ASESINATOS ENCADENADOS
9ª novela de la serie ROBERTO HC
Quise decirte y no pude, no salieron las palabras.
Era el pasado.
Quiero llorar y no puedo, no me quedan lágrimas.
Es el presente.
Quiero vivir y no sé. ¿Razón? Me faltas tu.
Será el futuro.
Para Ella G.
La fuerza es el derecho de las bestias.
Cicerón
Capítulo 1
En la enorme sala permanecían catorce hombres sentados alrededor de una gran mesa de nogal ovalada. Unos humildes vasos junto a unas botellas de agua contenían la única bebida ofrecida a los asistentes. Tras saludar a cada uno de ellos, les dirigió unas palabras.
—Ya está todo preparado. Se han realizado los contactos iniciales, ahora solo queda nombrar al mediador, por lo que ya no deberíamos mantener más reuniones sobre este asunto. Supongo que prestaremos conformidad unánimemente. Por otro lado, la propuesta para que Sebastián Marugán sea el encargado de llevarla a cabo ha sido admitida, y deseamos que la acepte de buen grado. Él —añadió señalando a uno de los asistentes—llevará la decisión a nuestro querido compañero, será nuestro intermediario.
—Disculpa, pero me pidió asistir a la ultima reunión. No he podido negarme.
—¿Que tienes previsto hacer?
—Reunirnos a cenar en algún restaurante poco conocido e invitarle.
—No es muy acertado. En todo caso debería presentarse a los postres, en el último momento —respondió desde la presidencia de la mesa.
—Se lo haré saber. Supongo que no habrá inconveniente. Aunque deberíamos concederle algunas prebendas.
—¿Por ejemplo?
—Tal vez convendría asegurarle, que finalizadas las operaciones, formará parte del grupo.
—De acuerdo. Si el grupo está conforme, no habrá problema alguno, sin embargo, dejaremos pasar un par de semanas al menos.
Transcurrieron unos minutos con cruces de conversaciones y tras un corto espacio de tiempo, aquel hombre mayor, de poca estatura física, pidió el voto de voz a cada uno de los asistentes. Después.
—Queda aprobada por mayoría absoluta la moción. Aportaremos la parte alícuota correspondiente. El será el encargado de pasarla a Marugán, y aceptaremos por el momento mantener con él unos minutos de confraternización. Pero no volveremos a reunirnos para discutir sobre lo aprobado hoy. Si surgiera algún problema lo afrontaremos como mejor podamos cada uno de nosotros evitando implicar al resto. A partir de este momento esa gente se dirigirá a él directamente. Así lo acordé con nuestros amigos extranjeros. ¿Estamos todos de acuerdo?
—Completamente —se oyó decir a diferentes voces.
—Entonces levantemos esta reunión. Traten de no salir todos juntos para evitar suspicacias, suele haber algún periodista al acecho.
Una hora después, aquella antigua sala de reuniones permanecía vacía y en silencio.
Quince días después.
Julia Fernández se levantó aquella mañana con dolor de cabeza, no tenía duda alguna sobre que lo produjo, las cuatro copas que tomó para hacer tiempo mientras observaba a cada pareja que irrumpía en el local. Sabía que tarde o temprano irían allí. Razón por la cual durante aquella noche y las precedentes, se mantuvo vigilante desde uno de los rincones de la barra, oculta, entre sombras. Tuvo suerte, consiguió fotografiar a las dos celebridades del cine español. Estaba convencida de que se convertirían en la pareja del momento. Desde que fueron fotografiados en las Islas Maldivas, se mantuvo expectante prometiéndose un buen reportaje con el que ganar dinero, pero por encima de todo, optar al puesto solicitado en el primer rotativo del país.
Se acercó al armario sujeto a la pared del cuarto de baño, extrajo una caja de aspirinas, la llevó hasta la cocina, llenó un vaso de agua, disolvió dos cucharadas de azúcar y diluyó en la mezcla una pastilla. Cuando apenas quedaban más que restos girando alrededor de la cucharilla, y el vaso aparecía cubierto con una mezcla lechosa, la dejó sobre la mesa y bebió el contenido. Alguien le mencionó tiempo atrás, que con azúcar hacía menos daño el ácido acetilsalicílico al estómago.
