EN EL FONDO DE LA LAGUNA
13ª novela de la Serie Roberto HC
A la población de Alpedrete (Madrid) por permitirme vivir los momentos
más felices de mi vida junto a las personas que más amé.
Entre ellas TÚ, mi amada Dóxa
A mis amigos Carlos Martin, fotógrafo profesional y
Arturo Fernández, el mejor peluquero de Alpedrete y parte del extranjero.
Gaitero y amante de la buena mesa.
Cuando mi voz calle con la muerte,
mi corazón te seguirá hablando.
Rabindranath Tagore
Capitulo 1
Alpedrete [1]
Dos hombres con edad cercana a la jubilación permanecían sentados en los salientes de piedra, a la sazón, un banco corrido a lo largo del frontal del edificio de la estación. Conversaban con el único deseo de soportar mejor la espera del tren que debía llevarlos a Madrid. Faltaban unos minutos para las 14:50 horas, hora prevista de llegada.
Hace unos años el edificio estuvo a punto de demolerse para construir otro de un tipo más acorde con la época actual, al menos esa era la intención de RENFE, tal y como hizo con la mayoría de las estaciones con cierta raigambre y calidad de los viejos tiempos. Las de Collado Mediano y Torrelodones sufrieron los efectos de esa mano demoledora. Sin embargo, los dirigentes, ante la presión ejercida por los habitantes de Alpedrete y los amantes del ferrocarril, optaron por modificar algunas partes del interior dejando tal y como puede encontrarse ahora.
La estación antes fue llamada Mataespesa [2], posteriormente se añadió Alpedrete y por fin solo éste ultimo nombre como diferenciador de la población.
Tal vez podría estar mejor, pero no hay duda de la existencia de ciudadanos jóvenes y no tanto, desconocen el significado de las palabras respeto y convivencia ciudadana, se comportan como felices vándalos destruyendo la propiedad de la comunidad. Farolas y sus correspondientes bombillas, así como el reloj anunciador de la frecuencia de los trenes, además de las consiguientes muestras, de lo que al parecer, catalogan como la manera de exponer su impronta cultural: Los malditos graffities. O lo que es lo mismo, esas figuras grotescas, absurdas y en ocasiones procaces, que todo lo manchan y nada respetan, asolando cada espacio limpio y virgen. ¡Que perdida de tiempo! Más ganarían yendo a una escuela de diseño grafico, en vez de pintar las paredes.
Ahora, la estación, mal que bien, se mantiene como antaño, con paredes exteriores de piedra, posiblemente del granito [3] extraído de las canteras de la población, techos y viguería de madera y tejado de pizarra. Todo un hallazgo para deleite de quienes visitan Alpedrete aprovechando ese medio de transporte tan eficaz.
Dentro de la sala de espera, cuya puerta jamás puede cerrarse debidamente, hay una taquilla para adquirir los billetes, atendida por un entusiasta trabajador de RENFE, amable y cordial que jamás pierde la sonrisa. Persona que no solo ayuda con sus respuestas a quienes desconocen horarios y otras cuestiones, sino que, en su calidad de Jefe de Estación, asiste y atiende las salidas de los convoyes.
Una voz femenina se extendió por los altavoces a lo largo de los andenes, señalaba: El tren procedente de Segovia, con destino a Guadalajara, hará entrada por Vía Uno, en breves momentos. Efectuara parada en las siguientes estaciones. A continuación, una relación de nombres, idénticos a los que debían aparecer escritos en el semidestruido reloj de frecuencias.
Uno de los hombres, el cargado con una bolsa y aparejos de pesca se levantó para acercarse al punto donde imaginaba pararía el tren, calculando la situación de alguna de sus puertas. El segundo le acompañó. Ambos subieron al tren para sentarse uno frente al otro. En cuanto el tren reinició la marcha volvieron a la conversación interrumpida.
—Pues pensaba que Alpedrete, al estar tan cerca de la sierra, tendría algún río, aunque fuera pequeño.
—Pues no. Tiene algún arroyo sin importancia, con apenas agua.
— Y dice que va a pescar a una laguna.
—Así es. El resultado de inundar el vacío dejado tras la explotación de una cantera en la extracción de piedra. Parecer ser que comenzaron a poblarla con truchas y hoy es un lugar especialmente dedicado a la pesca. Por un precio simbólico por unidad sacada, pasas una estupenda mañana, o jornada completa.
—¿Y logra muchos ejemplares?
—Según, aunque hace poco logré sacar una con un peso de casi cuatro kilos. Siempre son más baratas y frescas. Mi mujer está encantada, la llevo pescado para toda la semana.
—Ya me gustaría hacerlo a mí.
—Anímese. Durante la temporada suelo venir cada sábado y domingo.
—¿Dónde vive?
—En Villaverde Alto ¿y usted?
—En Vallecas.
—Pues si se anima, podemos pescar juntos. ¿Tiene usted licencia?
—No señor.
—Pues es lo primero que debe agenciarse. Haga los trámites, no cuesta mucho. Por los aparejos no se preocupe, puedo prestárselos. Así si no le satisface evitará hacer el desembolso. Yo le enseñaré. Tampoco es tan difícil.
—Se lo agradezco.
—Si le parece bien quedamos el sábado en el primer vagón del tren que sale de Atocha a las ocho. Llegamos aquí sobre las nueve, desayunamos y después damos un paseo hasta la laguna.
— Se lo agradezco.
Ante sus ojos y pese a seguir conversando, vieron pasar las estaciones hasta adentrarse en los terrenos acotados de El Pardo. Félix señaló a su derecha la acumulación de ciervos y algún jabalí distraído, perdidos de vista al atravesar los túneles y desembocar en Pitis e iniciar la escalada de edificaciones elevadas y agrupadas, cerca de las vías hasta desembocar en Chamartín, a la sombra de las cuatro moles más elevadas de España.
Al llegar a la estación de Atocha ambos se despidieron ofreciéndose la mano y sus respectivos números de teléfono.
Durante la semana y antes de que se cumpliera el plazo dado por Félix, Pablo consiguió su licencia, extrañamente rápida, era lo que en ese momento más deseaba. Se le antojaba una época de ocupación, aunque transitoria, tal vez motivadora. Su vida en esos momentos no era muy atractiva. Tenía una hija viviendo en Alpedrete, casada, pero sin intención de hacerle abuelo, pese a estar en la edad prevista para ello. Su mujer perdía su tiempo; decía él, ocupada, decía ella; en atender las cuestiones de la casa con cierta rapidez, para después salir hacia la consabida parroquia católica, donde ayudaba a atender a gentes poco favorecidas en la vida, proporcionándoles ropas, comida y según comentaba algunas veces, conciencia y moral cristiana. La mantenía la mayor parte del día ocupada mientras él, se quedaba solo en casa, leyendo o matando el tiempo de manera absurda. En ocasiones hacía la compra, pero al darse cuenta de que su mujer aprovechaba la situación para permanecer en la iglesia más tiempo del previsto, optó por no volver a hacerlo.
Por esa razón y otras más que le hubiera gustado comentar, Pablo vio el cielo abierto cuando Félix le proporcionó una nueva ilusión: Pescar, y sobre todo hacerlo a 45 kilómetros de Madrid, con lo que debía levantarse temprano, prepararse y llegar con suficiente tiempo a la estación de Atocha, al encuentro de su nueva amistad.
Aquel sábado fue él quien salió antes de casa y dejó sola a su querida esposa, alias el ángel de la guarda del barrio, pues parecía que de no ser por ella el mundo se desvanecería. No llegaba a entenderlo, siempre creyó en la aplicación de una frase repetida por su padre bastantes años atrás: La caridad siempre empieza por uno mismo. Se sentía solo, tenía una esposa que apenas pasaba unas horas a su lado. Las justas para desayunar, comer, cenar y dormir, el resto no eran para él. No era justo. En ocasiones llegó a manifestarla que la necesitaba, pero solo escuchaba frases tales como: ¡Anda!¡ no digas tonterías Pablo, tu no me necesitas, tienes una casa limpia, la comida preparada y una cama donde dormir cada noche. Ellos sí me necesitan, tu solo quieres aburrirme con tus constantes batallitas. Haz el favor de no volver a quejarte, no tienes razón alguna para hacerlo.
