CLAVE SANGRIENTA
15ª novela de la Serie ROBERTO HC
A las tres mujeres que más amé: Mi Madre, Gloria y Susana.
Nuestro corazón tiene la edad de aquellos que ama.
Marcel Proust
Madrid. Año 2006
Roberto Hernán Carrillo es comisario del Cuerpo Nacional de Policía, destinado en Madrid. Desde que alcanzó el cargo, incluso antes, cuando aún era un joven estudiante universitario con inquietudes sobre su futuro, mantuvo siempre el mismo deseo, ayudar a sus conciudadanos, pero sobre todo atrapar a quienes cruzan esa línea roja de la norma y legalidad para pasar al lado del delito. Por esa y otras muchas razones, decidió hacerse policía.
Jamás quiso mezclar la dualidad existente en su vida. A saber, la privada y muy personal, con la otra, la ejercida como miembro del Cuerpo General de Policía. Siempre tuvo muy claras y definidas todas sus funciones. Supo apartar de la labor diaria, sus obligaciones para con sus superiores y subordinados, de las realidades como ser humano, repleto de vicisitudes. Entre ellas su amor por las diferentes artes; a las que pocas veces podía acceder, motivado fundamentalmente por sus ocupaciones como funcionario público, para llenar su tiempo de ocio. Tampoco desdeñó la cultura gastronómica, incluidos los ricos caldos de las diferentes regiones del país.
En ocasiones sintió la necesidad de rebelarse, incluso abandonar esa situación, dedicarse a la investigación privada mejor remunerada. Luego, tras recapacitar, cuestionaba las razones y deseos abandonando la idea.
Claro que, en la vida de un hombre, cuanto le rodea, cuanto le sucede, deja huella, se mezcla, se confunde. En multitud de oportunidades sus puntos de apoyo y referencias han sido momentos y circunstancias vividas, rescatadas de su memoria. Algo así como: En aquella ocasión investigaba el caso de las muertes en el río Manzanares, para descubrir que entonces su vida transcurría al lado de tal o cual amiga, o tal vez había tomado un güisqui especialmente agradable, con este o aquel amigo, o compañero. Su flujo mental aborda indefectiblemente las situaciones de su trabajo, sus obligaciones como policía, no al contrario, como le ocurre al resto de seres humanos.
Los años pasan irremediablemente, no solo para dejar huella en Roberto como policía, también en el ser humano, en el hombre, y como a tal, las debilidades a veces por pequeñas o grandes que sean, le provocan un cansancio doble. En ocasiones piensa que ha llegado el momento de alejarse de los sinsabores producidos, de las limitaciones a su vida privada provocadas por su incansable labor como investigador, arrastrándole una y otra vez a consecuencias no esperadas y muchas veces, ante resultados insospechados.
Hoy Roberto Hernán Carrillo, Roberto HC, como le conocen sus compañeros y amigos, está sentado frente a un monitor que descansa sobre la mesa de su despacho. Se encuentra situado en la planta noble de un edificio de la zona de carga del complejo del aeropuerto de Barajas en Madrid alejado del centro de la ciudad. Es un edificio como otros muchos, moderno y equilibrado ambientalmente, aunque no es lo que aparenta. Da la impresión de ser una moderna oficina de equipación y catering al servicio de líneas aéreas, aunque en realidad es la tapadera de una Agencia Gubernamental, dependiente del Coordinador General de Cuerpos y Seguridad del Estado. Se trata de la Agencia de Investigaciones Especiales (AIE).
Roberto en su momento fue encargado por el antiguo Director General de la Policía, nombrado con posterioridad Coordinador General, para crear la Agencia y dotarla de los necesarios elementos, tanto humanos como técnicos y de coordinación con el resto de las Agencias Estatales y Autonómicas. Su labor desde entonces fue doble. Y en lo referente a su vida privada, su tiempo libre más limitado.
