EXPEDIENTES CERRADOS
12ª novela de la Serie ROBERTO HC
Para mi amada Dóxa.
Cada día una imagen tuya y un suspiro
envuelto de añoranza por tu ausencia.
Para ti Susana.
La verdad puede permanecer escondida, pero
tarde o temprano emergerá dejando
al descubierto a quienes la ocultaron.
Ignacio Durán
PRÓLOGO
José María Pariente Santillana, tiene unos antecedentes como funcionario del Cuerpo General de Policía muy amplio, ha ocupado numerosos puestos hasta llegar el que ahora ocupa como Coordinador del Mando Único. Pese a no estar directamente relacionado con las actividades de su iniciática ocupación, no pierde oportunidad de comentar casos con algunos comisarios, sobre todo desde que su amigo Roberto Hernán Carrillo abandonó, por su recomendación, el puesto que ocupaba de comisario para convertirse, junto a Marcelo Fuentes, Teniente de la Guardia Civil, en directores de la AIE (Agencia de Investigaciones Especiales) y dirigir dentro del conglomerado de Divisiones y Áreas de las Fuerzas de Seguridad, asuntos de mayor envergadura.
A veces contacta con sus antiguos subordinados, otras, son ellos quienes le comunican situaciones, soluciones o el cierre de expedientes provisionalmente después de agotar todo tipo de posibilidades sobre las investigaciones llevadas a cabo. Fundamental y razonablemente para ocuparse de otros asuntos y abandonar aquellos que, por necesidad ineludible, o por no haber sido solucionados, no disponer de pruebas suficientes para ponerlo en manos de la Justicia.
Al menos una vez al mes, repite esa costumbre de comentar personal o telefónicamente esos Expedientes Cerrados, desde luego no definitivamente, aunque si agotados. Precisamente son los que solicita para una vez en su poder, revisarlos a ratos perdidos. Los lee con atención, anota algunas cuestiones que plantean al confiar en que el tiempo transcurrido permitirá reabrirlos por alguno de sus especialistas, convencido de que en esa ocasión volverán a cerrarse definitivamente tras detener a los responsables de los actos punibles. En ocasiones incluso se los lleva a casa para despistar al insomnio que se presenta sin avisar. Aurora, su mujer, se enfada con él por la tardanza en meterse en la cama, momento en que los abandona y regresa a su lado para calmar la inquietud producida por su ausencia, dada la costumbre de hacerlo juntos.
En ocasiones le tienta la necesidad de llamar a uno de sus subordinados predilectos, aunque rechaza la idea de inmediato, ni quiere, ni tiene intención de aumentar su volumen de trabajo. Sabe el interés que Roberto pone en cada caso que cae en sus manos. Por ello y por la situación de calma que ahora atraviesa junto a su pareja Celia y su hija Elena, no se atreve a presentárselos.
De cualquier forma y pensando quedan un par de años para acogerse a la jubilación obligatoria, se propone estudiarlos con atención, dejarlos preparados para que alguien intente poner a los culpables frente al Juez. Comienza a organizarlos y opta por los más antiguos tomando como base la fecha de apertura. A partir de ahí los otorga una numeración especial a título personal, dándolos la clave: E.C. (Expediente Cerrado) y un ordinal separado del año en que se produjo la apertura de la investigación. Supone que en poco tiempo acabará de preparar los informes. Aparta los hechos, denuncias y documentación oficial, y se ocupa de redactar con sus propios matices un informe, incluyendo una nota personal.
En Diciembre de este año comienza a leer, analizar y posteriormente escribir sus informes.
Lectura y Análisis del Caso: E.C. num. 001/1976
Asesinato del Ingeniero Jefe de la Central Nuclear
Joaquín Rodríguez Carretero respondió a cuantas preguntas le formularon los inspectores de la Junta de Energía Nuclear. Ingeniero iniciado en la Universidad Politécnica de Madrid, acabó su formación asistiendo a unos cursos en la de Paris, posteriormente y durante dos campañas, recorrió las Centrales Nucleares de Francia, Reino Unido y Estados Unidos. Al finalizar se hizo cargo de las instalaciones recientemente inauguradas por el Ministro de turno del gobierno del dictador.
Su incorporación a una de las industrias aparentemente más pujantes de la época, fue seguida con suma atención no solo por la propia Universidad, de donde era reclamado en muchas ocasiones para alentar a otros jóvenes en su adecuación a las oportunidades brindadas por la energía nuclear, sino también por alguien que mantenía una oculta razón, el deseo de ocupar tan interesante puesto, pese a no estar preparado debidamente, aunque era suficientemente atractivo, bien remunerado e importante en los círculos europeos.
—¿Señor Rodríguez Carretero, podría decirnos exactamente si se actuó de acuerdo con el protocolo establecido?
—Desde luego inspector. Se comprobaron las alteraciones, así como los niveles de posible contaminación y a su vista, cortamos la conexión a la red nacional para evitar posibles fluctuaciones en la entrada o retirada de energía.
—¿Exactamente qué ha ocurrido?
—No puedo determinarlo definitivamente, aunque supongo que cuando acabe el informe mi ayudante el Ingeniero León Aguilar y lo añada al mío, podré decírselo con exactitud.
—Esperaremos hasta entonces, pero por favor no lo demoren mucho, necesitamos esos detalles para informar al Ministro. Mientras tanto la central quedará cerrada, no podemos permitir que otro fallo inunde de miedo tanto a la población cercana, como al resto de ciudadanos que están a la espera de un proyecto similar a éste.
—Claro, en cuanto acabe lo entregaré personalmente.
—Le agradecemos su diligencia, y confiamos en que no se haya producido escape alguno.
—Aparentemente no ha ocurrido, pero aún estamos tomando muestras. Al acabar todos los trabajadores tendrán que pasar un control exhaustivo.
—Lo suponía.
El resultado no pudo ser al gusto de todos. La realidad llevó a comprobar que en efecto no hubo escape de radiación, nadie sufrió contaminación alguna y los habitantes de la población cercana a la central, aparentemente quedaron conformes.
Nota 1.: También les dijeron eso a los habitantes de Palomares cuando cayeron unas bombas nucleares de aviones norteamericanos, y sin embargo a la fecha en que redacto este informe todavía siguen llevándose tierra contaminada de la zona para analizarla en USA.
Sin embargo, dado que la central se mantuvo en situación de alerta y desconectada de la red, alguien debía ser culpable de aquel fallo. Naturalmente la responsabilidad se cebó en el Ingeniero Jefe señor. Rodríguez Carretero y consecuentemente se le requirió abandonara su puesto. Su lugar fue ocupado por el señor León Aguilar, ingeniero ayudante del Ingeniero Jefe y recomendado del Ministro de Trabajo.
Pese a los comentarios más o menos agradables y las propias discrepancias entre el ministro del ramo y el de Trabajo, el nuevo Ingeniero Jefe fue el señor León Aguilar. Se mantuvo al frente de la Central los años que faltaban para entrar en el nuevo periodo democrático del país.
Durante esa época, apoyándose en que el Gobierno necesitaba publicidad, León Aguilar se ocupó de nombrar a su segundo Ingeniero en la persona de un compañero de pupitre, para ocuparse mientras tanto de coordinar las visitas previstas para conocer aquella Central Nuclear. Grupos de Jubilados, colegiales y estudiantes de Institutos y Universidades, fueron invitados a visitarla. Rara era la semana que faltaba algún grupo de visitantes. Ponerse los equipos previstos para caminar por algunas zonas, y disponer individualmente de un detector de radioactividad, proporcionaba una inusitada satisfacción al Ingeniero Jefe, cada vez que acompañaba a los visitantes.
Como todo ser incapaz de conocer sus limitaciones, su ineptitud no pudo evitar que durante esos años la Central Nuclear sufriera un importante número de accidentes. Los Inspectores de la Junta de Energía Nuclear anotaron en sus informes que no se guardó lo dispuesto en el protocolo de actuación y recomendaban el cese del Ingeniero Jefe. Una y otra vez, fue sustituido el ayudante, sin llegar a la cúspide del culpable, en esta ocasión el señor León Aguilar. Pese a intentarlo en numerosas ocasiones la mayoría de ellas tropezaban con el Ministro de Trabajo, su valedor inquebrantable. Con posterioridad y durante el primer gobierno democrático, se adoptaron una serie de medidas conducentes a cerrar la central nuclear.