Puso el despertador a las seis de la mañana. Se levantó, fue a la cocina, desayunó. Después entró en el baño a ducharse y afeitarse. Buscó en el armario ropa adecuada para su jornada de pesca, una gorra con la que cubrir su despoblada cabeza de los rayos del sol y salió sin echar la llave en la puerta del domicilio. Volvió, olvidó ponerle una nota diciendo que no sabía la hora en que regresaría. Me voy de pesca, puso resaltando la frase con un subrayado fuerte y decidido. Al final ni un saludo, ni tan siquiera el apelativo cariñoso que utilizaba en los primeros tiempos de casarse. Puso un simple y solitario: Pablo. También quiso eliminárselo. Dejó la nota junto a la bandeja del desayuno y volvió a salir. Llegó a Atocha con media hora de antelación.
Félix también llegó pronto. Se encontraron junto a las escaleras mecánicas del andén con dirección a Segovia.
—Eres muy madrugador —dijo Félix.
—El entusiasmo por mi primer día de pesca.
—Me alegro de ello. Pues aquí tienes, tu caña y tu mochila con el resto de los aparejos necesarios. ¿Conseguiste la licencia?
—Si, aquí la tengo —dijo mostrándole el carné expedido por la Federación.
—Fabuloso. Había pensado por ser el primer día, que sería conveniente almorzar en Alpedrete, así tendremos más tiempo para explicarte y aprender. ¿Te parece bien?
—Por mi estupendo.
—Y no te preocupes, seguramente pescaras más que nadie. Por aquello de la suerte del principiante.
—Tampoco me importa mucho, supongo que lo verdaderamente significativo de la jornada de pesca, será la tranquilidad, el sosiego, la compañía.
—Por supuesto, esa es al menos mi filosofía. Lo pasaremos bien.
—Es mi deseo.
Bajaron en la estación, salieron calle arriba hasta desembocar en la Avenida de los Canteros, dejando a la derecha un pequeño parque, que por ser temprano lo llenaban jóvenes con sus respectivas mascotas corriendo sobre el verde perfectamente cortado. Desembocaron en la Plaza de la Constitución, pasaron junto al monolito, los jardines y la fuente. Caminaron hasta el supermercado y entraron en la cafetería de al lado para tomar un café antes de caminar hasta la laguna. Atravesaron calles hasta desembocar donde algunos colegas ya tenían lanzadas sus cañas.
Las primeras horas fueron académicas. Pablo escuchaba las serias y concisas explicaciones de su compañero para luego intentar realizar las maniobras de lanzamiento y recogida de sedal. Para evitar contratiempos con algunos colegas, dispuestos como ellos, se desplazaron a un puesto menos frecuentado. La voz de ambos molestaba no solo a los propios pescadores, sino con cierta seguridad a las truchas que a veces jugueteaban anunciando su presencia con ondas sobre el agua.
Cuando Félix comprendió que sus clases teóricas habían sido superadas por las prácticas, dejó que Pablo pescar a su aire, aunque estuvo expectante por si cometía algún error. No tuvieron suerte, las horas preferidas para picar fueron precisamente las primeras, y esas se agotaron con las clases teóricas. No les importó, y menos a Pablo que con el entusiasmo propio de un adolescente, lanzaba una y otra vez, recogiendo sedal para de nuevo lanzar. Tan ocupado estaba en su labor que ni siquiera advirtió como la mayoría de los compañeros abandonaron sus puestos, incluso Félix se encontraba sentado en una de las rocas, mientras le miraba atentamente.
—Pablo —le llamó— ¿Es que no tienes vacío el estomago? ¿Acaso no tienes hambre?
El se volvió al tiempo que miró su reloj. Eran las tres de la tarde.
—Disculpa, se me ha pasado el tiempo volando.
—Es lógico, pero deberíamos comer algo.
—Tienes razón, perdona. Recogeré ahora mismo.
Caminaron hasta el pueblo, atravesaron las urbanizaciones de nuevo, hasta localizar un bar pegado a la plaza cerrada a los coches, donde disfrutaron de un par de vinos antes de sentarse a disfrutar del menú del día.
—Es el único sitio del pueblo donde ponen el vino como en Galicia, en taza.
—Hacía mucho que no lo tomaba. Está bueno.
—¿Que nos ofreces para comer hoy?
—Pues tengo —les señaló una lista de platos.
—¿Qué te apetece Pablo?
—La verdad, cuanto ha dicho parece muy apetecible. No se.
—No se te ocurra pedir trucha, ya probaras las que pesques esta tarde.
—Estás muy seguro.
—Ya lo veras.
Entre sonrisas, conversación y varias tazas de Ribeiro, pasaron los minutos. Pablo en agradecimiento por las clases teórico prácticas impartidas por Félix, le invitó al almuerzo. Después del café se levantaron y de nuevo caminaron hasta la laguna. No había muchos colegas pescando, por lo que en esa ocasión eligieron la que sin duda era la mejor zona. En efecto al poco de echar la caña, capturaron sendos ejemplares. La alegría de Pablo fue indescriptible. Ocasión que aprovechó Félix para enseñarle a retirar el anzuelo del pez, introducirlo en la bolsa y volver a preparar el aparejo para intentarlo de nuevo.
Tal como predijo Félix, el novato capturó más piezas que el decano. Pagaron la cuota fijada por cada pieza, recogieron y caminaron hasta la estación. Pablo iba exultante, no dejó de enumerar las veces que lanzó y recogió, incluso dijo tener cierto cansancio en el brazo derecho. Al llegar a Atocha, se despidieron con un abrazo, esta vez repleto de afecto y agradecimiento. Félix comentó que no podía acompañarle el domingo, obligaciones familiares se lo impedían, sin embargo, Pablo confirmó que volvería al día siguiente.
Prometió llamarle para que le acompañara a comprar durante la semana sus propios aparejos. Lo harían en una tienda especializada cuyo encargado era conocido de Félix.
Serían las diez y media de la noche cuando Pablo entró en su casa. Saludó a Vicenta al encontrarla sentada frente al televisor, y sin más se acercó a la pila de la cocina para limpiar las truchas. Siete en total, dos de ellas ciertamente grandes. Su mujer no se dignó dirigirle la palabra. Solo cuando preguntó si había algo para cenar, recibió una de sus acostumbradas peroratas.
—¿Tu que te crees? que solo estoy aquí para prepararte la cena, tenerte la ropa limpia y esperar a que el señor de la casa regrese de quien sabe dónde.
—Vicenta por favor. Esta mañana antes de irme te dejé una nota diciendo donde iba.
—Claro, eso es muy fácil.
—¿Qué quieres?
—Que no me dejes sola un sábado.
—Pues tendrás que acostumbrarte, además de algunos domingos.
—Pues no se si lo aguantaré.
—¡Vaya!, tiene gracia. Tu estás toda la semana fuera de casa con tus meapilas, mientras yo estoy solo, y no ocurre nada, pero si en esta ocasión y única vez salgo yo, soy algo semejante a un, yo que sé. Parece mentira. Vaya comportamiento egoísta por tu parte.
—Tu sí que eres egoísta. Más te valdría buscar otra casa, no voy a permitir una situación como esta, a la que desde luego me estás obligando.
—¿Que yo te estoy obligando? Que gracia me haces.
—No eludas tu responsabilidad.
—¿Qué responsabilidad? ¿Tratar de pasar un día pescando es ser culpable? ¿Culpable de qué? ¿de estar acompañado por otras gentes que como yo posiblemente se sientan solos a pesar de tener esposa y una hija? Que orgulloso debe sentirse tu párroco. Ha debido enseñarte bien la ley que siempre aplican, la del embudo. ¿Verdad? ¿Que quieres? ¿qué te abandone?
—Es lo que deberías hacer, salir de esta casa.
—Claro, de esa forma te quedarías con ella, y como siempre has sido una vaga, que no has dado un palo al agua, siempre te he mantenido con mi trabajo, ahora la justicia me obligaría a pasarte más de la mitad de mi jubilación. Si es eso lo que pretendes para seguir asistiendo a tus reuniones cristianas, estás lista.
—Pues como puedes comprobar, esto no puede seguir así, ni yo estoy dispuesta a ello.
—Pues tienes dos opciones, aguantarte o marcharte tú.
—Lo pensaré detenidamente. Mañana te daré una respuesta.
—Eso, consúltalo con los meapilas, ellos saben mucho de matrimonios y de egoísmo. Bien, ¿hay algo para cenar?
—Si, lo que te den en el bar de abajo.
—Eso haré, salir a cenar, mi delicada y maltratada esposa.
Se acercó de nuevo a la cocina, continuó limpiando las truchas, las envolvió en papel de aluminio y las introdujo en la nevera. Después pasó por el lavabo a terminar de limpiarse las manos y aplicar sobre ellas colonia a fin de disminuir el maravilloso olor de tranquilidad y sosiego que las truchas representaban.