Cuando comenzó a funcionar se abordaron no solo investigaciones sobre homicidios, robos y demás delitos comunes, propios de una comisaría o de una División, sino fundamentalmente otro tipo de hechos y delitos. Es una agencia multioperacional, bajo una cobertura y, sobre todo, una visión global distinta. Transcurrida una larga etapa llena de éxitos, Roberto ha resuelto conciliar su vida privada con el trabajo. Ya no es tan joven y la impronta dejada por sus obligaciones profesionales, sigue condicionando su futuro.
Fantasmas del pasado, casos no resueltos, asesinos no detenidos, delincuentes libres, hoy en aumento, y muchas otras circunstancias, le producen una inquietante preocupación. A veces, cuando rememora su pasado, pese a estar conforme con cuanto hizo, acude a su mente el deseo de haber dejado poco tiempo a su vida privada, muchas veces sacrificada en aras del esfuerzo como policía.
Los hechos y situaciones comienzan a confundirse. Son muchos los personajes que entraron en su vida. Por esa razón ha decidido reunir sus recuerdos, recopilarlos en un solo ejemplar, algo así como una autobiografía. La historia de su vida, o mejor, de sus vidas. No tiene intención alguna que, en un futuro no muy lejano, todos esos personajes se mezclen y confundan. Cada uno debe estar en su sitio. Sus amistades, compañeros y amantes en el suyo. De acuerdo que en muchas ocasiones se unirán, pues es difícil sustraerse en su totalidad al paralelismo y al nexo que los une, sin embargo, recordarlos debe ser una satisfacción, en el amplio concepto de la palabra, no conformar solo malos recuerdos.
Durante días ha preguntado a su inseparable inspector Luis Pinillas, experto en materia informática, la manera de crear una importante base de datos con numerosos accesos. Necesita crear una ficha con cada personaje, acceder a detalles, tanto del expediente policial, si se trata de un delincuente, como datos personales y privados, si se trata de un amigo, amiga, amante y muchos más etcéteras. No quiere exponerle con detalle lo que trata de hacer, solo pregunta la forma o manera de crear esa importante base de datos personal. Recibe todo tipo de ayuda, y elude responder cuando Luis pregunta la razón de sus consultas.
Al cabo de muchos meses y anotaciones, Roberto comienza su labor. A su mente acceden, uno tras otro, los personajes que han ido pegándose a su piel, como la lluvia lo hace en la tierra, durante años. La inicia desde su más tierna infancia. Aparecen sus padres y demás familia, amigos del colegio, del instituto, la universidad. Novias, amigas y amantes, hasta llegar a su incorporación a la Academia de la Policía. Sus primeros casos como ayudante en prácticas. El nombramiento de inspector ayudante y resto de cargos. Todos y cada uno de ellos comienzan a formar parte de una historia, la historia de Roberto HC.
Luis Pinillas le recomienda como a todos —y para eso elaboró un protocolo de prácticas informáticas— aplicar una clave de acceso en el supuesto de crear una base de datos. Piensa durante unos minutos y decide memorizar 0C9M0B7. Es sencilla y fácil de recordar, equivale a las siglas de su actual pareja añadiendo el día y mes en que se vieron por primera vez.
Está satisfecho. Cada día, o mejor, cada momento que tiene libre o exento de ocupaciones, refleja la historia de su vida, la común, la que mezcla la privada con la oficial como policía.
…
Año actual.
Mes de Noviembre. A Coruña, Galicia, España.
A la hora en que Xosé Luis se levanta aún llueve. Tras calentar un poco de café, que pone de la cafetera italiana, se lo bebe y sale sin despedirse de Carmiña, su mujer, que todavía duerme, o al menos eso aparenta. Deja resbalar el pestillo de la puerta y camina entre los árboles hasta Rúa Real. Gira a su izquierda como cada mañana. Lo hace hasta el cruce con Rúa de Xosé Baena. Su amigo Raúl, que le recoge los días laborables para ir juntos a trabajar a Vimianzo, no suele llegar hasta las seis y media. Su punto de encuentro es la esquina con la Avenida das Mariñas, dirección A Coruña.