A finales de 1976, el Ingeniero Jefe Sr. León Aguilar apareció muerto dentro del vehículo que la Empresa propietaria de la Central Nuclear puso a su disposición. Lo encontraron en el aparcamiento de su domicilio particular en la capital. El inspector Tabardo primero y el comisario Pinzón después, se encargaron de la investigación.
Por las averiguaciones llevadas a cabo por ambos policías, se desprende que el señor León Aguilar, salió como la mayoría de las tardes, tres horas antes de acabar su jornada, dejó a su ayudante a cargo y control de las instalaciones y recogió el coche. Algunos empleados le vieron salir por la puerta de acceso principal, para dirigirse primero a la población cercana y tal vez después a la vivienda unifamiliar apartada de la ciudad, situada a dos kilómetros en una urbanización creada por la propia sociedad que explotaba la Central. A partir de ahí se desvanece cualquier información que llevara al finado hasta donde se le encontró muerto.
León Aguilar vivía solo en aquella vivienda, su mujer y sus cinco hijos no fueron capaces de adaptarse, tampoco insistió mucho en ello, dado que los pequeños necesitaban ir a colegios religiosos, y precisamente en aquel abandonado lugar no existían. Se organizaba de tal manera que algún fin de semana, no todos, lo pasaba junto a su familia, el resto de los días no se sabe mucho sobre sus actividades extralaborales. En alguna ocasión se le vio en compañía de hombres y mujeres del propio pueblo tomando unas cervezas en alguno de los bares. Se sabe no obstante que solía viajar a Madrid alguna tarde, posiblemente aquellas en que rompía la jornada y no regresaba a la Central después de salir para almorzar. Normalmente al día siguiente se presentaba tarde en su despacho para recibir los informes de la noche.
Cuando lo encontraron en el garaje de su domicilio de Madrid, presentaba un orificio de bala a la altura de la sien izquierda, y otro de salida a la altura del lóbulo de la oreja derecha. Lo advirtió un vecino cuando a primera hora de la mañana fue a recoger su coche y al presentarse bloqueada la salida del garaje, regreso a su casa y llamó a la policía a quien esperó a pie de calle. La viuda fue a por los hijos al colegio religioso, más tarde se encargó de llamar a la familia y amigos. Aquel y los dos siguientes días la acompañaron hasta el funeral, al que asistieron los Ministros de Trabajo y de Industria y Energía.
Pese a la negativa inicial por parte de las autoridades, se permitió interrogar a la esposa, quien no supo o no quiso responder cuando le preguntaron donde estuvo.
—Señora León Aguilar, ¿Qué hizo usted entre las 5 de la tarde y las 12 de la noche de ese día?
—Recogí del colegio a mis cuatro hijos y los traje a casa. Quedaron al cuidado de Mercedes, una chica que nos ayuda en esos menesteres. Al acabar salí a dar un paseo con unas amigas y merendar. Después me retrasé, serían cerca de las doce o doce y media cuando entré en mi casa.
—¿Suele hacer eso a menudo?
—¿Qué?
—Salir a pasear con las amigas y llegar tarde a su casa.
—De vez en cuando. Tenga en cuenta que mi esposo solo venía por casa un fin de semana de vez en cuando, tenia mucho trabajo en la Central.
—Entiendo señora. Gracias. Disculpe ¿Podría facilitarnos los nombres de las amigas con quienes estuvo esa tarde?
—¿Es preciso?
—Comprenda nuestro trabajo, necesitamos investigar y corroborar cualquier opción que se plantee, por lo que debemos comprobar la certeza de sus afirmaciones para descartarla y ocupar nuestro tiempo en otras pesquisas.
—Se los daría, pero antes debo consultar con ellas, bueno al menos dos, las otras tres son amigas ocasionales.
—Entiendo. Entonces si le parece bien haremos lo siguiente, usted habla con ellas y después me llama para darme sus nombres y direcciones.
—De acuerdo inspector.
—Muchas gracias, señora. Repito mis condolencias.
—Muy amable por su parte inspector. Gracias.
Las investigaciones se cerraron ahí, no continuaron por orden de la autoridad. Las pesquisas continuaron sobre otras líneas abiertas. Así el inspector Tabardo retomó, también por indicación de la autoridad, una de ellas. Abrió el expediente del Ingeniero Jefe Rodríguez Carretero y llamó por teléfono a su casa.
—¿Señor Rodríguez?
—Esta es su casa, pero el no está en estos momentos. ¿Quién le llama? —responde una voz femenina.
—El inspector Tabardo. ¿Cuándo podría hablar con él?
—Llámele a su oficina. ¿Tiene el número de teléfono?
—No, no señora.
—Anótelo. Pero debe darse prisa, suele salir con frecuencia sobre estas horas.
—Lo haré, muchas gracias.
Al cabo de unos segundos.
—¿Hablo con Rodríguez Carretero?
—Si señor. ¿Usted es?
—El inspector Tabardo, investigo el asesinato del señor León Aguilar.
—¿En qué puedo ayudarle?
—Me gustaría tener una charla con usted, si es posible personalmente.
—¿Quién le ha dado este número de teléfono?
—Su esposa, he hablado con ella hace unos segundos.
—Perdone inspector
—Disculpe.
—Nada.
—Le decía que me gustaría comentar algunos extremos con usted
—Claro, pero en estos momentos estoy ocupado y es difícil que pueda distraer unos minutos. Le parece bien que nos veamos cuando acabe mi jornada.
—¿A qué hora?
—Aproximadamente sobre las siete de la tarde, al menos hoy, suelo salir sobre las diez u once de la noche.
—De acuerdo. ¿Dónde podemos vernos?
—Anote la dirección de la empresa donde trabajo, puede esperarme en el vestíbulo, solo tiene que decir que me espera y le atenderán debidamente.
—Gracias señor Rodríguez.
Ambos suben a un coche y se desplazan desde la fábrica hasta el centro de Madrid. Muy cerca de la calle de Alcalá encuentran una cafetería donde frente a unos refrescos, conversan.
—Supongo que sospechan de mí.
—En cierta medida, aunque no exactamente. Ocurre que no tenemos ni una sola pista. No se han encontrado huellas en el interior o exterior del coche, además de otras cuestiones.
—Dada su explicación supongo que usted no parece convencido de que sea el autor ¿es así?
—En efecto. Después de siete años las venganzas se diluyen, se olvidan, si es que aún soportan el odio que las mantiene, y no lo creo en personas como usted. El resto, los asesinos las mantienen activas a la espera de que llegue el momento para ocuparse de quien les hizo daño, de la forma que fuere.
—¿Por qué me dice todo eso inspector?
—No lo se, espero no equivocarme en mi apreciación, también porque como Ingeniero de la Central Nuclear sabe más y mejor que nadie como son las instalaciones, y necesito que me cuente lo ocurrido durante y después de estar al frente de ella.
—Más o menos. Aquello era parte de mi vida, para mi era con un hijo, y que me cesaran por el mero hecho de que León fuera íntimo amigo del Ministro de Trabajo, fue una … —no terminó la frase.
—Puede acabar la frase con tranquilidad, las cuestiones políticas no me interesan.
—Gracias inspector. Fue una verdadera canallada, pero sobre todo cacicada. Estoy convencido, aunque no tuve ni tengo prueba alguna, de que la razón del fallo que originó mi cese fue provocada por él para ocupar mi puesto.
—¿No lo investigaron entonces?
—Inspector, ¿pero en qué país cree que vivíamos? Solo se hacía, espero que no tardemos mucho en cambiar, lo que al dictador de turno se le antojaba, y créame había muchos. Sigue habiéndolos, pero empiezan a doblar la cabeza ante lo que se avecina.
—¿Entonces aceptó el cese obligado?