No quiso revelar al dueño del bar, las razones por las que debía cenar allí. Aunque tenía bastante confianza, Pablo solía tomar algún café que otro por la mañana, cuando salía a dar un paseo, o antes de comer a su regreso una cerveza, si el día era caluroso. Tomó una ración con un vino tinto, y tras unos minutos de tranquilidad regresó a su casa. Ernesto, el dueño, le miró en varias ocasiones, pero no le preguntó, solo antes de salir se acercó le dio unas llaves y le dijo:
—Toma son las de la furgoneta, si la necesitas solo tienes que cogerla.
Pablo se volvió para responderle:
—No pienso marcharme de mi casa, si alguien debe salir no seré yo. Te lo agradezco.
—Cógelas, son una copia.
—De acuerdo, pero no creo que llegue a necesitarla. Gracias.
No cruzaron más palabras. Acabó de cenar y, cuando se acercó al mostrador para pagarle, Ernesto le invitó a una copa acompañándole con otra. Al cabo de un rato Pablo salió del bar, abrió el portal de su casa. Al entrar de nuevo, Vicenta fue a su encuentro en una actitud cercana a la agresividad.
—¿De dónde vienes?
—De cenar. Creo que me invitaste a salir, al privarme de hacerlo en mi propia casa, gracias a tu estupendo y cristiano carácter.
—¿Que pretendes? ¿Que todo el barrio conozca nuestra situación?
—Vamos a ver, Vicenta, no hay ninguna situación como dices, simplemente ocupas tu tiempo en ayudar a la gente, y yo, únicamente hoy, estuve pescando con un amigo. Solo ocurre eso. Te ha sentado mal que lo hiciera y tratas de buscar motivos para enfadarnos, aunque no lo conseguirás. ¡Anda! métete en la cama, toma conciencia de cuanto has dicho y mañana todo te parecerá distinto. No he hecho nada grave que nos lleve a momentos como los que dices.
—Ni se te ocurra meterte en la cama conmigo.
—Claro que no, dormiré en la de mi hija que ya no vive aquí. No te preocupes. Hace muchos años que me niegas las caricias, ya estoy acostumbrado y cansado, a partir de hoy dormiré aquí.
Cuando se levantó por la mañana Vicenta no estaba. Se duchó afeitó y desayunó. Miró el reloj, aun podía llegar antes de almorzar a la laguna. No tuvo tanta suerte, solo logró dos ejemplares, uno mediano y otro superior. Al llegar a su casa en Vallecas, no encontró a su mujer, ni nota alguna de donde pudiera encontrarse. Volvió a dormir en la habitación de su hija hasta que se cansó y comprobó que Vicenta no había dormido en casa.
A media mañana del lunes llamó a Félix, quería comprar sus aparejos. Al regresar a la hora del almuerzo Vicenta seguía sin regresar. Llamó a su hija y al recibir respuesta negativa, intentó localizarla en la parroquia, donde le señalaron que no había aparecido desde el viernes. Después preguntó en las tiendas donde solía ir a comprar, con el mismo resultado, nadie supo darle razón, no la habían visto desde el viernes. Con las mismas, se acercó a la comisaría y puso una denuncia por desaparición de su mujer. Llamó a su hija para decírselo y siguió con su ajetreada vida, paseando y pensando en la mala sangre de su mujer.
Esa semana y las siguientes estuvo solo, aprendió a coordinar el tiempo para comprar, cocinar, asear la casa y mantener activo su cuerpo con los paseos. Los sábados y domingos siguió viajando a Alpedrete junto a su amigo Félix. Las truchas se las regaló al dueño del bar donde solía parar, pero al conocer que Pablo pagaba por cada una de ellas, intentó llegar a un acuerdo con él, a lo que se negó.
La vida de Pablo tomó un nuevo sentido. De vez en cuando se acercaba por la comisaría para conocer el resultado de las investigaciones que llevaban a cabo. Pero todo siguió igual, su esposa Vicenta, parecía haberse esfumado. Su hija le llamó durante ese tiempo en dos ocasiones para preguntar por su madre. Al escuchar que no había aparecido, dijo: Nunca nos quiso a ninguno de los dos, papá, era una miserable egoísta, será mejor que no vuelva.
Capítulo 2
Madrid. Sede de la AIE
Era lunes. Roberto H.C. entró silbando en el vestíbulo de la Agencia. Había dejado el coche en el garaje y al salir, el sol le dio en plena cara. Parecía contento. Así se mantuvo toda la mañana. El trabajo no era especialmente agobiante. Varios asuntos remitidos por el Coordinador General se resolvieron satisfactoriamente y ahora, tanto él como el resto de los colaboradores, como le gustaba llamar a sus agentes, disfrutaban de una tranquilidad esperanzadora. A la hora del almuerzo mantuvo una charla con Marcelo, su alter ego, Director Adjunto de la AIE [4] encubierta como una empresa de catering aéreo, y cuya sede central está situada en Barajas, en el conjunto especialmente dedicado a la carga aérea. Pese a ser los máximos dirigentes de la Agencia, ambos mantenían sus cargos dentro de la Policía, el primero como Comisario, y de la Guardia Civil el segundo, como Teniente, por poco tiempo, pues a punto estaban de concederla la tercera estrella de Capitán.
—Demasiada tranquilidad, ¿no crees? —comenzó señalando Roberto.
—Si, parece que únicamente suceden hechos sencillos y fáciles de solucionar. Llevamos una temporada sin casos especiales.
—Tal vez sería el momento de ocuparnos de gestionar bien las nuevas incorporaciones.
—Quizás tengas razón. ¿Qué tienes pensado?
—Me gustaría ir al CDA [5] y comprobar como van. Fundamentalmente los extranjeros.
—¿Cuándo deben volver a sus respectivos países?
—Pronto. Este curso solo dura veinte días. El siguiente lo ampliamos ¿lo recuerdas?
—Si, claro, disculpa, pero como eres tú quien se ocupa directamente.
—Ya queda poco. El próximo curso daremos de alta a un importante número de agentes.
—José Maria estará contento.
—Imagino. Las cosas van saliendo tal y como se lo presentamos en el proyecto.
—Eso parece, aunque quizás le habría gustado disponer de ellos antes.
—Tú sabes mejor que yo, que estas cosas deben hacerse bien, y para ello se necesita tiempo.
—Claro, claro.
—Entonces te parece bien que te deje solo unos días.
—Naturalmente. Adelante, controlaré al grupo que queda sin hacer nada, como yo.
—Entonces disfruta del ocio.
—Eso haré.
Mientras Roberto viajó hasta las instalaciones del CDA ubicadas en una finca a sesenta kilómetros de Madrid en el norte de la provincia, Marcelo se mantuvo ocioso los seis días. Claro que el séptimo provocó su atención, una llamada telefónica, le distrajo del sin hacer cotidiano.
—¿Hablo con el Teniente Fuentes?
—Si señor.
—Soy el Capitán Hernando.
—A sus órdenes mi capitán.
—Está bien, veo que no te olvidas de las normas. ¿Cómo estás bandido?
—Estupendamente.
—¿Puedo verte o estas muy ocupado en la Comandancia donde te encuentras? ¿Puedes pedir unas horas de permiso?
—Supongo que sí.
—Entonces si te da tiempo a llegar me gustaría invitarte a comer, debo comentarte algo.
—¿Sigues en Collado Villalba?
—Por supuesto.
—Entonces te veo allí.
—¿Llegarás antes de comer?
—Desde luego.
—Hasta entonces.
—A tus órdenes.
Marcelo salió del despacho y se dirigió al de uno de los supervisores.
—Si surgiera algo de importancia, que lo dudo, tu verás si me llamas o lo solucionas.
—De acuerdo señor Fuentes.
Atravesó las instalaciones con el coche y antes de entrar en Madrid se adentró en la M-40 para desviarse hacia la autopista A-6. Entró en la población y se dirigió al cuartel de la Guardia Civil. Un número le cortó el paso al verlo de paisano, pero cuando le enseñó su placa identificativa, accedió. Aparcó en uno de los espacios vacíos del aparcamiento y se dirigió a la oficina de su antiguo compañero.
—Veo que tu nuevo trabajo te permite ir de paisano, y con buenos trajes.
—La verdad es que no me va mal. Me gusta lo que hago.
—¿Para cuándo el ascenso?
—Lo espero de un momento a otro. Pero esas cosas ya las conoces, a veces tardan en llegar.
—Vamos a almorzar.