Se incorpora al lado izquierdo de la calzada, pese a que a esa hora pocos son los coches que circulan. Atraviesa el grupo de eucaliptos y cuando a punto está de salir, siente la llamada de su vejiga. Necesita evacuar con rapidez, la dichosa próstata le obliga. Se introduce entre los árboles y micciona. Al girarse para volver a la calzada, ve algo que llama su atención. Avanza unos metros, se asusta en un principio, pero no obstante para y observa. Es una mujer joven sentada en el suelo, recostada sobre el tronco de un árbol. Sus piernas abiertas forman una uve sobre el barro, sus brazos descansan sobre ambos costados hasta posar las manos sobre el empapado terreno. Su cabello, lacio por la lluvia, está pegado al rostro de manera que le impide ver sus ojos.
Continúa mirando el cuerpo de aquella mujer. Se fija en su escote, de donde resbala un diminuto hilo de sangre que, mezclada con el agua caída de sus cabellos, llega al regazo. A su lado derecho un bolso de piel negra, también empapado. No hay duda alguna, aquella mujer está muerta. Está seguro, han debido apuñalarla —menciona en voz baja.
Duda unos segundos. No sabe si continuar al encuentro de su compañero y amigo, o llamar a la policía. La segunda opción posiblemente retrasará la llegada al puesto de trabajo. Sale del grupo de árboles y decide ir en busca de Raúl. Diez minutos después se saludan y entran en el vehículo. Sin embargo, le obliga a parar para relatarle cuanto acaba de descubrir.
No se tranquilizan hasta que un coche patrulla aparece junto al grupo de árboles. Xosé Luis acompaña a los policías hasta donde se encuentra el cuerpo. Después de proporcionar sus datos personales, vuelve junto a Raúl, que permanece sentado frente al volante del coche. Sube y comienzan su viaje diario a Vimianzo. Llegan una hora tarde, aunque explican la razón a sus jefes.
…
Madrid. Finales del mes de noviembre.
Roberto HC, director de la AIE[1] conversa por teléfono con su esposa Celia, a quien ha llamado nada más acabar una conversación, para decidir, junto a su compañero Marcelo[2], la hora en que celebrarán la reunión con tres directores de área del CNI[3].
—Lo siento cariño, pero tengo una reunión importante y no tendré oportunidad de ir a casa para almorzar.
—¿Ha surgido de repente?
—Así es. La tenía pendiente y esta mañana se confirmó. Lo lamento de veras.
—No importa, aprovecharé para ir a comer con Esperanza[4], teníamos pendiente un almuerzo desde hace semanas.
—Que os divirtáis
—Gracias, cielo.
Roberto cuelga el auricular y se vuelve hacia Luis Pinillas[5].
—Disculpa Luis, hablaba con Celia. ¿Qué es eso tan importante que tienes para mí?
—Me ha llamado un compañero de Duli en A Coruña, y …
—¿Qué pasa?
—Al parecer han recibido allí una carta a tu nombre.
—¿En una comisaría de A Coruña?
—En efecto.
—Qué extraño. ¿Qué les has dicho?
—Por supuesto que la envíen, pero a la comisaría de Ignacio[6]
—Supongo que le has advertido.
—Claro.
—¿Y por qué esa tensión o misterio?
—Roberto, la carta no tiene franqueo. Tal y como acostumbraba nuestro viejo amigo.
—Ahora comprendo.
—Esperemos que no sea él.
—Estoy preparado para todo —señala con gesto contrariado.
—No te irrites.
—No lo hago, solo que pensar en él, aumenta mi deseo de matarle. Fue una verdadera lástima que, en fin, prefiero no seguir hablando.
—Ignacio me ha dicho que en cuanto la reciba nos avisará.