—Necesariamente no tuve más remedio que buscar un trabajo de inferior categoría y desde luego menor prestación económica. Pero bueno, ahora estoy bien, aunque pasé una larga temporada bastante mal.
—Cuénteme algo de los accidentes ocurridos.
—El incidente fue tan solo de adaptación, la Central acababa de salir del periodo de pruebas, el personal era neófito en sus tareas y pese a las múltiples puestas a punto, surgió un despiste que lo provocó. No hubo escape de radioactividad, era prácticamente imposible si se seguían los controles de las incidencias como debían hacerse. La gente cree que el agua cuando sale de la Central va contaminada de radiación, es completamente incierto. Solo la utilizamos para refrigerar y al volcarla a su cauce, esta incluso más limpia que cuando nos llega. Ahora bien, hay que estar muy encima, cualquier negligencia mezclada con incapacidades, puede provocar accidentes, y eso precisamente fue lo que ocurrió cuando cayó en manos del inepto León Aguilar.
—¿Y los accidentes posteriores?
—Esos si tuvieron trascendencia. Siento decírselo, pero León Aguilar ni siquiera visitó una Central en activo en ningún país de nuestro entorno. Yo lo hice, y las administraciones de los países que las tienen en funcionamiento, facilitaron en la medida de lo posible nuestro aprendizaje. El no fue a ninguna, además se rodeó de inútiles e incapaces como él, era la única forma de que no le hicieran lo mismo que el hizo conmigo. Ni siquiera se como no ordenaron cerrarla antes de tiempo.
—Pero si no recuerdo mal, dos de los accidentes ocurrieron mientras hubo visitantes. Me refiero a colegiales y estudiantes.
—En efecto. Debieron sacarlos inmediatamente, posiblemente recibirían alguna unidad de radiación. Prueba de ello es que la Central estuvo cerrada dos meses y tuvieron que llamar a la empresa norteamericana que construyó la base interna del núcleo. Las noticias al exterior no le dieron importancia, pero se fidedignamente que hubo escape radioactivo durante una semana.
—¿Cómo tiene esa información?
—Tuve amigos en la central de cuando la dirigía, ellos me tenían al corriente. Incluso tuvieron intención de enviar una nota a la prensa a Francia para que apareciera la información, ya que aquí era completamente imposible llegar hasta los periódicos.
—Entiendo. Entonces cree que aquellos dos accidentes produjeron contaminación.
—Completamente. Mis amigos la abandonaron a partir del primero de ellos, allí quedaron algunos que no sabían dónde ir a trabajar si se marchaban.
—¿Y qué me dice de los habitantes del pueblo?
—Si tiene oportunidad debería mirar los índices de enfermedades de todos ellos, si el Ministerio de Sanidad se lo permite, claro. Cuando la cierren es posible que no quede ninguno vivo. El censo de muertes rompe todos los porcentajes y la gente que se marcha sigue desarrollando enfermedades allá donde va.
—¿Es posible que sea un confinamiento para que nadie tire de la manta?
—Decididamente sí. Pero de verdad inspector, yo no tuve nada que ver con el asesinato de ese pelagato. Aunque le está bien empleado.
—No se preocupe, en mi informe desde luego usted no está en la primera línea de sospechosos.
—Eso me conforta.
—Gracias por atenderme señor Rodríguez.
La conversación dio lugar a que el inspector Tabardo comentara con el comisario Pinzon las sospechas que tenía.
—¿Puedo hablar con plena confianza comisario?
—Naturalmente.
—Personalmente manejo tres teorías.
—¿Solo tres?
—Son las únicas que se sustentan.
—Bien, bien, adelante, expóngalas por favor.
—En primer lugar, careciendo de la posibilidad de seguir investigando dado que lo ha prohibido la Autoridad competente con todos mis respetos, no descarto el hecho, que la muerte del ingeniero se produjera por parte de su esposa, o del amante de ésta.
—¡Inspector!
—Me ha dicho que podía hablar con plena confianza.
—Está bien. Prosiga.
—Si señor. No está comprobado donde estuvo su esposa. Ella dice que salió de allí a las cinco de la tarde, recogió a sus hijos y los dejó con una asistenta, pero no dijo donde. Para mí que estaban fuera, ya que al día siguiente no fue ella quien los llevó al colegio, sino la misma asistenta. Luego pudo tener oportunidad que esas amigas ocasionales, todas ellas casadas, que llegan a su casa más allá de las doce y media, pudieran aceptar una coartada como la presentada, estar merendando con ellas y retrasarse en el regreso. Mire comisario para mí que León Aguilar, llegó a su casa no oyó ruido alguno, pensó que su familia estaría durmiendo, entró en su dormitorio y encontró a su querida esposa con el amante. No lo esperaban, solo iba algunos fines de semana. Lo mataron y bajaron al coche aparcado en el garaje. En el expediente no dejaron fotos de cómo lo encontraron, no dice si hay sangre en el coche. No se pudieron hacer pruebas ni visitar el domicilio. Luego, está su amistad con el Ministro de Trabajo.
—Bien Tabardo, olvide esa teoría pues como dice, no se puede probar. Avance con la segunda.
—Si señor, supongo que a nadie le gusta que un recomendado le deje en mal lugar, y este desde luego, según informaciones recabadas, era un zote, es más, he averiguado que ni siquiera llegó a terminar la carrera, le convalidaron no sé qué, y por no sé quién. Un año antes de entrar a trabajar como Ayudante del Ingeniero de la Central, le dieron el titulo que no había conseguido, única y exclusivamente para poder trabajar allí. Como sabe iba recomendado por el Ministro de Trabajo, y mire usted por donde durante su dirección es cuando ocurren los percances más graves en las instalaciones. Los Inspectores de la Junta de Energía Nuclear recomendaron en sus informes el cese de León y nombramiento de otro Ingeniero capaz. Luego se deduce que advirtieron fallos en la dirección. Sin embargo, el Ministro no cedió, aunque hubo reuniones en las que llegó a dar un toque de atención, personalmente no lo hizo el Ministro, pero no puedo descartar que, cansado de tanto error y fallo, y antes de que le llovieran las criticas, se conocieran sus manejos en el titulo de Ingeniero y su intervención en el nombramiento de Director de la Central Nuclear, pues…
—¿Y qué Tabardo? Acabe por favor.
—Pues que recomendara a alguien le hiciera desaparecer. Le siguieron aquella tarde aciaga en que se tomó una copa en el pueblo y decidió ir a ver a su mujer, aparcaría en el garaje y sin que llegara a salir, alguien se le acercó y le disparó desde la ventanilla.
—No es posible esa teoría, rechácela por imposible, y no le ocurra ni tan siquiera escribirla ¿Me entiende?
—Si señor, perfectamente.
—¿Entonces puedo continuar con la tercera?
—Si es como las anteriores, creo que debería olvidarla.
—No señor, esta es peor.
—La escucharé de todas formas.
—Si señor. Sabe que solo cuando estuvo dirigiendo la Central el señor León Aguilar, se produjeron varios accidentes, dos de ellos pese a que no se dio a conocer a la opinión publica, tuvieron contaminación radioactiva y precisamente cuando la visitaban grupos de estudiantes. Creo que, si siguiéramos esta teoría, y pudiéramos comprobar si tanto los habitantes como los visitantes, e incluso los trabajadores sufrieron contaminación y posteriormente alguna enfermedad activada por la radioactividad, seguro que encontraríamos al culpable de su asesinato.
—Tabardo, no creo que sea usted suficientemente consciente de lo que acaba de proponer ¿verdad?
—Totalmente.
—Bien, no se lo tendré en cuenta por el momento, pero me gustaría conocer su opinión del resto de sospechas.
—Poca cosa. Descarto la posibilidad de un asalto o robo, al fallecido se le encontró la cartera, su documentación, reloj y demás. Respecto a la posibilidad de que hubiera sido muerto como consecuencia de una venganza por parte de Joaquín Rodríguez a quien quitó el puesto y obligó a su cese, se cae por su propio peso, tiene coartadas para ese y el resto de los días, estaba trabajando en su actual empresa, está confirmada su presencia por numerosos empleados y su coche no se movió en esos días, en el control de entrada y salida consta que no lo hizo.
