A mis queridos amigos Carmen y
Fernando que me adoptaron sin papeleos
y con mucho cariño.
Amicus fidelis protectio fortis.
Vulgata.
El teléfono no deja de repiquetear sobre la mesilla de noche. Son las siete de la mañana, la hora señalada en una de las aplicaciones del móvil para romper mi tranquilidad nocturna de cada día. Tengo sueño, me escuecen los ojos al abrirlos. Anoche no me desmaquillé, cuando Jandro abrió la puerta me olvidé de todo. Preparé, como le gusta, una cena fría rápida y una botella de champán. Después una extensa charla y puesta al día respondiendo a sus preguntas, las que yo hago, dos, a lo sumo tres, nunca las responde. Pasaron quince días desde que nos vimos la última vez. Como casi siempre le escucho una larga frase, ellos no te dejarían vivir si supieran que conoces mi trabajo. Nos acurrucamos en el sofá.
Vuelvo a estar sola. Apago la alarma y me revuelvo en la cama todavía quedan restos de humedad, sus olores llenan ya mi soledad. En la cama su silueta se dibuja cual promesa de llenar el breve espacio en que no está. Todavía yo no sé si volverá, nadie sabe al día siguiente lo que hará.
Me resulta difícil convivir sin convivir, la distancia la corrompe, me avergüenza el comportamiento que nuestra relación me obliga a mantener. Parezco el descanso del guerrero. Viene unas horas, comemos, le hablo y nos metemos en la cama para dejar que el cariño se convierta en abrazos, besos y caricias. Luego, nada, silencio y soledad de nuevo y vuelta a la rutina diaria. Otra vez ha pasado, otro día con el mismo resultado, como una tormenta de verano. Rompe todos mis esquemas, no confiesa ni una pena, no me pide nada a cambio de lo que da.
Desayuno, me visto y salgo maquillada a enfrentarme al mundo que desconoce lo que me ocurre, ignorante de cuanto sufro y callo. Hoy no subí en el ascensor hasta la planta novena. No he cantado como en otras ocasiones, a veces lo hago por entender es una manera de escapar a la desdicha. Saludo a mis compañeros, entro en mi despacho de paredes acristaladas y como tantas veces, me dispongo a revisar los últimos expedientes abiertos. Vuelvo a darme permiso para seguir viviendo. Sí, lo reconozco es una ambigüedad léxica. Una y otra vez la imagen de Jandro se asoma en cada página del conjunto que aparece ante mis ojos. La aparto, pero insiste, es una realidad que influye más de lo debido en mi quehacer, en mis obligaciones para con los demás.
Paso una y otra páginas, me revuelvo en el sillón, no puedo olvidar que él suele ser violento y tierno, no habla de amores eternos, más se entrega cual si hubiera sólo un día para amar. No puedo permitir sus incursiones en mi mente, me distrae, me obliga a rememorar la noche a su lado, sus caricias, su silencio y nuestra única discusión. La recuerdo como si hubiera sucedido ayer. Fue un sábado, ese día no trabajé. Abrió la puerta sin que lo advirtiera, no hizo ruido. Se acercó despacio, posó sus labios en los míos. Lo hizo hasta despertarme. No dejó de besarme.
Desayunamos y hablamos de absurdas situaciones y tentaciones. Una de ellas me entusiasmó. Si pudiéramos casarnos ¿Lo harías en otro país? No respondí, ni quise sufrir otro fraude mental, sin embargo, alegró mi mañana hasta que le propuse. ¿Podemos reunirnos esta tarde con mis amigos? No obtuve respuesta, sí una mirada que no deseo calificar, comenzó a tararear. Me atravesó para confirmar que él no comparte una reunión, más le gusta la canción que comprometa su pensar.