—Ahora si no te importa debo reunirme con Marcelo, nos esperan en una reunión.
—Claro. Hasta luego.
—Adiós Luis, gracias por la información.
Horas después en la propia puerta de la sala, Roberto se despide de los agentes del CNI. Marcelo los acompaña hasta la salida. Son cerca de las diez de la noche y no han tenido un momento de descanso desde que acabaron el almuerzo. Mira el reloj y decide entrar en su despacho para llamar a Celia a casa de Esperanza.
—Buenas noches —dice nada más escuchar respuesta al otro lado de la línea— soy Roberto —añade.
—Hola Roberto, Adolfo. ¿Cómo estás?
—Algo cansado.
—¿Vendrás a recoger a Celia o quieres que la acompañemos a casa?
—Precisamente llamaba para comprobar si estaba y decirle que iba a recogerla.
—Bien, te paso con ella. Por cierto ¿has cenado?
—No, y apenas almorzado.
—Entonces quedaros con nosotros, prepararé algo en un momento.
—No te molestes.
—Sabes que no es molestia, al contrario, me encanta cocinar para los demás.
—Bien, de todas formas, no prepares mucha comida, por la noche suelo comer poco.
—Yo también. Bueno, te paso con Celia.
Segundos después, se oye la característica voz de su mujer, como si estuviera constipada, aunque con diferentes matices.
—Hola cariño —dice nada más ponerse al teléfono.
—Hola cielo. He terminado la reunión ahora mismo. Supuse que estarías en casa de Esperanza, llamaba para recogerte.
—Te noto la voz cansada.
—Todo mi cuerpo lo está.
—Entonces ven y nos iremos a casa.
—No podemos, Adolfo ha dicho que preparará algo para cenar. No quisiera molestarle, ya sabes, pero como hace tiempo que no los veo, no he podido negarme.
—Como quieras, pero nos iremos pronto.
—Eso me gustaría.
—Pues no tardes.
A la una de la madrugada Roberto y Celia entran en su hogar. El continúa cansado, ella, atenta y cariñosa con su marido.
Desde que se casaron y tras pasar una temporada difícil que a punto estuvo con deshacer su relación, las cosas no han cambiado nada. La vida transcurre con similares características Ambos continúan siendo muy cariñosos y solícitos, aunque él tiene constantemente una inquietud. Fundamentalmente tras el error que cometió al no eliminar el problema que mantiene latente desde hace años. No sospechó ni imaginó, estar siendo manipulado. Sin querer ofreció a su enemigo los datos que necesitaba. Desde entonces, esa inquietud pende como la espada de Damocles[7] sobre su cabeza. Precisamente en los momentos más felices al lado de Celia, es cuando aparece, sin llamar, el fantasma de su enemigo.
Celia se fija en su gesto de preocupación y cansancio. Sin decir nada, se acerca a la cocina y prepara una infusión de hierbas, algo que en más de una ocasión ha preparado y surtido efectos inmediatos. Le ofrece el contenido de la taza humeante. Minutos después él duerme apaciblemente, y ella, como en cada ocasión similar, reposa su cabeza sobre el pecho de Roberto durante más de una hora. Vela su sueño tal y como él también hace con frecuencia. Ninguno quiere descubrirse. Se aman como el primer día, más ahora que solo se tienen el uno al otro. Elena, hija de Celia, putativa de Roberto, los abandonó por ley de vida al casarse.
Duermen pocas horas. A las siete de la mañana suena incuestionable el despertador y los ojos de ambos, se abren somnolientos. Miran con crueldad la hora marcada y se deshacen en pensamientos negativos contra el reloj y lo que representa.
Antes de salir camino a la AIE.
—Intentaré venir a comer hoy —dice él.
—No te preocupes, no me gusta comer sola, pero ya sabes, lo sobrellevo.
—No obstante, lo intentaré, aunque no dispongo de mi tiempo como quisiera. Últimamente aflora con más frecuencia el deseo de abandonar la agencia y dedicarlo a nosotros.
