Me reuní con Ferdi y Amalia en mi caravana.
—Supongo que mañana estará aquí el señor Esparta. Quiero que me contéis cuanto sepáis de esos «dorados».
—¿A qué viene eso ahora?
—Alguien se ha cargado a uno de nuestros vigilantes de seguridad. Como veis he suspendido el rodaje hasta que sepamos algo, y como no soy valiente, necesito saber qué son los «dorados» antes de seguir con el rodaje.
—Nada Miguel, son leyendas de la gente mayor. Dicen que son espíritus dormidos del bosque, parece que tienen el tamaño de un niño de ocho o nueve años con el cabello rubio. Algunos que dicen haberlos visto señalan que sus ropas son doradas, de ahí su nombre. También que se mantienen dormidos hasta que algo les molesta o despierta.
—¿Por ejemplo?
—El ruido producido al cortar un árbol o la gente que se introduce en el bosque abandonando utensilios o cosas que puedan producir fuego. Dicen que llevan más de doscientos años sin un solo incendio en la comarca y todo porque ellos han cuidado del bosque.
—¿Qué hacen si se les molesta?
—Se despiertan de su constante sueño y toman represalias con quienes lo han hecho.
—Entonces, ¿se supone que les hemos despertado?
—Miguel por favor, solo son leyendas.
—Ya, por el momento no entraremos al bosque hasta que hable con la policía y el señor Esparta.
A la mañana siguiente alguien dio un importante grito, salí corriendo de la caravana y comprobé que solo era Esparta abrazado por Sindy llevada por la alegría de verle. Una hora después nos reuníamos con la policía, después de comprobar que el miembro de seguridad había muerto por la mordedura de algunas alimañas habitantes ocasionales del bosque. Esparta pidió continuar con el rodaje y todo se mostró como dos días antes. Terminamos en aquel lugar y continuamos con las localizaciones hechas para otra parte del guion. Mientras tanto Ferdi continuó localizando otras zonas del bosque para seguir el rodaje.
De nuevo la situación parecía controlada, sin embargo una mañana Esparta volvió a pedirme otro favor.
—Miguel, sé que no debería, pero no tengo más remedio que pedirle otro favor.
—No se preocupe Esparta, si puedo lo haré.
—Necesito que envíe a Sindy y al protagonista masculino fuera de aquí. Le compensaré de alguna forma.
—Está bien, los enviaré con Ferdi y Amalia, están localizando lugares para el rodaje, no sé, les diré que necesito la opinión de los protagonistas.
—Gracias.
—¿Puedo saber la razón?
—Mi mujer está haciendo un periplo de trabajo y como Pontevedra le cae relativamente cerca al ir camino de Salamanca, ha decidido pasar por aquí. Estará un par de días y luego se marchará.
—Modificaré algunas cosas, no se preocupe, cuando se marche su esposa volveremos donde nos quedamos.
—Gracias de nuevo. Sabré agradecérselo, de veras.
—No hace falta señor Esparta.
Se lo comenté a Ferdi y tras reírse durante unos minutos, aceptó. Poco después vi las caras de disgusto de ambos protagonistas, como se acercaban para recoger sus cosas y salir a primera hora de la tarde. Al día siguiente, después del almuerzo la mujer de Esparta apareció en escena. Su marido estuvo presentando a todo el elenco de actores y actrices, luego me acompañaron ambos para conocer al resto del equipo técnico y de seguridad. Dijo unas palabras de condolencia al responsable de seguridad, con quien estuvo hablando unos minutos y regresó con su marido al hotel. Les vi hablar cuando se marchaban. A la mañana siguiente se acercó en compañía de su marido de nuevo, quiso ver algunas de las escenas grabadas, se las pasé por el visor y al advertir que en ellas estaba la joven Sindy y su compañero en la película, preguntó.
—A esos dos no los he visto por aquí y parecen ser los protagonistas principales ¿Dónde están?
—Tuvieron que salir ayer para revisar junto a dos técnicos los sitios donde grabaremos dentro de unas semanas.