Después se acercó a la ducha, se quitó el pantalón corto y la camiseta, y ya desnuda dejó caer el agua fresca sobre su cuerpo. Poco a poco abandonó la fría para dejar que la caliente se hiciera dueña del momento. Más tarde, como si fueran los últimos compases de una composición de Tchaikowsky, dejó que el líquido elemento, otra vez frío, golpeara de nuevo sus poros. El contraste terminó por despejarla y situarla en la realidad esperada.
Más tarde, después de atravesar Madrid, se encontró de nuevo frente a Ramiro, por quien sentía una especial atracción y un escondido cariño. Al encontrarse sentada frente a él, éste dijo.
—Espero que en esta ocasión tu reportaje sea el esperado.
—No traigo ninguno. Solo vine para decirte que acabo de venderlo a la competencia, en realidad a una revista del corazón, pagan más.
—¿De qué trata?
—De algo que no comprendes.
—¿Es político?
—Ni mucho menos. ¿Ves como no entiendes?
—Explícamelo.
—Es mi forma de conseguirlo. Lo de menos es la noticia.
—Está bien, te escucho.
—Vi una fotografía de ellos en las Islas Maldivas. Supuse que después de ocultarse a la prensa del corazón, vendrían a Madrid como ciudad populosa para esconderse de nuevo y pasar desapercibidos. Solo ha sido cuestión de apostarme en un lugar y esperar. Así conseguí fotografiarlos. Cuando nadie los esperaba ni buscaba, yo estaba allí desde hacia una semana. Me adelanté a sus pasos.
—De acuerdo, eres buena, no hay duda.
—¿Entonces por qué no me contratas?
—Te lo he dicho en numerosas ocasiones. No puedo despedir a quien dirige la sección que pretendes y dártela a ti.
—Pero Ramiro, solo quiero estar en ella.
—Lo entiendo, pero eso no es suficiente ante mis superiores. No puedo fiarme solo de tus palabras, debes demostrarlo con más hechos.
—Está bien, quiero un compromiso tuyo. Marca las reglas que quieras y las acataré.
—Sabes que te tengo en cuenta, pero debes comprender que ahora no puedo, estoy atado de pies y manos. Necesitaría presentar algo importante a la Dirección General para darte lo que pretendes.
—Como quieras, pero no confíes en que cuando tenga el gran articulo venga a ofrecértelo, tal vez sea tarde y entonces me contrate la competencia.
—Esa será tu decisión y mi castigo por no ver con suficiente claridad. Lo sentiré y sufriré.
—Claro que lo sufrirás. ¿Ahora me invitas a un café?
—No sé si debería, pero lo haré.
Al salir de la redacción del periódico tomó un taxi hasta su casa. Antes de llegar pidió parar junto a la sucursal de una Caja de Ahorros, para ingresar el talón de 20.000€ que acababan de recibir. Después regresó caminando hasta su piso. Tendría energía para una temporada, como acostumbraba a decir cuando conseguía un reportaje como aquel. Como siempre, se daría un homenaje cenando en alguno de los restaurantes de moda en Madrid.
Hasta no conseguir entrar en la Sección, intentaría no tener relación alguna, solo seria causa de perder o limitar sus actuaciones, dirigidas única y exclusivamente a la obtención del reportaje. Mantenía relación con algunos amigos de ambos sexos, aunque siempre se mantenía esperando a Ramiro. Se dejó caer en el sofá tras entrar en el salón, pensó primero en ir a almorzar, pero no tenia ganas de cambiarse de ropa. Optó por preparase una comida ligera, dormir una reconfortante siesta y salir a cenar. Hacia mucho tiempo que solo se alimentaba, no disfrutaba con algunas de las exquisiteces ofrecidas por los nuevos restaurantes, como Olsen, Summa, incluso uno nuevo de cocina china que alguien le comentó era muy agradable, Le Dragón. Le costó decidir y al final se le hizo la boca agua pensando en una buena cerveza alemana. Iría a uno de cocina alemana, Fass.
