En ocasiones tengo pesadillas, seguro
que son consecuencia de no
tenerte a mi lado.
Para ti querida mía.
Creemos que existe un límite en el miedo.
Sin embargo, sólo es así hasta que nos
encontramos con lo desconocido.
Todos disponemos de cantidades ilimitadas de terror.
Peter Hoeg
Nemesio Gilagua hasta el día en que sufrió el accidente era un hombre tranquilo, atento con sus vecinos, amigos y conocidos. Era difícil no escucharle decir una palabra amable, una secuencia de frases cordiales, o sencillamente desear buen día con quien se cruzara. Vivía solo, no se casó nunca ni tuvo relación con mujer alguna. Solo conoció a Perla, su amor de juventud en el pueblo donde nació y se crió hasta que llegó a la capital en busca de trabajo. Era un hombre inquieto y necesitado de llenar los vacíos pendientes.
Ahorro lo suficiente para comprar una vivienda. Tenía intención de llevarse a sus padres y hermano menor para alejarlos de la vida que llevaban en el pueblo, donde solo quedaba esperar que el de la guadaña viniera un mal día. Como así fue cinco años más tarde, como consecuencia de un colosal incendio que arrasó la casa y las vidas de sus tres parientes cercanos. A partir de entonces la soledad llamó con insistencia hasta ser la única novia de Nemesio.
Siguió trabajando, intentando hacer amigos, favores a vecinos, compañeros y a cuanta gente pudo necesitarla.
Recordaba las frases que, a título educacional, le repitieron insistentemente siendo joven:
No cuesta nada dar los buenos días, conozcas o no a quien se los das. Negar un saludo es como negar auxilio a una persona, evítalo siempre. No te canses de dar las gracias si quien recibe ayuda o esfuerzo de otro, eres tú. Pide siempre las cosas por favor y al recibirlas no olvides decir ¡gracias! con una sonrisa.
Al recordar esta última frase, siempre sonreía. Recordaba el momento en que su madre se lo dijo por primera vez, cuando se enganchó el pantalón en la puerta del establo. Sólo cuando pidió ayuda añadiendo, por favor, su madre salió de la casa y le desenganchó.
En el barrio donde vive, a las afueras de la gran ciudad que es Madrid, hay un enorme parque por el que pasea cada vez que tiene oportunidad. Lo hace en numerosas ocasiones absorbiendo los aromas de tomillo y romero plantados, que le trasladan mentalmente al pueblo donde nació.
Jara, pinos y lavanda se mezclan cada tarde al soplar brisa y suele volver a casa henchido de buenos recuerdos. Suele cruzarse con paseantes y sus mascotas, normalmente perros. Unos más amables que otros. A todos ofrece frases de buenos deseos y a la mayoría de los perros, suele ofrecerlos alguna caricia, si su dueño se lo permite.
El día del accidente tropezó con dos animales, un hombre y su mascota. El primero no respondió al saludo nocturno, el segundo no tuvo ocasión de brindarle las caricias que acostumbraba en otros. Aquella ocasión el perro de una raza de presa, iba suelto sin ninguna atadura, por eso se lanzó en cuanto lo vio. Pese a las llamadas de auxilio, el dueño tardó en reaccionar el tiempo suficiente como para sufrir unas heridas y desgarros de consideración. Las heridas producidas por el can, le mantuvieron postrado más de quince días, durante los cuales soñó con su familia, el pueblo y algunos amigos que allí quedaron.
Nadie fue a visitarle. Tal vez el ataque y la estancia en el hospital le despejó la mente como para tomar una decisión que pondría en práctica en cuanto saliera de allí.
Tras el alta médica regresó a su casa y a su trabajo. Consciente de su soledad optó por recordar su promesa. Un buen día comenzó a recorrer establecimientos donde le ofrecieran la oportunidad de comprar un perro. Tal vez el animal le haría la compañía que necesitaba. La mayoría eran cachorros, pero la tendencia en su crecimiento intuía verse supeditado en sus obligaciones a pasear, alimentar y controlar a un animal grande. Hecho que no le satisfacía plenamente. Las preguntas formuladas por el responsable de la tienda eran parecidas a.
—¿Tiene espacio suficiente? ¿Vive cerca del campo?
—No, vivo en un piso de la ciudad y solo dispongo de una terraza cubierta donde podría estar el perro cuando salga a trabajar.
—Entonces debería tener un animal de poca alza. Los animales necesitan espacio y presencia de su dueño, de lo contrario se hacen insoportables.
—Gracias por su recomendación, seguiré buscando entonces.
—Espere un instante. Ahora no dispongo de él, pero me han prometido que, en una semana a la sumo, tendré aquí el resultado de un proceso de investigación veterinaria.
—¿De qué se trata?
—No podría decirle con exactitud, al parecer llevan muchos años trabajando cruzando ciertas especies y han logrado un resultado más que apetecible. Tal vez le gustaría conocerlo.
—Supongo que sí.
—Bien, anóteme su teléfono y le llamaré en cuanto me traigan el ejemplar.
—De acuerdo.