—Roberto por favor, ni que tuviéramos setenta años.
—Lo se cariño.
—Anda, ven, dame un beso y ve a trabajar. Toma, llévate el bocadillo, no lo olvides.
—Pero, cielo, si jamás me llevo bocadillo.
—Era una broma. Una chiquillada.
—Lo sé.
Se abrazan y besan. Ella se dirige a la ventana de la terraza de la cocina para ver cómo se aleja en el coche, él saca el brazo por la ventanilla y lo mueve para despedirse. Enseguida lo mete, hace frío y la lluvia que empieza a caer se está convirtiendo en nieve.
Sufre el atasco cotidiano. Madrid le mata cada día un poco más. El cansancio, la rutina y sobre todo a esas horas, con el tráfico lento y denso, hacen que en ocasiones llegue a la oficina de la AIE malhumorado y cansado. En momentos así recuerda con alegría su trabajo en la comisaría. De eso hace años, pero aún siente placer al rememorarlos.
Después de tomar un café con Marcelo, su alter ego en la agencia, regresa al despacho. En la puerta espera Luis Pinillas.
—Buenos días jefe.
—Buenos días, Luis. Al verte me has recordado nuestros días en la comisaría. Los añoro.
—Yo también los echo de menos de vez en cuando.
—¿Qué me traes?
—Ha llamado Ignacio, tiene el sobre enviado desde la comisaría de A Coruña.
— ¿Quieres acompañarme?
—Claro. Tampoco tengo nada importante que hacer aquí.
—Entonces vamos. Recoge tu coche, hoy no tengo ganas de conducir.
—De acuerdo.
Llegan cuarenta minutos después, el tráfico aún es denso, continúa la hora punta en Madrid. Entran en el edificio de la comisaría, saludan a antiguos compañeros, también con algunos años más, como ellos. Enseguida suben al despacho de Ignacio. Ambos se abrazan, llevan tiempo sin verse, solo conversan de cuando en cuando por teléfono. Se preguntan por sus respectivas parejas. Ignacio cuenta las maravillas de su criatura y lo guapa que sigue su esposa Encarna. Tras sentarse les muestra la carta.
En A Coruña la han metido en una bolsa de las utilizadas para salvaguardar las huellas, por si fuera necesaria una investigación posterior. Roberto recuerda el protocolo. Se pone unos guantes de látex, ofrecidos por Ignacio y se dispone a rasgar el sobre.
El silencio se extiende por el despacho. Luis Pinillas e Ignacio Dobles, antiguos compañeros y subordinados suyos en su antigua comisaría, se miran temerosos mientras esperan las maniobras. Ambos sospechan puede haberla enviado su aborrecido enemigo. Antes de comenzar su lectura, la toma por una de las esquinas, la introduce en una carpeta de plástico transparente para favorecer ser fotocopiada y manipulada posteriormente. Después guarda el original y lo mantiene apartado.
Roberto comienza a leer el texto.
Mi deseado y querido comisario:
Ha pasado mucho tiempo, debo suponer que su vida y la de su familia, ha transcurrido placentera y feliz durante todo este periodo.
Me habría gustado anunciarle antes mi recuperación, pero no ha sido posible. Un estúpido cirujano cometió varios errores retrasándola. Estoy seguro de que no volverá a cometer ninguno más.
Le extrañará recibir esta carta, pero hay una razón para ello, solo deseo decirle que aún sigo vivo y no le he olvidado.
Pronto, muy pronto, volverá a tener noticias mías. Hasta entonces, le deseo de todo corazón, toda la felicidad del mundo junto a su familia.
Suyo, que no le olvida, Evaristo Fuena [8].
Al acabar, Roberto mira a sus dos compañeros, les ofrece el texto en fotocopia para leerlo. Mientras él guarda silencio, ellos leen afanosamente el contenido de la carta, pero sobre todo comprobar quien firma la misiva. Ignacio es el primero en hablar.
