Creo que continuaré con mi agenda diaria hasta que me permitan salir a la calle. Han empezado por edades, hoy precisamente hasta los 14 años. Estoy deseando lleguen antes de que vuelva a nevar.
Sigo con idénticas normas, levantarme a las siete de la mañana, ducha, rasurado, un poco de colonia, tostadas con tomate al que añado un diente de ajo y la ración diaria de jengibre acompañadas de un buen café de Colombia natural con ración de lácteo. Ropa cómoda y calzado. Mi armario no tiene chandal. Abro el ordenador y leo el titular, que por cierto no me gusta. ¡Ah perdón! Que son titulares, ¡que descuido! Claro, como son todos parecidos me confundo. Abro el correo que permanece con el mínimo trasiego, nada lo interrumpe, nadie a quien escribir, nadie a quien contestar. Paseo por el apartamento, pequeño eso sí, desde la cocina al salón, de éste al dormitorio y regreso, no muchas veces para no marearme en tan corto espacio. Suelo hacerlo rápido, tanto que hoy casi me tropiezo conmigo cuando volvía de la cocina. Abro las ventanas, escucho cantar a los pájaros y el maullar lastimero de un par de gatos que deben estar en celo. Acabo, antes de ponerme a escribir conecto alguna lista de música y comienzo a empaparme de géneros, depende del estado de ánimo, con el suficiente volumen para escuchar sin molestar, sin que desvíe mi atención sobre el guion del relato o novela que escribo en ese momento. A veces lo elevo, solo para indicar a mis vecinos que además del reggaetón existen otros géneros, incluso con más inteligencia al escribir sus notas y letras.
Como no soy de manualidades, ni un manitas, más bien manazas, solo he repuesto en una de las paredes del salón una litografía enmarcada de la ciudad de Salzburgo en 1710, adquirida en mi primer viaje a Austria, me tranquiliza mientras almuerzo. A las doce y media veo el menú cada día con menos cantidades, no quiero engordar. Almuerzo, unos minutos de descanso. Enciendo el televisor para buscar un episodio de serie, hace veinte días me negué a ver las noticias y programas de esos de actualidad, solo me producía desasosiego. No quiero pecar mencionando detalles por no calificarlos. Dieciséis treinta, es la hora de retomar las obligaciones hasta las 18 o 19 horas. De nuevo música de fondo mientras escribo. Llamadas de los grupos de WhatsApp, veo imágenes y vídeos que no abro, temo a los hackers que introducen virus residentes y secuestran datos, también por no dar pábulo a cuanto reenvían.
Acaba la tarde, abandono el ordenador y retomo la novela que estoy a punto de acabar. Busco la siguiente entre los muchos ejemplares pendientes necesitados de leer. A veces tengo cenas olvidadas que arrancan la noche de silencios y la convierten en pura nostalgia, como una versión dulce de la muerte. Dejo u olvido, no lo sé, mis intentos por conocer que estimuló a las personas que me rodearon, no pude o tal vez no supe decir ni elegir el preciso momento para comunicar los míos y en ese instante surge un remordimiento. Lo supero, mis ojos comienzan a cerrarse, apenas son las once de la noche. Dejo marcada la página para seguir leyendo mañana.
Me espera la cama, no estoy cansado físicamente, me gustaría. Enciendo el receptor de radio y lo escondo bajo la almohada, la emisora es la de siempre, música sinfónica o alguna ópera que no siempre escucho completa. Buenas noches, oigo decir a quien no está y echo de menos. Buenas noches, respondo, no me escucha ha debido olvidar mis expectativas sentimentales.
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