Quince días después se acerca por la tienda de animales y comprueba el comentario con el veterinario. Es un cachorro de perro cuya línea de crecimiento no desembocará en un gran animal, su alzada no superará los treinta y cinco centímetros. Según le señala el veterinario, apenas ladra y es juguetón y cariñoso.
—Necesitará acostumbrarse, es un animal con unas características especiales. Durante los tres primeros meses no deberá sacarle a la calle. Ya está vacunado, solo precisa un control mensual, por lo que de manera gratuita podrá traerle aquí para hacer el seguimiento. Come poca cantidad y solo de este tipo de alimento —señala mostrando un compuesto en bolsa— que le iré facilitando gratuitamente. Cuando tenga un año, las visitas se espaciarán cada tres meses y en el segundo no hará falta más que una visita anual. Eso sí, necesito saber cuánto sucede con él, por lo que le pediré lleve un diario ¿Le importará hacerlo?
—Ni mucho menos. Dígame cuánto costará el cachorro.
—Nada señor Gilagua, solo debe educarlo bien, es un animal muy inteligente, y llevar el diario que le he pedido. Sus obligaciones serán únicamente alimentarle y proporcionarle cariño y atención. Si sucediera algo extraordinario me lo trae inmediatamente para verificar ciertos parámetros del seguimiento.
—No se preocupe. Lo haré.
—¿Cómo va a llamarlo?
—No lo sé, ya lo pensaré.
—Pues necesito un nombre para anotarlo en la cartilla sanitaria que exigen las autoridades.
—Me gustaría pensarlo, no quiero precipitarme con un nombre que tal vez más adelante no me guste.
—Entonces esperaré una semana. ¿Es suficiente tiempo?
—Claro. Gracias.
—A usted por admitir el ejemplar. No deje de llamar si necesita alguna ayuda o se le plantean dudas sobre cómo educarle o alimentarle.
—Lo haré.
El veterinario sale a la trastienda y poco después regresa con un cachorro en sus brazos. Lo pasa a los de Nemesio y juntos, mirándose de vez en cuando, abandonan la tienda camino de su domicilio. No deja de acariciarle la cabeza, pequeña y suave, con pelos largos y blanquecinos mezclados con otros marrones.
Durante los tres meses solicitados por el veterinario, estuvo encerrado en casa, sin contacto con gente o animal alguno.
Corretea constantemente, sin lanzar un solo gruñido y su comportamiento es el ideal. Cuando sale para ir a trabajar, le dice Adiós Gene y el perro emite un gruñido respondiendo al saludo. Lo mismo que cuando regresa y expresa Buenas tardes Gene. Entonces el cachorro responde con un gruñido muy parecido. Distintos gruñidos a distintos saludos. Entre ambos existe un dialogo constante. Si le pregunta ¿Tienes hambre? Gene responde con un gruñido como si asintiera. Nemesio tarda muy poco tiempo en advertir que las características especiales mencionadas por el veterinario, hacen honor a lo que cada día descubría en el comportamiento de Gene. Si necesita cubrir sus necesidades esenciales, recurre a otro tipo de gruñido mientras se acerca a la terraza, lugar previsto para ello.
Un día, Nemesio llega preocupado de su trabajo, abre la puerta y sin saludarlo, entra en el dormitorio para cambiarse de ropa. Cuando sale, Gene aparece plantado frente a la puerta. Nada más abrirla aprecia que el perro parece enfadado, su cara no es precisamente la de un animal contento. Gruñe algo distinto, abre sus fauces y se acerca a las piernas ¡Quieto!, grita, pero el perro no hace caso. Ya sé que estás enfadado, no te he dado las buenas tardes. Disculpa Gene ¡Buenas tardes! Tras decir las frases, el animal parece entenderlas. De inmediato cierra la boca, comienza a mover el rabo en señal de alegría y se refugia entre las piernas de Nemesio, esperando a que le alce para lamerle en aparente señal de reconciliación.
No tiene más remedio que anotar lo ocurrido, aunque lo adelanta verbalmente al veterinario.
—Le dije que era un animal muy inteligente, si le acostumbró a saludarle cuando se va y vuelve, no deje de hacerlo, de lo contrario lo entenderá como un desprecio.
—Desde luego es inteligente, de eso no hay duda.
—Falta poco para que pueda salir a la calle con él. ¿Ha crecido mucho?
—Bastante, claro que ignoro cuanto más puede crecer.
—Tráigalo mañana, le haremos el control de este mes y así lo comprobaré personalmente.
—Desde luego. Vendré sin falta.
El veterinario observa en sus propias manos, el resultado de no saludar a Gene cuando le lleva la tarde siguiente a la consulta de inspección. Fue el primer día en que también estuvo en contacto con otros animales. También la ocasión en la que el veterinario puede observar el comportamiento de los demás perros que hay en la consulta respecto a la presencia de Gene. Ninguno de ellos ladra, gruñe o se mueve de la sala de espera junto a sus dueños, mientras Gene está presente. Parecen temerosos, como si algo o alguien les hiciera sentir miedo. No lo consideró en un principio, ya que a veces los animales tienen comportamientos extraños e impredicible. Sin embargo cuando Nemesio y Gene abandonan la consulta, el resto de gatos y perros comienzan a juguetear entre ellos, ladrar, maullar e incordiarse mutuamente.