Se arregló y después de cargar como siempre, las tarjetas de memoria en sus dos pequeñas cámaras digitales, salió a la búsqueda de un taxi. Miró su reloj, se acercaban las diez de la noche. Al llegar a un cruce pidió al conductor la dejara junto al Instituto Alemán. Caminó para despejarse y atravesó la avenida introduciéndose en otra calle. El frescor de la noche hizo que el dolor de cabeza iniciado nada más salir de casa, comenzara a declinar. Al llegar a la confluencia de tres calles se metió por la primera que encontró a la izquierda. Frente a ella apareció el letrero anunciador de un restaurante desconocido, La Alacena de Serrano. Se acercó para comprobar que tipo de cocina ofrecía y al ver señalados platos vascos, renuncio a la cerveza alemana y decidió entrar.
Le dieron a elegir entre la planta inferior y el comedor de la planta superior, se decidió por este último. Una vez arriba le ofrecieron mesa, y optó por una en la balconada que asomaba sobre el comedor inferior. Minutos después leía la carta y elegía una cena apetecible para homenajearse. Desde la posición preferente observaba a cuantos comensales llegaban y ocupaban las mesas de la zona inferior. Poco a poco comenzó a ver como las plazas de una mesa preparada para unas diez o doce personas iban ocupándose. La extrañó que solo aparecieran hombres, ninguna mujer ocupaba las sillas vacías. Pronto advirtió un rostro conocido. Retrasó acabar con el plato para rentabilizar el momento, sacó la cámara y la adaptó para disparar sin flash, la escondió bajo la servilleta y siguió observando. Extrajo de nuevo la cámara y comenzó a lanzar disparos sobre las diez personas abajo reunidas. Los camareros atendían la mesa y se separaban de inmediato. El restaurante no ofrecía zonas reservadas, por lo que aquella mesa se convirtió en una especie de apartado, pese a no estar cerrado. Al acabar el segundo plato y pedir el postre, llegó un último comensal. Alguien lo presentó al resto de asistentes, al finalizar se sentó en la única silla vacía al lado de quien parecía presidir la cena. Finalizaron y brindaron con unas copas de cava proporcionadas por el camarero de turno.
Apenas oyó una voz superando el tono de otra. Algunas risas y al final, golpes de espalda de cada uno de los comensales sobre el último hombre incorporado. Pidió con rapidez la cuenta y salió del establecimiento para apostarse frente a la puerta, al otro lado de la calle, con la cámara en ristre. Desde allí disparó hasta casi agotar la capacidad de la tarjeta de memoria. Después cada hombre esperó a que un coche de gran cilindrada con conductor incorporado, apareciera frente a la puerta del restaurante para subir y abandonar la zona. Ella buscó un taxi mientras se frotaba mentalmente las manos, pensando en lo que pudo descubrir. Tenía ansias por llegar a casa, volcar las imágenes a su base de datos y conocer a quienes pertenecían aquellos rostros fotografiados.
Recortó las imágenes, escogió las más claras para meterlas en el programa comparativo. Lo dejó trabajando mientras recorrió los pasos que la separaban de la cocina para volver con un vaso de leche fría en su mano. Al cabo de una hora tuvo que cambiarla por güisqui para celebrarlo. Solo uno de los rostros no aparecía en la base de datos, precisamente el último de los hombres, el que no llegó a cenar, solo tomó café y recibió los golpes en la espalda.
Se sentó frente al ordenador portátil, abrió una nueva carpeta para este asunto. Incorporó las biografías de cada uno de los fotografiados. Aquello parecía una reunión de todas las fuerzas económicas del país. Estaban representados los más importantes grupos financieros actuales. Bancos, Energía, Construcción, Comunicación, Alimentación, Turismo y Transporte. Sin embargo, existía un interrogante, desconocía a que sector pertenecía aquel rostro desconocido. Al acabar, comenzó a preparar un plan.
Al dia siguiente a primera hora de la tarde noche, se acercó de nuevo al restaurante. Echó un vistazo a cada uno de los camareros y se lanzó a por uno de los más jóvenes.
—No puede pasar, lo siento señorita, pero no abrimos hasta las nueve y media de la noche y aún falta más de media hora.
—Lo sé. Olvidé algo la otra noche, estuve cenando aquí.
—Entonces deberá hablar con el responsable, pero no vendrá hasta cerca de las diez de la noche.
—¿Y no podría ayudarme?
—¿Que olvidó?