—Bien, déjeme pensarlo y le contestaré. De todas maneras, respecto a su última teoría, póngame por escrito que deberíamos hacer y en un par de días le responderé.
—Claro comisario, muchas gracias.
—Adiós Tabardo.
Nota 2.: Las tres teorías se sostienen, por lo que deberían tomarse en cuenta. Hoy, dado que contamos con avanzados métodos de comprobación, podrían demostrarse los extremos mencionados por el inspector Tabardo, Por cierto, fue cesado tres días después y el comisario continuó con las investigaciones hasta dar el caso por cerrado, con una coletilla manuscrita: Posible suicidio al reconocer aceptar la responsabilidad de los accidentes de la Central Nuclear.
Firmado: José María Pariente Santillana.
Nueva investigación de Roberto H.C.
Antes de llamar a Roberto, apiló los expedientes, los echó un ultimo vistazo y decidió a levantar el teléfono.
—Mi querido Roberto, ¿Cómo estás?
—Bien, un poco aburrido con esta nueva demarcación donde nos has metido, apenas tenemos trabajo.
—Pero bueno, ¿lo tuyo es quejarte siempre?
—No José María, ocurre lo que ya sabes, no soy persona para estar ocioso.
—Lo sé, tampoco yo.
—¿Cómo se encuentra Aurora?
—Con ganas de que me jubile y nos alejemos de la gran ciudad.
—¿Dónde pensáis instalaros?
—En una población pequeña, rodeada de montañas, donde haya árboles, agua y espacio para caminar agarrado de su mano.
—Eso parece una idea perfecta.
—¿Y tú qué? ¿Habéis decidido casaros ya o aún debemos esperar para ir a la boda?
—En eso estamos, pero sin quererlo supongo soy yo quien se niega. Lo hice una vez y aún siento como si rompiera la promesa que hice en su día a Loli.
—No me vengas ahora con esas cosas Roberto, por favor. Está la felicidad de Celia, y la de vuestra hija Elena,
—Pero si son felices así.
—Lo supongo, pero no estaría mal ese algo más ¿No crees?
—Tal vez tengas razón, posiblemente estos momentos en que apenas entran nuevos asunstos en la AIE me permita pensar con más detenimiento y sea la razón por la que rechazo moverme o dar los pasos necesarios para casarnos. No se, creo que me falta algún incentivo extra.
—Pues si es por eso, puedo ofrecerte algo que tal vez puede interesarte.
—¿De qué se trata?
—Yo tampoco puedo estar ocioso, y como de vez en cuando echo de menos mi puesto de Director General de la Policía, pues eso.
—¿Pues qué?
—Nada, que suelo pedir a mis antiguos compañeros y subordinados me envíen casos de esos que se cierran provisionalmente para echarlos un vistazo, hago unos informes y los dejo por si en algún momento alguien los reabre con ganas de investigar.
—¿No estarás proponiéndome que los vea?
—Ni mucho menos, solo forma parte de un comentario sin más intención.
—Si no te conociera, creo que deberíais invitarnos a cenar el sábado, llévatelos, así los echaré un vistazo.
—De acuerdo se lo diré a Aurora. ¿Vendrá la niña?
—José María, es sábado, joven y además le hace tilín un muchacho, supongo que se irá con el y sus amigos. Ya no podemos contar con ella, hace su vida.
—De acuerdo, entonces os esperamos a las siete y media, así nos dará tiempo a charlar mientras Celia y Aurora nos critican, tomamos un vino y preparamos un aperitivo.
—De acuerdo José María. Un abrazo, nos vemos el sábado.
—Otro para ti muy fuerte Roberto.
No había nada extraño en el deseo manifestado por Aurora y José María para salir de la zona de Madrid donde vivían, buscando sobre todo la tranquilidad que sin duda necesitaban, ese era un tema que nunca había abordado con Celia, desconocía si le agradaba vivir fuera de la gran metrópoli que es Madrid, sin duda lo haré un día de estos, se dijo en voz baja. Tardaron más de media hora en encontrar un espacio donde dejar el coche. Lo hicieron, pero luego no tuvieron más remedio que caminar unos minutos. Pese a ser una urbanización relativamente moderna con espacios verdes entre los bloques de viviendas y aparcamientos en cada uno de los edificios, las calles estaban completamente llenas de vehículos.
Cuando llegaron al rellano de la escalera ambos esperaban en la puerta. Las mujeres se abrazaron en primer lugar, luego cruzaron besos con sus respectivos y entraron a la vivienda. Las fotos expuestas en los rincones del salón, denotaba la inexistencia de hijos en el matrimonio, no existía foto alguna de bebes o de su época posterior. Sustituyéndolas, aparecían algunas de Aurora y él mismo con amigos y familiares, o solo con compañeros de la Academia, de cuando fue nombrado comisario y sus posteriores ascensos. Entre las que podían verse a Roberto, había una que mostraba el cariño que sin duda le brindaba. Aparecía en una de las comidas de compañeros en la comisaría junto a Loli, y otra a su lado del día en que les presentó a Celia. En otro lugar de la casa algunas más de Roberto en su ya dilatada carrera de policía.
Como habían previsto, mientras ambas mujeres entablaron conversación con sendas copas de vino blanco, José María y Roberto se refugiaron en el despacho. Una vez allí sacó una serie de carpetas donde aparecía un redondo sello en rojo poniendo: Expediente Cerrado Provisionalmente.
—¿Son estos los que me comentaste por teléfono?
—Por el momento sí.
—Supongo que no serán actuales ¿verdad?
—En efecto. Aunque no creas, algunos no tienen tantos años.
—Los echaré un vistazo y veré que puedo hacer, aunque no te prometo nada.
—No es necesario que te hagas cargo de su reapertura, como te dije yo me entretengo con su lectura y apuntillar algunas observaciones, pongo notas y sobre todo confecciono un informe con aquello que me parece más interesante.
—Yo haré lo mismo ¿son muchos?
—La verdad es que no, tampoco a mi me ha dado tiempo a preparar muchos, solo seis, Te propongo, si es que te interesan, elegir aquellos que más puedan interesarte.
—Será lo mejor.
—Estupendo, trabajaremos como en los buenos tiempos en la comisaría.
—Estás haciéndote mayor José María.
—Pero solo desde que nací. ¡Anda! vamos junto a las mujeres, o nos tiraran algo a la cabeza por dejarlas solas.
—Es verdad, llevan mucho tiempo así.
Se adelantaron al salón y solo cuando entraron en la habitación contigua habilitada como comedor, las encontraron en animada conversación y con una segunda copa de vino.
—¿Qué? ¿Habéis arreglado el mundo?
—Estamos en ello. Pero necesitamos carburante.
—Entonces sentaros, Celia y yo hemos preparado algo que sin duda hará lo posible por satisfacer vuestras necesidades energéticas y gustativas.
—Veámoslo.
Cerca de la una de la madrugada Celia y Roberto se despedían de sus anfitriones.
—Da gusto estar con Aurora y José María —dijo Celia al tiempo que se agarraba con sus dos brazos al derecho de Roberto.
—Son unas estupendas personas.
—Desde hace tiempo observo que ambos te tienen mucho cariño y supongo que por esa razón también me lo tienen a mí.
—Tienen unos corazones inmensos, yo también les tengo cariño. Pero algo debes saber, si te quieren no es porque estás a mi lado.
—Bueno. ¿Qué llevas ahí?
—Unos expedientes para revisar.
—Vas a … Disculpa no debo preguntar.
—Por favor cariño, adelante.
—Quería decir, si vas a actuar como investigador otra vez.
—No solo entretenerme con su revisión, el trabajo de ahora como habrás comprobado flojea a veces y tengo días en que no hago nada. No puedo permitírmelo, mi mente no puede estar ociosa.
—¿Puedo saber de qué se trata?
—Aún no los he leído, pero te prometo que en cuanto lo haga, te comentaré algo.
—Me alegra oírte decir algo así.
—Antes no podía hacerte participe, eran cuestiones latentes, sin embargo, estos son casos cerrados, antiguos sin solución.
