AL ACABAR EL OTOÑO
por Anxo do Rego
Novela corta romántica y sentimental. Accésit en un certamen literario en Buenos Aires (Argentina).
Sinopsis:
Dos protagonistas, Alonso y Gema, descubren el amor indistinta e individualmente a temprana edad. Les deja una profunda huella que marcará el devenir de sus respectivas vidas. Los idealizan como único deseo para compartir sus vidas en un futuro.
Sus vidas se mantienen separadas por la edad, género y círculos sociales. No obstante ambos jóvenes buscan la persona ideal que forjaron. Lo hacen separados, no se conocen ni saben de sus existencias. Sin embargo el destino se entromete. Provoca un encuentro para descubrirles que son la viva imagen e ideal que tiempo atrás concibieron.
Desde ese momento mezclarán en sus vidas realidad y ficción. Su relación será controvertida por la interferencia de algunos hechos que evitarán corroborar sus mutuos sentimientos.
Amor animi arbitrio sumitur, non ponitur
(Elegimos amar, pero no podemos elegir dejar de amar)
Anónimo.
Tiempo de Primavera.
Alonso hasta los veinte años
Alonso tiene catorce años, se prepara en una Academia.
Fue en esas fechas cuando descubrió por primera vez la fragancia de una mujer joven. Situación que le produjo zozobra y nerviosismo. La profesora de mecanografía era muy joven, no superaba los veinticinco años, una mujer adulta a los ojos de aquel joven entusiasta. Cada tarde acudía puntualmente no solo a las clases teóricas de otras materias importantes, sino a las de mecanografía, cálculo y administración.
El aroma de aquella mujer le inducía a soñar cada noche, después de acabar las clases, volver a casa, cenar y estudiar un rato, cerraba los ojos para dormir. La señorita Ortiz, de cuerpo delgado y cabello castaño lleno de rizos, la daban una singular alegría al rostro, una belleza que provocaba la atención de Alonso. Sus ojos eran marrones, grandes y almendrados, con mucha alegría, la misma que dejaba caer cuando se movía, miraba o caminaba al encuentro de otros compañeros. Alonso siempre ambicionaba estar a su lado, tenerla cerca, sentir su aliento y esas extrañas lagartijas que recorrían su cuerpo cuando estaba cerca de ella. Sobre todo, cuando insistía en colocar sus manos sobre las suyas, para indicarle como poner los dedos en el teclado de la Hispano Olivetti. Ella repetía incansable con su cálida y susurrante voz.
-Los cuatro dedos de cada mano, excepto los pulgares, deben situarse en el centro de las tres líneas de teclas con letras. Ambos índices cubrirán las letras J y F y desde ellos hacia sus correspondientes extremos, el resto. De esa forma podrás alcanzar tanto la línea superior como la inferior y con los pulgares el espaciador, aplicando el derecho si acabas la palabra escrita con la mano izquierda y viceversa. ¿Me has entendido?
-Si señorita, pero a veces se me olvida.
-Volveré para ayudarte, espera un momento.
Aquel era el instante de mayor tensión y alegría de Alonso. La profesora Ortiz se ponía a su espalda llevando con sus manos las suyas hasta el teclado, mientras, sus labios decían las palabras que escribirían. Después pulsaba las teclas correspondientes, haciendo que los dedos del joven se movieran al ritmo marcado por ella. Su rostro quedaba suspendido sobre el hombro derecho de Alonso, provocando que a veces rozaran sus mejillas. Aquello significaba el momento más bonito del día al poder ver de cerca los ojos marrones, que le inducían a soñar cada noche en un futuro junto a una mujer como la profesora.
Sus alientos se mezclaban. Lo respiraba y formaba parte de él por un momento, junto al perfume suave, fresco y penetrante que inundaba sus pituitarias. A veces su respiración se aceleraba al sentir el calor de su cuerpo atravesando no solo la ropa de ella, sino la propia propiciando la aparición de un rubor incontrolable. En ocasiones parecía perder el sentido, o simplemente vagar sobre una nube invisible. Insistía en su incapacidad de concentración en el teclado, cuando estaban solos en el aula. La profesora Ortiz advirtió la atracción del estudiante por ella, aunque siguió permitiéndoselo. Aquello marcó sin duda la vida de Alonso, se prometió que solo compartiría su vida si encontraba a una mujer como ella. Juramentos de un joven con catorce años.
Sin embargo, no fue así, precisamente aquel juramento interno se hizo más patente y profundo cuando al acabar el curso y obtener el título correspondiente de capacitación, la señorita Ortiz se despidió de todos los alumnos y especialmente del más estudioso, amable y atento con ella, Alonso. Esperó a que todos estrecharan su mano antes de salir por la puerta del aula, dejándolo en último lugar. Tuvo la impresión de que algo ocurriría, sin embargo, lo sucedido fue inesperado, ni siquiera pudo soñarlo. Le llamó pidiéndole acercarse y recorrer los pasos que los separaban, en su mano esperaba una hoja de papel.
-Aquí tienes tu título, es una alegría inmensa que lo hayas conseguido, sin embargo…
-¿Sin embargo qué, señorita?
-Debo comprobar si en efecto sabes poner bien los dedos sobre las teclas, y no hiciste trampa en el examen final de mecanografía.
-¿Y qué piensa hacer?
-Comprobarlo personalmente, así que ve a tu sitio un momento y lo comprobaré.
-Lo que usted diga.
Alonso se acercó preocupado hasta su máquina de escribir, soportada sobre una mesa y separada del resto por unas planchas de madera en forma de U invertida. Se sentó y esperó la llegada de la profesora. Treinta segundos después notó como su perfume avanzaba precediéndola. Nada más llegar se puso tras de la silla y tomó sus manos poniéndolas sobre el teclado.
-Serás quien soporte las mías, así sabré si de verdad utilizas los dedos como te he explicado tantas veces.
-Claro.
Notó lagartijas o algo similar incrustándose en su piel recorriendo a una velocidad incontrolada todo su cuerpo. Las manos de ella esperaban notar las pulsaciones de teclas y formar algunas frases, sin embargo, no lo hizo, esperó para deleitarse por última vez de aquel aliento y perfume tantas veces sentido y escondido en su cerebro. Tras un minuto de silencio expectante, volvió su cara hacía el lado derecho para preguntar. Encontró el rostro de ella que en ese momento giraba hacía su izquierda para situarse frente a frente. Ambos se miraron a los ojos y sin saber cómo o por qué, sus labios se juntaron. Fue el encuentro tantas veces soñado. Ella le pidió cerrar los ojos y obedeció sin separarse, no quería que aquel momento se truncara. Durante unos minutos el rubor y los nervios se mezclaron. Lentamente ella dispuso sus brazos alrededor del cuello de Alonso, abandonando las teclas de la maquina pidiéndole que hiciera lo mismo. Sintió una explosión interna que le llenaba de calor intentando salir. Sus cuerpos se unieron con fuerza, notando ambos el galope ofrecido por sus corazones. Al cabo de cinco minutos, un segundo para Alonso, se separaron, le tomó de la mano y dijo.
-Felicidades Alonso. No te olvidaré nunca.
-Yo tampoco.
-Me llamo Gloria.
-Yo tampoco te olvidaré Gloria. No sé, quisiera decirte lo que siento…
-Calla, no digas una palabra más, tal vez te confundas y no es preciso.
-Como diga.
-Me gustaría que esto quedara entre nosotros.
-No pienso decírselo a nadie.
-No me refería a eso.
-Lo sé, no temas nadie sabrá que nos besamos.
-Gracias Alonso.
Tras eliminar los rubores de sus rostros abandonaron juntos del aula en busca de la salida de la academia. En la puerta Alonso se volvió hacía Gloria.
-Adiós profesora, no olvidaré jamás sus enseñanzas. Gracias por todo.
-Estoy segura de que lograrás encontrar tu sueño.
-Es posible. Hasta siempre.
-Adiós Alonso, siempre fuiste mi alumno predilecto, aunque un poco tramposo.
-¿Se refiere a …?
-En efecto, precisamente a eso que piensas.
-Era la única forma de saber si lo hacía bien, con explicaciones directas -respondió añadiendo una sonrisa.
-Lo ves.
-Adiós.
-Adiós y suerte.
Se refugió junto a los árboles situados al frente del edificio, necesitaba verla por última vez, sin embargo, no pudo, sus lágrimas se confundieron con la lluvia que comenzó a caer. Inició el camino de regreso a casa volviéndose de espaldas, aunque para ello debía caminar hasta la parada del autobús. La lluvia arreció. Antes de llegar junto a la gente que esperaba con paraguas, un Seiscientos gris se paró mientras alguien bajaba la ventanilla y le invitaba a subir.
-Sube Alonso, te llevaré a casa.
-Gracias me estaba calando, olvidé coger un paraguas.
-Yo también, y ya ves me empapé también hasta llegar al aparcamiento.
-¿Dónde vives?
-Cerca de Mirasierra, ¿lo conoces?
-Sí, vivo la Plaza de Castilla, me pilla de paso, más o menos.
La lluvia no cesaba, al contrario. La circulación se hacía cada vez más difícil.