A partir de ese día el solitario hombre y su perro, comienzan a recorrer el parque en distintas ocasiones. A primera hora de la mañana, antes de ir a trabajar y posteriormente a su regreso sobre las seis de la tarde. Posteriormente a las nueve y media de la noche dar un último paseo antes de apartarse a descansar.
Al cruzarse con algún vecino, lo usual es decir buenos días, tardes o noches, como también recibir una respuesta al saludo. Lo mismo ocurre cuando se cruza con algún paseante junto a su perro. En ocasiones incluso los animales cruzan sus correspondientes gruñidos hasta responder con otros menos provocativos después de haberse cruzado en diferentes ocasiones.
Nemesio no cesa de hablar con Gene, que parece escuchar, incluso responder con un gruñido acompañado de una mirada más o menos inteligente. Al menos es como él lo interpreta. En una ocasión se cruzan con el hombre que propició el ataque de su perro. Ahora lleva un ejemplar de otra raza, también de presa. El perro que lo atacó fue sacrificado por orden gubernamental, tras el juicio y la correspondiente indemnización. Mira Gene, ese individuo que viene por ahí, tenía un perro que me atacó y me produjo estas heridas —dice mostrándoselas— Lo mira con detenimiento y gruñe algo parecido a lo siento mucho. Nemesio se agacha y le ofrece sus manos para que las lama. Eso entiende al menos. Poco después se cruzan en el camino que separa el parque en dos partes. Ambos hombres se miran, Nemesio, como es su costumbre, lanza ¡buenas noches! y espera respuesta, sin embargo no llega a producirse. El hombre pasa de largo aunque a una mínima distancia, lo que induce a pensar ha oído el saludo. Repite de nuevo ¡buenas noches! con idéntico resultado. En esta ocasión se para y dice una palabra en tono muy bajo dirigida a su perro, sujeto de una cadena a su mano izquierda. Enseguida comienza a ladrar mostrando sus fauces en tono agresivo. Nemesio se detiene asustado, teme un nuevo ataque del animal, sin embargo le sorprende el comportamiento de Gene.
Sin soltarse de la sujeción, se coloca entre el perro de presa y Nemesio para evitar el ataque directo. No oye gruñido alguno de Gene. Mientras el Rottweiler continúa acercándose peligrosamente a ambos, él se mantiene quieto, aunque pendiente de cualquier movimiento. Por fin quedan enfrentadas las fauces de ambos perros.
Tanto Nemesio como el hombre, tiran con fuerza de las respectivas cadenas que los sujetan. No es suficiente, las fauces de ambos animales están muy cerca. De repente y en un solo segundo el perro atacante es engullido por Gene sin ruido alguno. El dueño del Rottweiler se queda con la cadena en la mano, sorprendido y asustado. Jamás pudo imaginar algo como lo que acababa de ver. Se vuelve hacia Nemesio para escuchar.
—No debería haber hecho eso. Mi perro se molesta mucho cuando intentan atacarlo —menciona Nemesio.
—Están locos ¿cómo ha podido engullir a Pingo un animal de 55 kilos? es imposible. Lo denunciaré.
—Hágalo, está en su derecho, pero también diga que le azuzó para atacarnos.
—Lo tendré en cuenta.
—Nosotros también, pero no olvide lo ocurrido.
Nemesio toma entre sus brazos a Gene y le acaricia durante unos segundos, luego lo deja en el suelo y continúan el paseo nocturno. Sobre las once de la noche entran en casa. Gene pide agua, gruñe de la forma que sabe hacer. Después ambos se sientan en el sofá. Él toma un sándwich con un vaso de leche, y poco después se quedan dormidos. Gene sobre una manta, al lado de la cintura de Nemesio.
Aquel día no anota nada especial en el diario propuesto por el veterinario, no tiene intención de descubrir la característica especial de su perro. Convertirse en un ser diez veces su tamaño, que como las serpientes descoyuntó sus mandíbulas ayudándose de las patas delanteras, introdujo al Rottweiler en su boca sin mayor esfuerzo. Aquello no era para describirlo en el diario. Además, hacerlo tal y como prometió, tal vez le obligaría a desprenderse de Gene, y eso no lo haría nunca.
A la mañana siguiente, al marcharse a trabajar se despide de su mascota. A su regreso un policía municipal espera en el portal del edificio.
—¿Es usted Nemesio Gilagua?
—Si señor ¿Qué desea?
—Cumplir con mi obligación.
—Claro ¿y me necesita a mí?
—Sí señor, al parecer anoche su perro engulló al de un vecino denunciante.
—¿Cómo?
—Lo que oye.
—¿Y no le parece una fantasía?
—En efecto, pero no tengo más remedio que comprobar el tamaño de su perro.
—Entonces acompáñeme, precisamente subía a por él, tenemos que pasear, ha estado todo el día en la terraza, y ya sabe, necesita hacer sus necesidades.
—Le acompaño si no le importa.