—Realmente no se si lo olvidé aquí, pero acabo de visitar el otro lugar donde estuve, no lo encontré y supuse fue aquí donde lo extravié.
—¿Puedo saber de qué se trata?
—Unas anotaciones. Soy escritora y suelo llevar un bloc donde apunto algunas cosas para luego utilizarlas en mis novelas.
—Entiendo. ¿Así que es usted novelista?
—En efecto.
—Es usted muy joven, y si me permite, muy guapa también.
—Gracias, muy amable.
—¿Dónde cenó?
—Arriba, en la balconada.
—Espéreme aquí. Preguntaré a mis compañeros.
—Muchas gracias.
Poco después el camarero se enfrentaba de nuevo a la mentira de Julia.
—Lo siento señorita, nadie encontró libreta alguna.
—En fin, que le voy a hacer. Es una lástima. No obstante, seguiré viniendo a cenar. Me gustó la carta. Por cierto, no lo conocía, vine por casualidad.
—Es de reciente apertura. Apenas nos conocen.
—Pues anoche había un grupo de hombres. Extraño, apenas había mujeres en el establecimiento. Me fijé y creo que fui la única.
—Casualidad.
—Por cierto, ese grupo viene con asiduidad.
—Que va, fue la primera vez.
—¿Suelen hacer reservas? Me refiero a cuando son muchas personas.
—Normalmente es necesario.
—Pues a lo mejor mi libreta pudo caerse desde arriba. Haría el favor de avisarme si alguien del grupo volviera casualmente a cenar, así podría preguntarles. ¿Le importa?
—Ni mucho menos. No creo que se molesten, eran gente importante. Bueno, financieros y ese tipo de personas.
—Comprendo. Pero solo quiero saber si alguno pudo cogerla.
—Déjeme su teléfono y la llamaré.
—Le dejaré mi tarjeta, suelo estar en casa escribiendo.
—Claro, como es escritora. ¿No se aburre?
—A veces, por eso salgo a cenar o tomar una copa de vez en cuando.
—¿Y lo hace sola?
—Casi siempre, tengo pocos amigos.
—Yo podría invitarla alguna vez, si no le importa.
—Lo pensaré. Ahora debo marcharme. No olvide llamarme si vuelven.
—Desde luego.
—¿Cómo se llama?
—Alfonso.
—Gracias Alfonso.
—Adiós Julia —respondió el camarero al mirar la tarjeta.
Abandonó el establecimiento convencida de recibir una llamada que aquel camarero en cuanto alguien del grupo apareciera por allí, incluso posiblemente lo haría antes para invitarla a una copa alguna noche.
Martín Velasco Uribe contaba con los dedos de sus manos los días que restaban para salir de aquel inmundo y masificado Centro Penitenciario de Badajoz. La carta recibida un mes antes le indicaba que al abandonar la prisión le entregarían, junto a sus pertenencias personales, un sobre con algunos cientos de euros y un teléfono móvil. Debía ir hasta la ciudad a poco más de siete kilómetros. Al llegar buscaría un hotel no muy elegante. Una vez alojado y en su habitación, marcar el número de teléfono señalado y esperar que alguien respondiera.
Los cuatro años y medio allí dentro le hicieron ver con cierta intranquilidad el futuro. Sin embargo, aquella carta pese a ser un suspiro, tal vez una gota de agua en el océano, contenía esperanza. La oferta, como otras muchas que recibían compañeros de la prisión, obedecía casi siempre a algún grupo u organización no gubernamental ocupada en reparar lo que el Estado no podía, preparar a los presos para abordar la otra vida, la que sigue después de abandonar la prisión. El no había matado a nadie, solo cometió una estafa con pocas pretensiones. Un mal abogado defensor y un contrario con muy mala sangre, le abrieron las puertas de aquella prisión. Su vida acabó desde el momento en que el Juez dictó sentencia condenándole a seis años y un dia de prisión. Gracias al trabajo desarrollado dentro consiguió eliminar dos. Ahora se encontraba con cincuenta y cinco años, y la posibilidad de no encontrar trabajo. Cuando leyó aquella carta sin firma, solo con un nombre, Ultima Oportunidad, percibió algo de esperanza.