Salieron saludando a números y suboficiales. Subieron al coche del capitán Hernando y enfilaron la autopista dirección El Escorial hasta el restaurante del área de servicio. Además de ser el comandante de puesto, el capitán Hernando era suficientemente conocido en la zona. En más de una ocasión tuvo que hacer favores a más de uno. Se sentaron en una mesa alejada de la entrada, junto a uno de los ventanales desde donde se puede ver todo el perfil de la sierra, distinguiendo perfectamente Siete Picos.
—Y bien Marcelo, ¿cómo te va?
—Perfectamente, aunque no puedo contarte mucho. Investigaciones, información y más investigaciones.
—¿En Madrid supongo?
—En realidad me muevo por cualquier sitio.
—Eso está bien. ¿Entonces contento?
—La verdad es que si.
—Es decir que si te ofreciera venir a mi comandancia lo rechazarías. ¿No es así?
—Creo que mi actual superior no lo entendería.
—¿Puedo saber quién es?
—El Coordinador General.
—Disculpa, olvida cuanto te he dicho.
—¿Qué te ocurre?
—Un problema, creo que grave. Es la razón de llamarte, me habría gustado que me ayudaras, estas más avezado en este tipo de investigaciones.
—¿De qué se trata?
—Déjalo, me conformo con charlar de otros temas después de tanto tiempo sin vernos.
—Por favor, Felipe, ¿quieres decirme que sucede, y en que puedo ayudarte?
—Hace aproximadamente un mes, en la laguna donde pescan truchas, allí —dijo señalando con la mano— en Alpedrete, unos pescadores extrajeron restos de una mano humana. La Policía Local nos avisó e iniciamos las actuaciones. La Laguna es grande y profunda. Cada sábado y domingo viene gente a pescar truchas, se repobló con ellas. La primera semana solicité la presencia de mis mejores hombres. ¿Recuerdas? Aquellos que llevábamos por la noche al pantano de Valmayor y los dejábamos durante un buen rato bajo el agua para que se orientaran. Son hombres rudos, fuertes y acostumbrados a la oscuridad de la noche y de las aguas. Bien, pues ni siquiera esos hombres han conseguido encontrar lo que le falta a la mano. Ahora no tengo más remedio que tomar una decisión, vaciar completamente la laguna, única manera de encontrar los supuestos restos. La Alcaldesa de niega en rotundo, incluso ha celebrado una sesión con todos los concejales, incluida la oposición socialista, y se niegan a vaciarla.
—¿No encuentras otro medio para seguir investigando?
—Ninguno. Tengo desplazado en la laguna a cuatro hombres y una zodiac, pero no sirve de nada. Se tiran, bucean, pero es imposible. Nadie sabe como estaba el fondo de lo que es ahora la laguna. Una antigua cantera, llena de aristas, huecos, resquicios y sabe Dios cuantas dificultades más. Además del peligro que supone una rotura, un enganche y cualquier otra cosa. Tengo la impresión de estar perdiendo el tiempo.
—Habéis conseguido saber a quien pertenece la mano.
—Dirás los huesos de la mano. Seguro que las truchas dieron buena cuenta de lo que le falta.
—Pero el forense sabrá si se trata de los huesos de la mano de un hombre o de una mujer.
—Son de un hombre, todo eso está puesto en el informe.
—Haremos una cosa, tengo un compañero que fue investigador de homicidios, si te parece me pongo en contacto con él y le cuento. Con lo que me diga hablamos después. Antes debo pedir autorización a nuestro Jefe Superior.
—¿Trabajáis juntos?
—Ocasionalmente.
—De acuerdo. Te lo agradezco. La verdad, entre que estamos en plena temporada veraniega y dispongo de pocos efectivos, este asunto me trae de cabeza, no me vendrían mal dos hombres más.
—Te lo diré mañana, Roberto, que así se llama, esta fuera, supervisando a ciertos elementos, pero le encanta investigar homicidios.
—De acuerdo.
—¿Te apetece café?
—Si, pero cortado.
Regresaron al cuartel y tras comentar algunos aspectos familiares, se despidieron. Marcelo regresó a la Agencia y desde allí le puso en antecedentes a Roberto, quien nada más escucharle se ofreció para ayudar en la investigación.
—¿Quién llevara las riendas?
—Supongo que Hernando.
—Está bien.
—Pero no creo que le importe si nosotros nos hacemos cargo. Es más, creo que estará deseándolo. Tiene mucho en que ocuparse y más en este tiempo. Fiestas en los pueblos, entradas y salidas de Madrid, caravanas de coches. En fin.
—Regresaré mañana, si lo crees oportuno llámale y dile que si.
—Perfecto. Gracias.
Cuando llamó, el capitán Hernando acababa de salir. Lo dejó para la mañana siguiente.
—Buenos días, Marcelo.
—Buenos días. Te veo muy contento.
—Lo estoy. La gente que conseguí en Italia son buenos elementos. Solo hay una chica que me preocupa. Los demás ya están preparados.
—¿Cuantos por fin?
—Seis, más la chica. Los demás son de aquí y supongo que algunos no pasaran el último examen.
—¿Problemas?
—No lo creo. Solo que no parecen dispuestos, algunos no hacen más que preguntar a los profesores.
—¿Te preocupan?
—En parte sí. Necesitamos hombres capaces de hacer casi todo, no necesaria y únicamente para disparar armas. Luego son algo zoquetes con los idiomas, y eso es primordial. La próxima vez serás ser tu quien dirija la campaña, tendrás más suerte que yo.
—Si no hay más remedio.
—¿Has hablado con tu amigo?
—Aun no, te esperaba.
—Pues adelante.
Viajaron a Collado Villalba. Después de las presentaciones, Roberto tomó el expediente en sus manos y pidió una copia de todo el contenido. Necesitaba leerlo con atención en su despacho para analizarlo posteriormente.
—Supongo que querréis ver el lugar.
—Será preciso.
—Entonces vayamos en mi coche.
Minutos después vieron como dos hombres con el oportuno traje de neopreno y las insignias de la Guardia Civil, salían del agua. Con la ayuda de otros dos compañeros subían a la zodiac. De lejos negaron con la cabeza. El capitán Hernando les hizo ademán de acercarse. Dejaron la barca sujeta y se presentaron al oficial.
—Nada Capitán. Es más, mire nuestros trajes, hemos subido porque en esa zona deben existir restos puntiagudos, nos hemos herido.
—Bien, por hoy déjenlo, que les vean esas heridas. Regresen al Cuartel, mañana los veré.
—Gracias Capitán.
—Ves. Lo que te decía el otro día —señaló a Marcelo.
—Comprendo.
—¿Es profunda la laguna?
—Bastante, aunque el problema no es la profundidad, sino que antes de serlo, era una cantera para la extracción de granito.
—Peligroso entonces.
—Ya has podido comprobarlo.
—Déjanos leer el expediente y mañana volveremos para decirte algo.
—Os lo agradezco. ¿Necesito pedir autorización de vuestra presencia a mis superiores?
—Yo no lo haría de momento. Si iniciamos la investigación, tal vez, pero por ahora sosláyalo.
—Volvamos al cuartel. Tengo muchas cosas pendientes.
—Perdona Felipe, pero ¿Quieres que nos hagamos cargo de la investigación? Te descargaríamos.
—Dos cuestiones. ¿podéis?
—Y la otra
—¿Queréis? Además de que nuestros superiores lo autoricen.
—Por eso no debes preocuparte.
—La verdad, me haríais un gran favor. Claro que no puedo permitirme alejarme de un caso así.
—De eso no debes preocuparte. Estarás siempre informado directamente por nosotros.
—Entonces adelante.
—Bien, volvamos, debemos regresar a Madrid.
—Una pregunta —señaló Marcelo.
—Claro.
—¿Has pedido relación de desaparecidos alrededor de tu Comandancia?
—No. Esperaba encontrar antes más restos.
—Bien.
Regresaron a la Agencia después de dejar al Capitán Hernando en el Cuartel. Por la tarde hablaron con José Maria, el Coordinador General y le plantearon el problema.
—Como vosotros queráis. Pero lo haremos sin herir susceptibilidades.
—¿A qué te refieres?
—Cursaré una recomendación, señalando que dado el cúmulo de trabajo que tiene esa Comandancia, nuestros investigadores ayudarán al capitán Hernando en la investigación.
—Mejor así, mi amigo Felipe lo agradecerá y sus hombres aún más.
—De acuerdo, pues mañana tendrán los oficios correspondientes él y sus superiores.