—En absoluto, pero eso sí, no se olvide saludar a Gene, es muy sentido si no le saludan.
Nemesio abre la puerta y enseguida sale a recibirle Gene. Su rabo no cesa de moverse mostrando alegría. Buenas tardes querido Gene —menciona inmediatamente— y el perro salta agradecido. Seguidamente escucha otro saludo, el del policía que aguarda en el descansillo.
—Gene, te presento a un amigo, es policía municipal, quiere conocerte —el perro le mira con extrañeza.
—Buenas tardes Gene —dice el policía.
De inmediato se arrima a sus piernas y salta sin alcanzar las rodillas del agente municipal, como muestra de aceptación.
—¿Es este el monstruo que engulló al perro del denunciante?
—Sí señor.
—¿Está seguro?
—Desde luego. Abrió la boca y lo metió en ella ayudándose con las patas delanteras.
—Ya veo lo peligroso y grande que es —dice con sarcasmo el policía.
—¿Verdad que sí? No lo sabe usted bien. Se transforma y logra aumentar su tamaño en cerca de diez veces más. Fue capaz de tragárselo entero, no vea como maneja sus patas delanteras.
—Señor Gilagua, tendremos que archivar la denuncia por absurda —señala al tiempo que se agacha para acariciar a Gene.
—Me alegro.
—Les ruego que me disculpen ambos, hay gente que no está bien de la cabeza.
—Posiblemente sea como consecuencia de un mal entendido rencor. Por si no lo sabe, yo si fui atacado por un perro propiedad del denunciante hace tiempo, hubo juicio y tuvo que indemnizarme y sacrificar al perro. Guardo la documentación por si quiere verla.
—No hace falta, entiendo perfectamente el comportamiento de ese individuo. Y tú, querido Gene —dice dirigiéndose al perro— si necesitara tu ayuda supongo que me la proporcionarás ¿no es así? —escucha un gruñido de aprobación y lame sus manos.
—Gracias por su comprensión agente.
—Les agradezco a ambos este rato. Ha sido muy amable, y su perro una verdadera delicia estar con él.
—¿Has oído lo que dice el policía? —pregunta a Gene que contesta con un gruñido afirmativo.
—Hasta pronto, adiós Gene —dice acariciándole el lomo.
—Adiós agente, hasta cuando quiera.
Ambos acompañan al policía hasta el portal, luego se separan. Ellos van a pasear por el parque y el policía hasta su vehículo, para perderse entre los coches que circulan.
Durante semanas la vida continúa en el mismo orden, sin que sobresalga nada especial. La compañía de Gene hace que Nemesio se sienta cada día más optimista. Ha logrado concitar la presencia de algo que le faltaba desde hacía tiempo, la felicidad y precisamente facilitada por un animal, especial, distinto y esencialmente necesario para su hasta entonces aburrida y solitaria vida.
En sus paseos cotidianos y viajes a la sierra para que Gene corra y disfrute de total libertad, solo suceden hechos sin importancia. Gruñidos a quienes no responden al saludo emanado de los labios de su dueño. Al cabo del tiempo deben cambiar de zona, ya que después de estar en ellas varias veces, las noticias aparecidas en los periódicos de las poblaciones, mencionan desapariciones de animales.
Nemesio al preguntar a Gene ¿Te has quedado satisfecho? el responde con un gruñido afirmativo lleno de alegría.
Una mañana temprano, en la salida que normalmente hace con él antes de marcharse a trabajar, ocurre lo que temía desde hacía tiempo. El mismo hombre cuyo perro le atacó y puso posteriormente la denuncia por la desaparición de su Rottweiler, se cruza nuevamente con Nemesio y Gene. En esta ocasión, con dos ejemplares de la misma raza. La mañana está cubierta de niebla, fría y triste. En una de las vaguadas del parque se cruzan. Como es costumbre, Nemesio le saluda, sin embargo solo recibe el silencio por respuesta.
El individuo nada más ver a ambos, suelta a sus dos perros que de inmediato se lanzan al ataque. Justo en el momento de saltar con sus fauces dirigidas a los cuellos de Nemesio y Gene, éste se transforma, agarra a ambos con sus patas delanteras y los engulle sin esfuerzo alguno. Después corre hacia el dueño y del mismo modo, lo hace desaparecer tragándole. Antes de regresar junto a su impasible dueño, lanza un par de eructos acompañados de lo que al parecer son dos cadenas, un reloj y un teléfono móvil. Después inicia el proceso de reducir su tamaño y se acerca hasta Nemesio. Le pide agua, tiene sed. Al no llevar recipiente alguno regresan a casa envueltos en niebla.
Nemesio dice a Gene mientras le acaricia, ahora debo irme a trabajar. Gracias por la ayuda, no sé qué hubiera sido de mí.
Días después recibe un par de llamadas telefónicas. Una del agente municipal que ya estuvo en su casa, pregunta por el dueño y dos perros de presa desaparecidos señalados en una denuncia presentada.
—Lo siento agente, pero ya sabe, mi perro Gene se los ha tragado, no pude hacer nada por ellos.
—Lo se señor Gilagua, disculpe, pero es mi obligación preguntar.