Sus compañeros de celda y comedor le auguraban suerte, pidiéndole, si todo le iba bien, los recomendara para cuando salieran ellos. Martín se lo prometió, incluso que los escribiría, aunque no consiguiera el trabajo. Aquella mañana, antes de la doce del mediodía, repartió cuantos cigarrillos le quedaban, incluso pasó poco antes por el economato a comprar cuanto pudo con la cifra que guardaba para su salida. Sus casi excompañeros se lo agradecieron profunda y sinceramente.
Recogió un sobre con las pertenencias dejadas el primer dia que entró y lo prometido en la carta que llevaba junto al pañuelo, en uno de los bolsillos del pantalón. Luego esperó al autobús. Lo abandonaría nada más entrar en Badajoz, luego tomaría un taxi y pediría al conductor le llevara hasta un hotel de tres estrellas.
Entró y firmó la ficha en la recepción, luego un botones le acompañó llevando la bolsa de tela verde, sin ningún signo que le identificara como expreso. Nada más entrar y ofrecer una propina al botones, cerró la puerta girando la llave, se acercó al mueble bar, sacó una cerveza, la abrió y bebió con ansias. Después fue al baño, abrió el grifo y dejo caer el agua caliente, observando que solo sería para él, sin ninguna prisa, sin temor a que nadie le empujara o separara de su intención de limpiar las inmundicias de la prisión. Abrió y olió el gel y el champú, luego palpó la toalla seca, suave, sin el olor característico del desinfectante y comenzó a quitarse la ropa.
Al salir se sintió un hombre nuevo. Volvió a tomar otra cerveza y con ella en la mano, abrió de nuevo el sobre, extrajo el teléfono móvil y marcó el número señalado en la carta.
—Soy Martín Velasco Uribe.
—Me alegra escucharle. ¿Está usted bien?
—Si señor.
—Me alegro. Ahora escúcheme atentamente. Estará ahí unos días, los suficientes para que pueda enviarle un sobre con más dinero. Se dirigirá a Bilbao, allí buscará un hotel cercano a la estación de ferrocarril. Después esperará instrucciones mías, se las haré llegar en un sobre también. Las leerá y deberá decidir cual de los trabajos le interesa más. ¿Ha entendido?
—Por supuesto.
—Si desea hacerme alguna pregunta, hágala, pero solo las estrictamente necesarias. Cuando haya decidido donde quiere trabajar, las responderé.
—De acuerdo. Muchas gracias.
—No me las de todavía. A partir de ahora seré yo quien le llame. Usted destruya la nota con el número y la carta.
—De acuerdo.
—Disfrute de su libertad Martín.
—Gracias. ¿Cómo debo llamarle?
—Mozart. Llámeme, Mozart.
—Adiós señor Mozart.
Mozart colgó el teléfono, abrió el expediente que figuraba abierto a nombre de Martín Velasco Uribe, y añadió una nota manuscrita. Luego lo cerró y marcó otro numero de teléfono. La siguiente hora hizo lo mismo con otros tres hombres. Cuatro eran quienes compondrían el Opus num. 1. Antes de cerrar el ordenador leyó las aplicaciones de los cuatro hombres. A todos les indicó establecerse en hoteles, separados, aunque en la misma ciudad de Bilbao. Les daría unos días para disfrutar de su recién ganada libertad. A Julio Sánchez lo captó en el Centro Penitenciario de Málaga. Carlos Júspide del Centro de Murcia, y el más difícil y tal vez más peligroso, José Soriano, del Penal del Dueso en Cantabria, claro que para él tenía previsto el peor concierto.
Tres días más tarde del encuentro fortuito con parte de los financieros más importante de España, Julia pidió ayuda a su posible Jefe, si es que conseguía convencerle.
—¿Puedo pedirte un favor?
—Mientras no sea matar a alguien, lo que quieras.
—Está bien. Quiero confrontar esta foto con tu base de datos, desconozco quiénes son.
—¿Ya tienes algo entre manos?
—Por supuesto. Claro que no pienso decirte nada.
—Ni un poquito. Mira que puede servirte para…
—¿Para qué? Para reírte de mí, como otras veces.
—Te prometo que estoy haciendo todo lo posible para trabajar aquí. Lo sabes.