—Entiendo. ¿Por qué van los protagonistas?
—Desde el suceso tienen miedo y según sea el lugar, grabarán ellos o sus dobles especialistas.
—Comprendo señor Cid. Veo que cuida y se preocupa por sus actores.
—Desde luego, si quiero contar con ellos para otra producción.
—Tal vez eso debería decirlo yo, ¿no cree?
—Matilde por favor, no es momento para discutir esa cuestión con nuestro director —intervino Esparza.
—Bien, hablaremos en otro momento señor Cid.
—Cuando guste señora.
—¿Vendrá mañana al rodaje?
—No. Me marcho dentro de una hora aproximadamente, tengo otras cosas más importantes que hacer, esto lo dejo para mi marido, a él le entretiene más que a mí.
—Hasta cuando quiera volver a visitarnos.
—No creo que vuelva, no me gusta este tipo de vida.
Se despidió de algunos técnicos y actores, luego de mí y por ultimo su marido la acompañó hasta el coche. Salió con rapidez. Después él se me acercó pidió que hiciera regresar a Ferdi y Amalia con los actores. Lo hice y al mediodía Sindy y Esparta almorzaban juntos.
Por la tarde iniciamos las últimas escenas en aquel sitio en travelling. Las cámaras situadas; una sobre carril avanzaban a medida que Sindy corría hacia el interior del bosque mirando hacia atrás, evitando ser alcanzada por dos hombres del grupo de ladrones de objetos antiguos; otra situada en la jirafa, tomaba planos desde altura a medida que avanzaba entre los árboles aprovechando la poca luz que quedaba del día para encontrarse con la noche. De repente dije; ¡Corten! bien, buenas tomas, hemos acabado las escenas aquí. Mañana seguiremos en otro lugar. Gracias a todos, recojan y marchemos a casa. Por hoy hemos acabado. Mi miraron agradecidos y alguien advirtió que Sindy no había regresado.—¿Dónde está?
—No lo sé Miguel, la vi correr, pensé era la escena, con cara de terror, sin gritar, ni hablar, luego un resplandor amarillo y después silencio.
—Entonces que salga alguien a buscarla, por favor.
—Sí señor —dijo un vigilante.
Durante unos minutos no tuve noticia alguna, pero al cabo de un tiempo, Mun vino a mi lado para decirme al oído.
—Señor Cid acaban de encontrar a Sindy. Debería acompañarme.
—Claro.
Diez minutos después me acercaba hasta el cuerpo sin vida de la joven Sindy. Estaba completamente destrozada, arañazos y desgarros cubrían su cuerpo desnudo, sus ojos y gestos denotaban terror, sus manos casi imposibles, daban muestras de haber intentado evitar el ataque de algo o alguien. Había sangre a su alrededor y un reguero desde unos metros atrás hasta donde se encontraba, posiblemente como consecuencia de una de las profundas heridas que tenía.
—No debemos tocar nada, pondré a unos hombres haciendo guardia hasta que venga la policía.
—Claro, hizo bien en llamarla. Yo volveré a suspender el rodaje, supongo que definitivamente. Que alguien me acompañe hasta el campamento.
—Claro señor Cid. Sánchez, haga el favor de acompañarle.
—Sí señor.
Al verme llegar con un gesto de horror, el Sr. Esparta me preguntó de inmediato.
—¿Qué ha ocurrido ahora?
—Siento decirle que han encontrado muerta a Sindy.
—Qué horror ¿Qué ha pasado?
—No lo sabemos, debemos esperar a la policía, luego suspenderé el rodaje. La gente no creo que tenga fuerzas para continuar trabajando aquí.
—No podemos hacer eso.
—¿No? Pues verá como la gente se niega. Son dos las muertes y los actores suelen ser supersticiosos.
—¿Ha visto su cuerpo?
—Claro, alguien o algo la atacó, trató de defenderse.
—Quiero verla.
—No se lo recomiendo.
—Vamos Miguel, haga el favor de acompañarme.