-Si no te importa aparcaré un momento hasta que se calme la tormenta, no me gusta conducir así.
-Tal vez sea lo mejor.
Buscó un lugar apartado. Nada más hacerlo las ventanillas se cubrieron de vapor por el contraste de temperaturas. Alonso dada su inocencia, quiso limpiarlas con su mano, pero Gloria se la retuvo enseguida para evitarlo.
-Déjalo a mí no me molesta, además estamos parados.
-Lo que digas.
No soltó su mano, al contrario, le invitó a pasearse por un mar desconocido. Alonso tragaba saliva sin saber si debía parar o continuar navegando. Hubo momentos en que se posó en espacios desconocidos, solo imaginados, ya que nunca tripuló una nave en un mar tan encrespado y difícil. Sin proponérselo fue acercándose a los labios de Gloria besándolos repetidamente cerrando los ojos, al recordar la recomendación que le hizo en la academia. Tropezó con algunas rocas que no supo salvar, aunque ella le protegió y le ayudó gracias a sus conocimientos en otras travesías. Tal vez lo más difícil de aquella, fue el momento culminante e inesperado, ya que su nerviosismo iba en aumento y su corazón palpitaba como nunca lo había sentido hasta entonces. Había imaginado tantas veces una situación similar, pero no sabía qué hacer. Pronto se vio acercándose a una playa y temió vararse, estaba tan cerca, que inesperadamente sintió como ella retiraba unas redes y él caía una vez liberada de cuanto la sujetaba. Sus ojos se abrieron buscando, mirando y acariciando la maravillosa propuesta. Mientras, las respiraciones de ambos se descompasaron irremediablemente. Oyó como le ofrecía unas recomendaciones para evitar problemas, más avezada que él en aquellas lides, conduciéndole hasta una posición más correcta en la maniobra de atraque. Mientras tanto, aquel barco no cesaba de moverse incesante dejándose mecer por el vaivén de las olas, subiendo y bajando. Las olas fuertes e inesperadas los mantuvieron firmes pese a la tormenta. Aquella situación duró poco tiempo dada la ineptitud y desconocimiento del timonel. Poco después la tormenta dejó paso a una tensa calma.
No alcanzaba a comprender lo sucedido, sí, aquello era una locura o una insensatez, pero de inmediato sus pensamientos se cubrieron de una satisfacción y alegría indescriptibles.
Gloria se acercó a Alonso y le besó mientras reparaba los destrozos de la tormenta, dejando las redes en su lugar para volver a tomar el timón. Lentamente bajó ambas ventanillas y con un paño limpió el parabrisas. Fuera, el agua seguía cayendo con fuerza, guardó unos segundos de silencio y luego tomando las manos de Alonso, las besó repetidamente diciéndole.
-Esto no formaba parte de algo premeditado, ni siquiera tiene explicación, quizás debería pedirte disculpas, pero no lo haré.
-Yo tampoco, no quiero, además…
-Espera, por favor, no he acabado. Quisiera saber qué piensas sobre todo esto.
-No lo sé, mi cerebro supongo que no se ha solidificado todavía.
-Eres muy sutil y caballeroso. Seguramente serás muy buen amante. Eres cariñoso, paciente y…
-Preferiría no seguir escuchando esas cosas, jamás me había encontrado en una situación como esta y no puedo comparar, tampoco quiero hacerlo.
-Entiendo.
-No sé qué ha podido pasar. Bueno en realidad no hay mucho que explicar. Me gustas, me siento bien a tu lado y si eso es enamorarse, creo que lo estoy.
-Forma parte de ese juego, pero solo lo ha sido de otro más importante. Yo también me sentí atraída por ti pese a nuestra diferencia de edad, pero no significa que estuviera enamorada. Pensé que no le vendría mal a tu entusiasmo cumplir con algo que quizás más adelante no fuera tan bonito como hacerlo conmigo.
-Ahora no se si soy yo quien debe agradecer tu sinceridad. Ni siquiera sé si me hará daño en el futuro, pero sin duda el dolor aparecerá dentro de un minuto.
-No te preocupes, seguramente vivirás momentos parecidos tantas veces que me sonarán los oídos cuando lo hagas. Estoy convencida de que cuando pase el tiempo lo verás como algo bonito, aunque no con la importancia que hoy puedes darle.
-Es posible, pero si cada noche soñaba contigo, ahora lo haré despierto cada día.
-No me pongas donde solo debe estar tu verdadero amor. Alonso, te dije que no estoy enamorada de ti, solo ha sido un momento especial, muy bonito y feliz.
-Entonces pensemos en abandonar el instante, aunque dudo tenga fuerzas para marcharme.
-Aun no, sigue lloviendo y todavía no es momento de salir.
-Gloria, si no te importa me gustaría sujetar tus manos y poner mi cabeza sobre tu pecho dejando que estos hechos se conviertan en recuerdos y así guardarlos para siempre.
-Eres un encanto y una verdadera lástima que solo tengas catorce años. Ven, ven aquí y guarda silencio.
Los labios de Alonso no acostumbrados a tanto uso estaban rojos e irritados, aunque dulces. No quiso cenar, alegó tener algo de fiebre y malestar, por lo que entró en la habitación ocupada con su hermano menor. Se acostó después de ofrecer a su familia el saludo nocturno, esta vez sin el consabido beso por temor a que su madre descubriera los aromas de Gloria en su piel y ropa. Absurda teoría, pues a la mañana siguiente fue descubierto, aunque guardó silencio y evitó comentarios como solo una madre sabe hacer.
Tal vez aquel día fue el más feliz de su vida, se prometió de nuevo algo que cumpliría durante años. No sintió tristeza porque aquella felicidad durara solo unas horas, aunque fue tan intensa, tan llena de matices y realidades que no le importó. Jamás volvió a ver a su profesora, aunque en diversas ocasiones se acercó hasta la academia para preguntar por Gloria Ortiz, pero sus respuestas fueron las que ya sabía. Había desaparecido, aunque nunca dejaría de formar parte de la travesía en aquel mar imaginario vivido con ella. Se sintió igualmente feliz y al mismo tiempo orgulloso y muy satisfecho por haber sido elegido.
Su vida no cambió en absoluto, se asoció a un club de atletismo y cada sábado y domingo iba al estadio Vallehermoso a competir con compañeros de otros clubes. No le gustaba el fútbol y su altura le impedía practicar baloncesto debidamente. Encontró trabajo a los dieciséis años donde más le gustaba, en las oficinas de una empresa, coincidentemente en Hispano Olivetti. Fue el momento de cambiar su fisonomía, actitudes y comportamiento, hizo amigos dentro del grupo de compañeros que tradujo en nuevas vivencias. Pese a ello, continuaba con su primigenia idea, buscar y buscar, hasta encontrar a una mujer parecida a Gloria. Esa concepción contravenía las insistentes solicitudes de los amigos para acompañarlos a reuniones y salidas con amigas. Consiguieron convencerle, sin embargo, no lograron que se acercara a ninguna de las féminas, ninguna se parecía a Gloria. Se divertía, pero poco, gozaba más con su tiempo libre.
Fue entonces cuando encontró a alguien parecida a su ideal. Emma Bertos, una compañera de club recién incorporada al equipo femenino. Velocista como él. Parecía haber encontrado tranquilidad de nuevo, al menos eso parecía, aunque su poca o nula disposición para iniciar su acercamiento a ella, se lo impedía. Cada tarde después de acabar la jornada de trabajo, acudía a los entrenamientos y en el campo de atletismo se veían, miraban y sonreían. Los compañeros, José Antonio y Rafael le invitaban e insistían en que debía acercarse a Emma, aunque él se negaba sistemáticamente. Preguntaban la razón y él la escondía, solo en una ocasión dejó caer los conceptos que componían su ideal de mujer. Sus ojos deben ser marrones, el cabello castaño y con rizos, y la sonrisa como un día de primavera, reluciente, fresca y contagiosa, alegre y feliz. Su cuerpo esbelto, aunque delgado. ¡Pero hombre! -le decían-, eso es un sueño inalcanzable. Tu fijación con tu ideal de mujer tal vez consiga que jamás tengas una a tu lado. El respondía que debía ostentar al menos alguno de los requisitos, pero nunca estaría con alguien que no tuviera el cabello castaño, lleno de rizos y los ojos marrones.
Gema hasta los dieciséis años
Dos mujeres y un varón eran sus hermanos, ella era la tercera en edad. Cada mañana salía con el uniforme del colegio, falda plisada de color azul por encima de las rodillas y un alfiler sujetando la abertura del lateral izquierdo. Medias azules, hasta dos dedos antes de llegar a las rodillas y zapatos negros de gruesa goma. Con el brazo izquierdo a la altura de la cintura sujetaba los libros y se unía a las compañeras que esperaban en el portal para ir juntas hasta el colegio. Sus conversaciones eran del mismo tenor casi siempre, las miradas enviadas o sonrisas cruzadas en clase, o a la hora del descanso, con jóvenes del sexo opuesto, que como ellas tonteaban en grupos. Gema era de todas, la más tímida y menos atractiva a los ojos de sus antagonistas masculinos, apenas tenía admiradores. Ella se limitaba a mirar y buscar algo que llamara su atención, mientras su cabello marrón rizado la distinguía de las demás. Su sonrisa sin embargo era la más agradable de cuantas pudieran escucharse.