—Gracias Jefe.
—No, gracias no, nos jugaremos algo como en los viejos tiempos. ¿Se lo has contado a Marcelo?
—Claro, ya sabe cuántas veces perdías.
—Que fantasma eres Roberto.
—¿Entonces?
—Estamos en Agosto. Bien os doy dos meses. Si lo solucionáis antes del 1 de Octubre pago yo, de lo contrario vosotros seréis quienes invitéis al capitán Hernando y a mi.
—Aceptado Jefe.
Marcelo llamó por teléfono a Felipe anunciándole las últimas novedades.
—Gracias amigos.
—Pero ya sabes, hay una comida y de las buenas por medio.
—Con tal de responder bien, no me importaría invitaros. ¿Cuándo empezáis?
—Supongo que ya, Roberto está con el expediente. Conectaremos nuestros ordenadores, así tendrás siempre información de primera mano.
—Mejor. ¿Dónde montaréis el campamento?
—De momento aquí. Más adelante ya veremos.
—Bien gracias de nuevo.
Mientras Roberto leía con atención las notas del expediente abierto, Marcelo se acercó al despacho de Pinillas para pedirle un barrido en las bases de datos sobre las desapariciones de un área de cincuenta kilómetros a la redonda, remarcando la jurisdicción de la Comandancia de Collado Villalba.
—¿Cuándo lo queréis?
—¿Mañana es pronto?
—Que va, tal vez pueda tenerlo para ayer. Gracias por el tiempo que me concedéis. ¡Sois la pera!
—¡Verdad que sí!
Capítulo 3
Madrid.
Después de solicitar a Luís Pinillas la búsqueda de los expedientes de desaparecidos en los últimos meses, Marcelo regresó junto a Roberto. Le encontró cerrando la carpeta del expediente abierto.
—¿Qué te parece?
—Extraño, pero es como todo, hasta que encontremos el hilo de donde tirar.
—¿Qué dice el informe forense?
—Según señala, los huesos en efecto pertenecen a un hombre, relativamente joven y lo más importante, llevaban dentro de la laguna al menos cinco meses.
—Es decir, es la fecha a la que debemos retrotraernos.
—Inicialmente sí. ¿Otra cosa?
—¿Sí?
—Felipe nos dijo que el Ayuntamiento de Alpedrete no está dispuesto a desecar la laguna.
—Así es.
—Pues debemos hacer algo.
—¿Cómo qué?
—En primer lugar, hablar con la Alcaldesa y tratar de convencerla.
—¿Nos vamos?
—Si, pero antes pediremos audiencia, no vaya a ser que nos deje esperando todo el día.
Concertaron la visita para después del almuerzo. Sobre las tres y media de la tarde, la Alcaldesa los recibió en su despacho.
—¿Así que el capitán Hernando ha pedido ayuda?
—En realidad no. El tiene demasiado trabajo y como interesa solucionar cuanto antes este problema de la laguna, nuestros superiores han decidido que el comisario Roberto y yo mismo, le ayudemos —remarcó Marcelo.
—Pues ya conocen el criterio del Consistorio, no permitiremos desecar la laguna.
—Nos parece ideal, pero nos obligará a cursar una orden para que nadie pueda pescar, no sabemos si los restos encontrados u otros que podamos sacar, dañan a la salud humana.
—No comprendo.
—La cadena alimenticia tiene su escala. Un animal con enfermedad muere, cae a la laguna y las truchas se alimentan de los restos cuando está en descomposición. Los peces salen enganchados a las cañas de los pescadores de Alpedrete, las cocinan y se contaminan. Es así de simple.
—¿Entonces dicen que pueden estar contaminadas las truchas?
—No, señora alcaldesa, solo es una hipótesis. Por supuesto puede ocurrir lo mismo con un ser humano, además de eliminar la posibilidad de encontrar restos que nos permitan encontrar pruebas de su muerte.
—Comprendo. ¿Qué proponen?
—Tengo entendido que los pescadores pagan una cifra por cada ejemplar que sacan. ¿No es así?
—En efecto.
—Pues para evitar cualquier problema, propondría una limpieza de la laguna y para ello, celebraría un concurso de pesca, rebajando el precio por unidad, evitando la muerte de la mayoría de los peces. Después suspendería la pesca mientras nos ocupamos de repasar el fondo. Sacaremos parte del agua, la suficiente para que no mueran los ejemplares que queden.
—Llenarla fue sencillo, esperamos a la temporada de lluvias y deshielo, pero cubrirla con truchas fue un costo importante para la hacienda de Alpedrete.
—Veremos la forma de ayudarles.
—¿Me lo prometen?
—Lo intentaremos.
—Está bien, lo llevaré a siguiente pleno y veremos que dicen los concejales.
—Señora Alcaldesa, no tenemos mucho tiempo, corre en contra de la solución de este caso. Le agradeceríamos agilidad en los trámites.
—Haré lo que pueda. Díganme donde puedo llamarles. Intentaré reunir a mis concejales y a los miembros de la oposición.
—Se lo agradecemos mucho.
Dos días después Marcelo confirmó que habían aceptado la propuesta. Según comentó, confeccionarían un cartel anunciando un concurso de pesca para el fin de semana. Se lo dijeron al capitán Hernando y este les facilitó una importante ayuda, la confederación hidrográfica de la que dependía el pantano de Valmayor, concedía autorización para extraer diez cisternas para el relleno de la laguna. La Alcaldesa quedó conforme al conocerlo y aún más cuando supo que tres mil alevines de truchas estarían dispuestos a cambiar de aguas.
Mientras tanto, Pinillas consiguió una relación de tres personas desaparecidas en el área afecta a la Comandancia de Collado Villalba. No obstante, sabiendo como pensaban ambos directores, extrajo información de todas las poblaciones de alrededor, incluso de Madrid. Con ella se presentó ante ambos.
Diez eran los desparecidos con denuncia presentada bien ante la Guardia Civil, o en alguna de las comisarías de Madrid. Coincidentemente cinco eran hombres y cinco mujeres. Ningún joven menor de 18 años, todos con edades comprendidas entre los 35 y 72 años.
—Nos ocuparemos primero de los de Madrid, luego visitaremos los pueblos. ¿Te parece bien?
—Claro.
—Pues venga, toma estos, yo me quedo con los otros.
Por la tarde antes de regresar a sus respectivos domicilios, Marcelo y Roberto hablaron de las conversaciones mantenidas con los familiares de los desaparecidos. Excepto uno a quien no encontraron, el resto esperaba noticias positivas. A todos los reclamaron fotos a fin de continuar con las investigaciones. Al parecer se quedaron más conformes, sabiendo que la policía seguía buscando a sus seres queridos.
Al llegar el sábado, ambos se acercaron a Alpedrete, querían ver el resultado de la recomendación y sobre todo la pesca. La laguna estaba rodeada de pescadores con sus respectivas cañas y aparejos cerca de sus pies. Algunos padres con sus hijos estaban situados en zonas menos peligrosas. A mediodía la Alcaldesa se acercó para ver como iba el concurso. Había instituido un primer y segundo premio para dos categorías: al ejemplar con más peso y al mayor numero de ejemplares entre ambos días.
Algunos profesionales de la caña se quejaron amargamente de la situación señalada en el folleto del concurso, donde se advertía que, durante al menos una quincena, quedaba suspendida la pesca, con motivo de adecentar el fondo y perímetro de la laguna. Esto ultimo para más adelante, por lo que las obras comenzarían el lunes siguiente.
Marcelo y Roberto conversaron con la Alcaldesa durante unos minutos. Se fijaron en el amplio número de pescadores. De uno escucharon un comentario: Esto no es normal, seguro que tiene algo que ver la mano que encontraron hace unos días. ¿De cuando se va a limpiar el fondo? Es absurdo. No has visto a la guardia civil y la zodiac, quieren encontrar algo, y claro que lo encontraran, ahí abajo debe haber de todo.
Sonrieron al escuchar la frase y regresaron para entrevistarse con el Concejal de Obras. La intención era bombear al menos el ochenta por ciento del agua de la laguna, y para ello debían coordinar los trabajos, fundamentalmente donde echarla tras su extracción. El lunes a primera hora varios equipos técnicos se encontraron en los alrededores de la laguna. Dispusieron filtros en las bocas de los tubos de bombeo, evitando con ello que algunas truchas de pequeño tamaño quedaran atrapadas. Al acabar la jornada, la laguna dejó al descubierto numerosos enseres arrojados por ciudadanos carentes de respeto. Mesas, televisores, bicicletas, ruedas de vehículos, muñecos, algunos balones rotos y un largo etcétera. En realidad, el Concejal de Medio Ambiente supuso lo que encontrarían, por lo que ideó la mejor forma de advertir al resto de ciudadanos, amontonar cuanto extrajeran y dejarlo una temporada a la vista como ejemplo de vandalismo.