—Señor Esparta, no podemos hacer nada, debemos dejarlo en manos de la policía.
—Insisto Miguel, ¿Es que no se da cuenta? Ha sido ella.
—No entiendo lo que dice, pero venga, le acompañaré.
Miré el reloj, eran cerca de las ocho de la noche. Mientras la gente recogía los equipos y los desmontaba, Esparta y yo caminamos hasta donde encontraron a Sindy. Ya dije antes que no soy lo que se dice un valiente, el miedo se adueñó de mí en cuanto abandonamos el campamento, por lo que sin duda confundí el camino. El bosque era tan extenso y tupido, lleno de arbustos de toxo, líquenes y otras plantas desconocidas, que apenas podíamos caminar. Supongo que como comenté anteriormente, tuve que equivocarme al elegir el camino. El lugar donde estaba el cuerpo de la actriz no estaba muy alejado, aunque creí no llegar nunca junto a los vigilantes y Mun, el responsable. Esparta caminaba detrás de mí, de cuando en cuando soltaba alguna interjección soez, al sentir las caricias de los toxos, parábamos y segundos después continuábamos. Al abandonar la visión del campamento y avanzar con la luz que nos proporcionaban las linternas, nos adentramos en el bosque caminando despacio, evitando tropezar con las púas de los arbustos.
De repente sentimos unos ruidos a nuestro alrededor, nos paramos para escuchar, parecía como si algo o alguien corriera a la altura de nuestros pies, recordé lo que comentó uno de los vigilantes, ruidos producidos por algo parecido a conejos. Se lo dije a Esparta y aunque no le convencí continuamos avanzando. Miré en todas las direcciones pero la espesura me impidió ver la referencia de los vigilantes. El ruido continuaba bajo nuestros pies. De pronto unas figuras doradas comenzaron a rodearnos, mientras se descolgaban de los árboles flotando en el aire, sus ropajes dorados iluminaban el circulo que iba cerrándose a medida que se acercaban. Al llegar a nuestra altura comprobé su tamaño, eran tal y como me había dicho Ferdi, como niños de ocho o nueve años. Sus rostros eran angelicales y sus cabellos rubios. Sus manos limpias no parecían sujetar nada. Cerraron el círculo hasta evitar siguiéramos caminando. El resplandor de aquel grupo de «dorados» iluminaba aquella parte del bosque.
Esparta continuaba paralizado a mi lado derecho. De repente uno de los «dorados» se acercó hasta mi observándome con detenimiento tanto el rostro como el resto de mi cuerpo, al llegar a las manos, tomó ambas y las elevó hasta sus ojos. Sentí miedo, verdadero terror, sin embargo ni un solo músculo parecía obedecer mi deseo de salir corriendo. No obstante sentí un calor sorprendente sin que llegara a quemarme. Pareció escuchar mis pensamientos y enseguida comenzó a mover una de sus manos con el índice balanceándolo en un gesto de negación. Acabó e hicieron lo mismo con Esparta, sin embargo él comenzó a gritar desaforadamente, asustado y con una expresión de terror que no había visto hasta ese momento. Gritó algo parecido a ¡Quieta por favor, haré lo que quieras! Los rostros casi angelicales de los «dorados», se tornaron como las bestias imaginadas por El Bosco. Esparta comenzó a correr en todas las direcciones mientras. el grupo de «dorados» le seguían flotando en el aire. No parecían tener intención de darle alcance, sin embargo, segundos después sentí que infinidad de animales desconocidos seguían a los «dorados» por el suelo, permanecí quieto y pasaron fugaces a mi lado. A unos veinte metros, volvía a verlo corriendo en multitud de direcciones, paraba y volvía a correr, gritando ¡quieta por favor! Poco después el silencio se extendió sobre el bosque, la linterna de Esparta iluminaba el sitio donde había caído. Agarrotado, sin poder moverme por el miedo, esperé a que el tiempo pasara. Cuando logré tragar el terror que me quedaba, saqué el teléfono del bolsillo y llamé a Mun solicitando ayuda.