—No hay problema.
—¿Qué tal Gene?
—Como siempre tan amigable y simpático.
—Me alegra saberlo.
La otra es del veterinario.
—Señor Gilagua lamento comunicarle algo importante.
— Dígame ¿qué ocurre?
—Debe devolver el perro.
—¿Cómo?
—El grupo de investigadores me ha comunicado que algo sorprendente sucedió con los informes de Gene, no tienen más remedio que hacerle pruebas durante unos días.
—Supongo que me lo devolverán ¿no es así?
—Eso no depende de mí.
—No es lo correcto. Llegamos a un acuerdo. Gene pertenece a mi familia.
—Por favor señor Gilagua, no puede catalogarlo así.
—Lo es, forma parte de mi vida y no sabría vivir sin su presencia.
—Lo entiendo, pero no tenemos más remedio.
—Está bien. Se lo comentaré pero desconozco qué opinión le merecerá esto. Supongo que no le parecerá bien.
—Habla como si el animal entendiera o supiera discernir, opinar y decidir.
—Lamento su incredulidad, pero usted mismo me dijo que era algo especial. En efecto lo es, no lo sabe bien. De todas formas hablaré con él y con su respuesta me acercaré por su clínica o le llamaré por teléfono.
La comunicación entre Nemesio y Gene en esas fechas ha sufrido un avance considerable. Se sientan en en un sofá y mantienen una amplia conversación. Al acabar.
—Está bien Gene, intentaré ser consecuente, pero no sé si aguantaré mucho tiempo sin ti. Ya estoy acostumbrado a tu compañía diaria. Lo sé, yo también tengo mucho afecto por ti. De acuerdo, estaré pendiente, sí, claro que sí, no te preocupes, lo intentaré. Vale, saldré el tiempo que estés fuera, pero no te prometo nada. Claro que si, en cuanto sienta tu llamada iré a por ti donde te encuentres, no te quepa la menor duda. Gracias. Entonces llamaré al veterinario y te dejaré con él. En efecto, preguntaré la dirección del laboratorio al que te llevan. Me quedaré triste, vale, deja que te abrace, ven.
Conecta con el veterinario.
—De acuerdo, iremos mañana por la tarde. Aceptó regresar por una corta temporada, aunque con una condición. Debo saber en todo momento donde se encuentra. Si no es así, el no accederá, ni yo tampoco.
—De acuerdo. Los espero mañana, ya hablaremos.
Después de recibir los datos que necesitaban por parte del veterinario, Gene y Nemesio se despiden. El veterinario lo introduce en una cesta y lo deja en una habitación con la puerta cerrada.
—No olvide darle las buenas noches y los buenos días, se molestará si no lo hace. Hágaselo saber a quienes vayan a tratarlo en el laboratorio, de lo contrario se enfadará.
—No se preocupe, seguiré las notas de su diario.
—Claro, me había olvidado de ellas. De todas formas cuídenle, es muy especial.
—Lo se señor Gilagua.
Trascurren dos semanas y pese a hablar casi diariamente con el veterinario, éste no sabe decirle cuándo regresará Gene. Lo echa de menos. De nuevo, y esta vez con mayor razón, siente un importante vacío. Como si se mantuviera a su lado, cada mañana sale a dar el paseo e incluso lanza las consabidas palabras de saludo. Sus pensamientos y deseo de afecto hacia Gene son lanzados diariamente. Desconoce si su mascota advierte la sinceridad y el cariño que irradia Nemesio.
Una tarde se para en el paseo que suele realizar a primera hora, y como siempre, se sienta en uno de los bancos que acostumbraba, mientras Gene correteaba a su alrededor. A su lado, y minutos más tarde, una joven morena le saluda y pide permiso a Nemesio para poder sentarse a su lado. Responde afirmativamente. Al cabo de unos minutos entablan conversación.
—Soy Nemesio Gilagua y vivo en este barrio ¿Y usted?
—Alicia Restrepo, también vivo aquí.
—¿Qué hace sola, pasea únicamente?
—Sí. Hasta hace poco lo hice en compañía de mi mascota, un caniche. Pero tuve la desgracia de que muriera, algún desalmado estuvo infectando con veneno algunos espacios del parque. Ahora la echo de menos y suelo pasear por donde lo hacía en su compañía ¿Y usted?
—También, mi perro Gene no ha muerto, pero le están haciendo unas pruebas durante una temporada y coincido como usted, le echo de menos y doy los mismos paseos, aunque sin él.
—Se los llega a querer ¿verdad?
—Desde luego. Son tan especiales y ofrecen tanto cariño.
—Es cierto, ahora siento un vacío tan enorme que no puedo cubrir.
—A mi ocurre igual, aunque sé que volverá, me falta algo esencial.
—Le dejo debo volver a mi casa, se hace tarde y debo cocinar.
—¿Vive sola? Disculpe no quería importunar con esa pregunta.
—No tiene importancia. Si, vivo sola. No soy de aquí y me hice con la mascota para tener una compañía que rompiera mi soledad.
—A mí me ocurrió igual. Tampoco soy de esta ciudad. ¿Le importa que la acompañe?