Tres hombres del capitán Hernando provistos de calzado suficiente como para soportar las temibles aristas del granito, se introdujeron en la laguna, sortearon numerosas rocas y salientes, y trazando unas líneas imaginarias, comenzaron a introducir unas perchas de madera en busca de más restos.
Una vez iniciada la búsqueda, Marcelo dio orden de precintar el perímetro de la laguna y no permitir la entrada de ciudadano alguno, ni siquiera a los miembros del Ayuntamiento. Las dos últimas cisternas se apartaron en dirección al arroyo para descargar e incrementar su cauce. Un camión con seis grandes recipientes de fibra conteniendo los últimos ejemplares rescatados también desapareció dejando libre de curiosos la zona.
Al caer la tarde y perder la luz del día, Roberto y Marcelo dieron por acabada la jornada. Dejaron de guardia a dos números de la Comandancia y regresaron a Madrid. A la mañana siguiente volvieron a Alpedrete a primera hora. Tomaron café en uno de los bares del pueblo y fueron al encuentro de los dos agentes de la Guardia Civil.
—Sin novedad mi teniente —dijo uno de ellos saludándole militarmente.
—Gracias. ¿Han descansado?
—Algo mi teniente.
—Regresen al cuartel, llamaré al Capitán Hernando para que les sustituyan.
—Creo que ya lo tenía previsto. Con su permiso, esperaremos a que nos releven.
—De acuerdo.
Unos minutos después aparecieron varios vehículos todo terreno, repletos de agentes, a fin de iniciar la actividad del día. Después, uno de ellos se llevó a quienes habían estado toda la noche de guardia.
—Confiemos en encontrar hoy los restos que buscamos —señaló Roberto.
—Eso esperamos comisario —señaló uno de los hombres vestido con traje de neopreno.
—Adelante, cuando quieran.
Durante dos horas aproximadamente Marcelo y Roberto observaron las frecuentes entradas y salidas realizadas en los recovecos que aun quedaban con agua en la laguna. Marcelo miró el reloj y al comprobar que aun faltaban diez minutos para las doce, se acercó a su compañero a fin de invitarle a un café, sin embargo, no tuvieron ocasión de tomarlo. Uno de los hombres salió del agua, se quitó las gafas y agitó las manos repetidamente.
Enseguida dos compañeros se acercaron y de nuevo desaparecieron bajo las aguas. En aquella parte de la laguna la profundidad, según supieron después, se mantenía en cerca de tres metros. Uno de ellos fue izado fuera de la laguna por dos compañeros y se acercó hasta donde estaban Marcelo y Roberto.
—Mi teniente, hemos encontrado los restos.
—Señalen la zona con una boya y pidan el regreso del camión con la bomba de extracción, debemos dejar la laguna completamente seca.
—A sus órdenes.
A las dos de la tarde quedaron expuestos los restos no solo del cadáver encontrado, sino de numerosas truchas que se negaron a abandonar la laguna.
Marcelo y Roberto se vistieron con ropas adecuadas y bajaron a la laguna. Se acercaron hasta el lugar donde encontraron los restos y miraron con atención.
—No he traído cámara —señaló Roberto.
—Yo tampoco, pensé que la habrías cogido tu.
—Pues necesitamos fotografiar todo esto.
—Espera, al venir hemos pasado por un establecimiento fotográfico. Nos acercaremos.
—Pide a los agentes que no toquen ni muevan nada.
Roberto condujo junto a Marcelo en busca del establecimiento fotográfico, denominado Finish. Antes de llegar al Ayuntamiento lo encontraron. Al frente un hombre joven quien después de escucharlos, se brindó a fotografiar lo que indicaran.
—Carlos, según parece es usted fotógrafo profesional, pero sacar instantáneas de los restos de una persona fallecida hace tiempo dentro del agua, no creo que sea un ejercicio habitual. Sería mejor que nos prestara una cámara, nosotros, aunque no somos profesionales, podemos hacerlas sin problema alguno.
—Como quieran —señaló el fotógrafo— pero de verdad, no me importa.
—Insisto —dijo Roberto— preferiríamos hacerlas nosotros.
—De acuerdo, les prestaré una de las que utilizo. Voy a ponerle una tarjeta de memoria nueva y enseguida podrán volver a la laguna.
—Gracias Carlos.
—De cualquier forma, estoy a su disposición.
—Lo tendremos en cuenta.
Al llegar los hombres se habían dispersado en numerosos puntos. Marcelo llamó a un cabo.
—¿Qué ocurre?
—Mi teniente, hemos encontrado más restos.
—¿Qué?
—Hemos señalado los primeros, pero al inspeccionar espacios exentos de agua, hemos encontrado varios más.
—Llévenos hasta ellos, y por favor, señalen con cuñas numéricas los puntos donde están, debemos verificar, comprobar y diferenciar todo.
—A sus órdenes mi teniente.
Roberto siguió a Marcelo y éste al cabo Piedad, quien los llevó hasta los cinco puntos donde se encontraban los restos. El primero sin duda alguna correspondía al encontrado en la zona más profunda. Los restos a simple vista señalaban que pertenecían a un hombre a quien le faltaba una mano, la derecha, la que un pescador confundió con una trucha al recoger sedal. Los demás estaban cerca, separados tan solo a unos metros. Aparentemente eran dos hombres y dos mujeres. Las ropas permitían deducirlo, aunque se encontraban prácticamente destruidas por el tiempo y el agua. Roberto mandó eliminar los restos de agua que aparecían junto a los cadáveres y rápidamente comenzó a sacar instantáneas. Se apoyó en cinco placas numéricas para diferenciar los restos y espacios donde estaban situados. Al acabar se reunió con Marcelo y decidieron llamar al Juez de Guardia, a fin de que les permitiera retirar los cadáveres para llevarlos al Laboratorio Forense. Hablaron con el capitán Hernando y éste envió inmediatamente a un equipo de análisis, rastros y huellas. Una hora después el Juez ordenó el levantamiento de los cinco cadáveres.
Dejaron un retén de agentes para seguir investigando y evitar que nadie pudiera acercarse a la zona. Antes de abandonar Alpedrete quisieron hablar con la Alcaldesa para darle cuenta del hallazgo.
—Hemos hecho bien en eliminar el agua —dijo sonriendo.
—Desde luego Alcaldesa.
—Claro que nos proporcionará mala prensa.
—No veo la razón.
—Hasta ahora los habitantes y visitantes de este pueblo venían porque era un lugar tranquilo, cerca de la gran ciudad, pero apartado de los problemas. Prueba de ello es que mucha gente se acerca desde la capital para pescar cada semana, lo habrán comprobado el sábado y domingo pasados.
—En efecto.
—Ahora la prensa nos inundará con su presencia, fotos, titulares. Ya los estoy viendo: Cinco cadáveres encontrados en la laguna de Alpedrete
—No se preocupe, trataremos de averiguar quienes son y que les ocurrió. Será beneficioso.
—Sobre todo les pediría que intenten hablar con claridad.
—¿A qué se refiere?
—Nos gustaría saber lo ocurrido, sobre todo si Alpedrete tiene que ver en ello, así evitaremos suspicacias y malos entendidos.
—Comprendo señora Alcaldesa, la tendremos al corriente, se lo prometemos. Ahora seria conveniente que evitaran acercarse por la laguna, hasta que decidamos que hacer con ella.
—De acuerdo, daré las instrucciones correspondientes para cercar la zona y poner notas en diferentes partes de la población para que nadie se acerque o venga a pescar.
—Se lo agradecemos mucho.
—Sigo estando a su disposición.
—Se lo agradecemos.
Mientras Marcelo se hacia con el coche, Roberto se acercó hasta el establecimiento de Carlos Martín, el fotógrafo, para devolver la cámara. Al entregarla extrajo la tarjeta con las instantáneas hechas y después de pagársela, pidió una factura para incluirla en el capitulo de gastos. Regresaron a la Comandancia de Collado Villalba para exponer lo descubierto al Capitán. Al acabar volvieron a Madrid, llamaron al Coordinador General y solicitaron una entrevista a primera hora de la mañana siguiente.
Capítulo 4
Madrid.
Los dos Directores de la AIE. entraron en el despacho del Coordinador General, que los recibió en la puerta.