Una tarde pidió a sus padres permiso para ir al cine con sus amigas de clase. La propusieron ir en pareja con chicos, por primera vez, claro que ocultándolo, y a ella le correspondió un recién incorporado al grupo. Ángel era de su misma edad, delgado, de pelo castaño y ojos verdes, de apariencia fuerte y algo tímido, como ella. Consiguió la concedieran permiso para el sábado, se preparó para ir a la sesión de las cuatro de la tarde reuniéndose junto al portal donde vivía Julia, una de sus amigas. Allí tomaron el autobús para encontrarse con los cuatro compañeros de colegio que esperaban en la puerta del cine. A ellos dos tuvieron que presentarlos, hasta ese momento no se conocían. Se miraron a los ojos y tímidamente se entregaron las manos y las mejillas para saludarse, luego entraron en el cine.
Los acomodaron, aunque el grupo se colocó a su gusto. Ella se sentó a la derecha de Ángel teniendo a su derecha a una de sus amigas. Cinco minutos después de empezar la película, Rosa permitió que un brazo de su acompañante la rodeara por el hombro. Ángel y ella permanecieron en la misma posición sin inmutarse. De vez en cuando se miraban a los ojos y suspiraban en dos acordes, al tiempo que acercaban sus manos para rozarse. Los pensamientos de ambos posiblemente fueran similares, como también su timidez, que superaron solo cuando faltaban diez minutos para acabar la película y las luces del cine volvieran a encenderse. En uno de los últimos suspiros dejaron que sus manos se enlazaran, después el brazo derecho de Ángel cruzó serenamente el espacio para posarlo en los hombros de ella y acercarla hacía él. Gema sintió como una mano recogía su rostro invitándola a acercarse, ya no había timidez solo ansias de encuentro. Los dedos resbalaron por la mejilla izquierda de Gema, apartando su mirada de la pantalla para encontrarse con la de su acompañante que la centraba en sus ojos marrones. Sintió un leve cosquilleo cuando sus labios encontraron los suyos, también una especie de sacudida eléctrica, un breve suspiro y la frase lanzada por Ángel, despacio, llena de convencimiento y decisión: Gema me gustas mucho. No hubo respuesta. Se miraron de nuevo y Gema cerró los ojos como había visto tantas veces en las películas, acercando sus labios a los de Ángel. No vieron el final ni les hizo falta, lo supieron por un tímido golpe de Rosa anunciando que la película había acabado y las luces estaban encendidas. Se separaron y sin mediar palabra, se unieron con fuerza las manos y salieron de la sala sin esperar al resto del grupo.
Fuera del cine siguieron enlazados de la mano, mirándose de vez en cuando como justificando el tiempo perdido dentro de la sala. Sin darse cuenta asintieron con la cabeza a cuantas preguntas formulaban las otras tres parejas sin entrelazar sus manos como ellos. Resolvieron ir a merendar una hamburguesa a un establecimiento cercano. Respondieron las preguntas sin darse cuenta de que todas ellas eran iguales, por lo que les trajeron algo que no recordaron haber pedido. Ninguno se levantó de la mesa, solo se miraban y de vez en cuando se escapaba un beso de Ángel dirigido a la mano de Gema. Ya no había suspiros ni timidez, imperaban juntos valentía y tranquilidad. Algo les anunciaba que se estaban enamorando.
Cuando se separaron al bajar del autobús que los llevó al barrio, no tuvieron más remedio que separar sus manos en un adiós impredecible y temeroso. No querían separarse, fueron Rosa y las otras dos amigas quienes hicieron el esfuerzo. Una última mirada de Gema para fijarse en tres espaldas y una sola cabeza que giraba a cada paso anunciando que no se volverían a ver hasta el lunes. Después, un último suspiro de Ángel, doblar la esquina y desaparecer. Gema siguió mirando quieta, otro suspiro y dos lágrimas perladas en sus mejillas que por momentos se tornaban rojas. Luego varias preguntas a sus amigas para confirmar si Ángel iba al mismo colegio.
-¿Pero no le has visto nunca?
-No -respondió- No sabía que existía hasta hoy.
-Pues parece que…
-Sí, creo que estoy enamorada.
-Pero Gema, no digas eso, solo ha sido una tarde.
-Solo fueron cinco minutos, pero suficientes.
-Pues ya puedes darte prisa, creo que no continuará el año que viene.
-¡Qué me dices!
-Eso, que se va del colegio a otro fuera de Madrid, se cambia de domicilio.
-¿Y dónde va?
-Creo que a Villafranca del Castillo.
-¿Dónde está eso?
-No lo sé exactamente, en dirección a El Escorial, creo.
-No me estaréis gastando una broma ¿verdad?
-Ni mucho menos, tonta.
-Mira que si es así no os lo perdonaré jamás.
-Que no, ya verás, el lunes puedes preguntárselo personalmente, suele ir con Mateo todas las mañanas en el coche de su padre.
-Está bien. Bueno, ahora creo que me subiré a casa.
-¿A estudiar?
-No. A soñar con Ángel.
Llegó diez minutos antes de la hora solicitada por sus padres. La vieron entrar con las mejillas coloradas y los ojos brillando de una manera especial. Sus padres la preguntaron si aquello significaba algo, y al no responderles e insistir, su hermana intercedió de inmediato llevándola al dormitorio que compartían.
-¿Qué te ha pasado?
-Nada.
-A mí no me engañas. Has estado besándote con un chico ¿verdad?
-Es cierto, pero solo ha sido un beso.
-¿Algo más?
-No, te lo juro.
-Pues estás súper colorada y tus ojos brillan como si estuvieras a punto de coger el sarampión.
-Te juro que no hubo nada más.
-Anda cuéntame todo.
-… Y solo cuando faltaban cinco minutos se atrevió a cogerme de la mano y darme un beso.
-Ese niño es tonto.
-No digas eso, es un encanto, tiene unos ojos verdes preciosos y una mirada que no le hace falta hablar, y cuando lo hace, dice unas palabras tan bonitas.
-¡Huy! hermanita, eso se llama enamoramiento. Además, tienes los síntomas.
-¿Tú crees?
-Estoy completamente segura. Ahora debes tener cuidado y ser fuerte.
-¿Por qué razón?
-Tiene tu misma edad o es mayor.
-No lo sé, acabo de conocerle, el lunes hablaré en el colegio con él.
-O sea, ¿era la primera vez que os veíais?
-Claro.
-Entonces te ha dado más fuerte de lo que pensaba. Aún debes poner más cuidado.
-¿Por qué?
-Así estas en inferioridad de condiciones, débil y aceptarías cualquier cosa que te propusiera, ¿Cómo se llama?
-Ángel.
-Pues eso, cualquier cosa que te propusiera Ángel.
-No lo entiendo.
-Hija pareces tonta.
-Tal vez lo sea.
-¿No has hablado con tus amigas de esto?
-¿De qué, Feli?
-Entonces deberé darte algunas explicaciones y recomendaciones, pero esta noche, cuando nos acostemos, ahora haz el favor de lavarte la cara y quitarte esa de pepona que tienes. Mójate los ojos, los labios también, mientras saldré a decir a los papis que estás algo constipada. Estornuda o tose de vez en cuando ¿Me entiendes?
-Si
-Anda, haz lo que te he dicho y no tardes en salir.
-Gracias.
Durante la noche su hermana la explicó los detalles que ignoraba, las tácticas que debía utilizar para evitar acercamientos de Ángel, o de cualquier otro muchacho, sin decir que no, aunque sin afirmar lo contrario. Gema comenzó a conocer las maniobras en el juego del amor juvenil. Pero a ella no le interesaba aquello, sabía que Ángel no era de esos que había dibujado en el aire su hermana Feli, parecía conocerle de toda la vida y cuando le veía aparecer en su cerebro, suspiraba sin darse cuenta. Se le olvidaba llevar el tenedor a la boca, o se quedaba mirando algo estático en la mesa, hasta que su hermana o hermano le daban disimuladamente en la pierna tratando de romper el hechizo.
El lunes tardó un año en llegar, las horas parecían meses y los minutos semanas. Antes de sonar el despertador Gema estaba vestida, lista para desayunar y salir de inmediato camino del colegio. Su madre notó el desasosiego y al verla de nuevo con la cara roja y los ojos brillantes la detuvo antes de salir para preguntar si se encontraba bien.
-Si mamá, me duele algo la garganta, pero no me impide ir al colegio.
-Si te encontraras mal, díselo a tu profesor y ven a casa.
-No hará falta.
-Vale. ¿Quieres que vea si tienes fiebre?
-De verdad, mamá, no es necesario.
-Me quedaría más tranquila.
-Haz lo que quieras.