—¿Qué le pasa señor Cid? —respondió una voz gruesa y distorsionada.
—Hemos sido atacados por alguien. Estoy en el bosque pero no sé en qué parte. Esparta ha caído a unos metros de donde me encuentro. ¿Puede venir a por mí?
—¿Cómo puedo saber dónde buscarle? —dijo la voz ahora más parecida a la de Mun.
—Moveré la linterna, la apagaré y encenderé para que pueda ver donde estoy.
—Trataré de localizarle. Pero por favor, no se mueva.
—Claro, pero venga pronto, estoy aterrorizado.
—Tranquilo, respire profundamente. No tema enseguida voy.
Al cabo de unos minutos vi como avanzaba una linterna en mi dirección. Apunté con la mía hasta ella y pronto encontré la figura de Mun. Me recogió y juntos nos acercamos hasta donde estaba Esparta. Como Sindy, su cuerpo aparecía desnudo, desgarrado y sangrando. Su cara era puro espanto y sus dedos agarrotados parecían haber luchado tratando de defenderse.
—Pediré a dos hombres que se queden aquí hasta que venga la policía. No creo que tarden mucho. Regresaremos al campamento y si queda alguien les diremos que lo abandonen.
—Será lo mejor.
Me reuní con el equipo nada más llegar al pueblo y di las órdenes para recoger todo y regresar a la capital. No estaba dispuesto a perder más gente, ni seguir rodando en un lugar como aquel.
—Estarás obsesionado con lo que conté sobre la leyenda —dijo Ferdi.
—Nada de eso, los vi, son como ángeles cuando están tranquilos, pero cuando algo les irrita se convierten en monstruos.
—Necesitas descansar y eliminar esas pesadillas.
—Ahora llamaré a la mujer de Esparta para decírselo.
Esperé una hora para calmarme. Mientras bebí un par de copas como si con ello pudiera borrar el miedo que había pasado. Me senté junto a la caravana y marqué el número de Matilde Gancedo.
—Señora Gancedo, soy Miguel Cid.
—¡Ah sí! Dígame.
—Siento tener que ser portador de malas noticias.
—¿Qué ha pasado? ¿Otra locura de mi marido?
—No, no señora, su marido ha muerto a manos de algo desconocido. Yo iba con él cuando nos atacaron.
—¿Quienes les atacaron?
—No lo sé, supongo que fueron los «dorados»
—¿Sólo ha muerto él?
—Bueno en realidad solo le atacaron a él, a mí solo me observaron.
—Insisto ¿Quiénes?
—Los «dorados», le repito que fueron ellos.
—¿Y qué hacían?
—Nos dirigíamos al bosque, quiso ver a Sindy la protagonista femenina, que también está muerta.
—Vaya hombre, los dos en el mismo día, ya es desgracia.
—Si señora. He dado orden de suspender el rodaje.
—Ha hecho bien. ¿Qué quiere de mí?
—Nada señora, que supiera mi decisión. Deberemos cancelar el rodaje y consecuentemente los contratos con todo el equipo.
—Espéreme ahí, iré y hablaremos.
—Claro.
—Mientras tanto haga lo que me ha dicho, diga a todo el equipo que se suspende el rodaje que vuelvan a la Capital y aguarden sus noticias, pero usted no se mueva de ahí. Además debo hacerme cargo del cadáver de mi esposo.
—Claro. Ahora me reuniré con la policía, necesitan explicaciones de lo ocurrido.
—Muy bien Cid, muy bien. En un par de horas estaré ahí.
—Pero, ¿no estaba de viaje?
—Señor Cid, espéreme y no replique por favor.
—Claro.
Cuando acabé de atender a la policía, ambos cadáveres fueron retirados y llevados ante el forense para practicarles las autopsias. Regresé junto a mi gente, esperaban escuchar que se suspendía el rodaje. Antes de irse a dormir contestaron algunas preguntas de los policías, dejaron sus teléfonos y direcciones al sentirse liberados de aguantar más tiempo en aquel horrendo bosque. Yo no dormí ni un solo minuto, atendí a los policías, me despedí de todos incluidos los vigilantes y tomé una de las habitaciones que quedaron libres en el hotel del pueblo.