—Pasar, he pedido café para los cuatro.
—¿Quién falta?
—El capitán Hernando, he querido invitarle y no creo que tarde mucho en llegar. ¿Algún problema?
—Ni mucho menos —dictó Marcelo.
—Y tu Roberto ¿tienes inconveniente?
—Tampoco.
—Entonces esperemos unos minutos.
—¿Has leído nuestro informe?
—Apenas, pero me parece altamente sospechoso, sobre todo preocupante al haber tomado a esa población serrana como punto para dejar cadáveres. No me extrañan las insinuaciones de la Alcaldesa. Me gustaría que tomarais este conjunto de casos con especial dedicación.
—Siempre lo hacemos.
—Lo sé, pero en este caso, confío en que sea mayor vuestro esfuerzo.
—Lo haremos, pero necesitamos recibir los informes forenses para iniciar las investigaciones.
—¡Ah! Capitán Hernando, pase, pase por favor y tome asiento. Ya conoce a sus compañeros, así que iremos directamente al grano.
—Claro señor.
—Evite tratamientos subordinados por favor, me conformo con un José Maria escueto.
—Claro, como prefiera.
—Bien, he requerido su presencia a esta reunión para que escuche mi decisión, aunque debo suponer que ya conoce la razón.
—Creo que sí.
—Entonces tomemos café y enseguida lo abordaremos.
Un camarero apareció con una bandeja y servicio para cuatro cafés. Unos minutos más tarde abandonaban los recipientes vacíos y retomaban la conversación.
—He tomado una decisión, serán sus compañeros, Marcelo y Roberto, quienes aborden la investigación de los cinco cadáveres aparecidos en la laguna de Alpedrete. En primer lugar, porque seguramente afectará a más de una jurisdicción y tener que informar a todos serian una pérdida de tiempo tremenda. En segundo término, por encontrarnos en una época veraniega y poco personal, como le ocurre a usted, en su demarcación, capitán.
—Desde luego. Debo adelantarle mi conformidad a esa decisión, no me produce problema alguno. De verdad. Es más, me alegro sean ellos quienes se ocupen de la investigación.
—Gracias capitán. De cualquier forma, supongo que Marcelo, compañero del Cuerpo, le tendrá al corriente, y si necesitan algo se pondrán en contacto.
—Tendrán todo mi apoyo.
—Y ahora por favor. Decirme como están las investigaciones. Perdonar, pero como a Roberto, tampoco me gusta leer mucho los informes. ¿Quién se atreve?
—Yo mismo —señaló Marcelo.
—Adelante.
—Todo se inicia hace unos días con la recuperación de lo que eran los restos de la mano derecha de un hombre. Después de achicar casi la totalidad del agua de la laguna, nuestros hombres descubrieron los cadáveres de dos hombres y dos mujeres más. En estos momentos se intenta extraer la cadena de ADN para compararla con algunos de los familiares de los diez desaparecidos en Madrid y la Zona de la Sierra Noroeste. La laguna ha quedado vallada y no se permitirá su acceso ni se rellenará de agua ni truchas hasta acabar la investigación. Bajo nuestro personal punto de vista, convendría realizar alguna campaña de desagravio, para calmar el temor de los ciudadanos de Alpedrete, y sobre todo la influencia que puedan tener el hecho de encontrar los cadáveres. Roberto y yo volveremos a visitar a los familiares de desaparecidos. Es todo José Maria.
—Entonces poco o nada tenemos que hacer ya, tenéis autorización para cualquier jurisdicción, ya me he encargado de ello.
—Gracias.
—A vosotros. Antes de olvidarme, la comida sigue en pie, y las fechas de la solución también.
—Por supuesto.
Se saludaron al despedirse y mientras el Capitán Hernando regresaba a Collado Villalba, Marcelo y Roberto lo hicieron a la agencia. Al llegar.
—Si no te importa, seguiremos con las investigaciones tal y como empezamos, yo me ocuparé de las de Madrid y tu de las poblaciones de la sierra.
—De acuerdo —responde Marcelo.
Ambos se refugiaron en sus despachos y tomaron las carpetas de los expedientes de los desaparecidos. Seis de ellos correspondían a Madrid, y los otros cuatro a las poblaciones del Noroeste de la provincia, a cargo de Marcelo. Al día siguiente ambos decidieron iniciar las investigaciones, teniendo en mente solicitar de los familiares una muestra para extraer muestra para el ADN correspondiente y compararlo con la de los cadáveres encontrados.
Investigación llevada a cabo por Roberto H.C.
1.
La primera visita que realizó Roberto fue a Vallecas, la última vez que fue no tuvo suerte, no encontró a nadie en la vivienda. Eran las nueve y media de la mañana cuando pulsó el timbre de la puerta C de la segunda planta. Oyó una voz masculina que preguntaba desde el interior. Roberto respondió.
—Soy el comisario Roberto H.C. necesito hablar con Pablo Hernández Manchego.
—Un momento, enseguida abro.
Segundos más tarde la puerta se abría dejando ver a un hombre calvo, de mediana edad, nada corpulento, y vestido con unos pantalones grises, con la bragueta desabrochada y una camisa abierta por encima.
—Disculpe acabo de salir de la ducha y estaba vistiéndome.
—Acabe.
—¿Le apetece un café?
—Gracias.
—¿Que le trae a un comisario a mí casa? — preguntó mientras llenaba una taza.
—Según tengo entendido puso una denuncia por desaparición de su esposa Vicenta Bastián Díaz
—Si señor.
—¿Puedo hacerle unas preguntas?
—Naturalmente.
—Según se desprende del expediente, desapareció un domingo.
—Así fue.
—¿Se llevaban bien?
—No entiendo.
—¿Discutían?
—No, no señor. Dice un refrán que dos no discuten si uno no quiere. Y ese era mi caso. Yo no quería discutir con ella.
—Es decir que no se ajusta a un caso de amenazas.
—No, no señor. Que yo sepa no di ocasiones para ello. He soportado toda mi vida. Primero trabajando, del banco a casa y de casa al banco. Cuando me jubilé, de casa al parque y de allí a casa.
—Y entonces ¿Por qué de repente desaparece?
—La verdad no lo sé. Solo que regresé después de pescar en una laguna en Alpedrete. Fui con mi amigo Félix, y como primer día pesqué unas buenas truchas. Al entrar en casa, Vicenta estaba enfadada. Le dije que se calmara, que al día siguiente lo vería de otra manera. Cuando me levanté para volver a Alpedrete ella no estaba. Supuse que seguía enfadada por haberme ido de pesca dejándola sola en casa. Esperé su regreso el domingo, pero al no hacerlo, el lunes fui a poner la denuncia.
—Solía dejarla sola con frecuencia.
—Qué va. Era la primera vez. Fue mi bautizo como pescador.
—¿Tienen hijos?
—Una hija, vive en Alpedrete. Está casada.
—¿Nietos?
—No quieren hacernos abuelos.
—Pablo necesitaré una muestra de su mujer o su hija, para comparar el ADN.
—¿Qué tipo de muestra necesita?
—Si tiene cepillo con algún cabello de ella, sería suficiente. Un lápiz de labios, o ropa que hubiera usado y no haya lavado.
—La habitación que usábamos está sin tocar, la he dejado como quedó. La noche en que discutimos, no me permitió dormir a su lado, lo hice en la que fue habitación de mi hija. Puede pasar si quiere. Le acompañaré por si encuentra algo que le sirva.
—Gracias.
Roberto extrajo unos guantes de un bolsillo, se los puso y con ellos recogió un cepillo del pelo, varias cintas, un sujetapelos, el cepillo de dientes y dos lápices de labios.
—Será suficiente con esto. Gracias.
Pablo respondió a toda una serie de preguntas que le formuló Roberto. Supo que Vicenta acudía a una comunidad católica para ejercer de voluntaria. Al acabar salió de allí después de tomarse el café medio frío.
Una vez en la calle paró en varios establecimientos para preguntar por Vicenta. Todos comentaron lo seca y displicente que era, parecía que poca o ninguna amistad hizo con los vecinos y gente de los establecimientos de alimentación que rodeaban la casa. Luego atravesó un diminuto parque y se dirigió hasta un edificio de ladrillo rojo con una torre elevada sobre la nave central, donde resaltaba una cruz. Bajo ella una campana, al parecer muda desde que algunos vecinos se quejaron de las llamadas realizadas a las ocho de la mañana los domingos. Hora en que la mayoría de los habitantes de la zona, descansaban para reparar el esfuerzo de una semana azarosa. Al parecer la negativa del Párroco y sus adláteres llevó a un grupo de ciudadanos a cursar una queja al obispado, y tras recibir respuesta diciendo que Dios necesitaba llamar a sus corderos, y negaban suspender las llamadas, aquellos optaron por presentarse a las seis de la mañana junto a la ventana del párroco golpeando cacerolas gritando: Los corderos de Dios quieren escuchar misa a las seis de la mañana.