-Bueno anda, vete…
Fue en busca de su madre por si debía ayudarla en la cocina. La miró al entrar, volviendo a ver el mismo color rojo en sus mejillas y ese brillo especial de sus ojos marrones. En ese momento se dio cuenta de cuanto la ocurría a su hija, la atrajo hacía ella, la abrazó y besó con fuerza ambas mejillas. Luego la separó poniendo sus manos sobre los hombros, miró el brillo de sus ojos para confirmarlo y volvió a besarla sin decir una sola palabra. Recogió el cabello de Gema y lo volvió a soltar, ganando tiempo para buscar una frase que la ayudara a superar el camino iniciado por su hija.
-Yo también me enamoré de un chico de mi colegio.
-Mamá, ¿Qué dices?
-Nada Gema, era para lo supieras por si te ocurre algo similar.
-No sé por qué me dices eso.
-Porque soy tu madre y debo saber cuánto les ocurre a mis hijos.
-Pues no me ocurre nada de eso.
-Pero si te ocurriera ¿me lo dirías?
-Claro mamá.
-Me alegro. ¿Cómo se llama?
-Ángel… Mamá…jo…
-No importa hija, no importa, eso no se puede esconder, además ahora podré ayudarte a pasar el trance. Y no temas, no se lo diremos a nadie.
-Pero si no es un problema.
-Claro que no, pero es difícil llevarlo sola. A mí me ocurrió, no tuve a nadie que me ayudara. Solo te pediré que no abandones los estudios.
-No lo haré, acabo de terminar todos los trabajos de mañana.
-Me alegro. Y ahora una recomendación, debes tener cuidado, ya no eres una niña y sobre todo debes tener en cuenta que la razón puede advertirnos sobre lo que conviene evitar y sólo el corazón nos dice lo que es preciso hacer.
-Lo tendré en cuenta mamá, pondré cuidado, te lo prometo.
-Anda, ve a tu cuarto a estudiar un rato mientras preparo la cena, tus hermanos están entrando y no quiero que nos oigan.
-Eres la mejor -dijo besándola.
-Y tú un encanto de hija.
…
Durante los días que restaron al mes de mayo y los siguientes hasta los exámenes celebrados en Junio, ambos enamorados se demostraron cuanto se amaban. Diseñaron su mundo, dibujaron su futuro. Fueron al cine en más de una ocasión e hicieron que los amigos de uno y las amigas de otra, se confabularan para permitirlos estar solos en alguna ocasión donde destaparon el tarro de una joven pasión desconocida. Aprendieron a ofrecerse las primeras caricias no ejercitadas con anterioridad, conocieron la fiebre y sofoco provocados cuando durante más de una hora, se acariciaron semidesnudos en la habitación cedida por Rosa en su casa. Momentos que vivió día tras día al mirarse al espejo y comprobar como a partir de ese instante su cuerpo sufrió un rotundo cambio. No llegaron a dejarse mecer por la provocación que aquello significó. Imaginaron como calmar aquellos deseos, pero ninguno quiso atravesar aquella línea sin el beneplácito del otro, aunque llegaron a consumar la rotura de sus virginidades. No olvidarían que aquellos momentos serían el preámbulo de la gloria, sin embargo, no les quedó más razón que esconder sus continuos deseos al llegar la noche y encontrarse solos frente al espejo de sus destinos.
A primeros de julio todo aquello quedó en un cúmulo de recuerdos, lágrimas y tristeza. Ángel inició su periodo de vacaciones con sus padres, se despidió de Gema y de sus compañeros y amigos. A su regreso, cuando el siguiente curso comenzara, lo haría en otro lugar, alejado de ella y de todo cuanto descubrió a su lado. Sus promesas quedaron flotando en el espacio, esperando como velas a que alguien las encendiera y así dar luz, efecto y razón para lo que fueron creadas. Pero esas promesas murieron como árboles recién plantados sin jardinero alguno que los cuidara.
Gema miraba todas las noches la luna recordando las palabras de su Ángel, pero jamás volvieron a verse. Guardó sus cartas, el mechón de cabellos, las entradas del cine, la fotografía con que dormía cada noche poniéndola bajo la almohada. Eso fue todo, una gran caja llena de recuerdos. Esperó una llamada, otra y muchas más, pero debió olvidar el número. Cuando empezó el nuevo curso Gema era una joven más esbelta y bonita, seguía manteniendo el cabello castaño lleno de rizos y sus ojos no dejaron de brillar resaltando su extraordinario color marrón. Sin embargo, en su interior solo había vacío y tristeza que solo supo tapar momentáneamente al recordar las palabras que su madre volvió a repetirla «la razón puede advertirnos sobre lo que conviene evitar y sólo el corazón nos dice lo que es preciso hacer». Gema supo en ese momento que debía prepararse para afrontar su futuro alejada de Ángel, aunque se prometiera que jamás estaría con otro muchacho, joven o no, que no tuviera su rostro, aquellos ojos verdes inmensos, la sonrisa que contagiaba, y la besara como lo hizo el primer día que se conocieron descubriendo la felicidad, haciéndola despertar su juventud y abandonar la niñez.
Ese año cumplió dieciséis años y su cuerpo anunciaba a simple vista que ya era una mujer. Sacó sus mejores notas en el colegio, no fue nunca más al cine, y no consintió que sus amigas le presentaran a otro compañero. Cuando la preguntaban o insistían en conocer la razón, ella solo respondía: No se parece en nada a mi Ángel, lo siento.
Tiempo de Verano
El primer encuentro.
Alonso junto a su hermana y padres madrugaron para asistir a la Jura de Bandera de su hermano Antonio. El centro de adiestramiento militar estaba situado a más de veinte kilómetros de Madrid. Recordó el formidable atasco producido por los coches de quienes cómo ellos, iban al evento. Tomaron la decisión; alabada después por su hermana y madre fundamentalmente; de ir hasta la población cercana en el coche particular y desde allí en autobús hasta el acuartelamiento.
Era un ir y venir de gente, el sol no se permitía descanso y los desmayos y lipotimias hicieron que la gente buscara las ambulancias situadas en sitios estratégicos para ser atendidos. Los jóvenes reclutas muy próximos a convertirse en soldados, esperaban impolutos en la explanada soportando estoica y militarmente el momento en que un sargento, o tal vez un oficial, diera un grito pidiéndoles ¡firrrrmes! Mientras tanto, sus padres y hermana lucían gorras en sus cabezas y bebían con frecuencia. En una de las ocasiones en que se desplazaba hasta una cantina improvisada para comprar bebida fresca, observó en los laterales un par de sombrillas de las utilizadas para propaganda por una bebida refrescante. Se las pidió prestadas durante el tiempo que durara la ceremonia militar. Aquel hombre accedió previo pago de un par billetes de cien pesetas, momento que aprovechó para tomar también un par de sillas. Las puso bajo el brazo y recorrió la distancia que le separaba de su familia. Al llegar los invitó a seguirle y buscar un lugar menos concurrido, aunque más en línea con el batallón donde estaba su hermano Antonio.
El recinto tenía pintadas en el suelo unas líneas en blanco limitando el espacio que los civiles no debían atravesar. Dejando suficiente espacio entre aquellas, y aprovechando el desnivel, se asentaron en la cota más alta, así tendrían algo de viento si soplaba, y una visión más global sin molestar a nadie con las dos sombrillas gigantes de color rojo.
La sesión dio comienzo a las once y media de la mañana con una ceremonia religiosa católica inicial, salutación de un jefe militar y una orden posterior abriendo el momento esperado por Antonio y sus más de tres mil compañeros, su Jura de Bandera. Por los altavoces sonaban marchas militares ayudándoles a marcar el paso hasta la insignia patria, a la que juraban servir en silencio, ratificado más tarde por todos los asistentes mediante un grito unánime, fuerte y lleno de sentimiento patrio.
Las horas pasaban fatídicamente y el calor se hacía más insoportable, máxime no existiendo nada donde cobijarse. Alonso se fijó a requerimiento de su madre, en una mujer de su edad aproximada, que parecía estar siendo atendida por sus hijas y el marido, posiblemente asediada por el dichoso calor que aquel sitio regalaba sin preguntar a nadie. Se acercó con una botella de agua fresca recién comprada.
—¿Puedo ayudarles? Veo que le afecta el calor.
—En efecto —respondió el marido con un cigarro puro en la mano derecha— pero este maldito sitio no permite refugiarse en sombra alguna.
—Tomen, refrésquenla un poco con agua, mojen un pañuelo y aplíquenselo en las muñecas, sienes y cuello, verá cómo se la pasa. Esperaré con ustedes, luego pueden venir hasta dónde está mi familia, bajo aquellas sombrillas.
—Tienen suerte. Nosotros llegamos hace un rato y no había sitio donde aparcar el coche, por lo que hemos tenido que ponernos al sol.
—Nosotros lo dejamos en el pueblo y vinimos aquí en un autobús.
Mientras comentaban, dos jóvenes y una niña de unos diez años atendían a su madre sentada en el suelo. Sin esperar un minuto más, se dirigió a ella.
—¿Puede caminar?
—No lo sé, estoy algo mareada.
—Sujétese, la ayudaremos, no se puede quedar aquí. Vengan conmigo, allí podrán resguardarse del sol.
—Gracias es muy amable.