—De acuerdo. ¿Y que más me tienes preparado para esta noche?
—En cuanto lleguemos a casa te lo diré. Ahora dame un beso, me has tenido toda la noche olvidado.
—Anda, besucón.
La inquietud por la lectura de los expedientes hizo que el mismo domingo por la mañana, nada más desayunar, se sentara junto a las primeras carpetas y comenzara a leer los informes y notas de José María. A eso de las doce de la mañana, Celia se sentó sobre las piernas de Roberto diciéndole.
—O me invitas a un vermú en el Tostas o salgo a la terraza gritando que me están violando
—¡Celia!
—Nada, nada, deja de leer, vístete y salgamos a pasear y tomar el vermú.
—De acuerdo.
Al llegar el jueves, Roberto ya tenía la intención de asumir la reapertura de algunos de esos expedientes cerrados. Llamó a José María advirtiéndole que solo lo haría si le autorizaba a reabrirlo y acabarlo, no dejarlo hasta encontrar al culpable y volver a cerrarlo, esta vez definitivamente. Era una condición necesaria, no podía estar a expensas del tiempo robado a la Agencia, aunque no la iba a dejar de la mano.
Repasó uno a uno los documentos recogidos en el primer expediente cerrado, leyó el informe y por supuesto anotó sus propias deducciones a la vista de las teorías sustentadas por el inspector Tabardo y posteriormente el comisario Pinzón, allá por el año 1976. La primera idea fue averiguar si en la actualidad los presuntos culpables aún vivían, necesitaba entrevistarse con ellos, mientras tanto aprovechó la falta de actividad en la AIE para encargar a su inseparable Luis Pinillas, inspector y responsable de toda la información guardada en ordenadores propios y ajenos, cuanta información encontrara de las personas mencionadas en el expediente.
—Claro Jefe, no se preocupe, removeré cuanto haga falta. Pero déme algo de tiempo, es posible que lo pedido no esté digitalizado, ya conoce como son nuestras Administraciones.
—Venga Luis, no pongas pegas antes de empezar.
—Está bien Jefe, intentaré tenerlo cuanto antes.
—Gracias.
Salió del edificio de la AIE. y sin pensárselo dos veces, se metió en la jungla hasta llegar a su antigua comisaría. Allí encontró al nuevo comisario Ignacio Dobles, antiguo inspector suyo cuando estuvo al frente de ella, antes de hacerse cargo de la A.I.E.
—¿Se puede pasar comisario? —dijo Roberto desde la puerta sin dejarse ver.
—Si no es urgente, hágame un favor, venga dentro de una media hora, estoy bastante ocupado en este momento.
—Le advierto que se trata de un asesinato múltiple.
—Entonces pase y hablaremos —señaló sin levantar la cabeza.
—Señor comisario va a morir más de uno si no me invita a un café en Sanchidrian.
—Pero bueno, ¿Qué haces aquí Roberto?
—Saludar a los amigos, si se dejan claro.
—Como no, ven y dame un abrazo.
Al cabo de unos minutos mandó llamar a los inspectores que aún quedaban de cuando Roberto era comisario.
—Lamento que Esperanza no pueda saludarte, está ocupada en un asunto étnico y uno de los inspectores ha pedido su ayuda.
—No importa, a ella la veo de vez en cuando.
—Y bien, ¿Qué te trae por aquí?
—Tengo la intención de reabrir algunos expedientes y me gustaría contar con tu apoyo si llegara a necesitarlo. Además, querría fueras tu, quien en caso de reabrirlo iniciaras los trámites. Ya sabes, estando ocupado en otras funciones, tengo ciertos problemas a la hora de … bueno es muy largo y tedioso.
—No hay problema Roberto, solo tienes que decirme que debo hacer y lo haré.
—Muchas gracias. Si tienes tiempo te invito a un café.
—De verdad Roberto no lo tengo, hay dos asuntos que me traen loco.
—De acuerdo, lo dejaremos para otro día.
—Te lo agradezco.
—Entonces me voy, saluda a Encarna de mi parte.
—Hasta pronto.
Regresó a su despacho e inicio la investigación. Sacó la carpeta y con un número de teléfono a la vista, llamó hasta obtener respuesta.
—¿Remedios Santos?
—En estos momentos no puede ponerse. ¿Puedo saber quien la llama? —señala una voz femenina con acento suramericano.
—Soy el comisario Roberto Hernán Carrillo. Quisiera hablar personalmente con ella, volveré a llamar más tarde, pero dígale que he llamado.
—Claro. Si no le importa hágalo en media hora, no creo que tarde más de ese tiempo.
—Gracias.
Al cabo de media hora consiguió hablar con ella y citarse para charlar en su propio domicilio, al que acudió a las cinco de la tarde.
—Pase, la señora le espera en el salón.
—Gracias.
—Comisario, haga el favor de tomar asiento.
—Gracias.
—¿A qué debo su visita? No me lo dejó claro cuando hablamos por teléfono.
—No me gusta hacerlo por ese medio, lo prefiero personalmente.
—¿de qué se trata?
—Hemos reabierto el expediente del asesinato de su esposo.
—Entiendo.
—¿Le importaría responder a una serie de preguntas?
—Supongo que después de tanto tiempo recordaré algunos detalles, aunque no todos.
—No quiero andarme con subterfugios señora. En aquella época se manejó una teoría, y esa es precisamente la que me trae aquí.
—Bien, adelante.
—No quisiera que alguien pudiera escucharnos, necesito total confidencialidad de su parte.
—Entonces espere un momento, diré a mi asistenta que vaya a comprar.
—Mejor.
Al cabo de unos minutos.
—El inspector Tabardo, a quien cesaron en su cargo y no pudo continuar con su labor de investigación, mantenía la tesis de que su amante ocasional en aquella época fue quien disparó y mató a su marido. Posiblemente en aquel tiempo, los contactos de su difunto marido echaron la suficiente tierra para tapar tanto su infidelidad, como la actuación de él. No quisieron ahondar en la investigación. Debo advertirla que un asesinato no prescribe, y por supuesto no está obligada a responder a mis preguntas.
—Lo se comisario, no tengo inconveniente alguno. En primer lugar, porque no fui yo quien lo mató y, en segundo lugar, ya nada me importa, A mi edad poco o nada puede hacerme daño.
—Siento haber sido tan crudo.
—No importa comisario. Es cierto que tenia un amante. Que aquel dichoso día Alfonso León Aguilar, mi esposo, se encontró con una situación delicada. Verá nuestro matrimonio como la mayoría de los de entonces, se regia por una ley no escrita. Quienes como él formaban parte de ese grupo de vencedores adoraban el principio señalado como la ley del embudo. Aún más, a quienes no pensaban como ellos los tachaban de enemigos, reaccionarios o simplemente comunistas al servicio de la Unión Soviética. Eran unos cínicos, criticaban la forma de ser y actuar de la gente y ayudaban a dictar los oportunos decretos reguladores de la sociedad, a todos los niveles, y sin embargo eran los primeros en incumplirla. Claro que como siempre, tenían sus amistades políticas que resolvían sus desmanes. Nosotras las mujeres no teníamos más remedio que soportar sus aventuras, someternos a sus deseos únicos, según ellos no formábamos parte del mundo más que para dar hijos al Movimiento y complacerlos. Mi marido desde luego no era un santo, toda su vida, y aún más durante la época en que le nombraron Ingeniero Jefe o Director, no recuerdo bien, de aquella maldita Central Nuclear, venia a Madrid cuantas veces se le antojaba, se corría juergas con sus amigotes y con cuantas mujeres le apetecía. A sus hijos a y mi nos tenia para cuidarle, mimarle y aguantar lo cansado que estaba con su trabajo. Yo no tenía más opción que continuar bajo su techo, me llenó de hijos enseguida, cinco, en el espacio de seis años, redujo mi juventud a solo unos meses. Después de atenderlos y sufrirlos, mientras el se divertía, logré plantarme y decidí que, si él tenía amantes ocasionales, yo también tenía derecho a ser amada, aunque eso sí, pondría algo más de cuidado. Formé parte de un grupo de amigas en la misma situación y entre todas nos encargamos de taparnos y darnos cobertura cuando queríamos estar con nuestros amantes.
