Hay noches en que aproximadamente sobre las cuatro de la mañana suelo despertarme, en realidad es el estómago que vacío reclama algo sólido, dadas las cenas más que frugales que suelo hacer, y necesariamente entre una de las fases del sueño y la digestión ya olvidada, se esfuerzan en que debo abrir los ojos, buscar un par de galletas con fibra y engañar a ambos hasta las siete de la mañana, hora en que inicio mi jornada diaria.
Desde hace bastantes años suelo dormir con un aparato de radio bajo la almohada. En ocasiones lo apago antes de caer en los brazos de Morfeo, en otras queda encendido. Es como un susurro, una evocación al sonsonete que mi Madre hacía cuando era bebé intentando que durmiera, eso me decía, yo no lo recuerdo.
La radio es esa compañera nocturna que mantengo, me ayuda a pasar por las diferentes fases, el adormecimiento, el sueño ligero, sueño profundo, sueño delta y por último el rem. Y esta fase, la cerebralmente activa la que me informa de aquellos programas que me permiten, al levantarme, cierto modo de actividad durante el día. Crea una especie de agenda de actividades pendientes de abordar, resuelvo problemas pendientes, nacen ideas y soluciones incluso contacto con esa musa que dicen tiene todo escritor que se precie. Hay ocasiones en que por pura necesidad abandono historias más o menos interesantes y paso el dial a quien me ofrece ópera o conciertos sinfónicos, por aquello de no seguir escuchando las mismas noticias vistas por diferentes ángulos, respecto a la cansina oferta de mentiras, ya que me producen desasosiego e impotencia.
Anoche sin ir más lejos comentaban aspectos del siglo XIII y XVI, épocas en que la peste negra campaba por sus anchas sin remedio de atajarla, llevándose la vida de los habitantes europeos, durante años. En un determinado momento señalaron las medidas expuestas para evitar ser “apestado”. Sangrías, extrayendo al individuo cerca de medio litro, alimentarse con caldos de gallina; verduras; frutas como el limón; carnes de carnero; alejarse del agua, pues los estudiosos decían que al bañarse se dejaban los poros abiertos por donde la peste se introducía; no “yacer” con mujer o varón, ser castos en la materia. También apuntaban que muchas gentes sabedoras que tarde o temprano se contagiarían, decidían aprovechar la salud del momento para disfrutar de la vida a tope, otros sin embargo dedicaban su tiempo a rezar para intentar salvarse, claro que no se sabe cuántos lo hicieron.
Anoche mientras tomaba las dos galletas integrales y un vaso de leche caliente con cacao, elementos coadyuvantes para retomar el sueño, hice mentalmente un paralelismo de lo que nos ha tocado vivir a la mayoría de los españoles en esta época y la “peste” de los mencionados siglos, los resultados son parecidos.
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