Hoy solo tres balas.
Alfonso era huérfano. Dos días antes de cumplir ocho años, sus padres fueron asesinados por el clan de María La Gorda. No debieron verlo cuando entraron a matarlos, de lo contrario ahora no estaría hablando de él. Según supe años más tarde; cuando traté convencerle de que trabajara para mí; en aquel luctuoso momento, él se encontraba en su cuarto enfrascado en la lectura de un libro. Oyó repicar el timbre, a su madre preguntar y después gritar, lo mismo que a su padre. Después un inmenso silencio roto por los precipitados pasos que llevaron a los asesinos hasta la terraza donde aprovechó para esconderse. Al entrar abrieron cajones y armarios. No sospecharon que permanecía escondido en el cesto de la ropa sucia. Los vio a través de la camiseta que dejó allí la noche anterior y encañonar con las mismas pistolas cada rincón para localizarle. Al cabo de unos minutos los oyó discutir, déjalo, vámonos, estará por ahí con sus amigos, ya nos encargaremos otro día.
La primera y única vez que me lo contó, lo hizo sin titubear, con todos los detalles. Al acabar resaltó, los mataré uno a uno, todo el clan desaparecerá, no habrá nadie que pueda contarlo. Continuó diciéndome, claro que sí Arturo, trabajaré para usted, haré cuanto me pida, solo enséñeme a manejar una pistola.
Durante los siguientes cuatro años fue el mejor soldado que tuve jamás. No solo acataba mis órdenes, se adelantaba siempre a mis deseos. No fumaba ni bebía, su tiempo libre lo utilizaba en localizar a cada miembro del clan María La Gorda. Solía ir a bibliotecas públicas, utilizando los equipos informáticos, nunca desde el apartamento que arrendó a uno de mis hombres especializado en construcción de viviendas. Tampoco lo hacía desde las oficinas de la sociedad. Nunca tuvo enfrentamientos con mi gente. Siempre iba solo y no llegué a conocerle compañía femenina alguna.
Los casos más difíciles de solucionar eran suyos. Viajaba sin preocuparle a qué ciudad o población debía ir. Llegó a dominar tres idiomas además del nuestro. Los encargos comenzaron a multiplicarse tan pronto nuestros clientes conocieron que sus trabajos eran limpios, sin escenas absurdas, no creaba problemas, ni dejaba testigos. Su caché se incrementó y la sociedad aumentó sus beneficios. Él no acostumbraba a discutir los precios que yo marcaba, ni siquiera pidió un incremento de su porcentaje, tuve que hacerlo sin que llegara a saberlo.
Como un niño con su cerdito como alcancía, los miles de euros que ganaba pedía fueran ingresados en la cuenta abierta en uno de los bancos más famosos de Berna. Solo quería efectivo cuando sus servicios eran requeridos en España.
De vez en cuando desaparecía sin decir donde iba, se mantenía alejado durante días, a veces semanas. Al regresar solo me decía, ya queda menos para acabar con quienes mataron a mis padres. Sin embargo esas constantes salidas ocasionaban no pocos problemas a la sociedad. El resto de clanes sabían de la venganza y me advirtieron del peligro que significaría si no le detenía y cortaba sus alas.
Fue durante las fiestas de primeros de Mayo cuando se presentó ante mí.
—¿Cuántas balas me darás hoy? —preguntó.
Era la forma de conocer a cuantos debía ejecutar.
—No tengo balas para ti, se las entregué a Julio. Has estado fuera mucho tiempo —respondí.
—Lo siento Arturo, pero debía acabar con los últimos de la ralea de María La Gorda.
—Trabajas para mí, por si lo has olvidado.
—Por poco tiempo. He decidido dejarlo.
—Así, ¿sin más explicaciones?
—Arturo, por favor, no me obligue a responderle, no le gustaría.
—Bien, muy bien. El señor quiere independizarse ¿verdad?
—No insista. Dejémoslo como está.
—Sí insisto. Espera, he cambiado de opinión. ¡Toma! Aquí tienes cinco balas. Los sobres con la información están sobre la mesa. Otra cosa, debes abandonar la eliminación de quienes mataron a tus padres.
—Acabaré cuando todos estén muertos. Sin embargo en todo caso hoy solo necesitaré tres.
—¿Te rebelas? ¿No quieres acatar mis órdenes?
—No voy a responderle.
—Alfonso no voy a permitir por más tiempo tus devaneos personales. Ya me has perjudicado bastante y durante mucho tiempo a la sociedad con tu venganza.
—Es verdad, tiene toda la razón. Debo acabar definitivamente, cerraré ese capítulo de mi vida para siempre. Luego me iré lejos, muy lejos.
—Que acabes con esa venganza me parece bien, pero lo de irte, no te lo recomiendo.
—¿Usted cree?
—Desde luego.
—De acuerdo, acabaré definitivamente. Estoy cansado.
Alfonso sacó su Beretta 92ª1 calibre 9 parabellum con el cargador de diecisiete balas al completo y sin que Arturo pudiera darse cuenta, le disparó sobre el hombro derecho. Un segundo disparo le atravesó el hombro izquierdo.
El dolor y la sangre que brotaba de ambos hombros, apenas le dejaron fuerzas para hablar. Sin embargo tras dos intentos pudo balbucear una pregunta.
—¿Por qué Alfonso?
—Antes de matar a María La Gorda, me confesó que usted fue el instigador, les pagó para que mataran a mis padres. Desconozco la razón por la que se hizo cargo de mí. Se lo agradecí, incluso llegué a considerarle como mi segundo padre. Ahora le pregunto yo ¿Por qué?
Arturo apenas soportaba el dolor, no pudo responder. Tras dos nuevos ¿por qué? Pudo responderle.
—Tu padre se quedó con un dinero que no le correspondía. No podía permitir que nadie me robara y la gente lo supiera, si lo hacía abría la veda para que el resto de mis hombres pudieran hacerlo. Lo siento hijo.
—No soy su hijo, nunca lo fui.
—Perdóname.
—Le perdono. Claro que le perdono, pero entenderá que deba cumplir con mi promesa. Hoy finaliza la caza de quienes asesinaron a mis padres.
—Enton…
La tercera bala le atravesó la frente.
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