—No entiendo esa cobertura.
—Sabíamos dónde estaban nuestros maridos, lo que hacían y el tiempo que tardaban en volver a casa. Para evitar la posibilidad de reaccionar violentamente, establecimos que ninguna de nosotras llevaría a su propio hogar a su amante, lo haría en casa de una del grupo, y para eso debíamos ausentarnos. Yo en efecto tuve relaciones con mi amante de entonces, pero nunca en mi propia casa. Mi marido en aquella ocasión encontró a una de mis amigas con el suyo en mi casa.
—Comprendo. ¿Entonces?
—Su reacción fue de estupor, pensó que era yo, pero cuando advirtió se trataba de mi amiga Concha, comenzó a chillar y despotricar como un energúmeno. Salieron a la calle discutiendo mientras él no hizo más que despotricar, que se encargaría de que su marido se enterara. Mi amiga le dijo:
—Alfonso si sospecho que mi marido se entera de esto por ti, montaré un escándalo tan grande en relación con tu Central Nuclear que no tendrás sitio donde esconderte.
—¿Qué sabes tú de eso? —preguntó.
—Lo que él me cuenta. Trabaja en la Junta de Energía Nuclear, así que te conviene guardar silencio.
Al parecer esa tarde tuvo intención de volver a la casa cerca de la Central Nuclear, bajó al garaje y a la mañana siguiente me enteré de su asesinato. Eso es todo comisario.
—¿Por qué no lo dijo entonces?
—Debía aparecer como una viuda desdichada y desconsolada. Luego estaban mis hijos. ¿Cree que me habrían concedido las asignaciones monetarias, si hubieran sabido que tenía un amante con quien engañar a uno de los próceres del Régimen?
—Tiene razón.
—Desde luego, además, debía mantener a mis hijos. Claro que no tuve más remedio que esperar un tiempo para continuar con mi vida al lado del hombre que me quiere y vela por mi, sin ningún tipo de cortapisas ni mentiras.
—¿Vive sola?
—Como el resto de mis amigas, todas viudas actualmente. Pero créame, mis hijos no lo entenderían, prueba de ello es que mantienen una vida más o menos parecida a la de su padre. Apenas vienen a visitarme, y por supuesto no se me ocurriría contarles lo que a usted. Puede estar seguro de que en ocasiones tuve la idea de matarlo, pero no tuve suficiente valor para hacerlo, pese a ser entonces joven.
—Comprendo perfectamente. Le agradezco su sinceridad, con ello me evita mucho trabajo.
—Por favor no se esfuerce mucho, no es necesario que encuentren a quien lo hizo, seguramente habrá cientos de personas, como yo, que agradecerían no removiera nada.
—Señora, lamento escuchar esa frase, aunque la respeto.
—¿No se termina el café?
—No gracias, debo seguir trabajando, pese a que se lo merecía, necesitamos conocer quien lo hizo, los policías actuales somos así.
—Me alegra saberlo. Venga cuando quiera, si necesita más detalles de entonces.
—Lo haré si fuera necesario. No lo olvidaré. Gracias.
—Adiós comisario.
Salió convencido de que aquella mujer y su amante de entonces no fueron los asesinos de León Aguilar, ni por supuesto aquellos a quienes descubrió en su propia cama, no tenían motivo para matarle. En cualquier caso, pudo ser al contrario, dada la amenaza de perder su puesto. Por otro lado, los encontraba incapaces de ir preparados a una casa ajena con una pistola de 9mm, por si se encontraban en una situación extrema o difícil, donde solo iban a amarse.
Regresó y anotó en el expediente cuanto acababa de escuchar, añadiendo la eliminación de esa sospecha. Quiso continuar con la segunda de las tesis sostenidas por el inspector Tabardo. Tal vez imposible, nadie en su sano juicio, intentaría sonsacar a un hombre de ideología golpista, tantos años al frente del Ministerio de Trabajo, algo relativo a su comportamiento más o menos escondido e ilegal. Máxime después de tantos años del asesinato. Si dio o no orden de eliminarlo, para evitar algún desmán más de los que acostumbraba a hacer el tal León Aguilar, es algo que quedará en el más profundo olvido. Optó por esperar la información de Pinillas y con ella tratar de averiguar algo que se sustentara para pedir la reapertura del expediente.
Lo dejó y regresó esta vez a su casa, estaba cansado y necesitaba comentar a Celia, tal y como la había prometido.
—Debieron pasarlo mal las mujeres de la época predemocrática.
—Las mujeres, los hombres, y resto de ciudadanos, Celia, aquella no fue una época gloriosa de la que deberíamos sentirnos avergonzados, y sin embargo todavía existen seres que manifiestan su conformidad con aquella situación e incluso reclaman su advenimiento.
—¿No me digas?
—Se nota que tu vida es distinta cariño.
—Lo dices por mi falta de conocimiento de aquellos años.
—¿Por qué si no?
—Lo siento, deberías saber que me preocupo por los demás, pero no soy una persona con doble moral. Creo que aún mantengo el sentido por el que primero defiendo a mi prole y pareja. Después me ocupo del resto de la tribu, para, alcanzado el bienestar de éstos, y si me queda fuerza y tiempo, hacerlo por los demás. ¿Tal vez censuras mi actitud?
—No, no lo hago, me parece ideal, pese a encontrar un ligero matiz de egoísmo, entendible por otra parte. Yo mismo lo hice cuando tuve que enfrentarme al dilema de vosotras o mi trabajo. ¿Recuerdas cariño?
—Claro y eso afianzó mi cariño por ti.
—Dejémoslo, no permitiré que este caso tan ajeno a nuestras vidas nos pueda enfrentar.
—Yo tampoco, pero me encanta discutir contigo sin con ello nos acercamos a la verdad.
—Te quiero. Tus razonamientos siempre han tenido que ver con ello.
—Cuéntame más cosas.
—Como has escuchado, descarto a esas mujeres y en especial a la esposa del fallecido. También al posible encargo de su muerte por el político que lo recomendó, le hubiera bastado con defenestrarle políticamente. Así pues, investigaré las posibilidades que me quedan, ya que los policías de entonces y el mismo José María, descartaron que el ingeniero a quien sustituyó fuera quien lo matara. Solo restan algunas y limitadas sospechas, y para ello esperaré a la información que me proporcione Luis.
—¿Entonces estarás conmigo un par de días hasta que te lo de?
—Es posible cariño, es posible.
—¿Podemos irnos de viaje?
—¿Dos días?
—Y tres horas. No me importa si estoy contigo.
—Gracias Miss Rizos.
—De nada Comisario.
De vuelta del corto viaje, recogió las informaciones de Pinillas, con ellas incluidas en el expediente, logró ponerse en contacto en primer lugar con el Ingeniero Joaquín Rodríguez Carretero, hablaría con él y posteriormente pediría introducir los datos en algunos de los programas que tenia. Necesitaba comprobar cuantos de los que sufrieron las consecuencias de los errores de León Aguilar permanecían vivos actualmente.
De momento se conformó con ver a Celia contenta del viaje realizado a la ciudad de Cáceres y con citarse con Rodríguez Carretero. Le entrevistó en su propio domicilio.
—Creo que fue cesado.
—En efecto, supongo que habrá comprobado las coartadas que tenia ése y el resto de los días.
—Naturalmente. Leí el informe del inspector Tabardo, pero si su memoria se lo permite, me gustaría escucharlo de su propia voz.
—Comisario, ¿por qué hace esto ahora, después de tantos años?
—Le responderé igual que a la viuda del asesinado. Los policías de ahora necesitamos conocer la verdad, la única y verdadera, no la creada a base de montajes.
—¿Conoce a la viuda de León Aguilar?
—En efecto. Estuve hace unos días con ella. En aquel momento se tuvo la sospecha que bien ella, o una persona cercana, mató a su marido, pero entonces y ahora quedó descartada.
—Me alegro. Llegué a conocerla, era una mujer triste.
—¿Dónde fue a trabajar cuando le cesaron?