—Y tú, que llevo más de tres años intentándolo, y ya ves, sigo de freelance.
—¡Anda! dime de que se trata.
—Primero déjame averiguar quién es este personaje.
—De acuerdo, pero prométeme que cuando lo sepas me dirás algo.
—Prometido.
Ramiro se levantó para dejar a Julia manipular el teclado del ordenador. Sacó un pendrive del bolso, lo introdujo en la ranura y extrajo la foto del desconocido. Enseguida apareció en la pantalla la figura de un hombre de aproximadamente cincuenta años, grueso, no muy alto, y no precisamente de los acostumbrados a llevar traje y corbata, daba la sensación de molestarle la ropa. Extrajo una segunda en la que solo aparecía el rostro.
—¿Puedo ayudarte?
—Si quieres.
Ramiro dividió la pantalla en dos partes. En la derecha aparecía la primera foto subida por Julia. Picó con el ratón la palabra búsqueda, y enseguida comenzaron a aparecer y desaparecer en la parte izquierda de la pantalla numerosas fotos de hombres. Durante unos minutos ambos observaron el resultado. Al acabar, subió la correspondiente al rostro e hizo la misma operación. En esta ocasión tuvieron que esperar menos, la búsqueda acabó en cinco minutos.
—Bien, ahí lo tienes.
—¿De quién se trata?
—Es Santiago Marugán, más conocido como el Joyero.
—¿Con esa pinta es joyero?
—Es una broma. Un juego de palabras, resultado de sustituir la hache de hoyo, por una jota, es decir joyo, joyero. Es un millonario hecho en el campo.
—Comprendo.
—¿Qué tiene que ver este hombre en tu nuevo asunto?
—No puedo añadir nada, si antes no adquieres un compromiso conmigo.
—¿Qué quieres Julia?
—Que me contrates cuando acabe este proyecto.
—¿Es gordo?
—Político. Bueno al menos económico.
—Eso está mejor, déjate ya de asuntos como los de esos bobos de actores cinematográficos.
—Esos me dan de comer hasta que me contrates.
—¿Tanto te han pagado?
—Si fueras más listo me habrías contratado hace tiempo. Yo valgo mucho.
—Lo sé. Pero a lo mejor ganarías más dinero si te mantuvieras como freelance.
—Me interesa una continuidad y el apoyo que solo aquí puedo conseguir.
—De acuerdo Julia. Acaba este trabajo y firmaré tu contrato, aunque no para dirigir la Sección. Mientras tanto sabes que siempre puedo ayudarte desde dentro y cuanto pueda.
—Perfecto. Ahora necesito que cuanto acabas de decir, figure escrito en algún sitio, de lo contrario no abriré la boca.
—Después. Lo haré después.
—De eso nada. ¿Crees que soy estúpida?
—Eso pensaba.
—En papel oficial del periódico por favor.
—¡Como no! Bien, toma aquí esta mi propuesta de contrato, mi firma y el sello de la Sección del Periódico —le entregó el documento tres minutos después.
—Gracias Ramiro. Ahora te explico.
—Que sea interesante o tendré que arrepentirme el resto de mi vida.
—La otra noche fui a cenar para celebrar un reportaje bien pagado. Como tenía dolor de cabeza, antes de entrar en el restaurante estuve caminando. Durante el paseo encontré otro desconocido, entré y, ¿Imagina a quien pude fotografiar mientras cenaban?
—No.
—Abre el contenido de la carpeta La Alacena de Serrano.
Ramiro la abrió y suspiró para después lanzar una interjección soez. A continuación.
—¿Qué es esto?
—No lo sé, es lo que trato de averiguar.
—Se trata de una reunión no contaminada.
—¿Explícame el concepto?
—Es algo así como fuera de contexto, de lo normal. Esa gente suele reunirse solo en ocasiones muy especiales con otros de su sector en restaurantes muy conocidos, no se, de los que están en las agendas de los políticos y otros próceres. Pero en este caso están representados todos los sectores de influencia económica del país y lo han hecho en un local desconocido, diría que con nocturnidad.
—Ya lo he comprobado, pero quien me preocupa es el Joyero.
—No pega en esa reunión.
—Desde luego que no. Fue el último en llegar. No siquiera cenó con el resto.