—¿Ya estamos otra vez?
—Ya lo ves —responde de inmediato Roberto.
—Antes de nada, deberíamos comprobar desde donde fue enviada.
—Hablé con el compañero de A Coruña, me dijo que la entregó un muchacho en mano.
—¿Debemos pues deducir que Fuena está en Galicia?
[1] AIE. Agencia de Investigaciones Especiales, dependiente de la Jefatura conjunta de la Policía Nacional y Guardia Civil
[2] Marcelo es un oficial de la Guardia Civil reclutado por Roberto HC para formar parte de la AIE. Actualmente es director adjunto de la Agencia.
[3] CNI. Centro Nacional de Inteligencia
[4] Esperanza Miró. Psicóloga Criminal. Destinada en la comisaría que dirigió Roberto HC. Actualmente ejerce su profesión particularmente. Dimitió como policía.
[5] Luis Pinillas es Inspector de policía, técnico en informática. Estuvo siempre a las órdenes del comisario Roberto HC.
[6] Ignacio Dobles, actualmente comisario, dirige la antigua comisaría de Roberto HC.
[7] Frase utilizada como peligro inminente. Cuenta la historia, que Damocles, adulador empedernido y miembro de la corte del Rey Dionisio de Sicilia, envidiaba sus lujos y comodidades, tanto y tan constante, que llego a oídos del propio rey, quien le propuso intercambiar sus respectivos roles por una noche. El rey organizó un banquete y dispuso que Damocles ocupara su lugar temporalmente. Todo marchaba bien hasta que Damocles miró hacia arriba y vio una espada colgada de una crin de caballo, que pendía sobre su cabeza. De repente su apetito se anuló y sus deseos de soñar con ser rey se difuminaron al ver la espada amenazante, pidiéndole al rey abandonar su lugar y volver al que le correspondía.
[8] Evaristo Fuena, es un criminal. Asesinó a la primera esposa de Roberto HC.
…
Madrid. Últimos días de noviembre.
Roberto acaba de despachar con varios responsables de área de la AIE, son cerca de las dos de la tarde. Se despide de su ayudante y en silencio, baja en el ascensor hasta el garaje para recoger su coche. Conduce tan ensimismado que en dos ocasiones está a punto de sufrir un accidente. Sin advertirlo llega al edificio donde se encuentra su domicilio. Celia abre la puerta, su despiste continúa. No ha utilizado la llave y sin darse cuenta ha pulsado el timbre.
—¿Pasas o piensas comer en el descansillo? —pregunta Celia.
—Disculpa cariño.
Se besan en dos ocasiones. La primera con una pasión inusitada a esa hora del día.
—Te pasa algo —dice tras retirar sus labios de los de él— y si no puedes decirme nada, como en muchas ocasiones, lo sentiré, pero no puedes negar tu preocupación.
—Aciertas en todo, lo siento.
—Bueno, pero no hagas un mundo como tantas veces.
—No lo haré.
Mientras ella se dirige a la cocina, Roberto ha colocado el mantel en la mesa y sobre él, los platos. Está tan abstraído, que ha utilizado como antaño, lo necesario para tres comensales. Celia se acerca al comedor.
—Pero cielo. La niña ya no está con nosotros. ¿O esperas algún invitado?
—Estoy preocupado y no me he dado cuenta, disculpa.
—Por favor, olvida todo por un momento y comamos.
Durante el almuerzo Celia comenta que ha decidido enviar a Elena, su hija, todo el mobiliario y demás cosas que todavía permanecen en su habitación.
—Me cuesta mandárselas. La echo de menos y de vez en cuando entro en su habitación para hacerme la ilusión de verla ocupar su cuarto en algún momento.
—Si quieres la llamo y la convenzo para que lo deje aquí.
—No cariño, no importa. Ya veremos qué hacemos con la habitación. Piensa en algo.