Otro día en mi despacho. Una llamada telefónica de la Comisaría General de Policía Judicial me despierta de la ensoñación y el recuerdo. Acaban de poner a mi disposición, un amplio expediente de un grupo organizado para la distribución de droga en el país. Vuelvo a la realidad. Algún día, en algún momento, mis ensoñaciones deben acabar o me veré obligada a tomar medidas alejadas de mi situación como responsable de esta brigada. Olvido a Jandro, me propongo adoptar una ruptura de mi conciencia como mujer enamorada. Me reúno con mis ayudantes. La actividad es grupal e intensa durante ese día y los diez siguientes.
No puedo atenderte, le dije nada más entrar en mi casa la quinta noche que apareció. Estoy muy ocupada, necesito descansar, también trabajo, tengo obligaciones y no siempre dispongo del tiempo como me gustaría. Lo siento. Luego pregunté. ¿A qué se deben ahora estas visitas casi diarias? Me miró, no habló, solo susurró algo que yo esperaba desde hacía tiempo. Me ablandó, cercené la obligación de mi profesión. Cerré los expedientes del ordenador y me reuní con él en el salón. Esa noche preguntó e indagó sobre mi ocupación. Nunca hasta entonces lo hizo. Me extrañó. No dejé de amarlo, esa noche más que nunca necesitaba sus abrazos, sin embargo, todavía no pregunté te quedarás, temo mucho a la respuesta de un jamás. Lo prefiero compartido a vivir en el vacío, no es perfecto más se acerca a lo que yo simplemente soñé.
Unos días después finalizado el proceso, di las oportunas órdenes. La operación comenzó a las nueve de la noche. Acabó a las tres de la madrugada, aunque no como hubiera deseado. Detuvimos a todos los números de la ecuación excepto al principal. Todos regresamos fatigados. Lo haremos, acabaremos otro día, ahora toca recapacitar y sobre todo descansar —señalé a mi equipo— yo también lo necesito.
Abrí la puerta, el silencio reinante no permitió su ruptura. Tomé un vaso de agua, ni siquiera fui al baño para refrescar mi cara de cansancio. Me acerqué a la mesa de trabajo, necesitaba comprobar una sospecha. Encendí el ordenador y abrí el expediente que ocupó mis últimos veinte días. Lo revisé. La inquietud y pesadumbre se apoderaron de mi al instante. Fui al dormitorio. Jandro permanecía dormido sobre la cama con la ropa de calle, sin descalzarse. No oyó acercarme, besé sus labios. Se despertó, intentó levantarse, tal vez para abrazarme, no lo consiguió. Las esposas que le puse sujetas al cabecero metálico se lo impedían.
Todo ha sucedido sin que pudiera controlarlo. De nuevo sola, supongo que a partir de ahora definitivamente.
Suena la alarma del móvil. Me revuelvo unos minutos. Paso por la ducha. Desayuno, me visto y salgo maquillada a enfrentarme al mundo que desconoce lo que me ocurre, ignorante de cuanto sufro y callo. Subo en el ascensor hasta la planta novena en busca de mi trabajo. A mi paso oigo aplausos y voces que me ofrecen ¡Enhorabuena! por el éxito obtenido. Un alto cargo del Cuerpo, acompañado por mis superiores esperan en el interior de mi despacho acristalado. Más parabienes y saludos efusivos. Acabo la jornada, regreso a la casa que estuvo a punto de convertirse en mi hogar. Estoy sola, más sola que nunca. La imagen de Jandro se funde con los muebles, en el baño y el salón, la cocina y el dormitorio.
Suele ser violento y tierno, no habla de amores eternos, más se entrega cual si hubiera sólo un día para amar. No comparte una reunión más le gusta la canción que comprometa su pensar. Todavía no pregunté te quedarás, temo mucho a la respuesta de un jamás. Lo prefiero compartido a quedar en el vacío, no es perfecto más se acerca a lo que yo simplemente soñé.
Suena la alarma del móvil. Me revuelvo unos minutos. Paso por la ducha. Desayuno, me visto y salgo maquillada a enfrentarme al mundo, hoy rodeada de recuerdos que me siguen como una maldición.
Relato basado en la canción «El breve espacio en que no está» interpretada por Amaya Uranga.
© Anxo do Rego. 2020. Todos los derechos reservados.
Visitas: 44