—Estuve un tiempo sin trabajo, después poco a poco logré introducirme en la empresa en la que me he jubilado. No tuve más remedio que trabajar duro para lograr un puesto importante. Lo pasé mal, yo diría que bastante mal. Me costó levantar cabeza y cuando estaba a punto de recuperar mi vida, mi esposa murió.
—¿Entonces quien me ha presentado no es su primera esposa?
—No, no señor. Con Berta me casé a los siete años de que falleciera mi primera esposa.
—¿Tuvieron hijos?
—No, ninguno.
—Su trabajo en Industrias Maertens supongo que era diferente al de la central nuclear.
—En efecto, cuando entré apliqué mis conocimientos en otra rama, diferente, aunque de alguna manera cerca de la energía nuclear. En el transcurso de los años las cosas fueron cambiando. Me jubilé como Director General de la firma.
—Tuvo suerte.
—Creo que trabajar en la central me abrió, como suele decirse, la puerta de Maertens.
—Me dijo antes que tenía coartada para ese y el resto de los días. ¿Puedo saber cuáles?
—Normalmente al principio mi horario era como el de los demás, en un turno. Pronto supe que hacer parte de otro redundaría en mi propio beneficio. Por las mañanas hacia el trabajo para el que me contrataron, por la tarde me encerraba en un despacho y por mi cuenta me dedicaba a preparar algunos diseños de maquinaria y probar algunos materiales. Al acabar solía ir con los compañeros del turno de tarde a tomar algo con ellos, si me avisaban. Hubo ocasiones en que me dieron las diez de la noche y aún seguía trabajando.
—Si no le importa, me gustaría charlar con alguno de sus compañeros de entonces, ¿me da su permiso para hacerlo?
—Por supuesto. Le daré sus direcciones y teléfonos.
—Me agrada su disposición y colaboración, de esa forma podré descartarle como lo hizo el inspector Tabardo.
—Me alegra comisario.
—Otra pregunta ¿De qué murió su esposa?
—No lo sé exactamente, creo que tenia problemas en la sangre. No sabría decirle con precisión, fue un asunto sobre el que ni quise, ni quiero hablar.
—De acuerdo Rodríguez. Le repito mi agradecimiento. Le llamaré cuando hable con sus compañeros.
—Si encuentra a quien le mató, dígamelo si no le importa, me gustaría felicitarle, eliminó a una alimaña.
—Naturalmente.
Pinillas incluyó en uno de los programas comparativos los nombres de todos los trabajadores de la Central Nuclear desde la inauguración hasta su cierre. Después los comparó con las informaciones del Ministerio de Sanidad, sacó informes descartando a algunos mediante la aplicación de unos parámetros, sobre todo uno fundamental, si alguno de los afectados estaba presente cuando sucedieron los incidentes contaminantes y si estos tuvieron incidencia en su salud. El noventa por ciento lo tuvo y formaba parte de una larga lista de fallecidos, bien por muerte natural, dado el tiempo transcurrido, bien por incidencias anormales. Posteriormente incluyó las relaciones de los visitantes, ancianos, grupos de estudiantes y colegiales. El programa comenzó a sacar algunas coincidencias, sobre todo de dos muchachos que tres años después de visitar la central fallecieron como consecuencia de una extraña enfermedad. Los padres de ambos se atrevieron a presentar una demanda contra la Central Nuclear y solo hasta doce años después no se dictó sentencia aludiendo qué en la muerte de sus hijos, no pudo probarse la relación causa efecto con el escape contaminante radioactivo y su enfermedad. De todas formas, sacó los nombres y direcciones y los anotó en un lateral de la lista. Al acabar, lo pasó a Roberto Hernán Carrillo.
Solo hasta el día siguiente Roberto no tuvo aquellas relaciones a la vista. Las leyó y más tarde pidió la búsqueda de un nombre y la causa de su muerte. Mientras tanto se enfrentó a las charlas con los compañeros de Rodríguez en la empresa donde trabajó después de abandonar la Central Nuclear. Con el último de ellos habló en su domicilio.
—Ha sido muy amable en recibirme. Ya me adelantó Rodríguez que no tendría inconveniente alguno en atenderme.
—Desde luego que no comisario.
—Cuénteme.
—Entonces era un hombre muy trabajador, bueno luego también, hasta el punto alcanzar el puesto de Director General.
—No dudo de su valía.
—Hacia dos turnos de trabajo. No se si se lo habrá contado.
—Si, pero hágalo usted no me importa conocer su opinión.
—Pues Joaquín acababa su jornada de mañana, almorzaba y asumía otro puesto aún más importante, trataba de aplicar unos principios fundamentales de durabilidad y resistencia, aleaciones etc., necesitaba encerrase en el Laboratorio de Precisión y Pruebas.
—¿Como era ese laboratorio?
—Una especie de bunker. Solo podía entrarse si un piloto exterior estaba encendido en verde, hacerlo era como romper el protocolo y consecuentemente los análisis que estuviera haciendo en ese momento podrían verse alterados, y quien lo hiciera, la posibilidad de contaminarse, dentro se utilizaba energía nuclear.
—¿Es decir, que desde dentro se controlaba el acceso?
—Más o menos. Joaquín hacia un trabajo digno de admiración, la dirección de entonces le felicitó en varias ocasiones. Algunos de nosotros que participamos también, nos beneficiamos de aquel trabajo. En realidad, el propio Joaquín nos incluyó, aunque realmente era él quien hacia las pruebas.
—Comprendo.
—En ese tiempo fue cuando murió su primera esposa ¿no es así?
—En efecto, estuvo muy mal durante una temporada, pero entre todos le ayudamos y creo que conseguimos sacarle adelante. Es muy agradecido sabe.
—Veo que además de compañeros fueron amigos.
—Pues sí. Nos ayudábamos mutuamente.
—Eso está bien.
—Creo que tengo bastante con sus detalles. Perdón, una última pregunta, ¿la fábrica donde estaba situada?
—Se mantiene en el mismo lugar de entonces, no cambió, solo sufrió algunas modificaciones.
—¿Estaba cerca de Madrid?
—Relativamente, en un polígono industrial en la carretera que va desde Alcorcón a Villaviciosa de Odón.
—Entiendo. Entonces iban y regresaban en coche.
—No había otra forma de ir a trabajar.
—Gracias de nuevo señor Almirante, ha sido muy amable.
—De nada comisario, que tenga suerte con su trabajo.
—Gracias. Creo que si.
Frente a su mesa, la recopilación de datos y la información de Pinillas se amontonaba. Algo llamó su atención. Al verlo pasar.
—Espera, no te marches.
—¿Que necesitas?
—Como has logrado esta información.
—De una forma casual. No tenía intención de llegar a ese punto, pero tuve suerte.
—Muchas gracias, creo que tu solo has resuelto el caso.
—Pero Roberto, si ni siquiera se lo que andas haciendo.
—No importa, pero debes conocer tu acierto.
—Me alegro.
—Ahora, me gustaría que me acompañaras, quiero hacer una comprobación antes de tomar una decisión.
—De acuerdo.
Aquella misma tarde provisto de tacómetro y cronógrafo, Pinillas acompañó a su amigo y jefe. A su regreso se pararon en la comisaría de Ignacio Dobles. Desde allí llamó por teléfono a José María.
—Tengo resuelto el primero de los casos que me dejaste.
—¿En solo una semana?
—Era cuestión de analizar bien las cosas. Te dije que ahora tenemos suficientes medios, además la gente esta más dispuesta a colaborar y supone que esos delitos no son seguidos al cabo de tantos años.
—Me alegro.
—Yo no, estuvo dormido todo ese tiempo y ahora al despertarlo creo que también sacudiremos el pasado que removerá no solo los cimientos de algunas vidas, sino que puede truncar otras.
—¿Te decepciona?
—No, solo me duele de alguna manera. Por cierto, quisiera que Ignacio fuera quien reabriera el expediente.
—¿Puedo saber la razón?
—¿Cómo puedo justificarlo si ahora no tengo una demarcación ni comisaría a mi cargo?
—Tienes razón. En fin, haz lo más conveniente. ¿Vas a detener al culpable?