—Claro que no.
Al mes de no tener noticias de Gene, Nemesio se acerca a la clínica veterinaria, lo hace en compañía de Alicia.
—Buenas tardes.
—¿Qué tal señor Gilagua?
—Esperando alguna noticia.
—Pues no sé nada, hace una semana que carezco de ellas.
—Pues no fue lo que acordamos.
—Lo siento, pero ya sabe cómo son esa gente.
—No. No lo sé. Explíquemelo.
—Según la última comunicación, todavía no encontraron solución al problema.
—¡Ah! ¿pero existía un problema? Tenía entendido que obedecía a la formalizar unas pruebas.
—En efecto.
—Pues, lo siento, no entiendo la situación. Creo que me acercaré al laboratorio veterinario.
—Disculpe, no es lo más conveniente.
—Eso no debe preocuparle. Gracias por su información. Veo que no ha cumplido lo pactado. Es inaudito.
—Lo lamento. Insisto en que no debe ir al laboratorio.
—Ya.
Ambos abandonan la clínica.
—¿Qué pasa con tu perro? —pregunta Alicia.
—En un principio debían hacerle unas pruebas sin importancia, ahora dicen que han surgido problemas, y no lo entiendo. Gene es algo especial, ya lo conocerás, te darás cuenta de lo importante que es.
—Lo supongo ¿Que haremos ahora?
—Volver a casa, ya pensaré algo.
—No te preocupes, veras como todo se arregla.
—Eso espero, Alicia.
Por la noche y una vez en casa, Nemesio se despierta sobresaltado. Siente la llamada lejana aunque débil, de Gene. Se levanta, llama a Alicia, le cuenta cuanto quiere hacer y pese a negarse en un principio, acepta acompañarle.
Recorren despacio la distancia que les separa del lugar donde Gene parece encontrarse retenido. Mientras Alicia conduce, él intenta concentrarse en escuchar con los ojos cerrados. A medida que se acercan la señal mental, aunque débil, se mantiene latente. Advierte que han llegado al lugar.
—Por favor para aquí. Creo que está en ese edificio — señala Nemesio.
—Pero, parece una dependencia del gobierno ¿Te has fijado en ese letrero?
—No ¿Que pone?
—Laboratorio de Investigaciones Veterinarias.
—No importa, para y aparca el coche. Entraré como sea.
—Por favor Neme, no seas impaciente espera a que amanezca. El inicio de la jornada suele ser a las ocho de la mañana, tal vez entonces nos permitan entrar.
—No lo creo. Además, siento que Gene está en peligro.
—Como quieras. Te acompaño.
—No deberías.
—No importa lo que pueda suceder.
—Nada sucederá en cuanto estemos al lado de Gene.
Dejan el coche oculto entre unos árboles cercanos al aparcamiento y caminan hasta la trasera del edificio. Diversas cámaras de infrarrojos con lente especial para captar 360º, están instaladas estratégicamente en el edificio. Parecen advertir a intrusos e inesperados visitantes, que están siendo vigilados.
Están seguros de ser observados por vigilantes. No obstante saltan la valla separadora y caminan ligeros, pegados a la pared hasta encontrar una puerta. La señal que Nemesio percibe de Gene aumenta por momentos, aunque débil. Atraviesan la puerta con esfuerzo. Se introducen en un pasillo de donde parten diferentes salas. Atraviesan la primera. Les dirige a un sótano. Una vez en él se adentran hasta una habitación con diferentes mesas metálicas, parecidas a las utilizadas en la práctica forense. Sobre ellas un conjunto de potentes porta focos apagados y diversos elementos cortantes semejantes a los usados en quirófanos. Cuanto ven les advierte, que aquel lugar no es precisamente un laboratorio para pruebas de animales. Al fondo una mampara de cristal separa unas cajas metálicas con barras del mismo material y cerraduras.
Nemesio toma la mano de Alicia y caminan hasta la puerta que les separa de las celdas. Nada más abrir siente la llamada de Gene. Allí está. Ambos recorren el pasillo de celdas hasta llegar a la que encierra a su querido perro. Ya estamos aquí, no debes preocuparte, —señala mentalmente— Gene no da respuesta, parece dormido, tal vez aturdido. Se asusta, pero solo está débil y sujeto a una serie de cables repartidos por todo su cuerpo. Abre la puerta de la celda y le acaricia. Sus ojos se abren enseguida y lanza un gruñido de alegría al verle.
Lo esperaba, aunque hacía días que había perdido la esperanza de volver a encontrarse con su dueño No sabes la alegría que me das —siente mentalmente decir a Gene—Yo también —responde del mismo modo Nemesio— Ahora intenta desconectarme todo eso, aunque tendrás que llevarme en brazos, no tengo fuerzas para caminar. ¡Ah! otra cosa, abre la celda contigua y haz lo mismo con mi compañera, también la tienen en observación. Claro, no te preocupes os sacaremos a los dos Gracias Nemesio, no olvidaré esto nunca, y ella tampoco. No tienes porqué dármelas, eres mi familia.
—Alicia —pide Nemesio— haz lo mismo que yo con la perra de esa jaula.