Roberto duda comentar a Celia durante la sobremesa con la taza de café caliente en la mano, su preocupación, pero pronto la obvía y mantiene una charla abordando aspectos personales.
Mientras tanto, en las oficinas de la AIE, Luis Pinillas ha contactado con el policía amigo y compañero de Duli, en A Coruña.
—Nos interesa conocer todos los aspectos sobre la entrega de la carta. ¿Tenéis grabación de quien lo hizo?
—Por supuesto.
—Pues me gustaría que averiguaras quien se la pudo dar.
—Antes tendré que saber de quién se trata.
—Eso lo dejo en tus manos. No obstante, te mandaré por correo un fichero con algunas fotos que me gustaría mostraras al muchacho.
—De acuerdo Luis. ¿Alguna cosa más?
—Sí. Si puedes tenme al corriente de cuantos hechos extraños sucedan.
—¿Cómo de extraños?
—Algo que se salga de lo normal. De lo cotidiano.
—Lo tendré en cuenta.
—Gracias, Esteban.
Roberto, de regreso a la Agencia, sigue con su trabajo e intenta abandonar en un rincón de su cerebro, la sorpresa e inquietud producida por la carta de su enemigo Evaristo Fuena.
Santander.
María Luisa es una mujer joven, aún no ha cumplido los veintiséis años. Morena, con el pelo lacio que divide con una raya el centro su cabeza al caer graciosamente a ambos lados de su cara. Normalmente lleva la melena descansando sobre sus hombros. Tiene los ojos grises, y su figura atractiva, es causa de sinsabores entre el resto de sus amigas. Suele ser la primera a quienes se dirigen los hombres para invitarla.
Va con frecuencia a bailar, conoce la mayoría de las discotecas de la ciudad. En verano acude a la zona de El Sardinero, donde se ubica una que suele ofrecer conciertos. Estar cerca de la playa resulta más que agradable, por si los vapores del alcohol traspasan las líneas marcadas.
Es viernes 26 de noviembre. Son las siete de la tarde y está en pleno proceso de acicalamiento. Sobre la cama descansa el conjunto que se pondrá esa noche para acudir junto a sus amigas a la Sala Buenas Noches.
Una vez dentro, la música llena su cuerpo y como si se tratara de una lagartija, comienza a moverse rítmicamente. Conversa con sus amigas, que mandan con sus movimientos mensajes a un grupo de varones, más o menos atractivos, que en ese momento sujetan sus vasos como si temieran se los robaran y las miran, de soslayo unos, directamente otros.
La sospecha de sus amigas se personifica en un hombre solitario que acaba de acercarse a la barra. Ha pedido una copa larga con tónica. Se da la vuelta. Descansa su cuerpo sobre la barra y enseguida busca resbalar su mirada sobre alguna mujer atractiva. Las de las cuatro amigas descansan sobre él, pero no repara en ellas. Luego lo hace sobre María Luisa, sonríe y como si se le hubiera disparado un resorte, tropieza con la mirada del joven cuya apariencia es similar a la de un modelo profesional.
Dos minutos después.
—Bueno, nosotras nos vamos a la otra esquina, no queremos molestar —menciona una de ellas al ver como el hombre camina despacio al encuentro de María Luisa.
—No hace falta.
—Si la hace, Luisi. Bueno nos vemos mañana a la doce, donde siempre, en la Plaza del Cañadío.
—Por favor, no os vayáis.
—No, si como siempre serás tú quien nos deje, por eso hoy nos vamos antes.
—Vale.
—No, vale no, mañana nos tendrás que contar todo.
—De acuerdo.
La noche avanza. María Luisa y Luis, el joven cuasi modelo, no solo han conectado físicamente, también parece que lo han hecho sentimentalmente. La mutua atracción surgida, les hace comportarse como si su relación existiera desde hace tiempo. Los besos fluyen como las olas acarician la playa de El Sardinero. Los arrumacos abandonan la timidez y comienzan a prodigarse requerimientos para un encuentro más profundo. Se miran a los ojos y asienten a la pregunta no pronunciada que se dirigen.
