Tal y como indiqué en la primera entrevista que sostuve con Roberto, es el único de mis personajes que me permite entrevistarle. La semana pasada comentamos muy superficialmente, sus primeras andanzas como protagonista de la Saga, iniciada con la primera de las novelas bajo el titulo «Doce Casos en Madrid».
Debo reconocer que estaba algo nervioso, tal vez por ser la primera vez que intentaba hacer algo así. Hoy sin embargo me encuentro mas tranquilo, sobre todo porque en esta ocasión, he preparado una batería de preguntas para no olvidar ninguna.
Aprovecho los momentos libres del fin de semana, después de liberarme de la soga que significa adecentar el piso donde vivo, recoger la mesa de trabajo, preparar alguna comida mas o menos especial para el domingo, y repasar las paginas de lo que estoy escribiendo en ese momento. La verdad, apenas tengo una hora para dedicar a Roberto, pero intentarlo es suficiente. Espero acertar.
Encendí el viejo ordenador y antes de abrir la carpeta donde se supone aguarda Roberto, decidí, como hago la mayoría de las ocasiones, abrir un programa donde reservo la música que mas me gusta. Para esta ocasión me pareció oportuno crear un fondo con canciones que llaman baladas. Después de escuchar A Blossom Feel, de Diana Krall he pinchado la carpeta, Saga Roberto, y tras unos segundos, “Doce casos en Madrid”. Nos hemos saludado e iniciado la entrevista.
—Hola Roberto ¿Qué tal?
—Bien, Anxo.
—Me gustaría pedirte un favor.
—Claro, el que quieras. Si está de mi mano, claro.
—Verás, tengo un amigo en Vitoria que después de leer la entrevista que realizamos el otro día, ha sugerido debería anteponer la inicial nuestra en cada pregunta o respuesta. Dice que llega un momento en que se pierde. ¿Te importa que ponga R para ti, y A para mi?
—Nada, aunque me parecerá estar en una obra de teatro, en vez de una entrevista.
—A: Lo se, pero si tenemos en cuenta que cuando se escribe debe hacerse para que los demás lo entiendan, es la petición de un amigo y no nos perjudica, no estará de mas ponerlo.
—R: De acuerdo.
—A: Empecemos, entonces. ¿Qué tal te fue la cena con Celia?
—R: Bien, fuimos a un restaurante romántico de estilo francés, a treinta y un kilómetros de Madrid, en dirección norte, por la N-1
— A: ¡No me digas!
—R: Me lo recomendó un amigo hace tiempo. Solía ir con frecuencia. Buen vino, buen foie y otros platos y sobre todo, una atención magnifica por parte de camareros y maitre. Al final, y con algo de temor, acepté la invitación de una copa de Calvados.
—A: Eres un exquisito.
—R: En eso creo que si nos parecemos.
—A: Tal vez tengas razón.
—R: Supongo que si.
—A: Después que hicisteis.
—R: Creo que a eso no responderé.
—A: Está bien, disculpa. Ahora me gustaría conocer tu opinión sobre el conjunto de “Doce Casos en Madrid”
—R: Ya te comenté el otro día. Me hiciste trabajar bastante y padecer también. Sobre todo en el caso “Fantasmas” la verdad, lo pasé mal. Hubo momentos en que temí por mi supervivencia en la novela.
—A: Lo siento pero la idea surgió de repente, y dado que te situaron en la Sección de Asuntos Extraños, el caso era algo así como el más insólito de todos.
—R: Si estuvo bien, y también las consecuencias posteriores. Tuve tiempo de intimar con Loli, y pese a que no era esa mi intención, conseguiste que empezara a, como te diría…
—A: No continúes lo imagino.
—R: Sin embargo el caso que mas estrés me produjo fue precisamente el ultimo, debo reconocer que pese a él, conseguí algo importante.
—A: Por favor no lo descubras.
—R: Descuida.
—A: El hecho de acabar ese caso y los once anteriores, te dio fuerzas para abordar más investigaciones. Es indudable que te posicionaste bien, me hiciste creer en ti, en tus posibilidades como policía y tus matices personales.
—R: ¿Tuvieron algo que ver las comidas con esos dos policías amigos tuyos?
—A: En realidad si. Disculpa pero no sé si lo haces conscientemente, ¿tratas de desviar la línea de mis preguntas?
