entre las plebeyas gallinas y las esclarecidas hembras de nuestro linaje en ese vitalísimo menester.
En efecto, a unos pasos de nosotros, doña Paviselda empollaba orgullosamente unos huevos.
—Otra cosa es —prosiguió don Pavipondio— cuando los polluelos han nacido. Nada más delicado. Lo primero que hacen los criadores es darles unos granitos de pimienta. Luego, para que vayan aprendiendo a picotear, se les da, a la mano, huevos cocidos, y se les ceba también con ortigas cocidas. Hasta que pasa por lo menos, un mes, todo cuidado es poco; las lluvias, los vientos, los rigores del frio, las alteraciones atmosféricas, pueden hacer perecer, en cantidades a veces alarmantes, a los pequeñuelos de nuestra alcurnia…Pero, pasados los tres meses, ya picotean por su cuenta por esas tierras y prados y, al poco tiempo, se han hecho fuertes y vigorosos.
Hizo una pausa don Pavipondio que no osamos perturbar, en espera a que de ella surgieran nuevos destellos de su sapiencia. Su rojo moco colgante, era como una banderita que pendiera del remate del mastelero de su largo pescuezo en una tarde de calma chica.
—Antes de los diez meses somos ya tan robustos y resistentes que preferimos para aselarnos, en las noches, esos tabladillos al aire libre, sustentados por cuatro pilares, que ve usted a cada paso por estas tierras. Las inclemencias del tiempo no asustan a nuestros bríos, capaces de habérselas esforzadamente con todo cuanto pretenda afrontar el heroico valor de nuestros pechos.
Y don Pavidondio, erguido y sublime, nos miró con aire de reto, por si dudábamos de la verdad de sus palabras.
A continuación la manada entera, cuando nos disponemos a marchar, prorrumpe contundente y estruendosamente con un ¡Glu, glu, glu, glu,glu..!
—¿Qué dicen —pregunta el reportero—
—Bellotas, nos piden bellotas —señala la traductora.
Nos despedimos de don Pavipondio y doña Paviselda para regresar.
—Ahora comprendo la tardanza en venir —señala Paco entre carcajadas— Nos vemos mañana y me traes la revista.
—Por supuesto.
—¿Tienes más ejemplares?
—Unos cuantos más. Te los iré pasando.
© Anxo do Rego. Octubre 2022. Todos los derechos reservados.
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