Se levantan y acuden unidos de la mano hacia la puerta de salida. La brisa de la noche sacude el calor producido no solo por la bebida y el ambiente del lugar, sino el afectivo que provoca un rubor desatado con solo imaginar el momento que desean vivir.
Luisi no deja de besarle. Le mira y pregunta.
—¿Dónde vamos?
—A la habitación de mi hotel.
—¿Cuál?
—Estoy en el Santemar, en Joaquín Costa.
—Lo sé. Sé dónde está.
—¿Puedo pedirte un favor?
—Todos los que quieras —responde Luisi.
—Antes de ir al hotel me gustaría respirar algo de aire fresco, han sido muchas copas y no me gustaría perder un solo segundo del encuentro.
—A mí me ocurre lo mismo. ¿Qué propones?
—Podríamos subir un rato a Cabo Mayor, despejarnos e ir después al hotel.
—Es una buena idea.
—Entonces recojamos mi coche, está aparcado muy cerca de aquí.
Durante el recorrido hasta Cabo Mayor, no deja de mirarle. Él sonríe y acaricia su mano izquierda, que descansa sobre su muslo derecho. Al llegar salen unos minutos del coche. El viento arrecia en la zona. Luisi camina dejándose balancear mientras el viento la abraza. Se cruza el chaquetón sobre el pecho para evitar el frescor y se coloca un fular alrededor del cuello.
Mientras ella dirige su mirada al infinito, él saca un paño, aguanta la respiración, vuelca sobre él el contenido de un pequeño frasco, al que ha retirado un tapón de rosca. Se acerca a Luisi, pone su brazo izquierdo sobre la cintura. Ella se deja acariciar, pero pronto siente que su nariz y boca han sido cubiertas. Unos segundos y comienza a desdibujarse sobre el plano del suelo. Inmediatamente él la recoge antes de caer. Luego pone el brazo izquierdo sobre su hombro y comienza a caminar arrastrándola hacia el coche.
Deja el cuerpo sobre el capó delantero mientras cubre los asientos delanteros y el suelo con una amplia lamina de plástico. Luego la introduce en el asiento delantero izquierdo. Retira la media de su pierna derecha, luego el zapato y le inyecta por dos veces el contenido de una estrecha jeringuilla entre los dedos segundo y tercero. Escucha una serie de arcadas y luego un profundo suspiro. Luisi ha dejado escapar su vida.
Comprueba que carece de pulso, se dispone a aplicar bajo el pecho derecho, una pieza metálica. Vuelve a colocar su ropa, media, chaqueta y blusa. Ya vestida de nuevo, la mira con pena. Suspira y sigue con su ocupación. Extrae de una funda un punzón metálico. Palpa el pecho izquierdo y pone bajo él la punta. Lo coloca buscando un ángulo que incida sobre su corazón y lo introduce con decisión. Espera a que comience a salir sangre. Luego saca el cuerpo del coche de la misma forma que lo metió. Su mirada encuentra el rincón donde tiene previsto dejarla. Cinco minutos después, Luisi está sentada en el suelo, recostada sobre el muro de una abandonada caseta. Coloca sus piernas en forma de uve, y los brazos sobre sus costados con las manos cerradas sobre el suelo. En el lado derecho abandona el pequeño bolso de la infortunada y guapa María Luisa Díaz, para sus amigas, Luisi.
Han transcurrido casi cincuenta minutos. Seguramente nadie ha podido verlos. Retira la lámina de plástico. Recoge el resto de material utilizado y lo mete en una bolsa. Dentro introduce un par de piedras pesadas y antes de marcharse, se acerca a uno de los límites de Cabo Mayor y como si estuviera lanzando un martillo atlético, se lo regala al mar. Después enciende el motor del coche y regresa al hotel Santemar.
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