—Normal. Es un advenedizo. Es millonario, pero no pertenece al escalafón del resto. Además, el sitio, es muy extraño. ¿Has conseguido averiguar algo?
—Por supuesto. He intentado corroborar con sus correspondientes despachos y nada.
—¿Qué?
—Ninguno estuvo en Madrid en esa fecha. Según dijeron se encontraban fuera con sus correspondientes familias o con amigos. Otros, de viaje fuera de España. ¿A que es raro?
—Totalmente. Veamos que podemos hacer.
—¡Eh! quieto parao. Esto es un asunto mío, solo te permitiré que me ayudes, las decisiones las tomaré únicamente yo. ¿Quieres que te lo diga en otro idioma por si no entiendes el castellano?
—Disculpa, pensé que ya trabajabas conmigo.
—Todavía no.
—Vale, voy a procurarte una tarjeta de acceso. Así, si no estuviera circunstancialmente podrás hacerlo sin que como ahora, tenga que autorizar tu entrada cada vez que vienes a verme.
—Te lo agradezco.
—¿Qué piensas hacer?
—Seguir al Joyero, es la pieza clave de todo esto. Después dejarme querer por un camarero. Estará a punto de llamarme, le tiré un anzuelo para que me dijera si vuelve esa gente al restaurante.
—Bien hecho. Te daré también mi número privado, por si necesitaras algo especial.
—Veo que te interesa el asunto.
—Es indudable que ocurre algo, y especialmente importante donde no cuadra el Joyero junto a los presidentes de las más importantes empresas del país. Además, está presente alguien que dejó de presidir recientemente una gran empresa de energía, después de que aceptaran la OPA lanzada. Y eso me preocupa por partida doble.
—Explícame por favor.
—Deberás tener cuidado, no sabes dónde te metes. Puedes descubrir algo gordo y tal vez peligroso. Pon mucho cuidado. ¿Me lo prometes Julia?
—Claro. Pero no te entiendo.
—No importa. Pero ten cuidado.
—Lo tendré. Ahora, ¿puedes proporcionarme la ficha completa de Santiago Marugán?
—Claro, si has traído un pendrive te copiaré cuanto aparece en nuestra base de datos general.
—Gracias Ramiro. Algún dia a lo mejor me ablando y te invito a comer.
—Llevo tiempo deseándolo.
Seis meses antes con motivo de la entrega de los premios anuales concedidos por el Club de Amigos de la Perdiz Roja, un importante número de empresarios discutía apasionadamente sobre la necesidad de dar un impulso a la situación política actual.
—Estamos impotentes, en manos de quienes apuestan por gobernar el país, sin contemplar decididamente las preocupaciones reales.
—Es cierto, estamos a merced de los vientos que soplan. Ahora liberalismo, más tarde socialdemocracia, centro izquierda, centro y centro derecha, y en ocasiones hasta una derecha trasnochada, envuelta con colores engañosos y aparentemente escondida.
—Y qué le vamos a hacer.
—Desde luego, no podemos permanecer impasibles.
—¿Qué opinas, dar un golpe de estado?
—Ni mucho menos. Nada de eso. Estamos en pleno siglo XXI, no es momento de dictaduras, ya la tuvimos y precisamente ese modo de gobernar canaliza el esfuerzo de los ciudadanos hacia una cloaca, para que solo unos cuantos vivan bien.
—Pues tu familia no salió mal parada entonces. Tu eres la prueba.
—Eso no quiere decir nada. Hoy no es aplicable la fórmula. Nosotros debemos apostar por una sociedad evolucionada. Cuanta más cultura exista se dará un mayor y mejor proceso evolutivo. Debemos ayudar a la investigación, no dejarla únicamente en manos de las Administraciones ya sean centrales o periféricas.
—¿Qué propones?
—Nada, no propongo nada. Solo comento mi forma ideal de afrontar el futuro y no hacer como algunos colegas que, solo tratan de ahorrar cicateramente con los sueldos miserables que ofrecen a sus empleados. Esos sueldos mínimos no es evolución, es traición al futuro.
—Estoy de acuerdo contigo. Pero si en algo debemos estar seguros, es en que no deberíamos permanecer como meros observadores.