A la vista de que el párroco y algunos ayudantes en otras latitudes, no pudieron dormir durante meses los sábados y domingos, decidieron suspender las llamadas y repiques madrugadores dominicales. Sin embargo, según comentó el cura a preguntas de Roberto, Vicenta se opuso, con fervor más que cristiano, a suspender el repique, lo que volvió a ocasionar discrepancias, esta vez más hostiles contra los sacerdotes y demás conciudadanos. Intervino la policía y Vicenta fue detenida acusada de desórdenes públicos. El párroco intervino en su defensa y la comisaría suspendió el envío al Juzgado correspondiente, siempre que no volvieran a producirse esa clase de incidentes.
—Entonces se calmó —preguntó Roberto al cura.
—La verdad es que si, claro que conseguí que se ocupara de facilitar comida y ropas a las gentes necesitadas. Abandonó la limpieza de la iglesia y se dedicó a esa segunda ocupación. De tal manera que a veces venia por la mañana y después de regresar a su casa y hacer la comida a su marido, volvía y se estaba toda la tarde aquí en la parroquia.
—¿La señalaron que esa no era forma de comportarse con su marido?
—Más de una vez.
—¿Desde cuándo no la ha visto?
—Desde el viernes, antes de desaparecer. Vino aquí como todos los días, se marchó tarde, como siempre. Desde entonces no he vuelto a verla. Quiera Dios que la encuentren pronto.
—Eso esperamos. Muchas gracias por atenderme.
—De nada comisario. ¿Cómo está su marido?
—Puede imaginárselo.
—Lo entiendo. Es muy dura esta situación.
—Si que lo es.
Con la información y los rastros encontrados en el dormitorio, regresó a la Agencia, pasó al Laboratorio, entregó cuanto llevaba encima y esperó el resultado. No le llegarían hasta pasados dos días. Los utilizó para visitar de nuevo a los familiares de los cinco desaparecidos a su cargo. De igual manera llevó al laboratorio muestras del ADN para compararlo con los restos de los cinco cadáveres encontrados ende la laguna de Alpedrete.
Los casos de Roberto eran tres hombres y tres mujeres. Ninguno con edades inferiores a los 35 años. Tres de ellos solteros, sin compromiso alguno. El resto casados y de edad avanzada. Tendría que esperar a los informes forenses para descartarlos o no.
Mientras tanto.
Investigación llevada a cabo por Marcelo Fuentes.
1.
Las cuatro denuncias presentadas cuya revisión quedó a cargo de Marcelo, le llevaron de nuevo a Villanueva del Pardillo, Majadahonda y Torrelodones. En la primera de las poblaciones un hombre de 43 años, casado con dos hijos había desaparecido ocho meses atrás. La esposa, muy guapa, parecía entusiasmada con la presencia del policía, según dijo tenia el presentimiento de tener noticias de su marido. Marcelo la miró en dos ocasiones mientras ocupaba sus manos en colocar una y otra vez las piezas situadas sobre la mesa del salón. La encontró nerviosa, tal vez demasiado preocupada.
—¿Podría facilitarme alguna muestra para sacar el ADN de su marido?
—¿Cómo qué?
—Cepillo de dientes, del pelo si lo usaba, o peine. Tal vez algo de ropa que no haya lavado. Maquinilla de afeitar.
—Está toda limpia. Pero el cepillo de dientes está como es normal sin tocar.
—Entonces puede dármelo.
—Claro, iré a por él.
Mientras se alejó, Marcelo comprobó diversas fotografías enmarcadas sobre la repisa de la chimenea y una mesa cercana a un rincón verdaderamente bucólico, daba a un jardín lleno de rosales, con ciertos elementos decorativos. Algunas de ellas de los dos hijos varones. Llamó su atención que en ninguna estaba el desaparecido marido. Al regresar.
—Tenga su cepillo de dientes. El resto de las cosas debió llevárselas, no están en el cuarto de baño.
—Permítame, señora. ¿Cuánto tiempo llevan casados?
—En realidad nueve meses. Claro que antes vivimos juntos unos años. De ahí el resultado de mis dos hijos gemelos. Se marchó días después de cambiarnos a esta vivienda.
—Comprendo señora. ¿Tiene usted alguna foto de su marido? En la ocasión anterior ni siquiera llegue a pedírsela.
—Llevé una cuando puse la denuncia en el cuartel de la Guardia Civil.
—Comprendo. Pero ¿podría facilitarme una a mi?
—Veré si encuentro otra. Creo que incluso se llevó todas sus fotos.
—¿Tenían disputas?
—No, no señor. Nuestro matrimonio era una balsa de aceite.
—¿Y cuál cree que fue la razón de su marcha?
—Lo desconozco. Soy una esposa fiel, ama de casa, me ocupo de nuestros hijos y en especial de él. Tampoco comprendo la razón.
—Gracias. La tendré al corriente si descubrimos algo.
—A usted. Hasta pronto.
—Espero que sí.
Salió de allí con la sensación de estar siendo engañado. Tomó el coche y se dirigió a su segunda visita. Esta vez en Majadahonda, una mujer de 55 años, divorciada con dos hijas mayores y una madre a su cargo.
—Buenos días, señora —dijo Marcelo al abrirle la puerta.
—Tienen algo ya.
—No señora, pero necesito algo para confrontar datos.
—Explíquese mejor por favor.
—Verá, necesitamos alguna muestra para comparar el ADN. Hoy día es esencial disponer de esa cadena identificativa.
—No entiendo de esas cosas, pero si me dice que necesita para ello, veré si puedo facilitárselo.
—Algo que nos ayude. Por ejemplo, cabellos, ropa sin lavar, algo que sirva para extraer el ADN, de lo contrario deberíamos pedir a sus hijas una muestra del de ellas.
—Comprendo. Pero han averiguado algo.
—Estamos en ello.
—Ya. Veré que puedo hacer. Un momento.
[1] Municipio situado a 45 kms de Madrid, en las estribaciones de la Sierra de Guadarrama. Las crónicas señalan que fueron los árabes quienes se asentaron y fundaron una población a la que denominaron El Pedrete. Otras afirman que su origen se remonta a la época romana, quienes lo nombran como Ad Petrum. Incluso llega a encontrarse un dolmen, resto megalítico vestigio de la cultura neolítica. Alpedrete fue razón de los enfrentamientos habidos entre segovianos y madrileños, dado que el lugar pertenecía a las tierras conquistadas a los árabes por su rey Alfonso VII. Fue siempre motivo de disputas por la riqueza de sus pastos. Solo cuando Alfonso X El Sabio, acoge la población junto a otras (Colmenar Viejo, Manzanares el Real, Guadalix, Navacerrada etc.) y decide llamarlo en adelante El Real de Manzanares, cesan las discrepancias. Mas adelante en época de los Austrias, Alpedrete llega a formar parte de Collado Villalba, bajo la figura de barrio. Sin embargo en 1840 consigue segregarse de la Villa de Collado Villalba y se constituye el 26 de Abril de ese año como Municipio independiente.
[2] Mataespesa era el nombre de una finca, rescatado de un coto o dehesa. Resultado de la unión de varias fincas, parte ubicada en Alpedrete y parte en el término de Collado Mediano. Dicha finca soportaba la servidumbre de paso de la vía férrea.
[3] Piedra berroqueña extraída de las múltiples canteras instaladas en el término de Alpedrete. Fue base económica durante mucho tiempo y aun hoy sigue siendo uno de los materiales básicos en la construcción. Los ciudadanos de Madrid, hoy disfrutan de uno de sus puentes sobre el Manzanares, el Puente de Toledo, realizado con este tipo de piedra extraída de Alpedrete, también utilizadas en las sillerías de numerosos, importantes y singulares edificios antiguos.
[4] A.I.E. Agencia de Investigaciones Especiales. Institución creada para resolver expedientes que afectan a diversas áreas de la Administración evitando múltiples investigaciones por diversos cuerpos de policía. Ver novelas de la esta Saga.
[5] Centro de Adiestramiento de la Agencia de Investigaciones Especiales ( A.I.E.) para los nuevos Agentes y adaptación de los activos.
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