Una de las hijas, la mayor, agarró a su madre del brazo, mientras Alonso hizo lo propio cediendo el suyo derecho sujetándola con fuerza con el izquierdo. Con pasos lentos, consiguieron llegar a la colina cuando comenzaba a soplar algo de viento, caliente, pero viento al fin.
—Os traigo compañía. Estos amigos han sufrido un desmayo por calor, me he permitido invitarles a nuestras sombras.
—Hiciste bien. Venga, siéntese en esta silla, se encontrará mejor —dijo la madre de Alonso.
—Gracias, son todos muy amables —respondió con dificultad.
—No se preocupe, ahora beba agua, mi hijo ha traído unas botellas frescas hace un rato.
Minutos después el color mortecino que mostraba la cara de aquella mujer fue transformándose en otro más natural.
—Ya se me ha pasado, podemos irnos.
—No deberían, quédense con nosotros, hay espacio suficiente para todos, nos turnaremos, si vuelve al sol le dará otro desmayo enseguida.
—Gracias señora.
—No deje de beber agua. ¿Tienen a algún familiar aquí?
—Sí, nuestro hijo.
—Nosotros también, su hermano Antonio —dijo señalando a Alonso y Julia— estará a punto de jurar bandera. Está en el tercer batallón.
—Nuestro hijo también está en ese batallón —dijo el padre.
—Tino. Se llama Tino, es nuestro único varón, ya ve tres mujeres.
—Y muy guapas señora.
—Gracias. Ella es la mayor Feli, luego esta Gema, le sigue Tino y por último la más joven de todos, Celia.
—Nuestro hijo mayor se llama…
—Ángel —dijo Gema sin dudar.
—No cariño, Alonso.
—Perdón señora, discúlpeme.
—Nada. El segundo es Antonio y la niña Julia.
—Son muy guapos también —dijo la madre de Gema en voz baja.
—Lo son.
—Claro que si —dijo en voz baja Gema.
—Tú también lo eres —respondió Alonso acercándose a ella—. Yo habría jurado que te llamabas Gloria.
—Pues no. Mi nombre es Gema —respondió acercándose a Alonso.
—Puedo saber porque creíste que mi nombre era Ángel.
—Es una tontería.
—Si —añadió su hermana mayor—es un juego que hacemos, intentamos averiguar el nombre de la gente.
—Entiendo.
Guardaron silencio y dispusieron las cámaras fotográficas para intentar sujetar el tiempo en que los respectivos hermanos llevaban la insignia hacia sus labios. No volvieron a separarse durante el tiempo en que estuvieron bajo la sombra hasta acabar la ceremonia militar. Apenas hablaron, ni volvieron a cruzar frase hasta que él, junto a su padre y el de Gema, fueron a buscar a sus orgullosos soldados y llevarlos junto las madres y hermanas que esperaron a la sombra. Volveremos enseguida —dijo mientras dedicaba su mirada a Gema.
Alonso sabía que no era su Gloria, pero no podía dejar de pensar en el enorme parecido que tenía con ella, aquella jovencita. El mismo cabello, los mismos ojos, la sonrisa, incluso la voz, templada, susurrante, acariciadora. Al separarse junto a su padre para ir en busca de su hermano tuvo la misma sensación que cuando aquella tarde de lluvia se separó de su amada Gloria. Era un desasosiego, seguido de un nerviosismo incomprensible unido a un inquietante deseo de volver de nuevo a su lado.
Gema se volvió para comentar con su hermana Feli, el asombroso parecido que tenía con su Ángel. Se rió cuando lo comentó.
—Es cierto, es idéntico, aunque con cuerpo de hombre. ¿Qué edad tendrá?
—No lo sé, es mayor que tú, posiblemente tenga veintitrés o veinticuatro años, y con esa edad no se fijan en jovencitas con dieciocho.
—Tengo casi diecinueve.
—Ya. Ten cuidado, se dará cuenta de que le miras, si no lo ha hecho ya.
—No puedo dejar de mirarle, veo en él a Ángel. Es una lástima.
—Lo es, pero la vida es así.
—¿Y no podría remediarse?
—Claro, si tuvieras su edad podrías decirle alguna cosa, o insinuarte, aunque te supere en edad, para entonces la diferencia apenas se notaría.
—Pero es ahora cuando me apetece estar con él, no dentro de diez años, para entonces a lo mejor no existe, o no volvemos a vernos.
—¿Que insinúas?
—Nada hermanita, nada.
—¿Estás pensando lo que imagino?
—No, que no estoy tan loca.
—Entonces ten cuidado, mamá se ha dado cuenta de cómo le miras, es posible que te llame la atención, o nos obligue a marcharnos y entonces sea peor.
—Tendré cuidado.
Mientras conversaban los dos soldados caminaban junto a los padres. Al verlos llegar ambas madres se levantaron de las sillas y se lanzaron al abrazo que les brindaban sus hijos. Antonio saludó a las hermanas de Tino y éste a la hermana de aquel.
—Debemos ir a la Compañía a recoger el petate, tenemos un mes de permiso —dijo Antonio.
—¿Os conocíais? —pregunta Gema.
—Sí, aunque estamos en Compañías diferentes —responde Tino.
—Qué pena, podríais haber sido compañeros.
—Bueno, lo somos y a lo mejor con un poco de suerte tenemos el mismo destino —dijo Antonio.
—¿Te refieres al futuro de vuestras vidas?
—No hermanita, quiere decir que cuando pasemos por el batallón nos espera el destino militar para completar el servicio de dieciocho meses.
—Perdona, pero no entiendo de esas cosas.
—Entonces —intervino Alonso— os esperaremos aquí, tomar referencia de las sombrillas y volver cuando hayáis recogido vuestras cosas, haremos algo de tiempo y luego iremos a comer.
—¿Van a algún sitio especial? —pregunta el padre de Gema.
—No —respondió el de Alonso—, a un restaurante de unos amigos a unos kilómetros de aquí, si quieren pueden venir con nosotros, supongo que Alberto nos hará sitio.
—Esa era nuestra idea, almorzar sin tener que ir a Madrid, la carretera estará a tope.
—Desde luego, nosotros gracias a Alonso, aparcamos en el pueblo, aquí hubiera sido imposible, y más a la hora de salir.
—Pues ahora que lo dices padre, debería ir a recogerlo antes de que se líe la carretera.
—Cómo quieras.
—Eso haré, total no saldremos antes de las tres de la tarde de aquí, y cómo estáis todos a la sombra, podéis esperar tranquilos. ¿Queréis que os traiga algo de beber antes de marcharme?
—Lo haremos nosotros con el sueldo que nos da el Ejército —dijeron los nuevos soldados.
—Anda, que no tendréis ni para una cerveza. Invito yo —dice Alonso.
—Entonces para nosotros cerveza.
—¿Nosotros también? —señala el padre de Alonso dirigiéndose al de Gema.
—Claro. Sí.
—¿Y las mujeres guapas que quieren beber? —pregunta Alonso mirando de refilón a Gema.
—Tres limones y tres naranjas.
—Te acompañaré para ayudarte a traer tantas botellas —se ofrece Gema— llevaré una bolsa. ¿Te importa?
—Al contrario, gracias.
Feli suelta una sonrisa que esconde de inmediato con la mano, luego se incorpora a la conversación que desarrollan a la sombra, escuchando los comentarios de los soldados, que señalan cómo algunos compañeros se habían desmayado por el calor.
Alonso bajó la colina y esperó a Gema, que resbaló casi al final de la cuesta teniendo que abrazarse a él evitando caerse. Momento que aprovecharon para mirarse a los ojos y sentir los aromas de sus cuerpos.
—Lo siento.
—Nada, hubiera sido peor que te hubieras caído.
—¿Puedo preguntarte algo?
—Claro.
—¿Por qué no te llamas Ángel?
—No lo sé, el nombre me lo pusieron hace unos años.
—¿Puedo saber cuántos?
—Veinticinco, en realidad dentro de dos meses veintiséis.
—¿Quieres saber mi edad?
—No hace falta, es algo que no me preocupa.
—Y que te preocupa entonces.
—¿A qué te refieres?
—Nada déjalo. Otra cosa, ¿puedo acompañarte a recoger tu coche?
—Por mí sí, pero ¿no crees que tus padres pueden molestarse?
—Supongo que no. ¿No habrá algún peligro?
—El que origina el tráfico, si te refieres a ese.
—No exactamente.
—Lo digo porque acabamos de conocernos.
—De todas formas, se lo diré a mi madre, no creo que ponga inconveniente, además no tardaremos mucho, ¿verdad?
—No lo sé, pero desde luego debemos llegar al restaurante antes de las cinco de la tarde si queremos comer.
Regresaron con la bolsa de bebidas y brindaron junto al resto de ambas familias por el porvenir de aquellos dos nuevos soldados. Alonso se dirigió a su padre para decirle que salía a recoger el coche y estuvieran preparados cuando Antonio y Tino recogieran sus destinos y petates. La madre de Gema preguntó.
—¿Tienes inconveniente en que Gema vaya contigo? —dijo a la insinuación hecha poco antes por Feli.
—Nada de eso señora, así no iré solo.
—Volver pronto y tener cuidado.