—No tengo más remedio.
—De acuerdo.
Después de comentar los detalles con Dobles, se marchó a casa. Al llegar Celia advirtió la tristeza que llevaba hasta en el gesto en el momento de saludarla.
—¿Qué te ocurre cariño?
—Me siento mal, espiritualmente hablando.
—¿Puedes contármelo?
—Claro, pero antes me gustaría estar sentado a tu lado para darte abrazos, y recibir un par de besos tuyos.
—Por supuesto, a lo mejor quieres tomar un vaso de tu güisqui.
—No lo había pensado, pero ahora que lo dices lo tomaré.
Antes de que Elena llegara de su paseo con su chico, Roberto contó como localizó al culpable de la muerte de León Aguilar. Después evitaron hablar de ello durante la cena.
A media mañana salió directamente al domicilio Joaquín Rodríguez Carretero. Habló con el desde el portal por el telefonillo.
—Necesito hablar de nuevo con usted señor Rodríguez.
—Pensaba salir con mi esposa de compras.
—Pues de verdad que lo siento, pero es imprescindible.
—¿Tardaremos mucho?
—Depende de usted.
—Está bien, le diré que me espere en el centro comercial.
—Tal vez, deberían dejarlo para más tarde o quizás otro día.
—De acuerdo comisario, suba mientras tanto.
—Gracias, no me apetece seguir una conversación a través del intercomunicador.
Saludó a la esposa de Rodríguez dispuesta a salir de compras y esperó a que despidieran para conversar con él en el salón.
—Dígame comisario.
—Debo advertirle algo importante.
—Adelante.
—Estoy aquí para detenerle por el asesinato del señor León Aguilar, leerle sus derechos y decirle qué si no quiere hablar conmigo, puede guardar silencio y avisar a un abogado si lo considera necesario.
—Me sorprende qué al cabo de tantos años, ahora venga a detenerme.
—Ha sido un descubrimiento casual, tal vez un error que se cometió en el hospital donde atendieron a su primera esposa.
—¡Ah! ha sido eso.
—Entre otras cosas, pero no habrían servido de nada sin lo primero. De veras que lo siento, pero no tengo más remedio que detenerle, soy policía y ni puedo ni debo ocultar mi descubrimiento, además la justicia no se detiene por nada, pese a que con usted no se portaran bien. A nadie le es permitido tomarse la justicia por su mano.
—Dígame como ha llegado a esa conclusión.
—Si me promete acompañarme a la comisaría y entregarse voluntariamente, lo haré, al menos ese detalle le servirá para que su abogado pueda defenderle mejor. ¿Le va a llamar?
—No es necesario, al menos de momento, me fío de usted creo que solo trata de ayudarme.
—Solo si su abogado lo considera oportuno iría al Juzgado a testificar, y no lo haría en contra, entiendo sus razones.
—¿Entonces?
—Le diré como llegué a esa conclusión. Tanto en los informes del inspector Tabardo, como en los del comisario Pinzo, no se menciona para nada que su mujer muriera por la intervención hecha como consecuencia de que el bebé que esperaban murió antes de nacer, pese a que faltaban solo unos quince días para ello. Los análisis realizados descubrieron que la radiación que su esposa recibió tras el primer incidente en la central dañó gravemente al feto. Ella también tenia dañados algunos órganos, tal vez a todas las personas no les afectó por igual. A resultas de la operación para extraerle el feto, sufrió una hemorragia y al tener dañada su sangre, no pudieron atajarla. Ahora, hay una cosa que no comprendo.
—¿Qué?
—¿Por qué siguieron viviendo en el chalé cedido por la compañía eléctrica propietaria de la Central?
—El contrato de arrendamiento no estaba unido al de trabajo, y nos negamos a irnos hasta que no encontrara un trabajo seguro y remunerado que nos permitiera salir de allí. Por eso cuando ella murió en Madrid, ya nos habíamos cambiado.
—Gracias por la aclaración. Supongo que aquello le afectó mucho.
—No sabe cuánto. No supe que hacer, no podía ni respirar, me faltaba parte de mi vida. Ella había sido todo para mí hasta ese momento y sin su presencia fui incapaz de moverme siquiera. Me ayudaron mis compañeros de la nueva empresa, hicieron mi trabajo para que no se notara mi ausencia.
—Lo sé. Se portaron bien con usted y luego se lo devolvió con creces.
—Se lo merecían comisario.
—¿Les comentó lo ocurrido a ellos y se brindaron a ayudarle?
—En efecto, así fue. Dos que vivían cerca de él, le vigilaron durante meses. Yo por mi cuenta lo controlaba a través de mis amigos en la central nuclear. Conocía sus orgías en la casa de la urbanización, de sus salidas a Madrid con los amigotes del Régimen, de sus juergas nocturnas y sus llegadas a altas horas de la mañana a la central. En todo momento supe los pasos que daba. Por fin, una tarde aprovechando la coartada preparada por mis compañeros, uno se metió en el laboratorio, cerró y no puso la luz verde de entrada hasta que regresé.
—¿Por qué le mató con una pistola?
—Fue un maldito error, solo quise asustarle. Verá, me avisaron que aquella tarde salió a beber al pueblo y después le siguieron hasta Madrid. Metió el coche en el garaje y subió a su casa, supuse que no saldría, pero sin saber la razón esperé. Le vi salir del portal desencajado en compañía de una mujer y un hombre, y como se amenazaban mutuamente, no supe la razón, se despidieron y el entró de nuevo al garaje. Lo seguí. Estuvo unos minutos sentado sin moverse, sin poner el coche en marcha. Me acerqué rodeando las columnas y me puse frente a su ventanilla, la golpeé con los nudillos, en tres ocasiones pues parecía no escuchar nada.
—Abre, abre la puerta.
—¿Qué quieres tú ahora?
—Decirte lo cabrón que eres.
—¿Tú también?
—¿Yo también qué?
—Date prisa debo irme, ¿que quieres?
—Quiero decirte que por tu culpa mi mujer y mi hijo están muertos.
—Y yo que tengo que ver con ellos.
—Dejaste que escapara radioactividad y ellos se afectaron.
—Bueno y que, te jodes. La vida es así.
—Eres un verdadero cabrón ¿lo sabes?
—No, no lo sabía, acabo de descubrirlo esta misma tarde. Así que como comprenderás, que haya muerto tu mujer me importa un bledo.
—Creo que si te va a importar.
—Guarda esa pistola, se te va a disparar y puedes provocar un accidente.
—Te voy a meter todas las balas en la cabeza, no mereces vivir.
—Creo que tienes razón, no merezco vivir, pero no serás tu quien me mate desgraciado. Aparta eso de ahí.
Le puse la pistola en la sien izquierda, no advertí que el seguro no estaba puesto, solo quise asustarle y apreté el gatillo y la bala le atravesó la cabeza. Me asusté, guardé la pistola y abandoné el garaje sin que nadie me viera. Conduje el coche que me habían prestado tan rápido como pude y llegué a la fábrica. Avisé a mi compañero, salió del laboratorio y entré yo, luego como casi todas las tardes, fueron a buscarme golpeando la puerta, salí con ellos y nos tomamos unas cervezas.
—¿Que hizo con la pistola?
—La desmonté y la fui fundiendo poco a poco con otros materiales.
—Puedo recomendarle hablar con su Abogado para utilizar lo que me acaba de decir en su defensa.
—Gracias comisario. Le advierto que esto supone un descanso para mi mente, he aguantado todo este tiempo con ese pesar.
—Yo no soy Juez, pero confió en que quien lo haga sabrá repartir justicia debidamente. Una cosa, no diga que la fundió, será mejor decir que la dejó caer en el garaje, Posiblemente alguien pudo recogerla. Pero no olvide que accidente o no, mató a un hombre por mucho dolor que le causara, la venganza no es nada recomendable. Ahora vayamos a buscar a su mujer, luego cuando haya hablado con ella, le acompañaré a la comisaría de mi amigo Ignacio Dobles, desde allí llame a su abogado.
—Gracias comisario, creo que es usted buena persona.
—Lo intento.
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