Muchos, ya son muchos los 15 de Mayo que celebro en la distancia. He perdido la cuenta. Han sido demasiados años separado de esa capital, de mi capital, Madrid. Al llegar la festividad de su patrón la añoro y surge una explosión los recuerdos. Son demasiados los que se aglutinan en mi cerebro pugnando por hacerse hueco, ser los primeros en salir, en advertirme como formaron parte de lo que soy hoy. Tal vez debería poner orden, no permitirlos salir desbocados, al fin y al cabo, son momentos vividos, la mayoría con mis seres queridos. No, no es sensiblería, son evocaciones, hermosas reminiscencias de mi ser. Tampoco necesito rememorarlas o escribirlas evitando se pierdan antes de que formen parte del olvido. No estoy en esa situación mental donde la memoria formula avisos antes de abrir el umbral del mundo ignoto de lo senil, ni mucho menos. Únicamente deseo celebrar San Isidro de una forma diferente, también alejado, con más motivo este año.
Las primeras visitas a la Pradera para beber agua de la fuente del Santo fueron familiares. Un paseo por la feria, la verbena, tomar más de una rosquilla. Las había «tontas» y «listas», a cuál más deliciosa. Almendras garrapiñadas, aunque más típicas de Alcalá de Henares, pero dulces y sabrosas. Algunos caramelos con diversas formas, manzanas caramelizadas y como no, las pegajosas nubes de azúcar. Todo un empacho esa noche, los niños y jóvenes teníamos bula. A veces nos arremolinábamos para ver bailar a los chulapos y chulapas ataviados con sus prendas típicas, gorra y chaleco él, pañuelo a la cabeza y mantón de Manila ella, además de otros elementos secundarios. No podían separarnos, permanecíamos como hipnotizados escuchando el carismático ritmo del chotís a golpe de manivela del organillo. El chotís importado de Alemania o Austria, no lo se a ciencia cierta, se quedó prendado del cielo azul de Madrid y se hizo castizo. El azul más bonito según sentenció el magnífico pintor sevillano Diego Velázquez cuando lo miró por primera vez.
Con los años era difícil no acudir a la Pradera de San Isidro, aunque solo fueran unas horas para comprar un botijo y refrescar el agua en verano y recordar el sabor de las rosquillas, aspirar el cautivador olor a churros y porras recién hechos abrazados por un junco. Síntomas necesarios para quienes hemos vivido en Madrid y sentido como nos amaba y también mataba, poco a poco.
Como decía antes, los recuerdos se agolpan, como el del gran alcalde Enrique Tierno Galván que nos dejó vivir una gran época cultural, siempre que no nos reclamaran otros «menesteres», como gustaba decir en sus célebres bandos municipales.
Pese a vivir temporadas en otras ciudades y latitudes, siempre que pude regresé a la capital, a convivir con los «gatos» como suelen llamarse a los madrileños, a disfrutar de su alegría y llevármela a Galicia, Cantabria, Castilla, Aragón, Cataluña o ahora y desde hace mas de diez años en Andalucía.
Este año, San Isidro no se celebrará en Madrid, tampoco podré comprar un botijo como recuerdo, o comer las rosquillas u otros dulces, sin embargo, disfrutaré con los recuerdos de aquellos años en que la soledad no existía como hoy obligada por el confinamiento.
A todos los madrileños y especialmente a mis amigos os deseo un feliz y esplendido día de San Isidro. Emulando al voto formulado por los judíos en su fiesta del Pésaj, el año que viene en Madrid por San Isidro, prometido.
Anxo do Rego.
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