—R: Ni mucho menos. Recuerdo que en una ocasión, posterior a las cuatro primeras novelas, quisiste ser un autor más exigente, establecer datos más acordes con la labor policial real, y tras algunas dudas, optaste por continuar tu línea inicial. Es decir, no ser tan exquisito a la hora de desarrollar los crímenes ni como los resolvería. Entonces pensé que tus amigos te apartaron de esas puntualizaciones, que sin duda habrían cortado mi trayectoria.
—A: Tienes razón. Estoy cansado de leer autores extranjeros, y también españoles, que detallan con todo rigor los hechos de un asesinato, y ponen al servicio del protagonista de turno, los más avanzados sistemas que permite la ciencia y tecnología actuales. Sin embargo, personalmente siempre entendí, que lo importante era el entretenimiento, la intriga, la solución del caso, no las técnicas criminalisticas.
—R: No tengo nada que reprocharte, aunque me temo que en ocasiones tengo ciertos matices de un personaje.
—A: ¿De cuál?
—R: El comisario Brunetti, un compañero de Venecia, de tu idolatrada Donna Leon.
—A: Nada de eso. Siento decepcionarte, pero tú apareces mucho antes de que sintiera adoración por Donna. Ahora he leído todas sus obras, pero entonces ni siquiera conocía de su existencia. Claro que a partir de ahí, pongo el suficiente cuidado para no ubicarte en situaciones similares.
—R: ¿Estás seguro?
—A: Completamente. Es más, lo curioso fue que al leer las novelas de Brunetti, parecía ver ciertos reflejos de ti. Era como si hubiéramos coincidido en reflejar las situaciones familiares y personales, en uno de los círculos cercanos a la propia investigación que lleváis a cabo en cada caso.
—R: Supongo que no mientes.
—A: Desde luego que no. Bien, discúlpame, pero a partir del caso numero doce, apareces como Comisario. Te saltas el tiempo, preparación y escalado dentro del Cuerpo.
—R: Vamos a ver. Estamos hablando de novelas. Tú mismo negaste establecer similitud con la realidad, quisiste dar un matiz más personal a mis actividades.
—A: Cierto. Olvidaba que el tiempo en las novelas pasa tan lento o tan rápido, como nos apetece a los escritores.
—R: Ya salió la vanidad.
—A: Se supone que pasa el tiempo, subes y cubres todos los escalones que se necesitan para llegar a la categoría de comisario. Además necesitaba que tomaras una serie de decisiones y que el grupo, tus compañeros, tuvieran a alguien en quien confiar y demostrar su amistad y afecto.
— R: Te disculpo.
—A: Muchas gracias. Bien, ahora afrontemos el siguiente caso. “Los Vagones del Miedo”.
—R: ¿Qué quieres saber?
—A: ¿Cómo te sentiste al actuar de comisario?
—R: Se supone que llevaba tiempo actuando como tal.
—A. Es cierto, disculpa. Pero hay algo que no llego a entender con claridad.
—R: ¿A qué te refieres?
—A: Tu constante lío con las mujeres.
—R: Creo que nos estamos metiendo en un terreno pantanoso y deberíamos dejarlo para mas adelante.
—A: Como prefieras.
—R: Es cierto, aparece una mujer que es idéntica a una novia que tuve. Pero en eso tienes tu parte de culpa.
—A: Supongo que me explicarás esto ultimo.
—R: Sí, solo tienes que ver la dedicatoria de la novela. Entre otros, que me parece muy bien, señalas a tu hijo, tu madre, tu querida Susa y como más adelante veremos, a Ella. Creo que tienes algo oculto. Como también una constante.
—A: ¿Cuál?
—R: Algo, sea lo que sea, siempre mencionas equis de color verde. Y mira, coincide con el color que menos me gusta.
—A: Lo siento. Tal vez te lo cuente algún día. Por cierto, deberíamos dejarlo para otro momento. He rebasado el tiempo previsto, y debo preparar algo para mañana lunes. De trabajo me refiero.
—R: ¡Ah! Pero ¿trabajas?
—A: Por supuesto, de momento no me das de comer.
—R: ¿Quién yo? No me culpes, tienes más personajes y novelas.
—A: Tú eres a quien mas afecto tengo.
—R: Hombre, te lo agradezco.
—A: Bueno Roberto, paramos aquí.
—R: Esta bien, avísame cuando quieras que sigamos.
—A: Lo haré.
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