Sobre las nueve de la mañana recibí una llamada de Matilde Gancedo.
—Señor Cid, acabo de estar con la policía, tomemos un café en el hotel y hablemos.
—Claro, enseguida voy —dije sin advertir que ya estaba en el hotel y mi mente seguía situada en la caravana a las afueras del pueblo.
Bajé por las escaleras. Antes de poner los pies en el último peldaño observé como Mun conversaba animadamente con Matilde Gancedo, viuda de Esparta. Ella miró el reloj, dijo unas palabras y besó a Mun en los labios. Al verlos me di la vuelta y subí para ocultarme. Después bajé de nuevo, salí a la calle y entré por la puerta exterior del hotel. Matilde esperaba en la barra, tal y como estaba minutos antes.
—Señor Cid, lamento lo ocurrido, de verdad que lo siento.
—Yo también lamento la muerte de su esposo. Créame.
—Sé que le tenía afecto y sobre todo respeto y admiración.
—Si señora, era un buen hombre.
—Mejor dejamos ese aspecto.
—Como quiera señora.
—Escuche Cid, o Miguel, si me permite.
—Claro señora Gancedo.
—Bien Miguel, no se preocupe por la película, pagaremos a todos como si la hubieran terminado. Usted también recibirá lo estipulado en contrato más una prima que sin duda merece por soportar esta situación.
—Muchas gracias.
—Y ahora lo más importante. Lamento que no pueda acabarla, ni llevar a cabo el sueño que supuso escribir el guion. Sin embargo tendrá una nueva oportunidad más adelante, se lo prometo.
—No entiendo señora.
—Si, en realidad soy la Productora, quien ha tenido el capital desde un principio, mi marido solo actuaba en mi nombre, todas las funciones y situaciones debía darme traslado antes de decidir. ¿Comprende ahora?
—Si señora.
—Tómese una temporada de descanso y cuando esté listo para empezar otra película, llámeme a este número privado. Anótelo por favor y elimine al que ha estado llamándome hasta ahora.
—Claro. Muchas gracias.
Decidí quedarme en el pueblo una temporada. Ya no tenía que acudir ante la policía. Necesitaba descansar mi mente, aunque supongo que no llegué a conseguirlo, pensé que cuanto había ocurrido merecía un guion cinematográfico y estaba dispuesto a escribirlo. Hasta entonces solo había escrito guiones de comedias, hasta que decidí dirigir. Luego inicie alguno de aventuras como el del rodaje, pero ahora estaba dispuesto a poner sobre el papel uno de terror. Con la poca información recibida sobre los «dorados», me dispuse a investigar, recoger más datos y visitar toda la zona para documentarme debidamente.
Recorrí calles, casas y establecimientos, algunos propietarios tenían coincidentemente el mismo apellido que mi productora, Gancedo. No lo consideré especialmente interesante. Una mañana me acerqué a una de las tabernas del pueblo para tomar un vino y charlar con alguno de los ancianos que cada mañana se sentaba con otros y un vaso entre las manos.
—Entonces, ¿según cuenta los dirige alguien que llaman Virtan?
—Sí señor, es algo así como el jefe de los «dorados». Siempre fueron espíritus, aunque pueden transformarse a su antojo en humanos, en las personas que ellos quieran o necesiten.
—Disculpe, pero hay cosas que me ha contado que son difíciles de creer.
—Eso depende de su credulidad, pero si viviera como yo en el pueblo, comprobaría que es cierto. No se le ocurra meterse en el bosque y menos hacer ruidos o prender fuego, moriría como lo hicieron algunos de mis vecinos.
—Muchas gracias por la información, lo tendré en cuenta.