—Claro, como hace años con los gobiernos socialistas, con buenas ideas, aunque con malos resultados, o los conservadores, con buenos resultados, pero con malas ideas.
—¿A qué te refieres?
—A la lacra que mantenemos desde la época dictatorial, al terrorismo. Ahora convertido en un negocio como otro cualquiera. Esa gente además de asesinos, son unos vagos, viven a costa de envolver su utópica realidad con papel de nacionalismo, cuando en realidad solo tratan de vivir a costa de las conciencias, en vez de trabajar como cualquier ciudadano y exigir sus ideas como el resto, ante las instituciones democráticas. Extorsionan, producen actos vandálicos con la única intención de sacar miles de euros con los que vivir. Mientras, las gentes bien intencionadas, con ideas, tratan de plasmarlas por la senda de la democracia. Aunque a veces sea mal interpretada, y la apliquen hasta para ir al supermercado, envilecida confundiendo su aplicación. Buenas ideas, aunque malas formas.
—Yo no lo diría así, pero se acerca mucho.
—¿Entonces estas por la labor de hacer algo?
—Desde luego.
—Pues a mí me parece que no solo es culpable aquella zona especialmente delicada. También aparecen influencias no menos conflictivas en otras regiones. Luego están los partidos que se reparten el poder. Ni unos ni otros permiten ver con claridad el futuro. Cuando queramos darnos cuenta estaremos abocados a una pérdida real de nuestra situación, y aún más en el concierto del llamado Mundo Global. Es cierto deberíamos hacer algo, pero ¿qué?
—Darles un susto. Algo que los haga reaccionar, pero no solo a los políticos actuales, sino a la gente que los seguirán muy pronto.
—Acabo de oír que no estas por la labor de un golpe de estado.
—Desde luego que no.
—¿Entonces?
—No se me ocurre nada en este momento.
—¿Nos lo dirás cuando lo imagines?
—Siempre que estemos todos de acuerdo, por supuesto.
—Dejemos de elucubrar con inútiles ideas y vayamos a la entrega de los premios, ya tendremos ocasión de seguir con este tema.
—Conmigo no contar—señaló uno de los asistentes.
—Pues conmigo sí. Avisarme por favor —añadió otro iniciando el camino hacia el salón de actos.
Julia se situó frente al domicilio del Joyero y tiró cuantas fotos pudo y quiso, tantas veces como entraba y salía. Durante días anotó todas ellas. Después se situó tras él para averiguar sus actividades. Normalmente no conducía el vehículo, e iba casi siempre solo, sin ningún tipo de compañía. Solo la de un hombre joven como conductor del que carecía cualquier tipo de información. Su foto tuvo que comprobarla con la base de datos de Ramiro. No obtuvo respuesta. Como tampoco cuando le siguió una tarde hasta una cafetería muy concurrida en plena calle de Goya.
Marugán viajó en taxi. Iba vestido con ropa informal. Se acercó con una carpeta en sus manos hasta una mesa, donde le esperaba un hombre moreno, alto y con apariencia ruda. Manos fuertes y mirada incisiva, con facciones de un artista norteamericano de esos que intervienen en películas de acción. Colocó la cámara en situación para no llamar la atención y los acompañó en la distancia. Durante más de media hora hablaron en tono muy bajo, apenas pudo escuchar algunas frases inconexas. Algunas de ellas las anotó en la libreta que sacó del bolso. Al final cuando se despidieron, aquel fornido ejemplar salido de sabe dios donde, se quedó con la carpeta del joyero cuando se retiró de la mesa.
Julia recorrió el trayecto hasta el periódico y presentó las fotos a Ramiro.
—Lo siento, pero ya ves, ninguno de los dos hombres aparece en nuestra base de datos.
—Pues debe ser importante, le dejó una carpeta conteniendo algo.
—¿No conseguiste fotografiarla?
—Claro, pero será difícil sacar algo, estaba alejada, no tuve oportunidad de hacer fotos directamente.
—De todas formas, intentaré que alguien conocido nos ayude.
—¿De quién se trata?
—Un inspector de policía, amigo mío.
—Te haré unas copias.
—Te avisaré cuando me de respuesta.
—Gracias Ramiro.
—¿Cuándo comeremos juntos?
—Un día de estos, te lo prometo.
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