—Lo tendré, más aún si llevo un tesoro cómo su hija —dijo sonriendo.
Caminaron hasta la parada del bus y cinco minutos después bajaban para localizar el coche. Lo dejaron con las ventanillas abiertas durante un rato para eliminar el calor, poco después entraban en él con dirección al campamento de nuevo.
—¿Cabréis todos en vuestro coche ¿Es muy grande?
—Familiar.
—De haberlo sabido habría venido con el mío.
—¿Tienes coche?
—Si acabo de comprarlo.
—¿También tienes novia?
—No. Ni creo que la tenga nunca.
—¿No te gustamos las mujeres?
—Claro que sí, pero solo un tipo de mujer.
—¿Puedo saber cuál?
—No, lo siento.
—¿Ni un detalle al menos?
—No insistas.
—Anda por favor, no seas así, dime cómo es tu mujer ideal.
—Cómo tú.
—No te rías de mi —dijo sonriendo.
—Te prometo que es cierto.
—No puede ser. Dime cómo.
—Pelo castaño, con rizos, ojos marrones, sonrisa abierta, dulce, contagiosa, cautivadora, delgada, aunque esbelta, y sobre todo que sepa besar de una forma muy especial.
—¿Sabes de qué color tengo los ojos?
—No. No he querido mirarlos —miente.
—¿Por qué?
—Por nada.
—Ángel por favor respóndeme, no seas así.
—No soy Ángel, vuelves a confundirte.
—Disculpa.
Durante unos segundos ambos guardan silencio, no pueden mirarse, el comenzó a conducir en dirección al campamento, sin embargo, ella reinicio la conversación.
—Perdona, pero te pareces tanto a una persona, que solo mirarte me confunde.
—Se llama Ángel por lo que veo.
—Sí, y era idéntico a ti, aunque más joven.
—Será parecido. ¿De qué color tenía los ojos? ¿Cómo los míos?
—Verdes, verdes oscuros. Deja que te los vea de cerca.
—Espera Gloria, podemos estrellarnos.
—Gema, soy Gema, también tú me confundes.
—Disculpa. Espera, pararé un minuto. Esta situación es absurda.
—No es absurda. Déjame mirarte despacio.
Alonso para el coche a un lado de la carretera, pone el freno de mano y deja que Gema se acerque para ver sus ojos. Sus alientos se mezclan, es tan parecido al de Gloria que siente la tentación de abrazarla y besarla. Miles de imágenes aparecen de repente. En un momento el sol desapareció y emergió una tormenta. Los cristales del coche se empañaban y sintió los labios de Gloria apretar los suyos, abrió los ojos en ese momento y comprobó que no era un Seiscientos, tampoco llovía a mares ni los cristales estaban empañados, ni eran los labios de Gloria, sino los de Gema que le besaba con suavidad. Ella también soñó despierta por un instante, vio la mano de Ángel sujetar su cara atrayéndola hacia el para luego poner sus labios sobre los de ella.
—¿Qué haces? ¿Estás loca?
—Creo que sí, pero no importa.
—Anda, vamos a recoger a la familia.
—No hay prisa, ¡me siento tan feliz!
—Por favor, Gema, volvamos con ellos.
—Claro. ¿Qué te ocurre?
—No me ocurre nada, solo que…
—Continúa.
—No puedo.
Arranca el coche y antes de llegar a la zona de aparcamiento Gema dice.
—Son verdes oscuros y muy bonitos, cómo tu sonrisa, cómo tu beso, cómo tu aroma y tu aliento.
—Gema por favor calla o me volverás loco.
—De acuerdo, pero no puedo negar la realidad.
—Ni yo te lo impido.
—Sí, niegas mi existencia.
—No puedo hacer otra cosa.
—No podré olvidarte Alonso, tengo que volver a verte.
—Gema, no seas niña por favor, compórtate cómo una señorita, ya lo eres con…
—Dieciocho, casi diecinueve años.
—Mejor pero hoy por hoy no me planteo ninguna relación.
—Yo sí, y tu serías el hombre ideal.
—Calla por favor, estamos llegando y debemos calmarnos. Todo esto ha sido muy extraño.
—No Alonso, ha sido maravilloso.
Recogieron a las familias y juntos llegaron al restaurante de Alberto antes de llegar a Manzanares El Real. Pusieron dos mesas más y ambas familias almorzaron juntas. Alonso se sentó junto a su hermano, alejado de Gema, aunque ninguno dejó de dedicarse miradas con algunos matices de tristeza. Estaban dubitativos, quizás sufriendo las inclemencias del encuentro. Él recreándose con la igualdad de sus gestos, sonrisa y voz al compararlos con los de Gloria. Gema con el aroma del aliento y la piel de Ángel trasmutados en la de aquel desconocido llamado Alonso.
Ambas madres comentaron, rieron y observaron. Los padres no, estuvieron a lo suyo, añadiendo sus propias anécdotas militares a las contadas por sus respectivos hijos. Las dos hermanas, más niñas, hablando entre ellas mientras se pasaban cucharadas de helados de sus platos. Feli, la hermana mayor, mirando y observando el desarrollo y los cruces de miradas de Gema con Alonso, situado en uno de los extremos de la mesa, junto a Antonio y Tino.
En el aparcamiento del restaurante se despidieron. Se cruzaron teléfonos, direcciones y deseos de volverse a ver con cierta normalidad.
—Te llamaré Arturo —dijo Esteban el padre de Gema— algún día saldremos a buscar setas, conozco los mejores sitios de la sierra.
—De acuerdo, pero antes debemos ir al teatro con las mujeres, tengo un amigo que me proporciona las mejores entradas en los estrenos.
—Estupendo, nos llamamos.
Las respectivas madres también se intercambiaron ocasiones para verse, los soldados no dijeron nada, puesto que ambos fueron destinados al mismo cuartel, a las afueras de Madrid, muy cerca de Alcobendas. Las más jóvenes del grupo se intercambiarían postales de cantantes. Feli solo dio un beso superficial cuando le llegó el turno a Alonso, aunque le miró con detenimiento.
—Gema por favor, despídete de Alonso, parece mentira.
—Claro mamá, disculpa Alonso.
Extendió la mano con intención de dársela recordando el primer encuentro con Ángel antes de entrar en el cine, pero enseguida puso sus labios sobre las mejillas de Alonso y le besó despacio. Gesto que no sorprendió a Feli ni a su madre, quien se fijó en sus mejillas y ojos para después sonreír con temor. Al llegar a casa y antes de acostarse la llama.
—Dime Gema ¿Qué te ha pasado con Alonso?
—Nada mamá.
—Dime la verdad. Es la reencarnación de Ángel ¿verdad?
—Algo parecido, mamá. Es él pero en mayor, en hombre.
—Pero hija es mayor para ti, deberías olvidarlo.
—Lo sé, sé que es mayor pero no puedo remediarlo. ¿Cómo te has dado cuenta?
—Le mirabas constantemente de esa manera especial, y luego al despedirte, se te pusieron los ojos brillantes y las mejillas sonrosadas, cómo aquel día ¿recuerdas?
—Tengo una congoja muy fuerte en el pecho.
—Pero hija, has vuelto a enamorarte.
—Nunca dejé de estarlo de Ángel, y Alonso, es su continuidad.
—No sé, deberías pensarlo. De todas maneras, pon cuidado, pon mucho cuidado, no quiero que vuelvas a sufrir cómo entonces.
—No mamá.
—Dame un beso y ve a la cama, es tarde.
Alonso había resuelto inicialmente su vida, si bien seguía viviendo con sus padres a quienes ayudaba en el sostenimiento del hogar familiar. Mantenía una vida sencilla, cómoda y sin más aliciente que seguir preparándose para el futuro que estaba cercano. Pensaba de vez en cuando en Gloria, la recordaba con más cariño que nunca. A veces lo hacía irracionalmente queriendo sujetar el tiempo de ella mientras el suyo transcurría, pero solo ocurría en sueños. No volvió a saber de ella desde hacía cerca de doce años y aún la amaba con toda su fuerza. ¿Por qué estos recuerdos ahora? ¿Habrá sido esa joven Gema? Tan parecida a ella. Tal vez debería llamarla, comprobar si es posible revivir momentos, aunque no seamos quienes deseamos. Ella también parece tener una fijación con Ángel. Estoy cansado. Creo que no lo haré.
—¿Decías algo Alonso? —preguntó su hermano desde la cama.
—No.
—Pues me pareció escucharte hablar. A propósito, viste que guapa es la hermana de Tino.
—Sí que lo es.
—Mañana iré a su casa a comer, aprovecharé para saber si tiene novio. Me gusta.
—Pues adelante.
—Veré si tengo suerte, es tan bonita y simpática Feli.
—¡Ah! creí que te referías a la otra.
—No. No me interesa, es muy joven, a esa edad están llenas de fantasías.
—Es posible.
Por un momento temió un pulso con su hermano, invadir su terreno en búsqueda de pareja, pero no fue así. Cerró los ojos y cómo cada noche buscó en su cerebro la imagen de Gloria, recrear aquel momento y compararlo después con la soledad que invadía su vida, sin compañía femenina, sin embargo, aquella noche se durmió cuando las imágenes de Gloria y Gema se superpusieron sin que pudiera advertirlo.