Al acabar se me ocurrió caminar hasta el bosque. No entré en él, aún conservaba cierto reparo en hacerlo, máxime después de la advertencia recibida. Caminé bajo la niebla que comenzaba a levantar, sin darme cuenta me encontré en un camino desconocido. A un lado el bosque, al otro el arroyo donde nacía la niebla. Mi ojos solo miraban al suelo para evitar encontrarme con algún hueco por donde caer o rama con que tropezar. A punto estaba de dar la vuelta y regresar al pueblo cuando oí un murmullo, alguien conversaba. Me atreví a continuar, tal vez si los encontraba y preguntaba, sabrían decirme como regresar al pueblo por otro camino. Dos pasos y …
—No quisiera tener que volver otra vez —escuché decir a una voz masculina.
—Pues no hay más remedio que hacerlo de vez en cuando —respondió la voz femenina.
—Lo sé, pero no me gusta, el esfuerzo es muy grande.
—También a mí me cuesta tomar mi figura humana.
—Bueno.
—Estaremos aquí una temporada, daremos algunos sustos a los del pueblo y volveremos a nuestra antigua situación.
—¿Cómo lograste que las alimañas te obedecieran?
—Ya te lo explicaré más adelante, es solo cuestión de tiempo, lo aprenderás si estás dispuesto a continuar a mi lado.
—Claro Matilde, ¿o debo llamarte Virtan?
—Puedes llamarme como prefieras, a ti te lo permito.
—¿Cómo supo tu marido quien eras?
—Cometí un terrible error, un mañana no le esperaba y regresó antes de tiempo, pensó que no estaba en casa, pasó al baño y vio como me transformaba en «dorado»”, le dormí y cuando me dijo lo sucedido, le hice creer que había sido una pesadilla. Por eso te llamé y preparamos toda esa parafernalia de la película. Además estaba cansada de su constante infidelidad, no podía permitir que siguiera faltándome el respeto. La suerte hizo el resto.
—Entonces
—Volveremos al pueblo.
Me sorprendió escuchar aquella conversación. Traté de volver sobre mis pasos sin girar el cuerpo, caminando de espaldas, con tal mala suerte que pise una rama. El ruido que produje hizo que los «dorados» dejaran de hablar y miraran hacia donde estaba. Me vieron y enseguida me rodearon de la misma forma que hicieran en el bosque, se acercaron a mi rostro. Luego percibí una sonrisa en uno de ellos. De repente se tornaron en las mismas bestias que ya vi. Me di la vuelta y empecé a correr, sin darme cuenta pisé mal, resbalé y caí al arroyo. Mi fijé que los «dorados» no pudieron seguirme, pues se apartaban del bosque. El agua aunque fría me despejó la mente. Me levanté y como pude regresé al pueblo. Subí a mi habitación, me cambié de ropa y bajé al restaurante a tomar algo caliente para luego descansar, recoger la maleta y regresar a la capital.
Antes de terminar Matilde y Mun aparecieron en el salón restaurante, vacío en ese momento. Ambos se sentaron frente a mí de espaldas a la puerta.
—Le creí en la capital —dijo Matilde.
—Yo también, pero luego cambié de opinión, me quedé para recorrer todo esto, quiero escribir un guion cinematográfico sobre los «dorados».
—Deseche la idea, yo que usted prepararía una comedia. Es más si lo hace estoy dispuesta a financiarle como si se tratara de un rodaje de Hollywood.
—No lo sé, me gusta la idea que he comentado.
—Insisto Miguel, haga lo que le digo y los dos nos sentiremos más satisfechos.
—¿Y si no lo hago?
Mun y Matilde me miraron fijamente. De repente sus rostros comenzaron a sufrir una transformación hasta desfigurarse por completo y convertirse en las mismas y horribles bestias que vi en el bosque. De sus labios no salió frase alguna sin embargo fue suficiente para que abandonara corriendo aquel lugar.
He vuelto a la capital y pese a que no consigo apartar de mi mente lo sucedido, solo me dedico a escribir guiones de comedias de enredo y películas de humor. Ni quiero ni puedo escribir algo sobre lo que viví en aquel lugar y aún menos recordar a esos dos ejemplares de «dorados».
FIN
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