—Claro.
Diez minutos más tarde regresan por donde entraron minutos antes. Llegan hasta la valla perimetral e intentan subirla. Unas sirenas ululan advirtiendo que han violado el sistema de seguridad o se han introducido en el recinto intrusos.
Son las siete y media de la mañana cuando los cuatro suben al coche. Esperan encontrar a miembros del cuerpo de seguridad privada, recorriendo el perímetro tanto interior como exterior de aquel Laboratorio de Investigaciones Veterinarias, pero no ven a nadie. Una vez dentro del coche, avanzan a buen recaudo de posibles miradas hasta atravesar el grupo de árboles. Lo abandonan deslizándose por un estrecho camino asfaltado hasta salir a la carretera principal. Unos doscientos metros más adelante, sobrepasan un puente sobre la autopista de cambio de sentido, y se adentran en dirección a Madrid. A lo lejos oyen sirenas y movimiento de vehículos policiales.
—Deberíamos ir a mi casa —dice Alicia.
—Creo que tienes razón, mi dirección está en manos del veterinario y será el primer sitio donde vengan a buscar a Gene y su compañera.
—Entonces iré allí directamente. Más adelante ya veremos.
—Es una buena idea.
—Creo que si —oyen en sus cerebros Alicia y Nemesio— necesitamos recuperarnos, nos han inyectado unos calmantes, por eso no tenemos fuerzas.
—No os preocupéis, Alicia y yo os atenderemos debidamente.
—Gracias a los dos —oyen de nuevo.
Nemesio no tiene más remedio que ir a su casa para cambiarse de ropa y dejar a Gen y su compañera al cuidado de Alicia. Antes de salir debe aleccionarla respecto a los saludos y caricias de Gene.
A partir de ese momento se presentará un problema, no sabe que debe comprar para alimentar a ambos perros. Al hacerse esa pregunta siente en su cerebro un comentario de Gene No os preocupéis hasta dentro de unos días por nuestro alimento, tuvimos suficiente con el proporcionado en el laboratorio. Gracias por preocuparte Nemesio.
Tras pasar la noche en casa de Alicia, la abandona temprano para dirigirse a la suya. Recoge algo de ropa, documentación y dinero. Al cerrar el portal dos hombres le abordan. Uno de ellos se dirige a Nemesio.
—Necesitamos hablar con usted.
—¿Pueden decirme quienes son y que quieren de mí?
—Somos inspectores veterinarios comisionados por la policía, y quisiéramos hablar, pero dentro de su casa.
—De acuerdo, pero debe ser por poco tiempo, tengo el justo para ir a trabajar.
Los tres suben al domicilio de Nemesio.
—Señor Gilagua, necesitamos saber dónde está su perro Gen y una perra de su misma especie.
—¿Por qué me preguntan? En efecto, soy el dueño de Gen, pero lo entregué al veterinario, según me dijo para hacerle unas pruebas en un laboratorio. Añadió que estaría unos días y ha pasado más de un mes. Pueden preguntárselo, si lo desean.
—¿Está seguro?
—Completamente, además no sé nada de otra perra de su especie ¿Qué ha ocurrido? ¿Se les han escapado?
—Eso parece.
—¿Y vienen a preguntarme tan misteriosamente? No entiendo.
—Disculpe. Estamos preocupados, tal vez se hayan contaminado de un virus y no sabemos si pueden transmitirlo a los seres humanos.
—Comprendo. Entonces les pediría hicieran el favor de encontrarlos y decirme que ocurre. De todas formas si es cierto lo que acaban de comunicarme, denunciaré al veterinario y al laboratorio donde lo mandó.
—Gracias por atendernos. Ya saben cómo son los perros, por lo que si casualmente apareciera por aquí, haga el favor de llamarnos. Le dejamos una tarjeta.
—Claro, no lo duden, les llamaré. Ahora si no les importa llego tarde a mi trabajo.
—Nos vamos con usted.
—Gracias.
Posiblemente le vigilen —piensa—regresar a casa de Alicia será tanto como advertir a los extraños veterinarios comisionados. Opta por llamarla por teléfono en cuanto llegue a su puesto de trabajo.
—Escucha Alicia, me gustaría invitarte al cine esta noche. Sé que te parecerá raro, sobre todo porque te he dicho en muchas ocasiones que no me gusta mucho, pero comprendo que debo hacerlo.
—¿Nemesio?
—No, no digas nada, te lo explicaré con más detenimiento cuando nos veamos ¿te importa recogerme con tu coche? el mío lo dejé en el taller, no sé qué le ocurre. Por cierto, tráete los dos paquetes de chuches que compramos ayer.
—Entiendo y disculpo tu manía. De acuerdo ¿Dónde quieres que te recoja?
—No lo sé, ahora mismo miro el periódico y busco una película que pueda gustarme. Perdona pero como no voy nunca, ya sabes.
—Entonces llámame cuando hayas decidido.
—De acuerdo, te mando un beso. Coge algo de ropa y no olvides el monedero, tendrás que invitarme a cenar algo.
—No te preocupes.