Normalmente acababa su jornada de trabajo a las tres de la tarde en la oficina donde trabajaba, comía rápidamente para a las cuatro y media de la tarde enfrentarse al segundo trabajo hasta las nueve de la noche. Raro era el día en que paseaba o iba al cine, jamás le gustó hacerlo solo, claro que tampoco tenía con quien hacerlo, ni mucho tiempo y sí bastante cansancio, pese a no realizar trabajos físicos. Ocasionalmente y si se brindaba la oportunidad, tomaba una cerveza con algún compañero de oficina, al salir a las nueve de la noche, pero casi cómo una obligación social, después recogía el coche y regresaba a casa, donde solía leer o escuchar música sinfónica recluido en su habitación.
El viernes por la noche al llegar a casa, su madre comentó que una voz femenina le había estado llamando en varias ocasiones a lo largo de la tarde y no quiso decir su nombre.
—¿Qué le has dicho?
—Que estabas trabajando y no llegabas hasta las diez más o menos.
—¿Ha llamado muchas veces?
—A las seis de la tarde, dijo que lo haría más tarde, luego sobre las siete y media, y también dijo lo mismo, más adelante lo hizo sobre las ocho, y por último, a las nueve, y fue cuando la dije que vendrías a estas horas. Seguramente volverá a llamarte.
—Gracias mamá.
—¿Por fin te has decidido a salir con una chica?
—Mamá, no empecemos otra vez, ya sabes que opino sobre las novias, cómo tú dices.
—Pero Alonso, eres joven, guapo, con trabajo, un coche, deberías salir con una chica cómo Feli, la hermana de Tino, el compañero de Antonio, parece una joven estupenda.
—Mamá déjalo, además, Antonio bebe los vientos por Feli, y no estaría bien que su hermano le quitara la novia ¿No crees?
—Bueno, bueno, lo dejaré. ¿Así que Antonio esta pillado con Feli? Mira que bien.
—Mamá por favor déjale en paz, que pesada eres con eso de los amores.
—Pero es que quiero ser abuela.
—Pues tendrás que esperar a Antonio, yo no pienso casarme.
—Anda, anda, que el día menos pensado nos das la sorpresa.
Entró en su cuarto para cambiarse de ropa y nada más hacerlo sonó el teléfono situado sobre la mesa de estudio. Lo descolgó.
—Un momento por favor —dijo nada más descolgar— mamá yo lo cojo, será para mí.
—Es posible, según la hora será esa chica —respondió desde la sala.
—Dígame.
—¿Qué quieres que te diga?
—Primero quien eres, luego que quieres.
—Soy Gema y te quiero a ti.
—Vale, ya está bien de bromas.
—De acuerdo, dejaré las bromas. Te propongo vernos esta tarde.
—Es viernes, acabo de llegar a casa y estoy cansado.
—Pareces un anciano.
—Y tu mi madre incordiándome.
—Venga, es viernes, y mañana ni tú ni yo madrugamos, no irás a trabajar ni yo a la Universidad, solo debo estudiar tres horas y eso lo puedo hacer mañana. Te propongo salir a tomar algo o escuchar música juntos.
—No sé.
—¿Qué no sabes? Si tienes ganas de salir, o de verme.
—Ambas cosas, pero sobre todo la segunda, me da cierto temor.
—No voy a hacerte nada malo, te lo prometo, además, dejaré que seas tú quien escoja el lugar.
—De acuerdo, pero necesito algo de tiempo, acabo de llegar a casa.
—Supongo que necesitaras afeitarte, no me gustaría que me dejaras marcas en la cara.
—Por favor, Gloria, no sigas por ese camino.
—Gema, no te confundas o tendré que llamarte Ángel.
—Lo siento.
—No lo sientas, pero me gustaría que hablaras conmigo, no con ella.
—Tienes razón, discúlpame. Dame cinco minutos para ducharme, dos para afeitarme y tres para vestirme. ¿Dónde te recojo?
—Hay una cafetería en … Estaré allí dentro de media hora.
—¿No prefieres que te recoja en tu casa?
—Ni mucho menos, no tengo intención de que sepan que estoy contigo.
—Luego te lo explico.
—De acuerdo, veré si me da tiempo. ¿Dónde quieres ir?
—Ve pensando donde iremos.
—Lo haré. Hasta luego Gema.
—Gracias por decir mi nombre. Ángel, perdón Alonso —añade sonriendo.
En menos de diez minutos sale del dormitorio vestido, perfumado y con una cara de satisfacción que llama la atención a su madre.
—Me voy mamá, llegaré tarde, no me esperéis a cenar.
—¿Sales con esa chica?
—Si mamá, que pesada eres.
—Anda hijo, que te diviertas, y ten cuidado con el coche.
—Vale, dame un beso.
Pasó con el coche por la esquina y allí estaba Gema esperando. Sonreía cómo si saludara a cuantos pasaban cerca de ella, moviendo las manos en un intento de que el tiempo pasara deprisa. Miraba el reloj y luego los coches que se sucedían en un constante ir y venir, hacia el interior, intentando reconocer a Alonso. Él pensó se trataba de Gloria más joven que cuando la conoció en la Academia, cuando ponía aquellas manos tan suaves sobre las de él. Era la reencarnación de Gloria, con su cuerpo delgado y atrevido, envuelto en aromas de un mundo lejano lleno de tranquilidad y provisto de una felicidad inquietante. Era el renacimiento de Gloria con aquellos ojos marrones, libres, sin temores, transparentes, cariñosos, impregnados de alegría. Se acercó a la acera, se inclinó para bajar la ventanilla y abrir la puerta del coche llamándola por su nombre.
—Gema, sube rápido, no puedo aparcar en la esquina.
—¡Ah! eres tú. Creí que no vendrías.
—Eres boba, cómo pudiste pensar eso. Pasa por favor.
—Voy.
Cerró la puerta y arrancó inmediatamente sin saludarse, los coches comenzaron a pedir paso pese a la minina retención. Logró avanzar unos metros y bajó hasta el final de la calle, giro a la izquierda y se adentraron en el Paseo del Prado, cambió de sentido y buscó un espacio para aparcar antes de llegar a la Plaza de Neptuno.
—¿Puedo saludarte ya? —dijo nada más aparcar.
—Claro. Hola.
—Que poco efusivo eres, ven —dijo tomando su cara y dándole un beso en los labios.
—Gema por favor, no empieces otra vez.
—No empiezo, continúo.
—Bien, deberíamos hablar antes de seguir.
—Cómo quieras, pero te advierto que tengo hambre, no he merendado, y me gustaría comer algo. Devuélveme el beso y nos vamos a tomar algo. ¿Te parece bien?
—Vamos a ver, no era yo quien debía buscar el lugar donde ir.
—Claro, pero yo te ayudo.
—Bien, vamos entonces.
—Espera, dame antes un beso.
—Vale.
Alonso se acercó hacía el asiento de Gema inclinando su cuerpo hacía el de ella, luego acercó su cara y por último la rodeó con su brazo derecho mientras con su mano izquierda acarició la mejilla derecha en un intento de acercarla hasta fundirse por los labios. Es el, es Ángel, adulto, repite el primer beso en el cine, tiembla cómo lo hizo entonces, y me mira con el mismo temor que aquel día. Es Ángel, con el mismo aroma y aliento, es Ángel acariciando mi espalda cómo entonces, no puede ser ¿cómo es posible repetir algo igual con una persona distinta? Es increíble. Se dejó mecer en aquel lago verde y llevar por el sabor de sus labios. Calmó la sed retenida por el calor de sus manos. Fueron unos segundos únicamente, pero cuando separaron sus labios Alonso tomó su cara con ambas manos, la miró con la misma ternura soñada tantas veces, y sin dejar caer una sola palabra, se mantuvo mirando sus ojos marrones intentando saber que estaba ocurriendo, pero diciéndola en silencio cuanto la amaba. Ella tampoco habló, se mantuvo callada, no tenía ganas de romper aquel momento tantas veces imaginado. Sus manos caídas a ambos lados de su cuerpo permanecían lacias, expectantes. No parecía acabar nunca de mirarla, cómo si el tiempo se hubiera detenido. Una burbuja de silencio les envolvió hasta que la rompió Gema.
—¿Qué te pasa cariño?
—Nada, solo quería comprobar que no era otro sueño.
—Soy real, como tú.
—Lo sé, es algo imposible, pero todo es real, aunque deberíamos comportarnos debidamente, al menos yo, además de ser lo suficientemente sincero.
—Porque dices eso —señaló mientras tomó su mano entre las suyas.
—Ambos sabemos que estamos siendo incentivados por nuestros recuerdos sobre otras personas y no estamos aceptándonos tal y cómo realmente somos.
—¿Tú crees?
—Al menos yo sí. Estoy viviendo contigo, mejor dicho, intento vivir algo que nunca pudo suceder. Pero eres el vivo retrato de ella.
—Di su nombre sin temor, no me molesta, al contrario, me alegra, pues por ella he podido conocerte y sentirte cerca. También yo idealicé a un muchacho hace poco tiempo y al verte la primera vez quise creer que eras él. Ángel.
—Lo siento, perdóname.
—No cariño, no tengo que perdonar nada. Salgamos de aquí, necesito respirar, caminar y escuchar tu voz, esta vez solo para mí. Vamos donde quieras, pero no me digas ni donde, ni si es al fin del mundo, pues cerraría los ojos y me dejaría llevar.
—Bien.
—Deberías contarme algún día que te ocurrió. ¿Podrás?
—No lo sé.
—Al menos di que lo intentaras.
—De acuerdo. Y ahora vamos a comer algo, yo también tengo apetito.
Cenaron en un restaurante en la calle de las Huertas y conversaron, y se contaron secretos y anécdotas, y también temores e inquietudes, y alegrías e historias serias, otras de humor. Se tomaron de la mano cada vez que soltaban los cubiertos o las copas, se miraban en cada momento que no lo hacían sobre lo que ingerían o bebían, y se prometieron con los ojos un increíble y desconocido mundo, no se llamaron por sus primeros amores, sino por otros al temer pronunciar sus verdaderos nombres y ocultar el de aquellos a quienes seguían amando, escondida y profundamente.
Al terminar salieron del establecimiento y se acercaron hasta uno de los cafés musicales de la misma calle, donde en silencio y entrelazados por sus manos, escucharon sin hablar, infinidad de melodías con la única intención de comenzar sus verdaderas vidas, alejadas de aquellos a quienes habían suplantado. ¿Serían capaces?
—¿Que haremos ahora cariño? —preguntó Gema.
—No lo sé, todo ha sido tan imprevisible, que tal vez no acierte a tomar decisiones.
—Por favor, se todo lo sincero que puedas, no me mientas, ni me ocultes tus intenciones.
—No te preocupes no lo haré, pero…, lo siento, no es posible hablar.
—Tampoco yo puedo, aunque me preocupa algo fundamental, mi familia, sobre todo mi madre. Descubre cuando estoy enamorada, me lo nota enseguida, ya lo hizo cuando Ángel y lo notó el domingo que te conocí en el Campamento.
—¿Cómo?
—No lo sé mi vida, pero lo nota, me brillan los ojos de una manera especial, y la piel de mis mejillas toma otro color.
—Déjame ver. Es cierto. Que ojos más bonitos tienes, que maravilla, son para perderse en ellos.
—Cielo, cómo es posible que seas así, tan tierno. Que miedo tengo. Con solo pensar que me separaré de ti esta noche, tiemblo.
—Calla por favor, dejemos que pase el momento, no nos agobiemos. Si he aprendido algo en mis pocos años de vida, es que se puede esperar toda ella a que suceda algo y cuando llega no debemos desaprovecharlo, intentar… perdona no sé qué estoy diciendo. Es mejor que me calle.
—Bésame cielo.
—Claro, pero salgamos de aquí, empiezan a mirarnos y no me apetece.
—Cómo quieras.
Gema se colgó materialmente del brazo izquierdo de Alonso, salieron calle arriba paseando, disfrutando de la noche hasta llegar sin darse cuenta a la Plaza de Oriente. Tomaron una copa en una de las cafeterías y regresaron de nuevo hasta el coche. Al mirar el reloj advirtieron lo tarde que era.
—Deberíamos ir a casa, es muy tarde —pidió Alonso.
—Creo que sí. Tu madre estará intranquila.
—Posiblemente.
—¿Qué vas a decirla?
—No lo sé, me ocurre cómo a ti, aun no sé qué haré contigo, ni conmigo.
—Dejemos transcurrir todo sin intentar dominarlo, es posible que entonces los hechos nos indiquen que debemos hacer.
—Tal vez tengas razón. Llévame a casa cariño.
—Ahora mismo.
—No quiero que nos vean, debes dejarme dos calles antes.
—Lo siento pero no lo haré.
—Pero cielo, y si mi madre nos ve.
—Pues nada, peor sería cualquier contratiempo y no lo haré.
—Te quiero.
—Yo a ti también, y debo estar completamente loco. Querer a una chiquilla de diecinueve años.
—¿Te arrepientes?
—No, pero no quisiera que esto anulara tu formación, te hiciera perder el tiempo.
—No debes preocuparte soy bastante consecuente. Además no pienso seguir en la Universidad cómo quieren mis padres, lo hablé con ellos y prepararé unas oposiciones a la Administración del Estado cómo administrativa.
—Tú sabrás que haces, pero no quiero ser ningún obstáculo.
—Al contrario Alonso.
—Mañana seguiremos hablando.
—¿Vamos a vernos el domingo?
—Me estaba refiriendo, ah, claro tienes razón, ahora es sábado ya. Bueno pues hoy y también mañana.
—De acuerdo cielo. Pero prefiero llamarte yo, así mi madre no tendrá que ponerse si lo haces tú.
Los vieron llegar y avanzar hasta el portal y despedirse con la voz, y cómo Alonso regresó para besarla cuando ya estaba a punto de arrancar el coche y salió de él como si hubiera visto un incendio. Lo repitieron el domingo.
La madre de Gema ante lo obvio, no tuvo más remedio que hablarla seriamente.
—Sé que estás enamorada de ese hombre que tanto debe parecerse a Ángel y me temo que vives algo que no te corresponde, quizás estés forzándole a estar a tu lado por el mero hecho de su parecido, y sería lamentable que lo advirtiera y te vieras rechazada cómo consecuencia de ello, sufrieras. Puedes hacer lo que quieras, pero mi obligación es decirte lo que veo y mi recomendación es que lo dejéis antes de que sea demasiado tarde.
—Pero mamá, nos queremos. Lo sabe todo, se lo he contado y no le importa. Yo también soy para él la reencarnación de otra mujer, de su primer amor. Además solo nos llevamos siete años.
—Hija entonces sois los dos un par de absurdos y preocupantes seres. Hablaré con tu padre para que tenga unas palabras con Alonso.
—¡Mamá!
—Tal vez te enfades con nosotros, pero con el tiempo lo agradecerás.
—Por favor no lo hagáis o me obligaréis a hacer algo que no deseo.
—No te atreverás.
—Claro que me atreveré y me estoy refiriendo a marcharme de casa, no a otra cosa.
—Siento haber pensado mal.
—No estoy loca y tampoco sería un recurso idóneo. Pero si abandono a Alonso será porque así lo decidamos nosotros, lo siento mamá, pero no debes meterte en mi vida sentimental, se lo que hago y recuerda lo que me dijiste cuando descubriste que estaba enamorada por primera vez de Ángel. “La razón puede advertirnos sobre lo que conviene evitar y sólo el corazón nos dice lo que es preciso hacer” y de momento le quiero tanto cómo a mí misma y mi corazón me dice que no debo apartarme de él. Lo siento mamá.
—Yo también hija. Hablaré con tu padre de todas formas.
—Claro.
No quisieron esperar al viernes o al sábado, aquel mismo martes se reunieron a las nueve de la noche, cuando Alonso salió de trabajar.
—Cielo, no puedes marcharte de casa. No podrás vivir sola, no tienes medios.
—Lo sé, pero no estoy dispuesta a perderte.
—Yo tampoco, pero debemos serenarnos y analizar las cosas con detenimiento.
—¿Me quieres?
—Más que a mi vida, pero precisamente por ello debemos analizarlo con tranquilidad. Deberíamos ceder a las pretensiones de tus padres. Verás, en este momento yo estoy dispuesto a casarme contigo, eres mayor de edad y podríamos hacerlo, pero no miento al decir que hasta hace poco éramos una copia fiel de nuestros respectivos amores de jóvenes. Ahora es distinto, nos hemos aceptado tal y cómo somos, superado aquello y nos enfrentamos a otra realidad, la nuestra. Y precisamente no es momento para abordar una lamentable equivocación en nuestras vidas.
—¿Que propones?
—No se cariño, supongo que esto es algo que debemos analizar juntos. Podría abandonar la casa de mis padres y alquilar un piso para vivir juntos, pero no es esa la vida que tenía pensado contigo. ¿No te das cuenta? Deberías acabar tu preparación, encontrar un trabajo, posicionarte en el mundo laboral y entonces plantearnos vivir juntos, no antes. Y créeme si decides lo primero, lo aceptaré, pero cariño piénsalo detenidamente, ambos queremos ser felices, no podemos dejarnos llevar por las circunstancias de este momento.
—Tienes razón, lo que ocurre es que…
—Todavía no has tenido suficiente tiempo para analizarlo.
—¿Y qué haremos?
—De momento sigue con ellos, dejemos de vernos con tanta frecuencia unas semanas, luego buscaremos oportunidades para salir, aunque tengamos que escondernos. Pero por favor no les facilitemos ocasión para eliminarnos, o nos rompan en trocitos que no sepamos componer después. Te quiero tanto que soy capaz de cualquier cosa con tal de que nada pueda ocurrirte.
—Yo también te quiero Alonso. Me iré a casa y lo analizaré esta noche, mañana te llamaré a la oficina por la mañana.
—Estaré esperando.
…continúa
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