A las siete y media de la tarde, Alicia se introduce en un aparcamiento subterráneo en la calle de Fuencarral, cercano a la Plaza de Quevedo. Nemesio ya le ha comunicado media hora antes el lugar de la cita. Se encuentran dentro y se saludan, también lo hace a sus dos acompañantes que esperan ocultos entre los asientos traseros.
—¿Puedes abandonar Madrid unos días?
—Supongo que sí, no habrá inconveniente, solo tengo que llamar por teléfono a la empresa.
—Estupendo. Yo he tomado unos días de vacaciones, pero no he dicho en la empresa ni donde voy ni cuando regresaré.
—¿Dónde se supone que vamos?
—A mi pueblo. A la casa que fue de mis padres, supongo que habrán terminado de arreglarla. Ellos y mi hermano murieron en el incendio que se produjo.
—Lo siento Neme.
—Gracias. Allí no creo que nos localicen.
—¿Qué temes?
—No lo sé, pero dos supuestos veterinarios comisionados por la policía, estuvieron en mi casa esta mañana y dijeron que nuestros amigos, al parecer, están contagiados de un virus, y podrían transmitírnoslo.
—¿No te lo crees?
—Ni mucho menos Alicia. Es mentira, solo quieren saber dónde están Gene y su compañera.
—Yo la llamo Rizo, tiene uno en la frente.
—Porque es como se diferencian nuestros sexos —oyeron mentalmente decir a Gene.
—Perdonar, pero…
—No os preocupéis —insiste Gene— por supuesto no es cierto lo que os han dicho. Estábamos siendo analizados desde hace años. Nos hacían pruebas. Tal vez deberíamos deciros algo que desconocéis de nosotros.
—No te preocupes, olvídalo, para nosotros sois nuestra familia y os defenderemos contra quien sea, no os dejaremos volver a ese laboratorio ni caer en manos de esos inspectores.
—Gracias Nemesio —responde Gene— Y ahora vámonos, Rizo y yo necesitamos aire puro, agua y algún alimento ¿Hay reses en tu pueblo?
—Alguna, pero por favor no os paséis.
—Claro, tendremos cuidado.
—¿A qué te refieres? —pregunta Alicia.
—Ellos son especiales, no te lo he contado, lo haré mientras viajamos al pueblo. Pero prométeme que no te asustarás.
—Ya no hay nada que pueda asustarme ni preocuparme.
—Desde luego que no Alicia – dice Rizo— nosotros os ayudaremos a tener una nueva vida, tenemos unas condiciones especiales que puestas a vuestro servicio facilitaran cuanto necesitéis para vivir sin preocupación alguna.
—Pero.
—Nada ni nadie os hará daño mientras permanezcamos a vuestro lado.
—Gracias Rizo, a ti también Gene.
—Gracias a vosotros, os habéis comportado tan bien con nosotros que parecéis de nuestra misma raza. Os estamos muy agradecidos y cuanto hagamos por vosotros será poco.
A última hora de la noche atraviesan el paso de la sierra de Guadarrama en dirección noroeste. Nada más hacerlo Gene pide parar. Ambos perros bajan del coche para regresar media hora más tarde.
—Ya estamos satisfechos hasta dentro de una semana, podemos continuar —señala Gene.
—Entonces no pararemos ni para beber agua.
—Desde luego, ni tenéis que preocuparos por las reses del pueblo.
—Gracias Gene.
En Madrid y en las empresas en que trabajan Alicia y Nemesio, al día siguiente aparecen sendas parejas de agentes.
—¿Saben dónde puede haber ido?
—No señor, no nos dijo nada ¿Ocurre algo?
—Claro, es muy importante hablar con el señor Gilagua.
—Pues lo siento pero no puedo adelantarle más de lo que se.
—Por favor, no deje de llamarnos si aparece por aquí.
—Lo haré. No se preocupe.
—Tenga, nuestra tarjeta, en ella figura el teléfono.
El jefe de Nemesio mira la tarjeta por encima y la guarda en el bolsillo. Idéntica situación ocurre en la oficina de Alicia y similar conversación.
— Si señor, no se preocupe le llamaremos si aparece por aquí, pero tal vez sería mejor que vigilaran sus viviendas, será a ellas donde vayan cuando vuelvan. Además no sabía que Alicia tuviera compañero.
—Al menos hablan más que amigablemente, ayer tarde fueron al cine.
—No sabía nada.
—Aquí tiene nuestra tarjeta.
—De acuerdo.
El jefe de Alicia mira la tarjeta y se detiene a leer el contenido escrito. De inmediato el agente se da cuenta del error cometido al comprobar el rostro de su interlocutor.
—Disculpe, me confundí de tarjeta. Es esta la que quise entregar ¿Puede devolverme esa otra? es algo parecido a una broma.
Lee la segunda donde pone la dirección y teléfono de Salustiano Martínez Benzo, Inspector Veterinario de Laboratorio de Investigaciones Veterinarias. Sin embargo, en la primera, si bien es el mismo el nombre, la dirección difiere, como también el teléfono y nombre de la Empresa, señala Agencia Nacional de Investigaciones de Eventos Extraterrestres, Agente Especial.
FIN
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